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Ed. Mondadori, Madrid, año 1990. Tamaño 18 x 11 cm. Introducción de Hans Saner. Traducción y compilación de Vicente Romano García. Estado: Excelente. Cantidad de páginas: 192
Introducción de Hans Saner
En la historia del pensamiento ha habido siempre escuelas; pero las grandes amistades ínter pares fueron siempre raras. Quizá creyera Jaspers en los años veinte y esperase luego alguna que otra vez que entre él y Heidegger pudiera surgir una de esas amistades. Las «Notas sobre Martin Heidegger» constituyen el canto de esta esperanza: una «cantilena» que se extiende a lo largo de más de tres decenios.
Estas «Notas», escritas en 300 hojas entre 1928 y 1964, yacían en el escritorio de Jaspers cuando éste murió. Aunque durante casi cinco años no había vuelto a trabajar en ellas, estaban a mano, como si el «diálogo» pudiera retomarse en cada momento. En realidad se continuó hasta los últimos días. Heidegger, que sufría personalmente la
discordia, le había preguntado varias veces a Hannah Arendt si no se le podía dar una «solución de viejos» a esta relación.
Recuerdo muchas conversaciones de Jaspers a este respecto, hasta los últimos meses de su vida. Cada intento de mediar en una reconciliación fracasaba por el veto de su mujer, que era judía, o por la propia comprensión de que la vía de una reconciliación
privada, que hiciese olvidar y disculpar, no les venía bien a ninguno de los dos. Jaspers había esperado durante dos decenios una palabra de Heidegger por la que éste, admitiendo su fracaso, se distanciase públicamente del fascismo con la misma libertad con que antes lo había abrazado. Cuando a través de Hannah Arendt oyó que Heidegger eludiría esta responsabilidad hasta su muerte, cosa que sabía por la entrevista del Spiegel, ya no vio ningún puente entre ambos.
Para comprender el alcance del desengaño de Jaspers es menester actualizar la historia de su relación y las esperanzas vinculadas
a ella. Jaspers jamás había estudiado filosofía. Cuando se metió en esta materia a través de la psiquiatría y psicología no se sentía en absoluto entre compañeros. Sí, había algunos, como Georg Simmel, por ejemplo, a quienes estimaba, y también toda una dirección, la fenomenología, que le infundía un gran respeto porque su método podía resultar útil para las ciencias. Pero en general le parecían artificiales y vacuos los esfuerzos por las cátedras de filosofía: el cultivo de la forma limpia con pretensiones de ciencia exacta. Medido por los pensadores que más le atraían, Kierkegaard, Nietzsche y Max Weber, consideraba toda la actividad filosófica, de la universidad como la forma más superficial de erudición. Pues le parecía un pensamiento carente de objeto y sin relevancia existencial. La filosofía universitaria había perdido su legitimación para él. Así que debía buscarse una nueva. Esto sólo le parecía posible mediante una renovación que se apropiase de los contenidos originarios de los
grandes pensadores. La filosofía debía salir de la ideación de meros constructos y volver a la orientación del mundo, a la aclaración
de la existencia y a la metafísica.
Entre todos los especialistas sólo encontró uno que sintiera igualmente la necesidad de una renovación radical: Martin Heidegger.
Cuando Jaspers oyó hablar de él después de la Primera Guerra Mundial, Heidegger era aún un desconocido para el público «y, sin embargo, lo rodeaba ya el origen de una Luna» (Autobiografía filosófica, [A.f.J, Munich, 1977, p. 92). Aunque en otros campos, Jaspers, por su parte, había adquirido cierta reputación con la «Psicopatología general» (1913), los demás escritos de psiquiatría y en 1919 también con la «Psicología de las concepciones del mundo».
Según informa Jaspers (A.f., p. 92) los dos se vieron por primera vez en Friburgo «en la primavera de 1920». Tal vez fue el 8 de abril. En cualquier caso se celebraba el cumpleaños de Husserl. Jaspers no conocía ni la tesis doctoral de Heidegger («La teoría del juicio en el psicologismo», 1914), ni su memoria de habilitación («Teoría de las categorías y del significado de Duns Scotus», 1916). Su primera impresión estuvo enteramente determinada por la persona. Se destacó la «forma penetrante y escueta» (A.f., p. 93). Visitó a Heidegger en «su retiro» y lo invitó a Heidelberg. Heidegger, en cambio, sabía por la bibliografía con quién tenía que vérselas. Desde 1919 estudiaba la «Ideología de las concepciones del mundo» y escribió una reseña. Como testimonia una tarjeta postal del 21-IV-1920, respondió a la visita pocos días más tarde. Era el comienzo de toda una serie de visitas a Heidelberg, la mayoría de las cuales duraban varios días. La última se efectuó en junio de 1933. Jaspers, cuya enfermedad le impedía viajar, no volvió a visitar jamás a Heidegger después de 1920.
Al parecer hay tres factores que fascinaron a Jaspers al conocer al joven Heidegger: en primer lugar Heidegger vivía en un estado de
ánimo de rebelión contra la filosofía profesoral semejante al del propio Jaspers. También él buscaba otra seriedad en el asunto y
otra intensidad en la enseñanza. En segundo lugar, a ambos le parecía que partían de una situación parecida para la revitalización de la filosofía: su pensamiento debía revalidar las categorías de la existencia, pensadas parcialmente por San Agustín, Latero, Pascal,
Kierkegaard y Nietzsche. Y en tercer lugar no sólo se podía hablar, por fin, de filosofía con una persona, sino mantener una conversación filosófica. La propensión de Jaspers al entusiasmo parece haber pasado por alto, en un principio, las diferencias de esta comunidad. Lo alentador era poder afirmar en el otro lo que uno mismo buscaba. Así que, durante cierto tiempo, Heidegger quizá fuese para él la encarnación de la filosofía de nuestro tiempo y, en cualquier caso, la encarnación de «ese algo que sólo se daba en el pasado y que es imprescindible para el filosofar» (A.f., p. 95). Con él como «aliado» parecía estar al alcance de la mano la renovación del pensamiento.
Con este sentimiento se hizo realidad durante cierto tiempo la más bien soñada amistad. Ambos pensadores eran entonces abiertos,
aceptaban estímulos y sugerencias el uno del otro y se manifestaban sinceramente la crítica recíproca. Para su pensamiento presente y
futuro existía la certeza de que al menos uno lo entendería. Pero es aquí precisamente donde parece haberse dado el primer desengaño por ambas partes. En junio de 1921 Heidegger le envió a Jaspers un guión de su reseña de la Psicología de las concepciones del mundo y una copia a Rickert y otra a Husserl. Heidegger le había dicho antes a Jaspers que veía en este libro una obra de renovación del pensamiento. Luego seguía una crítica fría, muy objetiva, que
aconsejaba rehacer todo el libro, naturalmente para convertir en pensamiento rector lo verdaderamente nuevo, esto es, el pensamiento
básico de la situación limite. Con esta propuesta de sistematización Heidegger creía haber entendido al autor mejor de lo que se
entendía él mismo. Jaspers, sin embargo, se sentía incomprendido, incluso consideró la crítica «injusta» y se lo dijo a Heidegger en
una carta del 18 de agosto de 1921. Según testimonios posteriores sólo hizo entonces una lectura «fugaz» (A.f., p. 95) y parcial
(cfr. «Zu Jaspers’Heidegger-Lektüre» en el .inexo al N. 210). Tras la mencionada carta la leyó «con precisión» y se sintió «realmente
conmovido» por ella. Parece que jamás se ha mencionado entre ambos.
Se supone que por una razón, la de que Heidegger no la publicase
mientras viviese Jaspers. Ambos debieron sentirse pasajeramente algo entristecidos y agraviados, apareciendo también las primeras dudas
de ser «compañeros de lucha». Claro, Jaspers vio que Heidegger había estudiado a fondo el libro (A.f., p. 95) y que era el único colega
que «sabía lo que yo no había logrado» (borrador de carta del 24-XII-31). Pero es posible que en esta situación considerase como una
ruptura de la solidaridad el haber destacado tanto lo que se había malogrado. No era insensible a la crítica ni a la adhesión. Jaspers
tuvo que sentirse dolido por el hecho de que Heidegger se pasara aparentemente al campo de Rickert, quien, barruntando al futuro enemigo, había publicado en LOGOS (IX/1920) una crítica mordaz, parcialmente maliciosa. Pues Rickert era precisamente para Jaspers el representante de la depravada filosofía profesoral contra la que iba dirigida la renovación.
Por otro lado, Heidegger debía estar decepcionado de que Jaspers no pudiera entender su intervención directa y dura como acto de
solidaridad. Pues no cabía la menor duda de que estaba pensada como tal y como diálogo sobre el pensamiento futuro. Al tiempo que base
positiva, la crítica contenía también algunas ideas principales de la posterior antología fundamental. A Jaspers no parecía interesarle
esta novedad del otro. Asimismo se mantuvo aparte cuando Heidegger le leyó por primera vez en 1922 de un manuscrito, probablemente de una
introduce ción a Ser y tiempo: «Me resultaba incomprensible» (A.f., p. 98). Es difícil pensar que quisiera entender y no pudiera. En cualquier caso, en años posteriores él mismo calificó de fracaso su comportamiento en este contexto y, a decir verdad, no sólo en una dimensión intelectual.
Impresiones del «desacuerdo» humano (N. 159) señalaban al mismo tiempo la diferencia. En 1923 Jaspers regaló a Heidegger un ejemplar de su Idea de la Universidad. Según Löwith, Heidegger parece haber dicho que el libro era «lo más insignificante de todas las insignificancias actuales» (A.f., p. 97J¿ «Jaspers y yo no podemos ser compañeros de lucha (ibíd.). Jaspers estaba muy sorprendido, pues a Heidegger le gustaba hablar en sus cartas del «compañerismo de armas». También le dolió que Heidegger no le presentase antes a él sus objeciones y que ante terceros hablase con tanto desprecio de él. Heidegger negó haber hecho semejante manifestación y a continuación Jaspers lo dio todo por «inexistente y terminado» (A.f., p. 97).
Heidegger tuvo que verse sorprendido y emocionado ante esta generosidad. Pues a continuación, este hombre tímido y retraído en lo personal, escribió esta frase: «Desde el 23 de septiembre vivo bajo el supuesto de que usted es mi amigo. Es la omnipotente fe en el amor» (17-IV-24).
Pero las habladurías de este tipo no se interrumpieron. Tras la caída de Heidegger en el fascismo estas discrepancias se ubicaron en su lugar adecuado. Se fijó la impresión de que Heidegger era un amigo que traicionaba a uno cuando estaba ausente, pero que estaba increíblemente próximo en instantes inconsecuentes» (A.f., p. 97).
La relación pudo haberse estrechado con las nuevas publicaciones. Después de haberse conocido, Heidegger no había publicado nada y Jaspers sólo publicó escritos procedentes de su época de psiquiatra y psicólogo. Durante los años más intensivos de su trato los dos trabajaron en sus obras principales. Cuando apareció Ser y tiempo ya estaba diseñada en sus rasgos principales la Filosofía de Jaspers. Por entonces dijo una vez Heidegger que tan sólo dos personas podían entender su libro: él, Jaspers y Bultmann (cfr. N. 210). Con eso quizá expresara, indirectamente, la esperanza de que Jaspers le hiciera el mismo favor que él le había prestado años antes al aparecer la Psicología de las concepciones del mundo, a saber, que había estudiado a fondo el libro y lo había sometido a crítica.
Jaspers no le hizo este favor. A decir verdad comentó ya en 1928 algunos capítulos de Ser y tiempo en su seminario, sobre todo la crítica de Heidegger al concepto de tiempo de Hegel (cfr. N. 1-4) y con tal motivo hizo que Hans Jonas diese una gran conferencia sobre Heidegger. Pero entonces no pudo estudiar a fondo toda la obra y después jamás lo hizo. En gran parte sólo leyó fragmentariamente Ser y tiempo. Tal vez haya una razón externa: Jaspers reservaba todas sus energías, que por su enfermedad siempre fueron limitadas, para la elaboración de la «filosofía».
Quizá también se retirase conscientemente de toda influencia contemporánea. Pero la razón interna estaría en la incapacidad para compartir realmente el pensamiento de Heidegger. Sola le gustaban ciertos análisis individuales, como el del «Hombre» o el «Ser para la muerte»; pero el carácter riguroso, constructivo, de la obra, la brillantez formal y la elaboración lingüística le interesaban poco. Le parecía una reedición de todo lo que él mismo quería superar: como una pieza de filosofía «científica» con la tendencia habitual al sistema, a la doctrina objetivada y a la absolutización en la ambigüedad existencial de los contenidos. Cuanto más avanzaba en la elaboración de su «Filosofía» y cuantas más publicaciones conocía de Heidegger con tanta más claridad veía la diferencia en los puntos fundamentales. Ya antes de 1933 su veredicto contra el pensamiento de Heidegger era duro y global: «Carente de comunicación, de mundo, ateo» (Nº 7). Si alguna vez se lo comunicó con esta dureza, algo
que no sabemos. Pero no debió ocultarle su dudas.
Para Heidegger todo esto tenía que ser bastante consolador. Es posible que como consecuencia de esto fuese raras veces de visita a Heidelberg. Pero quizá se olvidase con el gran éxito que sobrevino. Sea como fuere, en ningún momento reaccionó como si estuviese ofendido. Al contrario: la tranquila certeza de haber creado una obra esencial pareció liberarlo del reconocimiento de Jaspers.
Así, cuando éste le envió hacia fines de 1931 la Filosofía y la Situación espiritual de la época, recibió de Heidegger una carta casi entusiasta pero, tal vez, distanciadora en el elogio global: «Lo esencial es que con su obra existe hoy en la filosofía algo inevitable y global. Usted habla desde la postura clara y decidida del vencedor y desde la riqueza del existencialmente experimentado» (20-12-31). A Jaspers no le gustó en absoluto ese «desde la postura… del vencedor»; pero se renovaron sus esperanzas de que «entre nosotros ocurrirá algo» (Borrador 24-12-31). Ahora bien, como existían las dos obras, se le ocurrió entablar una discusión recíproca «que por primera vez aportaría al mundo filosófico la crítica comunicativa en vez de la polémica» (Ibíd.). Pensaba que él podía someter Ser y tiempo y Heidegger la Filosofía a tal crítica que en la destrucción del carácter de la obra (de su peculiaridad formal) sólo mostrase con más claridad lo decisivo, que él volvía a considerar en el conjunto. En el ir y venir debía surgir una obra
dialógica que presentarían conjuntamente al público. El plan de una crítica recíproca, cuyo material unilateral lo constituyen las «notas», lo concibió Jaspers en el momento culminante de su labor filosófica. Esta obra debía ser la concreción filosófica de su amistad, la evidencia pública de su compañerismo de armas, así como el documento común de una renovación de la filosofía iniciada ya por separado.
Pero las cosas resultaron distintas, de un modo totalmente inconcebible para Jaspers: El 18 de marzo de 1933 Heidegger volvió de visita a Heidelberg tras una larga interrupción. Desde finales de enero Hitler era canciller del Reich. El NSDAP [Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, (esto es, el partido nazi, N. del T.)]. Había dado un gran salto en las elecciones del 5 de marzo, pero sin lograr la mayoría absoluta. Como Jaspers no sabía nada de las ambiciones políticas de Heidegger, no se habló de política. Escucharon música gregoriana, hablaron de filosofía y del destino de la Universidad. Heidegger se marchó antes de lo planeado dejando estas palabras en los labios: «hay que alinearse» (A.f., p. 100).
Jaspers pareció oír «para salvación de la Universidad». Cuando Heidegger le escribió al poco tiempo dictándole cómo sentía cada vez más «que entramos en una nueva realidad», y que ahora todo dependía «de que nosotros le preparemos a la filosofía el puesto de acción adecuado y la ayudemos a expresarse», parece haberlo interpretado Jaspers en el sentido del viejo proyecto de renovación del pensamiento. No tenía ningún motivo para dudarlo, pues el mismo Heidegger le expresaba en relación con su pensamiento la convicción «de que… desde ambas partes se preparaba un entendimiento por caminos totalmente diversos» (3-4-33).
A fines de junio del mismo año lo visitó Heidegger por última vez. Era ahora el festejado rector, camarada y promotor de la fascistización de la Universidad alemana. Los estudiantes de Heidelberg lo habían invitado a dar una conferencia, «La Universidad en el nuevo Reich». Asistió lo más granado de la sociedad.
Expuso el programa de la renovación nacionalsocialista de la universidad. Se había iniciado la época de su embriaguez política y de poder en la que le habló al propio Jaspers de la vinculación internacional del judaísmo y de las «maravillosas manos» de Hitler (A.f., p. 101).
Jaspers quizá no podía tomárselo en seno ni entenderlo. Sabía poco del nacionalsocialismo y durante algún tiempo consideró su actuación en Alemania como una mala opereta. Cabe que Heidegger le pareciese un muchacho que quería meter sus dedos en la rueda de la historia. Cierto, seguía desconfiando de él, pero intentaba no perderlo. Cuando Heideger le envió el discurso, mucho más moderado, del rectorado de Friburgo, Jaspers se lo agradeció con gran cortesía. Elogió
el discurso como el «único documento de la actual voluntad académica que ha existido y existirá» (23-8-33) y apenas insinuaba la crítica: «Mi confianza en su filosofía, que tengo con renovado vigor desde la primavera y nuestras conversaciones de entonces, no sufre ningún menoscabo por las cualidades de este discurso que están a tono con los tiempos, por algo que me parece un poco forzado y por frases que parecen sonar a hueras. En general, me alegro de que alguien pueda
hablar de tal modo que toque los auténticos límites y orígenes» (ibíd.)-
No sabemos por qué y desde cuándo Jaspers calificó el año 1933 de «revelación radical de la separación» (núm. 159). En cualquier caso no disponemos de ningún testimonio de la época que demuestre que interpretase con este rigor la entrada de Heidegger en el nacionalsocialismo. Cuando el 22 de agosto se publicó en los
periódicos de Heidelberg el texto completo de los estatutos provisionales de las universidades de Baden, los primeros que amoldaron las estructuras universitarias al principio del Führer, sintió el «dolor de la piedad» por el fin de «una gran época de la Universidad». Pero, tras la primera lectura dio la constitución por
buena, aunque con la limitación de que, con semejante poder, el rector debía responder también «de los errores cometidos en sus acciones, ya fuese de carácter o de conocimiento» (23-8-33). Es probable que hasta el golpe de Rohm a finales de junio de 1934 no viese con toda claridad que Alemania había caído en manos de
criminales. En cualquier caso, en un borrador de carta del 16 de mayo de 1936 denota cierto distanciamiento de Heidegger sobre el trasfondo del acontecer político: «Usted comprenderá y consentirá que… guarde silencio. Mi alma ha enmudecido…». La opereta se había convertido de repente en tragedia. Las acciones de Heidegger adquirían así otro peso. Allí estaba ahora, no ya como muchacho juguetón, sino como corruptor, no como posible renovador de la Universidad, sino
como uno de sus destructores, no como amigo surgido de la esencia de la filosofía, sino como enemigo salido de los «poderes» y no como posible compañero de lucha, sino como el único de los amigos que había traicionado. Pero cuanto más «éxito» tenía el nacionalsocialismo, tanto más peso adquiría esta hipótesis. La decadencia de Universidad, la destrucción de la ciencia, la fatal certeza de salvación, el pathos torcido del torcido del pseudorevolucionario, la barbarización de la política, la no veracidad fundamental, todo esto tenía que haber pasado también en Heidegger y, a decir verdad, «desde un principio» (núm. 159). Es probable que durante mucho tiempo esto fuese más hipótesis que diagnóstico y se estableció para ser falsificada.
Pero no había nada que contrarrestase obligatoriamente la hipótesis, salvo el recuerdo. Inicióse así, para el propio Jaspers, ese doloroso proceso del descubrimiento de Heidegger que, hasta su vejez, le habría gustado invalidar. El cambio en las relaciones personales se efectuó probablemente en 1935.
Jaspers recibió entonces de Marianne Weber la copia de un dictamen sobre Eduard Baumgarten que Heidegger había enviado en 1933 a la Federación de docentes de Gotinga. En esta copia, que el propio Baumgarten había cogido en la oficina del jefe de la federación, había estas frases:
«El Dr. Baumgarten procede por parentesco y por su postura intelectual del círculo liberal-democrático de intelectuales de Heidelberg en torno a Max Weber. Durante su estancia aquí fue todo menos nacionalsocialista…
Cuando Baumgarten fracasó conmigo se trató vivamente con el judío Fränkel, que trabajó antes en Gotinga y ahora ha sido despedido aquí. Supongo que Baumgarten se ha refugiado en Gotinga, por lo que también pueden explicarse sus actuales relaciones en esa ciudad. De momento considero que su admisión en las SA es tan imposible como en el cuerpo de docentes.»
A continuación, Baumgarten, que era privatdozent, fue despedido por figurar como «amigo de los judíos». Tras una declaración jurada de que jamás había visto al profesor Fränkel, se anuló el despido.
Este informe fue uno de los puntos que ]aspen no superó. La indirecta sobre «el círculo liberal democrático de intelectuales de Heidelberg en torno a Max Weber», que también tenía que afectarle a él, y sobre todo a él, tuvo que dolerle como una de las infidelidades. Pero que Heidegger, a quien nunca tuvo por antisemita, estuviese dispuesto en la fraseología general de la época a desacreditar a los adversarios, entre otras cosas, con muletillas antisemitas, lo que podía significar para la víctima el fin provisional de su carrera, formaba parte «de las experiencias más decisivas de mi vida» (6-2-49).
Como Jaspers sólo vio una copia de este informe podía dudar también de la autenticidad y de todo el asunto. El creyó a Baumgarten. Esto no significaba otra cosa sino que, sobre la base de la experiencia, Heidegger confiaba en este procedimiento. Sin embargo, para la relación personal, esta sospecha subjetiva era más decisiva que
la cuestión de la corrección objetiva del texto.
¿Por qué no se lo preguntó sencillamente a Heidegger como en años anteriores? Lo sabemos por una de sus cartas a Heidegger que nunca envió: «No lo he hecho por desconfiar de todo el que no se ha comportado positivamente como verdadero amigo mío en el Estado terrorista. Seguí el cauce de Spinoza y el consejo de Platón: en
tales tiempos comportarse como en una tormenta,… los he sufrido… desde 1933 hasta que, como suele ocurrir con la marcha del tiempo, este dolor casi desapareció en los años treinta bajo el peso de cosas mucho más terribles. Solo quedaba un recuerdo lejano y una admiración; ocasional siempre renovada» (1-3-1948).
No hay prácticamente ninguna nota de la época de este dolor. Ignoramos las razones. Jaspers leyó por aquellos años algunos ensayos de Heidegger y en la nueva versión de la Psicopatología general, que terminó en 1942 pero que no pudo publicarse hasta después de terminar la guerra (1946), calificó de «extravío filosófico» (p. 649)
la ontología fundamental de Heidegger. En el pensamiento global de aquellos años Heidegger se le debía presentar como ejemplo terrible de pensador que no se ha aclarado sus operaciones básicas y que, a consecuencia de la falta de conciencia metódica, también resulta ambiguo en las ejecuciones existenciales. La crítica discurría indirectamente.
Por su parte, Heidegger le envió pacientemente sus escritos a lo largo de todos los años, aunque sin tener eco. Era su publicidad indirecta. En la postguerra el informe de Baumgarten volvió a desempeñar un papel destacado: cabe que para Jaspers todavía fuese comprensible que Heidegger no volviese a escribirle ninguna carta después de 1936 y que no dijese una palabra cuando lo destituyeron (1937). Pero tras la liberación esperaba una palabra aclaratoria. Como Heidegger no se presentaba, en el otoño del 45 le envió el primer número de «Wandlung», en la esperanza de una «manifestación sincera» (Borrador 1-3-48). Heidegger permaneció mudo y ni siquiera acusó su recibo. En vez de eso animó a finales de 1945 a una comisión universitaria de Friburgo, el denominado «Comité de limpieza»,
a que le pidiera a Jaspers un dictamen acerca de él. Tenía grandes dificultades por su pasado político y durante algún tiempo debía temer la confiscación de su casa y de su biblioteca y había sido «puesto a disposición» por el gobierno militar francés. Es probable que esperase que una palabra amable de Jaspers lo sacase de estas
dificultades y le permitiera retomar el trabajo regular en la Universidad. En nombre del «comité de limpieza» llegó Friedrich Oehlkers el 15 de diciembre a casa de Jaspers y le pidió «una caracterización general» del pasado político de Heidegger, transmitiéndole también su ruego de que se manifestase sobre la acusación de que él, Heidegger, había sido antisemita.
Jaspers no escribió un informe de favor. Cierto, subrayaba que Heidegger era «una potencia importante en el manejo de herramientas especulativas». Por eso era «de desear que urgentemente permaneciese en condiciones de trabajar y escribir lo que él pudiese.» Pero, por lo demás, fue duro en el juicio» Citaba el pasaje del informe de Heidegger sobre Baumgarten en donde mencionaba «al judío Fränkel», diciendo también que Heidegger se había comportado «de manera impecable» frente a su ayudante judío Werner Brock. En los años veinte no había sido antisemita, pero lo fue en 1933 «bajo cierta condiciones». «…Su lenguaje y sus acciones tienen cierto
parentesco con fenómenos nacionalsocialista que hacen comprensible su error. El, Baeumler y Carl Schmitt son los profesores que, muy diferentes entre sí, han intentado llegar espiritualmente a la cima del movimiento nacionalsocialista. En vano. Han aplicado su capacidad intelectual real para demérito de la filosofía alemana.
Por eso percibo en ellos un rasgo de la tragedia del mal.» Mientras «no se dé en Heidegger un auténtico renacimiento, que resulta visible en la obra, no se puede colocar, a mi juicio, semejante maestro ante la juventud actual, interiormente casi sin resistencia». Por eso propone que se le dé a Heidegger una pensión personal para que pueda continuar su trabajo filosófico, pero que se le destituya de su cátedra, «durante algunos años» (22-12-45 a F. Oeblkers).
Jaspers otorgaba entonces a la comisión permiso para enseñar partes del informe de Heidegger. Entre ellas estaba el pasaje sobre el antisemitismo, pero no el resto de la dura caracterización del pensamiento y la acción política de Heidegger. Parece que Heidegger leyó todo el texto. A continuación pidió que lo hiciesen profesor
emérito con la renuncia provisional a la actividad docente. En cualquier caso eso es lo que informó Gerhard Ritter (28-1-1946), que era miembro de la comisión de limpieza de Friburgo, a Jaspers, añadiendo: «la solución actual, en caso de que sea aceptada por el gobierno militar, responde tanto a nuestras propuestas como,
evidentemente, también a sus opiniones».
Como el restablecimiento de Heidegger en todos sus derechos se dilataba, Jaspers intervino varias veces en su favor. El primer intento de 1947 en el Neue Zeitung no se imprimió. En 1949 accedió al rector de Friburgo, el profesor Gerd Tellenbach. Como se había acordado con Tellenbach, expuso los méritos de Heidegger a la luz más
favorable posible: «El profesor Martin Heidegger es reconocido en todo el mundo por sus aportaciones a la filosofía como uno de los filósofos más importantes del presente. En Alemania no hay nadie que lo supere. Su filosofía, casi oculta, preocupada por las cuestiones más profundas, sólo reconocible de manera indirecta en sus escritos, tal vez lo convierta hoy, en un mundo filosóficamente pobre, en una figura única.
Para Europa y para Alemania es un deber, saldo de la afirmación del rango espiritual y de la capacidad intelectual, cuidar de que un hombre como Heidegger trabaje tranquilamente, continúe su obra y la pueda imprimir» (5-VI-49). Pasaron otros dos años hasta que se logró.
Unos meses antes Jaspers también le escribió a Heidegger para no seguir «callados uno ante el otro». Partía del supuesto de que el comportamiento de Heidegger durante los trastornos políticos no se daba primordialmente en el plano de las discusiones morales y tuvo en cuenta el hecho de que el propio Heidegger se había convertido en una especie de víctima. Por eso quería renunciar a cualquier ajuste de cuentas. Con esta noble sinceridad esperaba un diálogo en el que ambos pudieran expresar todo, incluso el fracaso moral, y Jaspers no excluía nada. Tuvo que haber alguna vez un tiempo en que a los dos les parecía que, a pesar de todos los desengaños, había quedado intacto algo de su relación. Ambos volvían a hablar del «viejo plan» de una controversia pública, ambos un poco elegiaca y
escépticamente distanciados, como si se tratase de un hermoso sueño. Jaspers creía ver ahora con más claridad que nunca cómo debía transcurrir esa controversia. No debía tener nada que ver con la habitual disputa entre profesores, sino ser un proceso de comunicación en el asunto, en lo personal y en la forma literaria. Por eso le parecía que lo más adecuado era llevar una correspondencia filosófica «con la intención… de dialogar hasta lo más profundo posible y publicarlo luego sin elaboración posterior» 11 >l1-1950).
Esta es la razón de que algunos pasajes de las «Notas» tengan forma de carta. Heidegger estaba de acuerdo en que este procedimiento era el único posible. «Pero se mantiene la vieja historia: cuanto más sencillas son las cosas, tanto más difícil es pensarlas y decirlas adecuadamente» (8-4-1950). En esta euforia algo melancólica ambos esperaban verse de nuevo. Jaspers planeaba hacer una visita a Friburgo en el otoño de 1950. No se vieron porque tal vez
Heidegger había entregado mientras tanto su confesión política. Ocurrió lo casi inevitable: Jaspers había vivido algo totalmente distinto y recordaba también otras cosas. Creía también que Heidegger no entendía la profundidad de su fracaso y por eso no se efectuaba en él un cambio real, sino tan sólo un juego con proyecciones y
revestimientos. Y así es como volvió, incrementada, la duda a Heidegger en el preciso momento en que hacía todo lo posible por deshacerla. La correspondencia volvió a estancarse. Jaspers hizo el resignado balance: «Entre nosotros las cosas sólo van bien del todo o no van en absoluto…» (3-4-53).
Ahora, como las cosas no parecían ir bien entre ellos, intensificó el estudio de Heidegger, reemprendido desde 1949. La razón externa pudo ser la Autobiografía filosófica. Para ella escribió en 1954/55 un capítulo sobre Heidegger. Aunque en el tono y la formulación era conciliador, no lo publicó por consejo de su mujer y de algunos amigos. Pues les parecía que hasta la descripción discreta y objetiva de la época nazi tenía que ser «mortalmente lacerante» (número 120) para Heidegger.
Jaspers no deseaba esta ruptura definitiva. En su polémica contra Bultmann (Die Frage der Entmytologisierung, Munich, 1954) abordó públicamente el pensamiento de Heidegger, sometiéndolo a una crítica dura, pero defendible (ibíd., pp. 12 55, 49 s.). Tal vez efectuó este diálogo con Bultmann en sustitución del de Heidegger.
Un punto jamás aclarado del nuevo enfado lo constituyó más tarde un pasaje del escrito de Heidegger para Ernst Jünger «Über «Die Linie»». Jaspers lo leyó en la edición de 1956 (= «Zur Seinsfrage»). El pasaje en disputa rezaba: «Quien hoy día cree penetrar con más claridad y seguir la cuestión metafísica en el conjunto de su peculiaridad e historia debiera reflexionar algún día, aunque se mueva a gusto en espacios claros, de dónde ha tomado la luz para la visión clara. Lo grotesco apenas superable es que se proclamen mis intentos de pensar como destrucción de la metafísica y al mismo tiempo uno se apoye en esos ensayos de pensamiento y en representaciones que se han sacado de esa supuesta demolición…» (p. 36). Durante cierto tiempo Jasper dudaba si Heidegger apuntaba con eso a Löwith. Pero finalmente creyó que la acusación de plagio iba por él (cfr. núm. 109, 122, 172): «Por los giros lingüísticos elegidos no hay la menor duda de que se
refiere a mí» (núm. 172). Con razón o sin ella, estaba ofendido: «Aquí empieza una falta de respeto que no puedo consentir» (ibíd.)- Veía una nueva traición a sus relaciones y, a decir verdad, desde sus primeros días.
Cierto, ocasionalmente se le había reprochado, por ejemplo Paul Hühnerfeld en su reseña del libro Del origen y meta de la historia (cfr. núm. 150 y nota 150) o Habermas en la reseña de la tercera edición de la Filosofía (cfr. núm. 133) de que atacaba anónimamente a Heidegger de una manera indigna de él. Pero podía responder que sólo
describía idealmente una determinada mentalidad que en modo alguno identificaba precisamente con la de Heidegger y que, por tanto, era cosa de los reseñadores que Heidegger pudiera subsumirse en este tipo de ideología. El reproche de Heidegger, por el contrario, no tenía nada que ver con una descripción típica ideal. Era, en caso de que apuntase realmente a Jaspers, una sospecha algo vanidosa que eludía la verdad. Jaspers pensó con bastante certeza en ella cuando le escribió a Heidegger:
«Desde 1933 se ha interpuesto entre nosotros un desierto que parecía intransitable con lo ocurrido y dicho posteriormente» (29-9-59).
Cuando unos años después Heidegger volvió a escribirle a Jaspers para su ochenta cumpleaños una ceremoniosa carta desde la «lejana proximidad», Jaspers respondió al primer impulso desde «muy lejos». No quería decir con eso la distancia existente entre ellos, sino los tiempos lejanos de 1923, cuando creían haber encontrado el lugar h
umano de la amistad.
Queda la inquietud, decía, de que, «contra todas las apariencias», todavía sería posible el diálogo entre ellos. Pero no envió la carta, sino que escribió otra más seca que, aunque mencionaba esas posibilidades, añadía a continuación: «Eso es casi imposible que ocurra» (25-3-63). Una pieza dialógica de filosofía se redujo al
canto monológico de una esperanza perdida.
Para entender bien las Notas hay que conocer esta historia de amistad soñada y quizá posible, pero perdida en parte por las circunstancias adversas, en parte por el fracaso personal y en parte por una diferencia filosófica demasiado grande. No deben leerse como ajuste de cuentas unilateral con un contemporáneo, sino como el intento, mantenido durante decenios, de «atreverse hasta lo último» en aras de un diálogo, de abandonar toda complacencia y convención para expresar, sin ningún reparo, lo que se tenía por cierto en relación con el otro, pero se quería exponer al correctivo de la réplica.
Ahora bien, como falta este correctivo y una formulación bastante concluyeme de la crítica de Jaspers, hay que preguntarse cómo se justifica en general la publicación de las Notas a pesar de las durezas, a menudo lacerantes, de las muchas repeticiones y otros ¿efectos. Nos hemos decidido a publicarlas convencidos de que en las Notas se dice realmente lo que Jaspers pensaba de Heidegger y que en ellas se habla con toda la franqueza que pensaba: unidas a la soñada esperanza, a los desengaños y a la compleja personalidad de Heidegger. Pero también sin pasar por el filtro de la convención y la
forma. La espontaneidad de estos apuntes garantiza una verdad que no es la objetiva del análisis, pero sí la subjetiva de la honradez.
Además, y esto es lo que nos mueve a una reedición, desde la publicación de la obra de Farías Heidegger y el nacionalsocialismo se ha puesto en marcha, primero en Francia y mientras tanto en todo el mundo, una apasionada polémica en torno a la existencia política de Heidegger y la relación con su pensamiento. En ella apenas se
menciona el libro de Jaspers, aunque hasta ahora es el único intento serio de someter el pensamiento de Heidegger a una crítica polifacética en cuyo centro está siempre la personalidad político-existencial del pensador.
¿Cuáles son los aspectos de esta crítica?
1. El primer Heidegger era, por su formación, «conforme con el tipo de pensador» (núm. 163), un filósofo de escuela científico que influyó desde su juventud en la escuela. Esta concepción de la filosofía como ciencia rigurosa sólo podía superarla en el abandono de toda ciencia, con lo que su pensamiento escapaba a todo control
intelectual. Quedaba así expedito el camino de la anunciación.
2. En la juventud de Heidegger era sintomático de esta cientificidad la convencional «acentuación del significado del concepto» (núm. 176), en donde el lenguaje sólo se preocupa de sí mismo, convirtiéndose así en arte. Se desprende de las cosas llevando a «innumerables artificiosidades (núm. 224), «extrañas figuras verbales» (núm.190) y a ocasionales «violencias» (núm. 224). Pretende ser así «la casa del ser y la morada del ente humano» (Heidegger). El diálogo con la poesía se convierte en nueva filosofía. El ademán lingüístico sustituye a la penetración y el ensimismamiento empieza a cuchichear. Sobre el pensamiento se extiende una fatal estetificación. Ama la pose del poder, pero borra toda amabilidad en el decir.
3. Intimamente relacionada con la artificiosidad lingüística va el arte de la configuración de un pensamiento en obra. Le presta a la obra correspondiente una calidad comparable a la obra de arte destacándola así «del resto de la vida» (núm. 119) La separación entre obra como objeto y pensador como sujeto se hace posible, retirándose en ella el sujeto. Está exenta de todo deber la verificación de la filosofía en la vida propia. Por eso dice Jaspers con mordacidad que a Heidegger le falta «toda verdadera
responsabilidad» (núm. 80). Por lo demás, la cuestión de la verdad «no se resuelve con esmero o construcciones, ni con ninguna belleza, ni con ninguna lingüística» (núm. 97), ni tampoco con el logro formal de una obra.
4. La ontología fundamental de Heidegger delata a cada paso una frágil conciencia metodológica. No distingue entre a) enunciados de estados de cosas en el ámbito de la existencia; b), enunciados globales estructurales de la existencia y c), indicaciones existenciales, sino que trata de la misma manera científica estos planos de pensamiento sumamente dispares. El posterior y explícito «rechazo de la conciencia metodológica» (núm. 194) como instrumento del pensamiento científico no hizo sino enturbiar más las cosas. Existenciales, categorías, giros poéticos, metáforas, símbolos, signos de la existencia, cifras: todo parece estar en el mismo plano y en la apenas conservada disciplina de la obra destruye la disciplina de la diferenciación de los planos de verdad. Por eso hay que hacer la pregunta: «¿Dónde encuentra Heidegger la razón de la verdad en su argumentación?» (núm. 108). La respuesta es negativa: le falta un saber básico explícito, controlable. «No tiene lógicamente clara conciencia de sí mismo» (núm. 20). Es aparentemente claro, pero fundamentalmente confuso.
5. Tras la vuelta, Heidegger ha negado la indispensabilidad de las ciencias modernas para el filosofar. De este modo abandonaba, según Jaspers, una «condición de la dignidad humana» (núm. 47) que subyace en el sentido de la ciencia, a saber: que el hombre no está abandonado a los poderes anónimos, a los demonios, el destino, la magia y sólo cibe lo que no puede cambiar. Quien elude la ciencia «se ve obligado a hablar» (núm. 47) demoníacamente de ella y de la técnica. No las domina, sino que se entrega a ellas.
6. Con el abandono radical de las ciencias Heidegger quería abandonar también el pensamiento que las hace posibles: la filosofía como metafísicamente fundada, que había determinado el pensamiento de Occidente desde Platón hasta Nietzsche. Ni ciencia, ni filosofía, ni metafísica, ni cosmovisión, a diferencia de todo el pensamiento anterior, su pensamiento pretendía apropiarse al menos algo totalmente nuevo que estaba por venir. Heidegger se convirtió así para Jaspers, pero sólo como pretensión, en un tipo de
«filosofar de época» (núm. 40) bajo «perspectiva universal» (núm. 117). Pero si se preguntaba lo que Heidegger quería decir con lo nuevo de su pensamiento no quedaba nada asequible. No era nada más que un «aprensivo anticipar, insinuar, prometer» (núm. 21), un «preparar del preparar» (núm. 40), que atraía por su carácter enigmático, pero que se disolvía existencialmente, abandonaba todas «las tareas próximas» (núm. 207) y se explayaba en construcciones híbridas de totalidades, en una concepción de la historia como «conocimiento del ser y de la habilidad» (núm. 176) y en interpretación de la filosofía como historia continuada de la decadencia de la metafísica. Pero el híbrido de la conciencia epocal iba acompañado de una vieja actitud filosofal: presentarse «como solitario (núm. 69) al que pocos o nadie podían entender (núm. 176), y al mismo tiempo oponerse obstinamente «a la época» (núm. 69).
7. Jaspers remite una y otra vez a dos caractezaciones de la filosofía de Heidegger: este pensamiento es una forma moderna de gnosis, y es una forma de magia. A veces se unen ambas cosas. Luego se dice, por ejemplo: «La «objetividad»» de este pensamiento es «una magia gnóstica» (núm. 187). Para Jaspers gnosis era ya la analítica existencial de Heidegger, en tanto en cuanto objetiva cuasi científicamente lo abarcador de la existencia, prepara sus estructuras, dogmatiza luego los existenciales y allana en todas
partes el salto entre ser-ahí y existencia. Pero es, por así decirlo, una gnosis fría. Sin embargo, está rodeado totalmente por una gnosis mágica un pensamiento que se compromete a «pensar a partir del propio ser» (núm. 38) y a «comprender la esencia de la época desde la verdad del ser que impera en ella» (Heidegger). Este pensamiento tiene que desembocar en el irracionalismo del pronunciamiento, en donde la filosofía se convierte en una política del secreto y el arcano en un poder que se sobrepone y que ahoga la razón del sucesor: rinde tributo a y pierde la fuerza de la defensa.
8. Artificiosidad acrítica, «ausencia de compromiso metafísicamente fundado» (núm. 110), evasión del presente, olvido de sí mismo y de la situación ante el saber gnóstico del ser, ante la magia de lo incontrolable, la actitud de la soledad epocal, la voluntad nihilista de destrucción y, en todo, una voluntad de dirección mágica e híbrida y una «actitud básica de lo dictatorial» (núm. 21): para Jaspers, éstas eran, en última instancia, las fuerzas espirituales «activas en el adversario» (núm. 206), que deben entenderse como (hostiles y no verdaderas) (ibíd.). Partiendo de ellas habría construido el tipo ideal negativo de pensador cuya magia gnóstica conduce directamente al nacionalsocialismo. Tampoco dejaba lugar a dudas de que era «el mismo suelo sobre el que había crecido el nacionalsocialismo» 105). Por eso había que «mostrar cómo la constitución fundamental de este filosofar tiene que conducir en la práctica al dominio total» (núm. 166). Mientras esta voluntad de poder permaneció en el pensamiento
de Heidegger también siguió siendo él (más allá del 34 nacionalsocialista «filosófico»» (núm. 166).
Pero al mismo tiempo debía saber también que este tipo también era errado para Heidegger y lo habría expresado aproximadamente así: «El intento de medir a Heidegger por este tipo ideal revela inmediatamente que lo que Heidegger es… allí donde habla auténticamente está fuera de lugar, pues donde se dice algo… con el estigma de la originalidad, tiene que haber algo en el hombre» y en el pensamiento. Que responda a éste. Y esto no se toca ni se sospecha en aquel tipo ideal» (núm. 149). Habría vuelto a dejar así en el aire su crítica y planteado de nuevo la pregunta con la que no podía llegar a ningún fin: qué era realmente este «pensador tan provocador» (núm. 17) entre los contemporáneos.
Sigue siendo un interrogante si Jaspers le presento esta crítica tan despiadada a pesar de esta atenuación. Yo lo creo probable, precisamente porque, como decía su mujer, a veces se equivocaba «psicológicamente más allá de lo que era posible para un ser humano» (núm. 120). Que Heidegger (o cualquier otro) hubiera aceptado semejante crítica es otro asunto. Yo lo creo improbable. En este sentido, tal vez jamás se hubiera podido efectuar el plan original de la controversia, que siempre estuvo vinculada a esta desconsideración.
Por lo demás, este libro trata siempre de dos, aunque en él sólo hable uno, pues éste se expone a sí mismo y a su pensamiento cuando habla, y no es ningún triunfo.
Una palabra aún sobre los principios de la edición: sólo hemos intervenido en los textos cuando había una falta evidente, por ejemplo, cuando faltaba una palabra o cuando se repetía. La palabra colocada por nosotros se ha puesto en paréntesis rectangulares y lo sacado se indica en las notas. Cuando una palabra no se podía leer claramente (la caligrafía era a veces muy difícilmente legible), la versión impresa va provista de un signo de interrogación en paréntesis cuadrados y la variante se indica en la nota. La ortografía se ha modernizado, mientras que los signos se han dejado en su mayoría como puso Jaspers. La justificación del manuscrito se tomó siempre que él era de alguna manera el portador de una manifestación. La sucesión de las hojas se atiene en términos generales a la dejada por Jaspers, aunque hubo que invertirla (las últimas entradas estaban arriba). Los números de los apartados los pusimos (cronológicamente) nosotros.
Finalmente tengo que agradecer la colaboración de la Dra. Herta Polheim, que descifró hace años las hojas del manuscrito para una primera copia y examinó varias veces gran parte. La Sra. Liselotte Müller, que ha producido el manuscrito final y junto con el Dr. Raphael Bielander ha corregido las galeradas y las pruebas. La Dra. Heidi Bohnet, que ha preparado el manuscrito para la imprenta y ha supervisado la edición del libro.