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Ed. Aguilar, año 1976. Tapa dura, encuadernado en cuero. Tamaño 14 x 9 cm. Estado: Muy Bueno. Cantidad de páginas: 380
Quinta novela de William Faulkner, Mientras agonizo es una de sus obras maestras y uno de las libros por los que sentía más
aprecio.
Lo escribió, según él mismo explicaba, en seis frenéticas semanas, de madrugada, mientras trabajaba como bombero y vigilante nocturno de la central eléctrica de la Universidad de Mississippi.
Relata la peripecia de una familia de blancos pobres, los Bundren, que recorren los parajes rivales del Sur con el cadáver de la esposa y madre en un ataúd para enterrarla en una parcela de su propiedad. Esta aventura tragicómica, en la que se entremezcla un humor de tintes ácidos con la más arrolladora desolación, está narrada mediante una sucesión de monólogos interiores de los diversos personajes: el patriarca familiar, los hijos y la propia muerta, que habla al lector desde «el otro lado», desde el más allá.
Y en este viaje con ecos grotescos de la Odisea homérica y de episodios bíblicos, Faulkner introduce los temas y obsesiones que fecundan su literatura: la decadencia del Sur, el viaje iniciático, la culpa que atormenta a los personajes, la transgresión y su castigo, el peso opresivo del pasado.
Sobre el autor
William Faulkner (New Albany, EE UU, 1897- Oxford, id., 1962) Escritor estadounidense. Pertenecía a una familia tradicional y sudista marcada por los recuerdos de la guerra de Secesión, sobre todo por la figura de su bisabuelo, el coronel William Clark Faulkner, personaje romántico y autor de una novela de éxito efímero.
En Oxford, la escasa atención que prestaba William Faulkner a sus estudios y al puesto que le consiguió su familia en Correos anduvo paralela a su avidez lectora, bajo la guía de un amigo de la familia, el abogado Phil Stone.
A pesar de que su vida transcurrió en su mayor parte en el Sur, que le serviría de inspiración literaria casi inagotable, viajó
bastante: conocía perfectamente ciudades como Los Ángeles, Nueva Orleans, Nueva York o Toronto y vivió casi cinco años en París,
donde cabe destacar que no frecuentó los círculos literarios de la llamada Generación Perdida.
Perseguía muy conscientemente el éxito literario, que no alcanzó, sin embargo, hasta la publicación de El ruido y la furia (1929), novela de marcado tono experimental, en que la anécdota es narrada por cuatro voces distintas, entre ellas la de un retrasado mental, siguiendo la técnica del «torrente de conciencia», es decir, la presentación directa de los pensamientos que aparecen en la mente antes de su estructuración racional.
El experimentalismo de Faulkner siguió apareciendo en sus siguientes novelas: en ¡Absalón, Absalón! (1936), la estructura temporal del relato se convierte en laberíntica, al seguir el hilo de la conversación o del recuerdo, en lugar de la linealidad de la
narración tradicional, mientras que Las palmeras salvajes (1939) es una novela única formada por dos novelas, con los capítulos
intercalados, de modo que se establece entre ellas un juego de ecos e ironías nunca cerrado por sus lectores ni por los críticos.
El mito presenta al autor como un escritor compulsivo, que trabajaba de noche y en largas sesiones, mito que cultivó él mismo y que encuentra su mejor reflejo en su personalísimo estilo, construido a partir de frases extensas y atropelladas, de gran barroquismo y potencia expresiva, que fue criticado en ocasiones por su carácter excesivo, pero a cuya fascinación es difícil sustraerse y que se impuso finalmente a los críticos.
A pesar de haber conseguido el reconocimiento en vida, e incluso relativamente joven, Faulkner vivió muchos años sumido en un
alcoholismo destructivo. La publicación, en 1950, de sus Narraciones completas, unida al Premio Nobel que recibió ese mismo año, le dio el espaldarazo definitivo que necesitaba para ser aceptado, en su propio país, como el gran escritor que era.
Su existencia cambió a partir de este momento: recibió numerosos honores, escribió guiones de cine para productoras cinematográficas
de Hollywood (trabajo que aceptaba principalmente por motivos económicos, dado su elevado ritmo de gasto) y se convirtió, en
suma, en un hombre público, e incluso fue nombrado embajador itinerante por el presidente Eisenhower. Los últimos años de su
vida, que transcurrieron entre conferencias, colaboraciones con el director de cine Howard Hawks, viajes, relaciones sentimentales
efímeras y curas de desintoxicación, dan la impresión de una angustia creciente y nunca resuelta.
«No se escapa al Sur, uno no se cura de su pasado», dice uno de los personajes de El ruido y la furia, y, en efecto, el escenario
de la mayoría de sus novelas, es el imaginario condado sureño de Yoknapatawpha, cuyas connotaciones y poder simbólico le confieren
un aura casi bíblica. En este sentido, la obra de Faulkner debe ser contemplada como un todo, en la medida en que toda ella se halla
marcada por esta voluntad de recrear la vida del sur de Estados Unidos, por más que tal localismo no impide que sus personajes y
sus obsesiones, tan circunscritos a un tiempo y un lugar concretos, adquieran una proyección universal.