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Ed. Mardulce, año 2014. Tamaño 19 x 13 cm. Traducción de Ernesto Montequin. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 336

Por Hugo Salas

La facilidad de los nombres para convertirse en epítetos hace que en la literatura ciertos tópicos y ámbitos queden vinculados de manera inflexible a una voz, al menos a los ojos de cierta lectura apresurada. Para ella, todo laberinto es borgeano, toda tragedia es shakespeareana, todo infierno es dantesco y cualquier representación de los órdenes, vericuetos y estamentos burocráticos es, indeclinablemente, kafkiana. Sin embargo, en ningún caso sería esta última descripción más desacertada que en el de Los papeles de Puttermesser, de Cynthia Ozick, que tiene por extraño mérito, justamente, construir una visión del sinsentido organizado, reglamentado y normado que debe muy poco al melancólico abogado de Praga. Ocurre que para esta gran escritora estadounidense los entresijos y pliegues de la vida contemporánea carecen de cualquier viso de trascendencia ontológica y gravedad, los personajes se engañan no sólo respecto de sus posibilidades sino también de su propia lucidez y, por consiguiente, el resultado es mucho más mordaz, inevitablemente cruel. La angustia no tiene lugar en un espacio literario que, distante de los seres y las cosas, elige reírse.

Ruth Puttermesser, abogada judía de Nueva York, en mitad del camino de su vida, es la protagonista de los cinco relatos que componen y articulan el volumen como partes interdependientes. El primero (“Puttermesser: su historia laboral, sus antepasados, su vida póstuma”) narra su salida de un estudio de abogados donde los empleados judíos nunca pasan de los cargos menores y su “caída” en la administración municipal, su relación con los fantasmas del pasado y sus fantasías acerca del Edén, al que imagina como un sitio donde se puede leer infinitamente. Su trabajo en la gestión pública, su despido injustificado y la invención de un golem femenino que le permite llegar a alcaldesa (para después, claro, caer otra vez) son los materiales del segundo y más extenso texto de la colección. En el siguiente, el relato de una de sus historias sentimentales permite a la autora, de manera oblicua, construir una fábula hilarante sobre las cuestiones del original y la copia que tanto obsesionan a ciertos ámbitos del arte (y de la vida). Los prejuicios de Occidente acerca del gran Oriente comunista, los refugiados y las necesidades son los motores del cuarto texto, donde la buena Ruth recibe a una lejanísima pariente rusa, “una marciana soviética”, que, a despecho de la buena abogada, no desea trasplantarse a la tierra de la libertad, sino hacer mucho dinero y regresar a Rusia. “Puttermesser en el Paraíso”, por último, cuenta el poco feliz y paradójico final del personaje… y lo que le aconteció luego.

No hay en todo esto, ni siquiera en la descripción del asesinato de la protagonista, mayor dramatismo. “La burocracia era un desvaído mundo feudal de territorios, autoridades y jerarquías, la mayor parte de las veces grisáceo, salvo en los momentos álgidos de puñaladas y derrocamientos”, puede leerse acerca de la administración pública. Para sorpresa del lector, el resto del mundo parece ser exactamente lo mismo, aunque casi sin territorios, autoridades, jerarquías ni derrocamientos. Al menos desde la perspectiva de esta mujer, que se siente perteneciente “a un pasado literario poblado de fantasmas selectos”, el mundo de hoy –y no habría, en tal sentido, mejor escenario que Nueva York, la ciudad contemporánea por antonomasia– se asemeja a una gran colección de ruinas, entre las cuales deambulan seres extremadamente solitarios y distantes, impedidos de cualquier contacto efectivo.

No es casual que en la última escena de su vida la protagonista dé secretamente a su agresor el nombre de Cándido (a pesar de que él lo primero que ha hecho es decir su verdadero nombre). Como las grandes ficciones de Voltaire, Los papeles de Puttermesser se construye como una ingeniosa sucesión de apólogos sobre las distintas formas –individuales y sociales– que adopta la insensatez, referidos por una voz jamás cautiva de lo que cuenta. Tal vez sea cierto que “la conmiseración no existe en el Paraíso. Y es por eso que el Paraíso tiene el corazón frío”; a nadie asombrará, entonces, encontrar casi sobre el final la siguiente revelación: “El significado secreto del Paraíso es que también en él está el Infierno”.