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Ed. Sudamericana, año 2004. Tamaño 23 x 16 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 250
La saga de la familia Lugones supone uno de esos dramas que, para el sentido común, están hechos a medida de una novela. Leopoldo Lugones, el poeta exquisito que alentó la primera dictadura militar argentina; su hijo homónimo, comisario y célebre torturador, y Pirí, la tercera generación, periodista y militante montonera víctima del terrorismo de Estado, parecen piezas de un rompecabezas que debería ser ajustado. La pregunta es qué puede aportar la ficción –en este caso la novela de Marta Merkin– en una historia que no necesita ningún agregado, ninguna invención, para hacerla atractiva o para interesar a los lectores.
Los Lugones, cuya acción transcurre entre 1968 y 1979, aborda esa novela familiar a partir de Pirí Lugones. La coprotagonista y por momentos conductora de la narración es Laura, en principio una estudiante secundaria que tiene como profesora de literatura a Emilia Cadelago, la ex amante secreta de Leopoldo Lugones. La militancia política pone a Laura en contacto, por un lado, con Américo, un viejo anarquista que será su punto de apoyo cada vez que entre en crisis, y por otro con los intelectuales más importantes de la izquierda peronista. De manera didáctica, como si el texto apuntara a un lector que desconoce hasta lo más elemental, Emilia Cadelago relata sus amores con el poeta (se retoma la versión según la cual el romance fue interrumpido por la intervención policial de Leopoldo hijo) mientras Américo expone con igual claridad sobre el viraje ideológico de Lugones y los tormentos que practicaba su hijo en el sótano de la vieja Penitenciaría Nacional. Laura aparece sobre todo como un testigo de lo que los otros, los personajes históricos, hacen y dicen: está fascinada con ellos y presencia casi sin hablar, casi sin moverse, los diálogos que sostienen sobre cuestiones políticas. Si bien tiene dudas respecto de la lucha armada, termina por convertirse en militante de Montoneros y del sector de prensa.
Pirí Lugones tuvo una participación importante en la ejecución de José Rucci, pero ese dato pasa sin recibir mayor desarrollo, lo mismo que la interesante sospecha de Laura respecto de que “los dos Lugones eran igualmente perversos, violentos y autoritarios”.
Leopoldo Lugones, a través del célebre texto que anunció “la hora de la espada” (1924), fue la musa inspiradora no ya de José Uriburu sino de todos los dictadores que le siguieron. El poeta podría ser considerado una especie de autor intelectual del crimen de su nieta: enfrentada a la represión, poco antes de su secuestro, Pirí comprende que “la espada que su abuelo había levantado con arrogancia hacía más de cincuenta años era la misma espada de la que ella estaba huyendo”. La ex periodista y ocasional escritora habría sido ejecutada un 17 de febrero, el mismo día, se dice, en que su abuelo se suicidó.
“Lo más importante es haber logrado sacarle el maniqueísmo a esa época y plantear la contradicción desde un lugar distinto. Mi libro aterriza en la parte cotidiana de la militancia y dispara el debate sobre la responsabilidad de la dirigencia en la lucha armada. Y, en este sentido, reconozco que yo no hubiese podido escribir esta novela en los ’80 o en los ’90”, revela Merkin.
–¿Por qué?
–Me hubiese resultado imposible ser mínimamente crítica. Era muy brutal lo que había pasado y necesitaba la distancia. Entonces pensaba que esa lucha armada era heroica, pero en estos veinte años que pasaron, aunque sigo sosteniendo que fue heroica, también creo que fue equivocada.
–¿A qué atribuye la falta de autocrítica de la dirigencia montonera respecto de esa lucha armada?
–Hay una lealtad muy fuerte hacia los compañeros muertos, y hacer una autocrítica es siempre complicado. Pero, además, está el peligro de que esa autocrítica le dé argumentos a la derecha. En el libro me resultó difícil definir hasta dónde contar cosas que pudieran servirle a la derecha para juntar elementos en contra de las verdaderas razones por las cuales la mayoría de los militantes entregaron sus vidas. Hay determinados temas que uno conversa con sus amigos, sabiendo que estamos todos de este lado. Pero decir en este momento cuál es el lado me resultaría difícil por la evolución de la historia, porque se cayó el Muro de Berlín, porque el socialismo se destruyó, porque hoy mismo estamos pensando qué pasa en Cuba con el caso Quiñones. Voy a salir a defender al gobierno de Cuba siempre, aunque voy a intentar marcar las cosas que no me gustan. Pero, ¿ante quién lo hago? ¿Ante los que hoy están diciendo que en Cuba se violan los derechos humanos? ¡No!, de ninguna manera. Preferiría que esto fuera una conversación dentro de este barrio progresista en el que me incluyo, a pesar de que sus límites no estén demasiado precisos.
–¿En qué sentido piensa la historia de la familia Lugones como una tragedia? ¿Incluye lo político?
–La Argentina va repitiendo tragedias políticas permanentemente. Cuando Lugones, en el año ’24, en La hora de la espada, dijo que “para el bien de la humanidad, ha llegado la hora de la espada”, estaba señalando un profundo escepticismo sobre la clase política. Y la solución para conducir el país, con una clase política en la que él no confiaba, eran los militares. En los años ‘30 fue Uriburu. Esa constante se mantiene a lo largo del siglo XX: la sociedad argentina golpea la puerta de los cuarteles cada tanto para que los militares vuelvan a instaurar el orden. Eso es también trágico en nuestro destino; no tenemos valorizada la democracia ni el disenso.