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Ed. Aquilina, año 2009. Tamaño 20 x 12 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de
páginas: 234
Lo que se viene es Los bailarines del fin del mundo, una novela negra de aventuras, si cabe. De aventuras más o menos fantásticas o por venir. Algo así, saludablemente inclasificable. La clasificación no es el problema. No hay ningún problema, en realidad. Hay que dejarse ir, tomarse el buque imaginario y empezar a andar por arriba y por debajo de la Buenos Aires que parece —todo hace parecer— que se nos viene. Por algo todo sucede/sucederá, como en El Eternauta, para
que alguien diga o piense al final: ¿será posible?
Los lectores que tuvo y tiene El síndrome de Rasputín —la novela anterior de Ricardo Romero, publicada en esta misma colección- se darán el gustazo de reencontrarse con el amistoso terceto protagonista que debutó con ella: los increíbles Abelev, Muishkin y Maglier, los muchachos más o menos pendejos o veteranos marcados por el síndrome de Tourette, los íntegros amigos rengos de cuerpo y alma que lidian con sus síntomas mientras empujan la acción aventurera o son llevados tormentosa, solidariamente por ella hasta donde sea.
Esta vez, la peripecia arrancará con las historias particulares (hacia atrás para coser con la aventura anterior, hacia adelante en la fundación del nuevo relato) de cada uno de los tres, sus fantasmas privados. Primero que nadie Maglier —el disparador esta vez- y la revelación de una tradición familiar de tenebrosos ajusticiadores que le viene a pedir cuentas; desptés Muishkin y sus rubios gemelos muertos y mal enterrados que lo siguen/seguirán a todas partes, incluso hasta el sangriento final; finalmente Abelev y la convalecencia prolongada que no lo dejará zafar de la silla pero tampoco del ataque de un amor ultrarromántico, excesivo e invasor que lo convertirá en héroe sobre ruedas.
De ahí, juntos y separados luego para confluir, protagonizarán una aventura que transita en el sentido de los grandes relatos ejemplares: partir, cada uno con su foto, en busca de la esquiva María Huidobro es tarea asimilable al rescate de la Princesa perdida, arrebatada y llevada a los Abismos. El relato mítico incrustado en la circunstancia cotidiana tiene consabidos antecedentes. No tanto las Princesas raptadas, pero sí los descensos a los Infiernos porteños entre alusiones a Lovecraft y al Dante. Alejandro Vidal Olmos dejó un informe sobre ciegos pegado con cinta scotch en una novela enfática
con héroes y tumbas; la paródica Cacodelphia marechaliana -adosada al Adán con arbitraria necesidad satírica— sigue haciendo reír por no llorar. No éste es el caso.
Los muchachos se mandan hacia Abajo -a lo Verne, hacia el danzante CentrodelaTierra (sic)— por dos bocas, San Telmo y Primera Junta, guiados por perversos o torpes guías —el siniestro Santolaya, «el hombre más amable del mundo «, y el atropellado Murciélago Rojo— y desembarcan, desembocan, descienden en el más puro folletín con Profesor loco incluido y tiros y experimentos y jeringas y guardias y enfermeros, pero también terminan chapoteando, antes de emerger, en la perturbadora alegoría: este horror de muertos vivos es lo que queda/quedará de la Fiesta.
Pasen, pasen… La aventura continúa.
Juan Sasturain