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Ed. Ariel, año 2008. Tamaño 23,5 x 15 cm. Traducción de Emilio Muñiz. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 214
Un calor poco habitual afecta en pleno invierno a una gran ciudad del norte de Europa mientras un asteroide se aproxima a la Tierra. Los habitantes bajan a la calle en pijama por la tarde, se enjugan el sudor que les resbala por las mejillas, escrutan el cielo, espantados, observan el meteorito que cada vez se ve más grande. Todos temen lo mismo: que esta masa de materia incandescente choque contra nuestro planeta. Las ratas, presas del pánico, abandonan en tropel las alcantarillas, los neumáticos de los coches revientan, el asfalto se derrite. En ese momento un extraño personaje, vestido con una túnica blanca y luciendo una larga barba, inflama a la multitud mientras hace sonar un gong, para exclamar a continuación: «Es el castigo, haced penitencia, ha llegado el fin de los tiempos».
La visión de este profeta de pacotilla, que vocifera y vaticina, nos hace esbozar una sonrisa, tanto más cuanto que la escena pertenece a una historieta, La estrella misteriosa, de Hergé. Sin embargo, bajo la futilidad del discurso, cuánta verdad hay en este grito: «¡Arrepentíos!». Este es el mensaje que, detrás del proclamado hedonismo, nos repite machaconamente la filosofía occidental desde hace medio siglo, la cual desea ser a la vez un discurso emancipador y la mala conciencia de su tiempo. Lo que nos inocula, respecto al ateísmo, no es más que la vieja noción del pecado original, el antiguo veneno de la condenación. En tierras judeocristianas no hay un combustible tan potente como el sentimiento de culpa, y cuanto más agnósticos, ateos y librepensadores se declaran
nuestros filósofos y sociólogos, tanto más amplían las creencias que rechazan. Como dice Nietzsche, las ideologías laicas han supercristianizado, en nombre de la humanidad, al cristianismo y encarecido su mensaje.
Del existencialismo al deconstruccionismo, todo el pensamiento moderno se agota en la denuncia mecánica de Occidente, cuya hipocresía, violencia y abominación se ponen de manifiesto. Los mejores espíritus han perdido ahí una buena parte de su esencia. Hay pocos que no hayan sucumbido a esta rutina espiritual: uno aplaudiendo una revolución religiosa, un régimen de opresión, el otro extasiándose ante la belleza de los actos terroristas o apoyando esta o aquella guerrilla por el hecho de que se opone a nuestra lógica imperial. Indulgencia hacia las dictaduras extranjeras, intransigencia con respecto a nuestras democracias. Movimiento eterno: un pensamiento crítico, en principio subversivo, se vuelve contra sí mismo y se convierte en nuevo conformismo, pero aureolado por el recuerdo de la antigua rebelión. La audacia de ayer se transforma en trivialidad. El remordimiento deja de estar vinculado a unas circunstancias históricas precisas, se convierte en dogma, mercancía espiritual, casi moneda de cambio.
Toma cuerpo todo un comercio intelectual: se elige a los expertos para su mantenimiento y, como en el pasado los guardianes del fuego, otorgan permisos para pensar, para hablar. Al menor desvío, estos campeones de la constricción dan la alarma, regulan a la policía del lenguaje, conceden su imprimatur o lo niegan. En la gran fábrica del espíritu, son ellos los que nos abren o nos cierran las puertas. A esta utilización reiterada del escalpelo contra sí mismo, la llamaremos el deber de penitencia. Como cualquier ideología, este discurso se debilita de pronto en el registro de la evidencia. Hasta tal punto están claras las cosas que no se requiere demostración alguna: sólo se trata de repetir, de confirmar. El deber de penitencia es una máquina de guerra que cumple varias funciones: censura, reafirma y distingue.
En primer lugar, prohíbe al bloque occidental, culpable por toda la eternidad, juzgar y combatir a otros regímenes, a otros Estados, a otras religiones. Nuestros crímenes en el pasado nos conminan a guardar silencio. El silencio es nuestro único derecho. El deber de penitencia ofrece, enseguida, el alivio del retiro a los arrepentidos. No tomar partido nunca más, no entrometerse jamás en los asuntos de la época salvo que sea para dar nuestra aprobación a los que hemos oprimido en el pasado. De este modo se definirán dos Occidentes: el bueno, el de la vieja Europa que se aterra y se calla, y el malo, representado por Estados Unidos, que interviene y se mete en todo.
Claro que no se conduce impunemente a generaciones enteras a la autoflagelación. De ahí se siguen efectos negativos combinados con indudables beneficios secundarios. Un movimiento que yo había abordado en 1983 se desplegó y cobró profundidad actualmente. Pero ya no estamos en la época del llanto del hombre blanco, una efímera prosternación del antiguo dominador respecto de sus sometidos de ayer cuando la guerra fría, la esperanza todavía viva de una revolución mundial galvanizaban a un continente colonizado en su mitad oriental por la URSS. El Viejo Mundo, víctima de su victoria sobre el comunismo, se desmovilizó después de la caída del Muro. A la euforia del triunfo le sucedió un ambiente de renuncia. África, Asia, Oriente Próximo, el mundo entero llaman a la puerta de Europa, quieren hacer pie en el momento en que este continente se macera en la vergüenza de sí mismo. Comprender esta paradoja, delimitar este deterioro moral, ofrecer instrumentos teóricos para ponerle remedio son, ni más ni menos, los objetivos de este libro.
INDICE
Introducción
I
Los buhoneros de la deshonra
Lo irremediable y el abatimiento
La ideología que tartamudea
Los flagelantes del mundo occidental
Una sed de castigo
II
Las patologías de la deuda
Colocar al enemigo en el propio corazón
La vanidad del odio de sí mismo
Arrepentimiento de dirección única
La falsa disputa de la islamofoláa
III
La piscina de la inocencia recuperada
¿Qué centralidad de Oriente Próximo?
Sionismo, ADN criminal de la humanidad
Desenmascarar al usurpador
Un arbitraje delicado
El doble maldito
El fanatismo de la modestia
Una conversión tardía a la virtud
El imperio del vacío
La pacificación del pasado
El culpable imaginario
La recuperación de la autoestima
La doble enseñanza
V
El segundo Gólgota
Despropósitos sobre Auschwitz
Hitlerizar la Historia
La doble nostalgia colonial
VI
Escucha mi sufrimiento
Sobre la victimización como carrera
Proteger a las minorías o emancipar al individuo
¿Qué deber de memoria?
VII
Depresión en el paraíso. Francia, síntoma y caricatura de Europa
Una víctima universal
La piel de zapa (la piel menguante)
¿Quiénes son los reaccionarios?
El triunfo del miedo
¿Metamorfosis o decadencia?
VIII
La duda y la fe. La querella Europa-Estados Unidos
El ser o el tener
El arcaísmo del soldado
El coloso fanfarrón
Conclusión
Notas
Recuadros
Los protagonistas de la Historia