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Ed. Huemul, año 1985. Tamaño 17,5 x 10,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 172. Precio: 48 pesos
La pata de la sota
La obra es una pintura melancólica, desesperanzada, obsesionante, del plural fracaso de los integrantes de una familia. El padre no cumple sus ambiciones, la madre declina en su pretendida fe, una hija fracasa en el amor, la otra en el matrimonio, un hijo en sus concepciones sociales, el hermano mayor en su trabajo. Una sucesión ininterrumpida de reveses, quiebras y adversidad. Pero en la vida, todo se ajusta al ritmo inalterable de la cronología y, lo que sucedió ayer está antes de lo ocurrido hoy, y lo de hoy delante de lo de mañana. Para Cossa, en cambio, los tiempos se mezclan en una especie de cóctel en el que, finalmente, sus componentes pierden las características propias originales de cada uno. Para aumentar la confusión, no establece ni el más remoto bache, ni la más ligera transición o pausa entre escenas de distintas épocas; más aún, las imbrica como un techo de tejas llevando la incomprensión hasta el paroxismo.
Ya nadie recuerda a Frederic Chopin
Meterse en el pasado, en el universo de las cosas triviales pero sentidas como propias, y evadirse de una realidad y de un país que se consideran ajenos son comportamientos característicos de la familia de clase media que el dramaturgo Roberto Cossa retrata en Ya nadie recuerda a Frederic Chopin,
Los personajes surgen del pensamiento y de la soledad de una mujer madura, Susy Galán, quien un 17 de octubre de 1981, mientras se dispone a cumplir con un homenaje barrial a Frederic Chopin (en el aniversario 132 de su muerte), recuerda momentos de su vida, y entre éstos otro 17 de octubre, pero de 1945. Una jornada con diferentes significados dentro de la familia Galán. Para la madre de Susy era, ante todo, una fecha de homenaje a Chopin, y para el padre –un español anarquista–, el día en que las «hordas fascistas» desbordaron la Plaza de Mayo.
Estrenada tras la Guerra de Malvinas, la obra «quedó como una especie de mito» para los que asistieron a la Sala Planeta: unas cinco mil personas. Pocos espectadores para tres meses de funciones. Sin embargo, ninguno la olvidó.
–¿De dónde surgió la idea de enlazar el aniversario de la muerte de Chopin con la movilización peronista del 17 de octubre de 1945?
–De una broma que hice en el colegio y que me significó la expulsión. La profesora de música nos había pedido hacer una composición sobre Chopin para recordar su muerte. Era un 17 de octubre, y a mí se me ocurrió asociar la fecha con Perón. El escrito fue a parar al rector, que mandó llamar a mi padre. ¡Esto no puede pasar!, le dijo, y me echaron. Yo no era buen alumno, pero tampoco tan malo. No recuerdo bien cómo era la composición, pero sí sé que yo no era un humorista fino. Hice chistes sobre Chopin y Perón, y eso era demasiado para la época. Aquel peronismo era muy duro. Mucho tiempo después, aquella humorada se me hizo muy presente. Decidí que tenía que hacer algo con eso y escribí la obra. Fue una especie de reparación.
–¿Qué pensaba entonces del peronismo?
–Durante los dos primeros años de peronismo, no se hablaba más que de Perón, a favor o en contra. Para el padre de un amigo mío, la mala salud, la lluvia, todo era por culpa de ése (o sea, de Perón). Como todos los grandes cambios sociales, el peronismo lo había invadido todo. Una parte de mi familia era como ésta de la obra: vivía ajena a lo que pasaba, disfrutaba de la música clásica y era antiperonista por definición. Mi padre, en cambio, era un socialista muy vital, y comparaba al peronismo con el fascismo. Otro sector era proletario y peronista. Recuerdo que las reuniones de los domingos terminaban a los gritos, no míos, porque yo era muy chico, pero sí de mi viejo, mis tías…
–Más allá de esa antinomia, ¿cree que hoy se discute con la misma pasión?
–Con mi familia casi no me reúno, pero con la gente de teatro, con la que sí me junto, ya no se habla en serio de política. A veces, pero solamente de algo muy puntual. No se discute. Tampoco sobre literatura. He comprobado que hoy los problemas con una computadora son todo un tema en las cenas con amigos. A mí me gusta reflexionar sobre la realidad política: soy lector de diarios, oyente de noticieros… Me interesa todo lo que se vincula con la realidad y acostumbro preguntarme qué puedo hacer con eso. Compruebo sin embargo que, a pesar de su importancia y de su impacto, todo ese material que uno lee y ve no genera el mismo estímulo que producen los encuentros y las discusiones en grupo. Yo mismo, que tengo espacios en Página/12 y en Clarín, a veces pienso escribir sobre un tema, pero después me voy desinflando. Mi impresión es que no voy a tener respuesta.
–¿Cree saber por qué?
–Creo que faltan proyectos comunes, y también el convencimiento de que el debate une. Obviamente, cuando la discusión se da entre personas que coinciden en lo ideológico. Quiero decir, que quieren vivir en democracia, que no discriminan…
–¿Piensa que hoy la clase media está, como Susy, entregada?
–Cuando escribí la obra, en 1981, el futuro de Susy –la única que quedaba– era ir a bailar con el fascismo (Palumbo). Pero ni ella ni su familia eran toda la clase media. Esa era su conducta. Pienso sí que hoy la clase media está entregada, arrasada por la cultura menemista. Claro que hay excepciones: los maestros de la carpa blanca pertenecen a la clase media, y siguen resistiendo. En el ’81 pensaba sobre todo en la caída del socialismo. Todavía existía alguna expectativa a pesar de su decadencia. Nosotros habíamos podido organizar Teatro Abierto, después se produjo la Guerra de Malvinas y el poder militar comenzó a resquebrajarse. Hoy ese sector social que en los años 40 tenía una idea romántica de la cultura y escuchaba a Chopin y Beethoven, está invadido y disfruta con esos programas de televisión que violan la personalidad, brutales y de mal gusto.
–En todo caso se muestra tal cual es…
–Pero es una derrota.
–¿De todos?
–No, todavía hay focos de resistencia, reacciones puntuales sobre hechos que tocan muy profundamente a la sociedad. Eso demuestra que tenemos reservas. Pero los proyectos políticos colectivos no aparecen. En materia económica, la izquierda argentina propone casi lo mismo que la derecha, y el abismo entre lo que piensa la gente común y los que manejan el poder es cada vez más profundo. Hay protestas, cortes de ruta, la agrupación HIJOS escracha a los represores…, pero esto al poder le resbala. Sigue firme, negociando e imponiendo la continuidad de un modelo. No sé cuánto va a durar esto, pero algún día la gente que no acepta vivir de esta manera va a reaccionar. Vemos que en esto las agrupaciones políticas se han quedado. Los políticos se diferencian nada más que por la confianza o la simpatía que despiertan, pero no están en condiciones de convocar a la gente común. Todo un barrio se moviliza para pedir que le instalen un semáforo, pero no se encolumna detrás de un proyecto social y colectivo.
Indice:
I- Estudio preliminar, por Osvaldo Pellettieri
1- Ubicación de la obra en su contexto
2- El teatro argentino y el realismo
3- Roberto Cossa y su tiempo
4- La denominada Generación del 60
5- Noticia biográfica de Roberto Cossa
6- Análisis de las obras elegidas
II- La pata de la sota
Acto único
III- Ya nadie recuerda a Frederic Chopin
Acto único
Notas
Vocabulario