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Ed. Cátedra, año 1994. Tamaño 21,5 x 14 cm. Traducción de Anna Giordano. Estado: Usado muy bueno (presenta 15 páginas marcadas con resaltador). Cantidad de páginas: 212

La era neobarroca, Calabrese393Por Omar Calabrese
Milán, 24 de enero de 1987

Se mueve gente extraña, hoy, en el mundo de la cultura. Gente que no cree realizar delitos de lesa majestad al preguntarse si, por casualidad, hubiese alguna relación entre el más reciente descubrimiento científico concerniente a la fibrilación cardçiaca y un telefilm americano. Gente que imagina la existencia de curiosas relaciones entre una sofisticada novela de vanguardia y un vulgar tebeo para muchachos. Gente que entrevé cruces entre una futurista hipótesis matemática y los personajes de un film popular.

Con este libro pido oficialmente ser admitido en su grupo. La operación que intentaré es, en efecto, del mismo tenor. Es decir: buscar las huellas de la existencia de un «gusto» de nuestro tiempo por los objetos más dispares, desde la ciencia hasta las comunicaciones de masa, desde la literatura hasta la filosofía, desde el arte hasta los comportamientos cotidianos. Ya me parece oír la objeción: «Ya estamos, he aquí a uno que no distingue a Dante del Pato Donald, que quiere hallar conexiones donde nada prueba que las haya». De esta manera me veo obligado a comenzar con una excusatio nonpetita y que se resume en los dos siguientes principios.

Primero: las descripciones de los fenómenos de cultura contemporáneos prescindirán de su «cualidad», si por «cualidad» se entiende un juicio de valor. Efectivamente, aquí está en juego sólo el hecho de que en nuestra época exista una «mentalidad», un horizonte común de gusto, y no la sanción de cuáles son las obras mejores. Además, las sanciones son también ellas el fruto de un gusto y, por tanto, es preferible empezar de su definición general y no de la de sus efectos.

Segundo: hallar conexiones entre objetos que nacen intencionadamente lejanos no es ilegitimo. De otra manera se debería deducir que lo que cuenta en la descripción de los fenómenos es la intencionalidad de su autor, lo que no siempre es así. Cada uno de nosotros «sabe» mucho más de lo que «cree» saber y dice mucho más de lo que cree decir. Toda la cultura de una época se expresa, en mayor o menor cantidad y de un modo más o menos profundo, en la obra de cualquiera. Precisamente evitando jerarquías y marginaciones entre textos es posible descubrir el retorno periódico de algunos rasgos que distinguen «nuestra» mentalidad (nuestro gusto en este caso) de la de otros períodos. Y precisamente siguiendo las conexiones improbables se descubrirá, aunque sea con el beneficio de la duda, la eventual extensión de aquella mentalidad y de aquel gusto.

¿Pero existe, y cuál es el gusto predominante de este tiempo nuestro, tan aparentemente confuso, fragmentado, indescifrable? Yo creo haberlo encontrado y propongo para él también un nombre: neobarroco. Pero enseguida hago la precisión de que la etiqueta no significa que hemos «vuelto» al barroco, ni de que lo que define «neobarroco» sea la totalidad de las manifestaciones estéticas de esta sociedad, ni su ámbito victorioso, ni el más positivo. El «neobarroco» es simplemente un «aire del tiempo» que invade muchos fenómenos culturales de hoy en todos los campos del saber, haciéndolos familiares los unos a los otros y que, al mismo tiempo, los diferencia de todos los otros fenómenos culturales de un pasado más o menos reciente. Siguiendo este principio me permito asociar ciertas teorías científicas de hoy (catástrofes, fractales, estructuras disipadoras, teorías del caos, teorías de la complejidad, etc.) con ciertas formas de arte, de literatura, de filosofía y hasta de consumo cultural. Esto no quiere decir que su asociación sea directa; sólo significa que era análogo su móvil y que éste se ha transferido en los modos más específicos en toda área intelectual.

En qué consiste el «neobarroco», se dice rápidamente. Consiste en la búsqueda de formas —y en su valorización— en la que asistimos a la pérdida de la integridad, de la globalidad, de la sistematización ordenada a cambio de la inestabilidad, de la polidimensionalidad, de la mudabilidad. Esta es la razón por la que una teoría científica que atañe a fenómenos de fluctuación y turbulencia y un film que concierne a mutaciones de ciencia ficción tienen una relación: porque cada uno de los ámbitos parte de una orientación común de gusto. No se ha descubierto el orden del caos, no porque antes no se pudiese hacer, sino porque antes interesaba poco. De la misma manera que Alien.

Pero, ¿cómo se puede comprender cuáles son los caracteres comunes de fenómenos tan diferentes? Se puede ir al azar, catalogando lo que alcancemos a intuir arriesgándonos a cada paso, o bien, como se hará aquí, se partirá desde un principio general que es el siguiente: si estamos en condiciones de advertir «semejanzas» y «diferencias» entre fenómenos que tienen, por otra parte, una apariencia lejanísima, entonces esto quiere decir que «hay algo por debajo», que, más allá de la superficie, existe una forma subyacente que permite las comparaciones y las afinidades. Una forma. Es decir, un principio de organización abstraído de los fenómenos que preside su sistema interno de relaciones.

Así hemos llegado al fundamento de este libro, que no es sólo la ambición de descubrir el gusto de nuestro tiempo, sino también la de ilustrarlo con método. Tanto es así que el índice de los capítulos está articulado siguiendo un criterio. Los títulos se refieren, todos ellos, tanto a un concepto formal del «neobarroco» como a un eslogan científico. La razón es simple: el concepto formal en cuestión es análogo a una teoría física o matemática. Pero, no por un hábito del autor, sino porque la elección de describir la forma de los fenómenos culturales corresponde a la naturaleza de las teorías empleadas. Todas ellas son, en efecto, teorías que se refieren a un criterio espacial. Todas son teorías que no sólo «se parecen» a aquellos conceptos formales, sino que son también capaces de explicarlos. De esta forma alcanzamos un ulterior objetivo: nuestras descripciones resultan coherentes y metódicas.

El deseo de coherencia y propiedad de la descripción en las ciencias humanas me parece, independientemente del resultado de este trabajo, un deseo legítimo. Efectivamente, un viento antimetódico ha recorrido recientemente el universo del saber humanístico y, personalmente, me siento muy alejado de aquél. La decadencia de ciertas formas de la racionalidad no pueden tener como consecuencia la liquidación de la racionalidad, sino sólo la búsqueda de formas de racionalidad diferentes y más adecuadas a lo contemporáneo.

En las ciencias humanas, esto parece cada vez más necesario, al menos si se quiere evitar un sentimiento de renuncia a la comprensión de los fenómenos y el malestar del advenimiento de la «era de la charla». Es por esto por lo que el primer capítulo del libro angustiará al lector con muchas reflexiones de método, antes de entrar en materia, de modo directo. Y es siempre por esto por lo que entre las diferentes dimensiones generales, a través de las cuales se podía examinar el «neobarroco», se elige la más complicada, es decir, la estética. El terreno de la estética parece, en efecto, casi por definición, el menos abordable por un análisis no intuitivo y es por esto, en fin, por lo que, además de los temas antes enumerados, se adjuntarán ejemplos aparentemente «impertinentes»: para aumentar el sabor del desafío, para ilustrar mejor lo que significa arriesgarse en el terreno de las «conexiones improbables».

Concluyendo: por un lado, este libro quiere ocuparse del modo en que la sociedad contemporánea manifiesta sus propios productos intelectuales, independientemente de su cualidad y de su función; por el otro, vislumbra su horizonte común en el gusto con el que se expresan, se comunican y se reciben. Si quisiera resumirlo con un eslogan, diría que este volumen constituye el intento de identificar una «estética social». Y agradezco a Paolo Fabbri el cuño de esta definición, que expresa a la perfección el espíritu del trabajo.

INDICE
Prólogo, por Umberto Eco
Introducción
LA ERA NEOBARROCA
I- El gusto y el método
1- Cuestiones preliminares
2- El término «neobarroco»
3- Clásico y barroco
4- Las categorías de valor
II- Ritmo y repetición
1- Replicantes
2- Algunos conceptos generales
3- El orden de la repetición en el telefilm
4- Ritmos y estilos
III- Límite y exceso
1- Límite y exceso: dos geometrías
2- Tender al límite
3- Excentricidad
4- Exceso y antídotos
IV- Detalle y fragmento
1- La parte y el todo
2- Etimología del detalle
3- Etimología del fragmento
4- A propósito de algunas ciencias humanas
5- Un esquema de relaciones
6- Dos estéticas contrapuestas y muchos fenómenos mixtos
V- Inestabilidad y metamorfosis
1- Monstruos
2- Las formas informes
3- Otras inestabilidades: los videojuegos
4- Otras inestabilidades: figuras, estructuras, comportamientos bimodales
5- Teorías científicas de la inestabilidad
VI- Desorden y caos
1- El orden del desorden
2- La belleza de los fractales
3- Dimensiones fractas de la cultura
4- Caos como arte
5- Recepciones accidentadas
VII- Nudo y laberinto
1- La imagen de la complejidad
2- Nudos y laberintos como figuras
3- Nudos y laberintos como estructuras
4- El placer del extravío y del enigma
VIII- Complejidad y disipación
1- Estructuras disipadoras: de la ciencia a la cultura
2- ¿Entropía o re-creación?
3- El consumo productivo de la cultura
4- En las antípodas de la teoría de la información estética
IX- Más-o-menos y no-sé-qué
1- El placer de la imprecisión
2- Oscuridad
3- Vago, indefinido, indistinto
4- Valores negativos: los lenguajes de la aproximación y su ironía
5- Valores negativos: el «casi nada»
X- Distorsión y perversión
1- Una geometría no euclidiana de la cultura
2- La cita «neobarroca»
3- Distopías del pasado
XI- A algunos les gusta clásico
1- ¿Existe una «forma de lo clásico»?
2- A algunos les gusta clásico
3- Breve fenomenología del Bronce
4- Rambo y sus hermanos
5- Rostros broncíneos
6- Tímidas conclusiones: todo y lo contrario de todo