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Ed. Pampa y Cielo, año 1965. Tamaño 20 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 580
En las primeras décadas del siglo XX, Luis A. de Herrera (1873-1959, uruguayo) fue uno de los principales animadores del movimiento de revisión histórica que se constituyó en torno a la Guerra del Paraguay. Historiador, Herrera era también representante de una tradición política. Su padre fue uno de los principales agentes diplomáticos uruguayos destacados en Paraguay antes del conflicto. Para el partido del que Herrera formaba parte, la guerra quedó asociada a la exclusión del poder político. El relato del conflicto formulado por este autor fue considerado por ciertos actores contemporáneos como una restitución de la memoria de los vencidos, así en Paraguay como en Uruguay.
En el período que va de 1908 a 1926, Herrera publicó cinco volúmenes sobre la Guerra del Paraguay. Los dos primeros
trabajos de esta serie, titulados La Diplomacia Oriental en el Paraguay (I y II), aparecieron respectivamente en 1908 y
1911. El punto de partida de los mismos eran los papeles conservados en el archivo de su padre, Juan José de Herrera,
relativos a la gestión diplomática desarrollada por éste en el período previo al conflicto paraguayo (Juan José de Herrera
había desempleñado un papel de primer orden en materia internacional en los gobiernos de Bernardo P. Berro y Atanasio
Aguirre en Uruguay, en vísperas de la Guerra de la Triple Alianza). La reproducción de estos documentos aparecía precedida de un análisis retrospectivo, a cargo de Luis Alberto, que abarcaba las tres cuartas partes del volumen total del libro.
Lejos de constituir una excepción, este trabajo resulta un buen ejemplo de las condiciones de elaboración del conocimiento histórico en el período analizado. A pesar de la preocupación creciente de las autoridades, la concentración de papeles públicos en los archivos oficiales no constituía todavía una práctica sistemática. A estas circunstancias se sumaba, en el caso del proceso histórico considerado, la destrucción y dispersión de documentos producida en el marco de la guerra. La pertenencia a ciertos círculos cuyos miembros estaban vinculados a la gestión pública, directamente o por tradición familiar, representaba un factor de primer orden en el acceso a la documentación. Las redes de intercambios establecidas en los terrenos cultural, político y familiar desempeñaban un papel no menos relevante en la consulta de bibliografía y fuentes éditas.
La correspondencia de Herrera ilustra esta circulación de textos y documentos, aportando elementos de interés para el
estudio de las modalidades de producción de discursos sobre el pasado. En la primera década del siglo XX, este escritor
uruguayo estableció relaciones epistolares y personales con diversos intelectuales de la región. La red de comunicación de
mayor densidad se estructuró en torno a los vínculos con autores paraguayos. Entre los corresponsales de Herrera figuraban varios miembros destacados del movimiento de rehabilitación de la figura de Francisco Solano López, como su hijo Enrique, Juan O’Leary e Ignacio Pane. Estos autores contribuyeron significativamente al incremento de la circulación de los escritos de Herrera en Paraguay, reproduciéndolos total o parcialmente en el marco de diversas campañas de propaganda.
En 1919 y 1920 aparecieron dos nuevos trabajos de la serie que el autor uruguayo dedicó a la Guerra de la Triple Alianza,
titulados respectivamente Buenos Aires, Urquiza y el Uruguay y La clausura de los Ríos. El conflicto paraguayo –y más
precisamente sus antecedentes- seguían siendo el hilo conductor de un relato cuyo centro geográfico se desplazó al ámbito de la Confederación argentina. Esta reorientación se produjo paralelamente al incremento de los contactos de Herrera con la historiografía de ese país. Este fenómeno se percibe en la correspondencia intercambiada por el autor, en la presencia de la producción argentina en sus trabajos, en sus contactos con el medio provincial, y en las modalidades de distribución y circulación de sus obras.
Otro elemento a destacar en estos nuevos escritos de Herrera es la incorporación de informaciones obtenidas mediante
consulta de testigos directos e indirectos del período estudiado. En su trabajo de 1919, el autor trascribía una carta enviada ese mismo año al Almirante Martín Guerrico, quien servía en el buque que habría conducido a Flores a territorio uruguayo en abril de 1863, dando así inicio al levantamiento armado. En tanto que protagonista de estos hechos, Guerrico estaba en condiciones de confirmar la presencia del general Gelly y Obes en el momento del embarque. Según la información proporcionada en Buenos Aires, Urquiza y el Uruguay, el testigo en cuestión había sostenido verbalmente esta versión de los hechos frente al Coronel Mariano Espina y, posteriormente, en una conversación a la que asistieron su hijo y el propio Herrera. Por circunstancias que este último asociaba a la pertenencia partidaria del testigo, no logró obtener en la oportunidad ratificación escrita de lo dicho por Guerrico. Las nuevas tentativas realizadas por el autor uruguayo en ese sentido dejaron rastros en su correspondencia de los años sucesivos.
El recurso a los testimonios orales apuntaba, por lo general, al establecimiento de hechos sobre los que se consideraba poco
probable encontrar documentación escrita. Tal era el caso de aquellos episodios que involucraban la actitud de las
autoridades argentinas respecto al alzamiento de Flores, ya que toda acción favorable a este último contradecía las
declaraciones de neutralidad emitidas por el gobierno de Mitre. En los ejemplos señalados, Herrera se había limitado a
solicitar información puntual sobre ciertos acontecimientos. En otras ocasiones, el autor incentivó a los protagonistas a
consignar por escrito sus recuerdos sobre el período considerado.
En 1926, Herrera publicó la obra que aquí presentamos: El Drama del 65, la culpa mitrista, quinto título dedicado a la
guerra del Paraguay. En este trabajo el autor señala, al igual que en los anteriores, la responsabilidad del gobierno
argentino y de la administración imperial en la caída del orden legal en Uruguay, así como en el desencadenamiento del
conflicto paraguayo. Pero, a diferencia de sus primeros escritos, esta lectura ponía el acento en el papel desempeñado por ciertos hombres públicos en un proceso analizado en términos de conspiración. El desmembramiento del territorio paraguayo en beneficio de sus poderosos vecinos había constituido uno de los móviles principales de un enfrentamiento que Herrera consideraba fríamente planificado.
Mitre ocupaba un lugar de primer orden en el desarrollo de esta intriga. El año de publicación de El Drama del 65 coincidió con el de la conmemoración del centenario del nacimiento de Francisco Solano López en Paraguay. En marzo de 1926, Herrera fue nombrado Miembro benemérito por el Comité organizador de los homenajes. La resolución se fundaba en la contribución de este autor al proceso de reivindicación de «la memoria del Mariscal». En 1927, diversos indicios sugieren una cierta circulación del libro de Herrera en Argentina. Los homenajes programados en ese país en ocasión de inaugurarse un monumento a Mitre, en el curso de ese mismo año, dieron lugar a diversos comentarios que confrontaban el discurso oficial sobre la personalidad argentina con la lectura propuesta por el autor uruguayo en su reciente trabajo.
Diego Pérez, compatriota de Herrera residente en Argentina, le dirigía una carta en julio de 1927 con el propósito de
«aplaudir la forma concreta con que su brillante obra ilumina a las nuevas generaciones, con documentos irrefutables, la
culpa Mitrista en la invasión del año 63». Si la neutralidad proclamada por Mitre «hubiese sido efectiva, se hubieran evitado […] la guerra civil de nuestro país y la guerra de la Triple Alianza. Toda esa sangre cubrirá la estatua del general
Mitre».
La dimensión de la memoria familiar y de la tradición política no estaba tampoco ausente en el comentario de Diego Pérez,
quien se presentaba en su carta como «nieto del General Pantaleón Pérez, que tuvo la honra de compartir en el Ministerio de Guerra las responsabilidades a que se vio abocado el gobierno del ilustre ciudadano Don Bernardo P. Berro, administración ejemplar que desde niño había oído comentar por mi padre en las sobremesas del hogar». Este compatriota de Herrera no fue el único en evocar el testimonio de sus predecesores al acusar recibo de El Drama del 65. En agosto de 1927, Eduardo Castro Caravia escribía al autor en los siguientes términos: «Leyendo esta obra recuerdo a cada paso lo que tantas veces he oído narrar a mis antepasados, que eran hombres que decían la verdad. Tú los conociste, de modo que esto viene a confirmarme en las ideas que he tenido y que siempre he defendido». Por esas mismas fechas, otro corresponsal de Herrera se expresaba en términos similares: «He leído tu libro y su lectura me ha evocado en forma corroborativa la memoria de mi Padre».
En otros casos, actores directos de los sucesos históricos analizados por el autor uruguayo se interesaron en su producción. En el curso de una comunicación que ponía de manifiesto la existencia de vínculos de amistad entre ambos, Zacarías Arbiza comentaba a Herrera que había visto, en la prensa, el anuncio de la próxima aparición de un libro de este último sobre el conflicto de 1865 y sus causas. El interés por la lectura de este trabajo se basada en la convicción de «que aparecerán hechos que los habré visto y oído narrar en aquellos tiempos, de los que conservo muchos recuerdos, y que alguna vez suelo contar en rueda de amigos; pero que ni me entienden o no me escuchan, y les parece que todo es mentira del viejo. Como por ejemplo, la actitud de Mitre cuando la toma de Paysandú. Hoy [a] esta gente nueva le parece que él no hizo nada entonces, pero muchos viejos sabemos que si él no le trae munición a la escuadra brasilera no hubiera sido un desastre como fue; y otras cositas más que las sé, y es por eso que tengo tantos deseos de leer ese libro, que será contemporáneo mío». En este caso no se trataba, como en los anteriormente citados, de una evocación de la memoria familiar provocada por la lectura de la obra. Esta representaba en cambio, para Arbiza, un mecanismo capaz de confirmar la correspondencia de sus recuerdos con los hechos por medio de la autoridad del historiador.
Los acontecimientos abordados por Herrera involucraban no solamente los recuerdos personales y las memorias familiares,
sino también la tradición de las agrupaciones políticas uruguayas. En oportunidad de agradecer la donación de veinte
ejemplares de El Drama del 65, el Directorio del Partido Nacional consideraba la nueva obra de Herrera como un «servicio al país y al Partido». En el curso de la misma comunicación se establecía que el libro, basado en «documentación irrefutable, rectifica versiones sectarias que desfiguraban los hechos con desventajas para nuestra tradición». Este punto de vista no implicaba solamente el reconocimiento de un legado partidario que la obra en cuestión habría contribuido a salvaguardar. Suponía además la existencia de una interpretación falsa de los sucesos formulada por los vencedores del conflicto paraguayo y promovida desde la esfera oficial. Esta perspectiva fue alentada por el propio Herrera. En su trabajo de 1926, el autor señala a este respecto: «Largo y definitivo pareció el silencio de los vencidos por las armas. Pasó esa generación, de gran historia, y pasó la siguiente, sin oírse otra voz que la del dominador. Sus versiones tendenciosas, cien veces repetidas, parecieron acuñadas para siempre. […] Y bien, después de tantos años y lustros de olvido y callada adversidad, empiezan a removerse los escombros del tiempo que fue. Nos aproximamos a la verdad definitiva, muy diversa, por cierto, de las acumuladas versiones».
La memoria conservada por los miembros de su colectividad política ocupaba un lugar significativo en la reflexión de Herrera. En la medida en que se consideraba que el período de la guerra había sido objeto de una lectura tendenciosa que había deformado los hechos, el recurso a la memoria adquiría un papel fundamental, ya sea para determinar acontecimientos que por su naturaleza no habían dejado, supuestamente, trazas en los archivos, ya sea para orientar al historiador en la búsqueda de fuentes escritas. Fruto de una labor de investigación bibliográfica y documental, el relato de Herrera podía servir, al mismo tiempo, para legitimar el recuerdo. La relación entre el discurso histórico de este autor y la tradición de la agrupación política a la que pertenecía fue establecida en más de una ocasión por miembros del partido Nacional y aún por autoridades del mismo. El reconocimiento de este hecho no comportaba, sin embargo, la identificación completa de la lectura propuesta por este autor con la versión vehiculizada por su tendencia política. Lejos de suscitar la unanimidad, las representaciones de la Guerra del Paraguay y del conflicto uruguayo que lo precedió originaron más de una polémica en filas partidarias. Fuente posible de cohesión, el recuerdo podía alimentar igualmente las disidencias al interior del partido.
La presente edición de La culpa mitrista (el Drama del 65) es en 2 tomos. En el primero de ellos se analizan numerosos
documentos correpondendientes a la diplomacia uruguayo-argentina acerca de la lucha armada que, bajo la apariencia de una guerra civil, habría de gestar una de las guerras internacionales más cruentas que registran los anales americanos. También están presentes los intereses de la cancillería brasileña sobre las fronteras del Río de la Plata, los esfuerzos realizados para lograr la caída del gobierno de Montevideo por la vía de los escritos, y por último la intervención armada de manera directa para lograrlo.
En el segundo tomo se desarrollan las acciones diplomáticas y guerreras llevadas a cabo por las troipas brasileñas y
uruguayas que culminaron, después de Paysandú, en el desfile de las tropas invasoras en Montevideo. Todo ello como medida
previa al desencadenamiento de la guerra contra el Paraguay. Son descriptos aquí los esfuerzos de los mejores argentinos
para lograr un entendimiento que pusiera fin a la lucha entre hermanos, las intrigas de las cancillerías, el ocultamiento
de los documentos y probanzas, la verdad esgrimida por la cancillería uruguaya y por último la entrega total de tres
países latinoamericanos a la empresa de destruir un país tildado de bárbaro porque se oponía a sueños imperiales. También queda como testimonio ilevantable la masacre de los héroes de Paysandú, la complicidad de Gelly y Obes, la duplicidad de Andrés Lamas y la consumación por parte de Mitre del acto más deplorable que registra su larga vida política.
Indice
Tomo 1
Entrando en materia
La «cuenta» de los unitarios
La propaganda culpable
Mármol descorre el telón
La rectitud del presidente Berro
Una correspondencia acariciadora
Duplicidad del presidente Mitre
«Diga usted, pues, mi querido general…»
A bordo del «Caaguazú»
Haciendo memoria
Con dos caras
En la propia red
Política sin entrañas
¡No toquéis a la Reina!
Un gráfico del despojo
Hasta Bahía Negra
La epopeya y su mariscal
Una frase vacía y falseada
Disputa por los pedazos
Cambio de dialéctica
La negra aventura
Por deber de «gratitud»…
El honrado fallo Hayes
Heroísmo civil de Aceval
¡Cortaban hasta el hueso!
El Imperio burla a Mitre
Cínica negativa
Sigue el índice acusador
¡Jóvenes de América: cumplid el desagravio!
Exterminio de una raza
El silencio de Urquiza
La palabra pura de Berro
El retorno al Plata…
Los primeros choques con el mitrismo
La misión Lamas
En plena claudicación diplomática
Entregando la plaza
Doctrina y práctica
Mitre juega con él
Política fatal y sin ley
El patrimonio oriental
Los aparceros se entienden
La gran farsa pacifista de Elizalde
Escasez de escrúpulos
Escuela de constante falsía
Ya asegurado el concurso del Imperio
La palabra entrerriana de Ruiz Moreno
«Yo no quiero, señor, que de la República Oriental se haga una Polonia»
Visión del presidente Antonio López
El gobierno del Paraguay demora
En el Madero
Las pequeñas repúblicas
Tomo 2
Las inicuas «Medidas Coercitivas
¡Nuestro litoral prohibido!
La Confederación había prostestado en 1860
Mitre empuja al Imperio
Y siguen pasando los contingentes
Nuevas confesiones de Mármol
Flores «Preso pela gratido e pela dependencia»
Apremiado, Paranhos algo dice
El histórico y justo recelo guaraní
El episodio de Corrientes
El teniente Ayala
Lastarria: «Usted se olvidó que hablaba conmigo»
Las grandes mentiras
Cronología documental de los sucesos
Misión Lapido a Buenos Aires
Notas con el ministro imperial
Con el sucesor Loureiro
Con Melo e Alvim y Lamas
Frente a la insinceridad de Elizalde
Nuevas complicidades mitristas
Lo del «Corralito»
El «Salto» y su contrabando de guerra
El «Ultimátum»
Atentatorio apresamiento del «General Artigas»
Inmediato atropello del «Pampero»
Se acumulan los actos hostiles
Elizalde exige «Pronta Reparación»
Grave actitud de Mármol
Uruguay – Paraguay
La demora paraguaya
«Después de tanto tiempo perdido»
El nuevo «Ultimátum»
¡Paysandú!
«Hoje existe tambem nos factos»
Y la tiniebla amortajó al vencido
Apéndice: «La Nación Argentina» y el drama del 65