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Ed. Tusquets, año 1992. Tamaño 23 x 15,5 cm. Traducción de Juan Uriz Torres y Francisco J. Uriz. Incluye más de 200 fotografías en blanco y negro. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 372

Imágenes, Bergman148Originalmente Imágenes se planeó como un libro de entrevistas con preguntas de Lasse Bergström y respuestas de Ingmar Bergman. Se inició en el verano de 1987, durante la redacción final de Linterna mágica. Las conversaciones sobre las películas de Ingmar Bergman empezaron en Farö el 28 de septiembre de 1988 y terminaron en Estocolmo, el 1 de febrero de 1990. La base del libro es la transcripción de unas sesenta horas de conversación en la que el entrevistador ha eliminado sus preguntas. Después Ingmar Bergman elaboró el material y compuso el texto cuya versión definitiva quedó terminada el 11 de junio de 1990. La selección fotográfica es de Lars Ahlander. Los datos de la filmografia han sido recopilados por Bertil Wredlund; las películas ampliamente tratadas en el texto se han completado con sinopsis de su contenido que se basan principalmente en material de Svensk Filmografi [Filmografia sueca].

Por Ingmar Bergman

«En las fotos del libro estamos bien peinados y nos sonreímos mutuamente con cortesía. Estamos, los cuatro, intensamente ocupados en un proyecto que se iba a llamar Bergman sobre Bergman. La idea era que tres jóvenes periodistas, preparados hasta los dientes me preguntasen sobre mis películas. Era el año 1968 y acababa de terminar La vergüenza. Cuando hoy hojeo el libro lo encuentro falto de sinceridad. ¿Falto de sinceridad?. Desde luego. Los jóvenes interlocutores eran portadores de la única opinión política verdadera. Sabían además que yo estaba pasado de moda, arrollado por la nueva, la joven estética. A pesar de ello nunca pude quejarme de su cortesía o atención. Lo que no entendí durante las sesiones fue que estaban reconstruyendo cuidadosamente un dinosaurio con la alegre ayuda del mismísimo Monstruo. Parezco poco sincero, continuamente en guardia y bastante tímido. Hasta las preguntas modestamente provocativas las contesto de manera acomodaticia. Me esfuerzo en dar las respuestas que puedan despertar simpatía. Suplico una comprensión que no me iba a llegar de ninguna manera.

Stig Björkman constituve en cierto modo la excepción. Era un talentoso director de cine que estaba en los principios de su carrera. Hablábamos con precisión y teníamos nuestra profesión como base común de entendimiento. Además, Björkman es el responsable de lo que está bien en el libro, es decir, la rica selección de fotografías y su exquisito montaje.

No culpo a mis compañeros de conversación por el raro producto. Había esperado nuestros encuentros lleno de vanidad y entusiasmo infantil. Imaginaba que me iba a extender por las páginas con el alegre y legítimo orgullo de mi obra. Cuando me di cuenta, ya demasiado tarde, de que el propósito era otro empecé a fingir y, como he dicho, me acobardé.

En todo caso, después de La vergüenza, del 68, siguieron muchos años y muchas películas. Y un día decidí dejar la cámara. Fue en el 83. Podía contemplar el conjunto de una producción terminada, y me di cuenta de que hablaba, de buena gana, de lo pasado. Los oyentes parecían interesados, no sólo por cortesía o para intentar buscarme los puntos flacos: mi retirada era una garantía de que era inofensivo.

De cuando en cuando mi amigo Lasse Bergström y yo hablábamos de un nuevo Bergman sobre Bergman —pero más sincero, más objetivo—. Bergstróm preguntaría y yo hablaría, era el único parecido formal con el precedente. Nos animábamos mutuamente y de pronto nos encontramos en plena faena.

Imágenes, Bergman149Lo que no podía prever era que esta mirada retrospectiva iba a ser, en parte, una manipulación sangrienta. Manipulación sangrienta suena bastante sangriento, pero no encuentro una palabra mejor: manipulación sangrienta.

Por alguna razón en la que no había pensado antes, siempre he evitado volver a ver mis películas. Las veces en que me he visto obligado a hacerlo o he tenido simple curiosidad, sin excepciones y cualquiera que fuese la película, me he sentido sobrexcitado, con ganas de mear, con ganas de cagar, inquieto, a punto de llorar, enfadado, asustado, desgraciado, nostálgico, sentimental. A causa de este tumulto inoportuno he evitado mis películas. He pensado en ellas con benevolencia, también de las malas: hice lo que pude y en esa ocasión fue verdaderamente interesante. ¡Escucha y verás lo interesante que fue precisamente en esa ocasión! Y, así, he viajado un rato por la calle de bastidores vagamente alumbrada que es la memoria.

Ahora iba a ser necesario volver a ver las películas y pensé que ahora es hace mucho tiempo. Ahora ya puedo aceptar el desafío emocional. Algunas obras podía eliminarlas inmediatamente. Esas las vería Lasse Bergström solo. Es crítico de cine y está curtido, sin llegar a estar encallecido.

Ver cuarenta años de producción durante un año se fue haciendo inesperadamente fatigoso, a veces insoportable. Me di cuenta, firme y brutalmente, de que había concebido la mayoría de las películas en las entrañas del alma, corazón, cerebro, nervios, órganos genitales y sobre todo en las tripas. Un deseo que no tiene nombre alguno las sacó a la luz. Un placer que se puede llamar «la alegría del artesano» las ha materializado en el mundo de los sentidos.

Ahora iba a rendir cuentas de las fuentes y a mostrar las borrosas radiografías de mi alma. Iba a hacerlo por medio de notas, cuadernos de trabajo, recuerdos recuperados, diarios personales y sobre todo con la sensata visión general y la relación objetiva de vivencias medio olvidadas y dolorosas que tiene el setentón.

Tenía que volver a las películas y entrar en sus parajes. Fue un jodido paseo».

El silencio originalmente se llamaba Timoka. Fue así por pura casualidad. Vi el nombre en un libro estoniano sin saber lo que quería decir. Me pareció un buen nombre para una ciudad desconocida. La palabra quiere decir «perteneciente al verdugo».

Una anotación en el diario de trabajo del 12 de septiembre de 1961:

«Camino de Ráttvik y Siljansborg buscando exteriores para Los comulgantes. Noche. Nykvist y yo discutimos sobre luz. Todo el complejo de sensaciones que surge cuando nuestro coche se cruza con otro o lo adelanta. Entonces me puse a pensar en el sueño reluctante, el sueño no comenzado e inconcluso que no lleva a ninguna parte ni tampoco se deja desvelar: cuatro mujeres jóvenes y fuertes desplazan una silla de ruedas. En ella está sentado el vetusto esqueleto de un viejo, un fantasma. El viejo está sordo y parapléjico. Lo sacan al sol en medio de risitas y charla. Al sol, bajo los árboles frutales en flor. Una de las jóvenes tropieza y cae cuan larga es al lado de la silla de ruedas. Las otras se ríen desenfrenadamente».

En la siguiente anotación se esconde el primer borrador de El silencio:

Imágenes, Bergman151«El viejo anda por el hotel Siljansborg. Va a comulgar, se queda un instante en el umbral de la puerta entre la habitación oscura y la habitación clara del empapelado dorado. Intensa luz de sol sobre el cráneo y la congelada mejilla, azulada por el frío. Una flor roja luce su belleza sobre una cómoda rococó. Encima cuelga la reina Victoria. El viejo hospital con sus salas de tratamiento y sus aparatos. Frida, la de los pies planos, las lámparas de cuarzo, los baños. El muerto cae del armario de juguetes del cuarto de los niños».

Mi hermano y yo teníamos un alto armario pintado de blanco en nuestra habitación. Solía soñar que se abría ese armario. De allí caía un muerto tremendamente viejo.

«El libro pornográfico de tapas rojas, la capilla mortuoria y su luz amarilla a través de las brumosas ventanas. El perfume de flores marchitas, sustancias de embalsamamiento y lágrimas en velos de luto, pañuelos húmedos. El moribundo habla de comida, pescuezo de cerdo y excrementos. Todavía puede mover los dedos».

Mientras los apuntes avanzan, entra en la historia un chico. El viejo y un hombre muy joven están de viaje:

«Mi amigo, el anciano escritor, y yo volvíamos a Suecia después de un largo viaje por el extranjero. De repente tuvo un vómito de sangre y quedó inconsciente. Tuvimos que parar en la ciudad más próxima. Un médico me explicó, por medio de un intérprete, que mi amigo necesitaba una operación inmediata y para ello había que ingresarlo en un hospital. Y así se hizo. Me instalé en un hotel cercano e iba a visitarlo todos los días. Durante este tiempo él escribía sin cesar. Yo me pasaba los días visitando aquella triste ciudad grisácea. Las sirenas que suenan incesantemente sobre los tejados de la ciudad, el tañido de las campanas, el teatro de variedades con su espectáculo pornográfico. El escritor ha empezado a aprender el incomprensible idioma del país.

»También pueden ser marido y mujer de viaje con su hijo, y que el marido caiga enfermo. La mujer visita la ciudad y el chico tiene sus vivencias en la soledad de la habitación del hotel o espía a su madre por los pasillos».

La ciudad desconocida es un tema que me ha perseguido mucho tiempo. Antes de El silencio escribí una película que nunca
terminé. Trata de una pareja de acróbatas que han perdido a su compañero y se han quedado aislados en una ciudad alemana, Hannover o Duisburg. Es a finales de la segunda guerra mundial. Bajo los repetidos bombardeos queda destruida su relación.

En esa película no sólo se oculta El silencio sino también El huevo de la serpiente. Lo del compañero perdido aparece en El rito.

Cuando profundizo de verdad, creo que el origen del motivo de la ciudad proviene de un cuento de Sigfrid Siwertz. En El círculo, publicado en 1907, hay un par de cuentos cuya acción se desarrolla en Berlín. Uno de ellos, el titulado «La oscura diosa de la victoria», tuvo que haber alcanzado como una bala mi jovencísima conciencia.

Este cuento fue el impulso de un sueño que se repetía con frecuencia: estoy en una gigantesca ciudad desconocida. Voy camino de la parte de la ciudad donde está lo prohibido. Ni siquiera son unos turbios barrios de diversión, sino algo peor. Ahí las leyes de la realidad y las reglas de la vida social están suprimidas. Todo puede ocurrir y todo ocurre. Soñé esto una y otra vez. Sólo había una cosa irritante: que siempre iba camino del barrio prohibido pero nunca llegaba. Siempre daba la casualidad que me despertaba antes o cambiaba de sueño.

A principios de los años cincuenta escribí una pieza radiofónica que titulé La ciudad. En ella se respira el-ambiente de una guerra inminente o recién terminada, aunque de una manera diferente que en El silencio. La ciudad está construida en un terreno perforado o minado. Las casas se derrumban, se abren abismos y las calles ceden. La pieza trata de un hombre que llega a esta ciudad desconocida, pero misteriosamente bien conocida. Tiene mucho que ver con mi separación de esposa e hijos y mis constantes fracasos tanto en el plano personal como en el artístico.

Si sigo hurgando en la búsqueda del origen de la ciudad desconocida, llego hasta mis primeras vivencias de Estocolmo. A los diez años empecé a vagabundear. Con frecuencia la meta era el pasaje de Birger Jarl, que para mí estaba lleno de magia, con sus kinoramas y su pequeño cine, Maxim. Allí uno podía colarse y ver películas prohibidas para menores por 75 céntimos y también subir a ver al viejo maricón en la cabina de proyección.

En los escaparates se exhibían corsés, y peras para lavados vaginales, prótesis y publicaciones suavemente pornográficas.

Cuando se ve hoy El silencio, probablemente se puede constatar que en un par de escenas se escora hacia lo literario. Sobre todo en lo tocante a los enfrentamientos entre las hermanas. El diálogo final, un tanto miedoso, entre Anna y Ester es superfluo.
Por lo demás, no tengo reparos. Puedo ver detalles que podíamos haber hecho mejor si hubiésemos tenido más dinero y más tiempo: algunas escenas de calle, el episodio del teatro de variedades y demás. Pero nos esforzamos al máximo para hacer comprensibles las escenas. A veces hasta puede ser una ventaja no tener demasiado dinero.

El estilo fotográfico de Como en un espejo y Los comulgantes había sido austero, por no decir púdico. Un distribuidor americano me preguntó con desesperación: «Ingmar, why don’tyou move your camera anymore?» [«Ingmar, por qué ya no mueves la cámara?»] .

En El silencio, Sven y yo habíamos decidido ser desenfrenadamente impúdicos. Ahí hay una voluptuosidad cinematográfica que aún contemplo con alegría. Sencillamente fue locamente divertido hacer El silencio. Además las actrices eran brillantes, disciplinadas y estuvieron casi siempre de buen humor.

Que El silencio, en cierto modo, fuese su desgracia, eso es harina de otro costal. La película las convirtió en codiciados nombres en el mercado cinematográfico internacional. Y el mercado extranjero, como de costumbre, malinterpretó la peculiaridad de sus talentos.

INDICE
I- Sueños soñadores
Fresas salvajes
La hora del lobo
Persona
Cara a cara…al desnudo
Gritos y susurros
El silencio
II- Primeras películas
Tortura – Puerto
Prisión
La sed
III- Farsas farsantes
El rostro
El rito
Noche de circo
El huevo de la serpiente
De la vida de las marionetas
Después del ensayo
IV- Incredulidad – Fe
El séptimo sello
Como en un espejo
Los comulgantes
V- Otras películas
Hacia la felicidad – Un verano con Monika
La vergüenza
Pasión
En el umbral de la vida
Sonata de otoño
VI- Comedias – Regocijos
Las comedias – Sonrisas de una noche de verano
La flauta mágica
Fanny y Alexander
Nota del editor sueco
Filmografía

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