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Ed. Anagrama, año 2009. Tamaño 21 x 14 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 242
Por droga —psicoactiva o no— seguimos entendiendo lo que hace milenios pensaban Hipócrates y Galeno, padres de la medicina científica: una sustancia que en vez de «ser vencida» por el cuerpo (y asimilada como simple nutrición) es capaz de «vencerle», provocando -en dosis ridículamente pequeñas si se comparan con las de otros alimentos— grandes cambios orgánicos, anímicos o de ambos tipos.
Las primeras drogas aparecieron en plantas o partes de plantas, como resultado de una coevolución entre el reino botánico y el animal. Ciertos pastos, por ejemplo, empezaron a absorber silicio, obligando a que los herbívoros de esas zonas multiplicaran el marfil de sus molares, o quedaran desdentados a los pocos años de pastar. De modo análogo, algunas plantas desarrollaron defensas químicas ante la voracidad animal, inventando drogas mortales para especies sin papilas gustativas o un fino olfato. No es improbable que algunos humanos mutasen al probar las psicoactivas, y cabe interpretar tantas leyendas sobre la relación entre comer algún fruto y el paraíso —comunes a todos los continentes— como recuerdo de viejos trances con ellas.
Sea como fuere, durante millones de años gran parte de los vegetales y frutos fueron venenosos y pequeños, como la mazorca del maíz arcaico (superviviente en Mesoamérica) o la vid silvestre. Sólo con la revolución agrícola del Neolítico aparece un grano no tóxico y suculento en los cereales, así como muchas leguminosas comestibles y una amplia gama de frutos con abundante pulpa.
Esto disparará cambios de incalculable repercusión, pues territorios antes habitados por 15 individuos podrán alimentar a 1500. En algunas cuencas fluviales —gracias a sus medios de irrigación y desagüe— el modelo de horda animal evoluciona hacia formas más afines a la colmena y el termitero: pautas de autosuficiencia, articuladas sobre grupos de sexo y edad ante todo, dan paso a pautas de interdependencia, basadas sobre una compartimentación por clases, cuyo reflejo son élites hereditarias de poder. Nace la historia en sentido estricto, con los primeros lenguajes escritos y grandes monumentos perdurables. Nacen también la servidumbre hereditaria, los impuestos en trabajo y especie, las guerras de expansión imperial.
1- Las culturas de cazadores-recolectores —sin duda las más antiguas del planeta— tienen en común una pluralidad abierta o interminable de dioses. Hoy sabemos que en una muy alta proporción de esas sociedades los sujetos aprenden y reafirman su identidad cultural atravesando experiencias con alguna droga psicoactiva. Tales tradiciones son por eso un capítulo tan básico como hasta hace poco olvidado en aquello que religiones posteriores, propias de culturas sedentarias, llamarán verdad revelada.
Antes de que lo sobrenatural se concentrase en dogmas escritos, y castas sacerdotales interpretaran la voluntad de algún dios único y omnipotente, lo percibido en estados de conciencia alterada fue el corazón de innumerables cultos, y lo fue a título de conocimiento revelado precisamente. Las primeras hostias o sagradas formas fueron sustancias psicoactivas, como el peyote, el vino o ciertos hongos.
2- Por otra parte, sólo el tiempo irá deslindando fiesta, medicina, magia y religión. Enfermedad, castigo e impureza son al principio la misma cosa, un peligro que intenta conjurarse mediante sacrificios. Unos obsequian víctimas (animales o humanas) a alguna deidad para lograr su favor, mientras otros comen en común algo considerado divino.
Esta segunda forma de sacrificio —el ágape o banquete sacramental— se relaciona casi infaliblemente con drogas. Así sucede hoy con el peyote en México, con la ayahuasca en el Amazonas, con la iboga en África occidental o con la kawa en Oceanía; numerosos indicios sugieren que otras plantas se usaron de modo más o menos análogo en el pasado.
Desde la noche de los tiempos, ingerir algo que es tenido por «carne» (o «sangre») de cierto dios puede considerarse un rasgo de la religión natural o primitiva, frecuente también en ceremonias de iniciación a la madurez y otros ritos de pasaje.
Pero si bien hay una gran diferencia entre el sacrificio cruento y el incruento, entre el regalo de una víctima y el banquete sacramental, ambos tipos pueden fundirse en ritos como la misa, donde el recuerdo del chivo expiatorio Cristo («cordero que lava los pecados del mundo») crea un pan bendito y un vino bendito, cuerpo y sangre del propio sacrificado.
Muy notable resulta que la palabra griega para droga sea phármakon, y que pharmakós —cambiando sólo la letra final y el acento— signifique chivo expiatorio. Lejos de ser una mera coincidencia, eso muestra hasta qué punto medicina, religión y magia son inseparables en los comienzos.
3- La más antigua fusión de estas tres dimensiones es el chamanismo, una institución extendida originalmente por todo el planeta, cuyo sentido es administrar técnicas de éxtasis, entendiendo por éxtasis un trance que borra las barreras entre vigilia y sueño, cielo y subsuelo, vida y muerte. Tomando alguna droga, o dándosela a otro —o a toda la tribu—, el chamán y la chamana tienden un puente entre lo ordinario y lo extraordinario, que sirve tanto para la adivinación mágica como para ceremonias religiosas y terapia.
Es curioso que -en su Metafísica- Aris¬tóteles atribuya a Hermótimo de Clazomene, un individuo con perfiles chamánicos evidentes, la invención de la palabra Nous, que traducimos por «inteligencia». Las tradiciones sobre Hermótimo cuentan que abandonaba a menudo su cuerpo, unas veces para encarnarse en distintos seres vivientes y otras para viajar a dimensiones celestes o subterráneas.
Llamativamente, el nivel de conocimientos sobre botánica psicoactiva depende de que en un territorio pervivan formas de religión natural, administradas por chamanes y chamanas. Así lo indica una comparación entre el continente americano y el euroasiático: aunque la masa del primero es muy inferior —e inferior sea también la variedad botánica en general—, el Nuevo Mundo conoce diez plantas psicoactivas por cada una de las conocidas en el Viejo. El dato cobra mayor relieve considerando que no escasean en Europa y Asia algunas iguales o parecidas a las americanas. Pero América, a diferencia de Africa y Eurasia, ha sido ajena a los grandes monoteísmos hasta hace pocos siglos.
4- La ebriedad es una experiencia a veces religiosa -otras sólo hedonista— que el hombre antiguo practica con variadas sustancias psicoactivas. El Ahura-Mazda, libro sagrado del zoroastrismo, dice «sin trance y sin cáñamo» en una de sus líneas (XIX, 20), y hay menciones a setas psicoactivas en otros himnos a viejas deidades de Asia y el norte de Europa. La antigua palabra indoirania para cáñamo (bhanga en iranio, bhang en sánscrito) se usa también para el trance inducido por otras drogas. Opuestos tajantemente a cualquier bebida alcohólica, los arcaicos himnos del Rig Veda hablan de la ebriedad como aquello que «encarama al carruaje de los vientos», y mucho más tarde —en el siglo I— Filón de Alejandría sigue vinculándola a actos de júbilo sacramental; en su tratado sobre la agricultura afirma:
«Pues tras haber implorado el favor de los dioses (…) radiantes y alegres se entregaban a la relajación y el disfrute (…) Se dice que de ello le viene el nombre a embriagarse, porque en eras previas ya era costumbre consentirse la ebriedad después de sacrificar» (De plantatione, XXXIX, 162-163).
5- Sin embargo, dentro de la ebriedad sacramental conviene distinguir entre posesión y viaje. Apoyada en drogas como alcohol, tabaco, daturas, belladona y otras análogas, la ebriedad de posesión induce raptos de frenesí corporal donde desaparece la conciencia crítica; acompañados por música y danzas violentas, esos raptos son tanto más reparadores cuanto menos se parezcan a la lucidez y el recuerdo. En sus antípodas, la ebriedad de viaje se apoya sobre drogas que potencian espectacularmente los sentidos sin borrar la memoria; su empleo puede ir acompañado por música y danza, pero suscita ante todo una excursión psíquica consciente, introspectiva antes o después.
La ebriedad de viaje, que es la propiamente chamánica, pudo tener su foco de irradiación en Asia central, desde donde se extendió a América, al Pacífico y a Europa. La de posesión reina en África, y desde ese centro pasó quizá al Mediterráneo y al gran arco indonesio de islas, donde el amok constituye una de sus manifestaciones más claras; en tiempos históricos invadió América con la trata de esclavos, y bajo nombres como vudú, candomblé o mandinga goza hoy allí de bastantes adeptos.
INDICE
1- La Antigüedad remota
2- El mundo griego
3- El mundo romano
4- El fin del paganismo
5- Islamismo y ebriedad
6- Drogas, concupiscencia y satanismo
7- El resurgir de la medicina
8- El descubrimiento de América
9- El fin del Viejo Régimen y las guerras del opio
10- El siglo XIX
11- La reacción antiliberal
12- La cruzada en sus inicios
13- Nuevas drogas
14- Una paz farmacrática
15- La rebelión psiquedélica
16- El retorno de lo reprimido
17- La era del sucedáneo
18- Algunas riendas del asunto
Apéndice