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Ed. de la Banda Oriental, año 1992. Tamaño 19 x 13 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 564
Una historia de la sensibilidad, ¿y por qué no de las mentalidades como quiere la historiografía francesa? Sobre todo porque el término sensibilidad es más nuestro y necesita menos explicaciones. Se trata de analizar la evolución de la facultad de sentir, de percibir placer y dolor que cada cultura tiene y en relación a qué la tiene.
Pretende ser, más que una historia de los hábitos del pensar en una época -aunque también puede incluirlos-, una historia de las emociones; de la rotundidad o la brevedad culposa de la risa y el goce; de la pasión que lo invade todo, hasta la vida pública, o del sentimiento encogido y reducido a la intimidad; del cuerpo desenvuelto o del encorsetado por la vestimenta y la coacción social que juzga impúdica toda soltura.
La historia de la sensibilidad en ese Uruguay del siglo XIX para poner de una vez los pies en la tierra, es la de la lenta desaparición del pathos y la también lenta aparición del freno de las «pasiones interiores», en feliz expresión de nuestro primer Arzobispo, Mariano Soler, a fines del siglo pasado.
Pero debe ser una historia -en eso sí, a la francesa- que pretenda describir el sentir colectivo al que nadie escapa, por encumbrado o bajo que se encuentre en la escala social, desde el doctor de la Defensa montevideana y el caudillo Fructuoso Rivera, hasta el gaucho contrabandista de ganado, el agricultor de Canelones y el sirviente negro de la pudiente familia montevideana.
Cualquier investigador de nuestro pasado, cualquier lector curioso de la prensa del siglo XIX y aun del Novecientos, se habrá enfrentado a lo que alguna vez habrá llamado, si no tenía mucha cultura, las «excentricidades» del pasado, y, si la tenía, la «atmósfera» de la época. En ocasiones, además, cuando barruntamos esa distancia mental que nos separa de aquellos antecesores, nos invade la desesperanza, la secreta convicción de que tal vez nunca podamos entenderlos cabalmente en sus motivaciones y conductas.
Pues bien, de esas «rarezas» en algunos de sus planos trata este libro.
¿Qué sensibilidad era esta que hacía derramar el llanto en público a las mujeres de la cazuela ante una representación de «La Traviata» en 1856 y provocaba el mismo «exceso» en el Coronel Lorenzo Latorre, el dictador oriental, cuando oía a los trágicos italianos que visitaban el Teatro Solís en la década del setenta? ¿Qué sociedad era esta que a la vez que jugaba, trabajaba en faenas rurales como la doma y la yerra y distraía una cuarta parte del año en el Carnaval y las «fiestas» religiosas? ¿Debido a qué preferían aquellos hombres castigar el cuerpo —del delincuente, del niño, del enemigo político— antes que hacer lo que nosotros, reprimir su alma y convencer a los tres de su culpa original para mejor disciplinarlos? ¿Qué necesidad de visualizar qué mundos hacía que el público teatral asistiera en 1866 y 1867 al estreno de «La Forza del Destino» de G. Verdi, de la canción «Mambrú se fue a la guerra», tocada por el «gran pianista norteamericano Gottschalk, y de los cuadros vivos de Agustina Keller y su Compañia, tales «Apolo entre las musas» y «El último día de Pompeya», en cuya escenificación tomaron parte «gladiadores expresamente contratados para esa grandiosa escena»?
De esta cultura hemos investigado particularmente su actitud ante la violencia física, ante la actividad lúdica, las formas que asumió la sexualidad y sobre todo, la «reflexión» sobre lo sexual, y la relación del hombre con su muerte y la de los otros. Violencia y sexualidad encarnan, en realidad, dos referencias a un solo hecho: la actitud ante la vida. El otro componente, la actitud ante la muerte, completa y cubre, a nuestro entender, los problemas básicos de toda cultura. Esta revelará, creemos, sus más escondidos presupuestos, el secreto de las conductas de sus integrantes, las razones del «corazón», al mostrarnos cómo sintió la violencia física; el espacio que concedió al juego y la manera en que lo diferenció o lo confundió con el trabajo; al descubrirnos con qué carga de culpa o de gozo vivió la sexualidad, y, por fin, como sintió la muerte, si la aceptó, la negó o entremezcló ambas actitu¬des. Por ello pensamos que analizar la violencia, el juego, la sexualidad y la muerte nos acercará a la médula de esa época, a los rasgos colectivos y seguramente intransferibles de una forma de sentir.
Pero esta historia de la sensibilidad también revelará, y desde su primer momento, cómo lo social lo impregna todo, cómo ni siquiera las formas casi impersonales de la sensibilidad escapan a la influencia de los sectores dirigentes. No se trata, claro está, de proponer automatismos, ni relaciones de causa a efecto, de afirmar que la sensibilidad que mejor sirve los intereses dominantes en una sociedad sea la que siempre prevalece. No creemos esto, pero si que existen funcionalidades, correspondencias, afinidades electivas y sutiles, entre la esfera de la historia de la cultura y la de la historia social. Y en este plano, esta historia de la sensibilidad se diferencia de la historia de las mentalidades francesa, al menos de la practicada por la mayoría de los investigadores galos.
No ha sido por afán de hallar lo social que lo hemos encontrado, ya que sólo esperábamos descubrir lo indiferenciado, lo que unía a Carlos V con el último de sus lansquenetes, para utilizar un ejemplo famoso, a Melchor Pacheco y Obes con los esclavos que liberó en 1842 al convertirlos en soldados, para usar un ejemplo de menos lustre. Lo que nos sucedió fue que lo social se impuso desde el comienzo de la investigación, cuando la documentación probó la presencia a cada paso de las clases dirigentes, a veces protagonizando el rechazo de ciertas formas de la sensibilidad, a veces impulsando otra por completo nueva.
Por eso es que hemos utilizado para las dos formas de sensibilidad que se suceden en el siglo XIX uruguayo, los términos de «bárbara» y «civilizada». Ellos revelan, con el espléndido prejuicio cultural y de clase con que fueron aplicados por los sectores dirigentes, cómo lo cultural se halló indisolublemente ligado a lo social. Y, además, dan al texto un color de época que en esta clase de historia consideramos esencial.
Este ver tan claramente lo social en la sensibilidad tal vez sea un privilegio de los países dependientes. Los «países nuevos», como se llamaba a los semicoloniales de América Latina en el siglo XIX, en que coexistían sistemas económicos y culturales de diversas épocas, en que la inmigración europea y la influencia decisiva de los países imperiales aceleraban procesos, permiten observar la historia de la sensibilidad desde una posición privilegiada, desde un lugar donde los lentos cambios del alma se apuran como en cámara rápida. Procesos culturales que en Europa son casi imperceptibles, duran siglos y pertenecen a la larga duración de Braudel, aquí perduran a lo sumo decenios al menos en el siglo XIX, en el que se dieron las condiciones de aceleración antes señaladas. Es esta relativa rapidez de los procesos culturales, per se lentos, la que permite descubrir lo social con tanta facilidad observar el papel promotor de las clases dirigentes en los cambios dé sensibilidad, sus dificultades y fracasos, la inercia de lo cultural pero
también la fuerza de los sistemas de dominación.
En el primer tomo mostraremos una sociedad que practicó la violencia física y la justificó como el gran método de dominio del Estado sobre sus súbditos y de los amos (padres, maestros, patrones) sobre sus subordinados (hijos, niños y sirvientes); que jugó y rió casi tanto como trabajó y a cuya mayoría le costaría diferenciar entre estas actividades por presentárseles entrelazadas; hombres y mujeres que vivieron su sexualidad casi con alegría rabelesiana, en medio de un catolicismo permisivo; una época, por fin, que exhibió macabramente la muerte, la anunció con bombos y platillos a los moribundos y hasta la vinculó con la fiesta y el omnipresente juego.
A este tipo de sensibilidad, dominante, sin dudas, hasta la década que se inicia en 1860, muchos integrantes de las clases dirigentes le dieron el nombre de «bárbara». En 1845, Domingo Faustino Sarmiento tomó su antinomia barbarie y civilización de este medio social al que pertenecía, asignándole tanto un contenido geográfico -vinculando la barbarie con el medio rural e identificando la civilización con las ciudades— como otro valorativo.
Nosotros pretendemos utilizar esas categorías como meras ilustraciones de época, como manera de llamar la atención sobre el juicio de las clases dirigentes españolas y orientales que ya en el siglo XVIII describían la sexualidad vigente como una «inclinación a la barbarie» y en 1809 calificaban a los sectores populares de «República de Carives», utilizando la antinomia civilización y barbarie en un sentido cultural más vasto que el de Sarmiento, en un sentido que hace recordar el Ariel y Calibán shakespereano.
La «barbarie», es decir, la sensibilidad de los «excesos» en el juego y el ocio (su consecuencia improductiva), en la sexualidad, en la violencia, en la exhibición «irrespetuosa» de la muerte, la «barbarie» que practicó también buena parte, a veces la mayoría de las clases dominantes en su vida cotidiana, fue opuesta, sobre todo por los dirigentes de la política y el saber —cabildantes, gobernadores, presidentes, ministros, legisladores, periodistas y fundamentalmente el clero— a la «civilización», en el sentido de represión de la violencia, el juego, la sexualidad y la » fiesta» de la muerte.
Esos sectores pensantes, e influyentes, encuadraron los cambios de la sensibilidad en el siglo XIX siempre dentro de este marco interpretativo, un marco nunca gratuito, más bien interesado en la promoción de determinado desarrollo «europeizado» de la región platense. Una larga y sostenida cosmovisión calificó ya en 1831 al Carnaval, desde el diario «El Universal», como «los tiempos de barbaridad», y condenó la forma «brutal» del juego como contraria «al grado de civilización a que hemos llegado». En 1883, Daniel Muñoz dio la nota de nostalgia cariñosa que produce siempre la sensibilidad vencida en el ánimo de los vencedores al sostener «Convengo con los que dicen que aquello era bárbaro, pero[…] era muy divertido, era más espontáneo, más popular y sobre todo, más barato», y concluyendo el siglo, en 1899, el diario «La Tribuna Popular» volvió a utilizar la terminología con el mismo sentido que en 1831 lo hiciera «El Universal», probando la continuidad de objetivos de una clase dirigente que, blanca o colorada, liberal o clerical, «progresista» o conservadora en lo social, como tendremos ocasión de comprobar en el tomo II de esta obra, coincidió en la condena de la «barbarie» y el elogio de otra sensibilidad, la «civilizada».
La identificación de la «barbarie» con «el desorden de los instintos» es, en otras palabras, una manera de dar nueva vida a lo que la tesis sarmientina angostó en demasía. Para los contemporáneos de época y clase del sanjuanino, la «barbarie» era una manera de ser de todos los hombres en todos lados, en el campo como en la ciudad, una forma de sensibilidad que, como sostuvo en febrero de 1839 el diario montevideano «El Nacional», Bernardino Rivadavia había intentado reprimir en el Buenos Aires de 1825, «liquidando la bárbara tradición del Carnaval» y Juan Manuel de Rosas, en cambio, había restaurado «entre sus bellas exhumaciones (…) en estos últimos años»
El plan de esta obra comprende un primer tomo que analizará el apogeo de la sensibilidad «bárbara» ocurrido aproximadamente entre 1800 y 1860 -las fechas son meramente indicativas, pues cualquier fijación estricta es imposible en la historia de la cultura- y a vez mostrará las primeras grietas en el muro, las formas que asomaban ya de la sensibilidad que se tornó dominante a posteriori. La justificación del corte en la década de los sesenta la haremos en el Tomo II, cuando presentemos la sensibilidad «civilizada».
Cada uno de los tomos irá precedido de un breve estudio sobre el entorno geográfico, demográfico, económico, social y político que enmarcó las dos formas culturales. No creemos que esos entornos diferentes hayan engendrado las dos sensibilidades, pero llaman sí la atención los nexos, la funcionalidad que existió entre la economía de la abundancia con las «plétoras» de ganado vacuno de 1800 a 1860 y a la sensibilidad valoradora del placer y el juego, asi como los vínculos que se fueron trabando entre el Uruguay cuasi burgués de 1890 y la represión del ocio y la sexualidad.
INDICE GENERAL
TOMO 1, LA CULTURA BARBARA 1800-1860
Introducción ,
I- El Entorno
1- El paisaje «sin reglas»
2- Una demografía de «excesos»
3- Economía y sociedad: «La libertad física» de los de abajo
4- Ganadería y violencia física
5- «La guerra es el estado normal en la República»
II- El castigo del cuerpo: violencia privada y estatal
1- Introducción
2- La violencia física privada
3- La violencia física en el «discurso» de los dirigentes
4- La violencia física del Estado: el cuerpo castigado de los delincuentes
5- La violencia física del Estado: el cuerpo aprisionado de las clases populares, los jóvenes y los niños
III- La violencia de los amos
1- El padre-patrón
2- Madre y abandono
3- EÍ maestro «verdugo»
4- Patrones y sirvientes
5- Médicos, hermanas de caridad y enfermos
6- El hombre y los animales
IV- La cultura lúdica: risa, juego y exuberancia del cuerpo
1- Risa y desorden
2- El juego
3- El gozo del cuerpo
V- La cultura lúdica: el carnaval, paraíso de la materia
1- La fiesta sin límites temporales, irrenunciable y universal
2- La fiesta del cuerpo
3- La fiesta del alma
4- La venganza de los oprimidos
5- Carnaval y sexualidad
VI- La cultura lúdica: la fiesta religiosa
1- La duración del juego .
2- Religión y «regocijo» popular
3- La Semana Santa: tristeza y resurrección del juego
VII- Excesos en el uso de la Venus
1- «Excesos»
2- El clero «marcha con la corriente»
3- La percepción poco culposa de la sexualidad
4- La «reflexión» sobre la sexualidad
1- La muerte anunciada
2- La muerte en familia
3- Transgresiones
IX- La muerte exhibida y aceptada
1- La costumbre de la muerte
2- Las fiestas de la muerte
3- Interpretaciones
X- Las desvergüenzas del Yo
1- La sentimentalización de la vida
2- La exposición de lo íntimo
XI- Hacia la sensibilidad «civilizada»
1- Los reformadores de la sensibilidad
2- Hostilidad al juego
3- Las formas del Poder: del castigo del cuerpo a la represión del alma
4- El puritanismo «ilustrado»
5- De la muerte exhibida y cercana, a la muerte alejada y negada
Notas
TOMO 2, EL DISCIPLINAMIENTO
PARTE PRIMERA: LOS FUNDAMENTOS
I- El nacimiento de la sensibilidad «civilizada» y su entorno
1- A la búsqueda de décadas claves
2- El entorno del Uruguay «moderno»
3- «Pecado» y «barbarie»: la concepción católico-burguesa
4- Víctimas y victimarios
II- Los nuevos dioses
1- El trabajo
2- El ahorro
3- El orden
4- Salud e higiene
III- El nuevo diablo
1- La lujuria
2- El libertinaje
3- Razones
PARTE SEGUNDA: LA NUEVA SENSIBILIDAD
I- La represión del alma y el respeto del cuerpo
1- La naturaleza del nuevo sistema de control social
2- «La religión, el freno más seguro»
3- «La educación del pueblo»
4- El horror ante el castigo físico
II- El descubrimiento del niño
1- El descubrimiento
2- El niño amado
3- El niño vigilado y culpabilizado
III- La sexualidad negada y omnipresente
1- Los agentes represores
2- La separación de los sexos
3- La sexualidad negada
4- La sexualidad omnipresente
IV- La mujer dominada
1- Introducción
2- La mujer diabolizada
3- El modelo burgués: «la mujer con dedal»
4- El bovarysmo de la mujer burguesa real
V- El joven vigilado
1- El adolescente, un culpable
2- Noviazgo controlado y casamiento tardío
3- Genitalidad y amor en los burgueses jóvenes
4- La sexualidad entra en el campo del delito
VI- La gravedad en el porte
1- Razones
2- El empaque del burgués
3- Hacia el silenciamiento del niflo
4- El «recato» femenino
5- La «compostura» a guardar por las clases populares
VII- El fin del juego
1- Introducción
2- El carnaval «plástico»
3- De la fiesta a la ceremonia religiosa
4- Fiesta cívica, ocio y deporte
VIII- La muerte temida y ocultada
1- Poder, dignidad y pompa de lu muerte
2- La muerte ocultada
3- La muerte: de comunitaria a familiar y personal
IX- La aparición de la intimidad
Notas