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Ed. Instituto de Estudios Políticos, año 1971. Tamaño 18,5 x 13 cm. EDICION BILINGÜE GRIEGO-ESPAÑOL. Texto, traducción y notas de Manuel Fernández Galiano. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 80
Jenofonte nació en las cercanías de Atenas, en la región de Ática, durante la segunda mitad del siglo V a. de C., en el seno de una familia acomodada. Su infancia y juventud transcurrieron durante la Guerra del Peloponeso (431-404 a. de C.), en la que participó formando parte de las fuerzas ecuestres.
Fue discípulo de Sócrates y escribió diálogos inspirados en su persona. Durante el gobierno de los Treinta Tiranos, Jenofonte se unió a una expedición de mercenarios griegos a Persia conocida como la Expedición de los Diez Mil, contratados por el príncipe persa Ciro el Joven (con quien trabó amistad), que se enfrentaba a su hermano mayor Artajerjes II, el rey de Persia. A la muerte de Ciro en la batalla de Cunaxa, la expedición quedó abandonada a su suerte, sin recursos y en el medio del imperio persa, por lo que se tuvo que abrir paso a través de 1500 km de territorio hostil hasta conseguir volver a Grecia.
El relato de Jenofonte sobre esta expedición lleva por nombre Anábasis, y es su obra más conocida. Alejandro Magno consultó durante su invasión al Imperio aqueménida este excelente escrito, que le ayudó incluso a tomar serias decisiones en el ataque y asedio a diferentes ciudades y fortificaciones.
Tras regresar a Grecia, Jenofonte entra al servicio del rey espartano Agesilao II, que comandaba un cuerpo expedicionario griego para proteger las ciudades griegas de Asia Menor de los persas (396 a. de C.).
Sin embargo, la alianza griega pronto se rompió y en 394 a. C. tuvo lugar la batalla de Coronea, en la que Esparta se enfrentó a una coalición de ciudades griegas de la que formaba parte Atenas. Jenofonte tomó parte en la batalla, al servicio de Agesilao, por lo que fue desterrado de su patria. En cualquier caso, los espartanos le distinguieron primero con la proxenía (honores concedidos a un huésped extranjero) y más tarde con una finca en territorio eleo, en Escilunte, cerca de Olimpia, en la que comenzó a escribir parte de su prolífica obra. Aquí se le unieron su esposa, Filesia, y sus hijos, los cuales fueron educados en Esparta.
En 371 a. C. se libró la batalla de Leuctra, tras la cual los eleos recuperaron los territorios que les habían sido arrebatados previamente por Esparta, y Jenofonte tuvo que trasladarse a Corinto. Al tiempo, el poder emergente de Tebas originó una nueva alianza espartano-ateniense contra Tebas, por lo que le fue levantada la prohibición de volver a su patria. Sin embargo, no hay evidencia de que Jenofonte retornara a Atenas.
En Hierón Jenofonte desarrolla un diálogo de tipo socrático entre el tirano Hierón y el poeta Simónides, centrado en una pregunta inicial del poeta: la distinta situación del tirano y del ciudadano particular en lo que atañe a alegrías y tristezas. Por supuesto, el diálogo es imaginario (Simónides visitó la corte de Hierón en el 476 a. de C., más de un siglo antes de la escritura de esta obra) y sus personajes no son reales: Simónides no es el poeta cortesano, y en la parte final es el propio Jenofonte quien habla. Por su parte, Hierón es sólo un déspota de la peor calaña, y no el personaje elogiado por Píndaro y Baquílides, gran guerrero y legislador clarividente.
En cuando a su fecha de composición, la situación no está clara. Alguno piensa que su escritura tal vez estuviera motivada por el auge y posterior caída del tirano Jasón de Feras, en los años 370 a. de C., o bien por las de Dionisio el Joven, en la década siguiente. La alusión a las conspiraciones de los familiares puede hacer referencia a los asesinatos entre los sucesores de Jasón, por lo que la composición de la obra sería posterior al 358 a. de C. El estudio de la lengua y de las influencias retóricas nos proporciona una fecha tardía, más acorde con este último dato.
Este texto influyó en Sobre la paz de Isócrates y en los cínicos, uno de cuyos temas comunes era la desgracia del déspota. También fue muy leído por los aticistas y sofistas de los siglos I y II (como Dión de Prusa y Arriano).
Si bien en su comienzo la obra parece querer tratar una cuestión individual, a medida que se avanza en su lectura se constata que los diversos aspectos de la vida pública se apoderan del diálogo, tomando cada vez mayor fuerza la idea de que si al tirano no le va bien es porque está enfrentado con toda la ciudad. La postura invariable del personaje de Hierón es que el tirano goza menos y sufre más que el ciudadano común, lo que contrasta completamente con el pensamiento del personaje de Simónides. A lo largo de sus once epígrafes se pasa revista a diversos aspectos de la vida, y se intenta averiguar quién sale más favorecido desde la perspectiva del placer. Éste es el resumen del contenido, separado en sus epígrafes constituyentes:
1- El punto de partida son los sentidos del ser humano, ya que suponen la primera fuente de placer o dolor. Hierón afirma que no puede asistir a los espectáculos, y Simónides le replica que siempre son halagados sus oídos. Mas el tirano le contradice, ya que sólo son agradables los elogios libres, no los que se hacen por adulación. También se queja de que no disfruta de los manjares o de los perfumes, pues no encierran novedad o sorpresa para él. Pasa luego Simónides a considerar el tema del amor, replicando Hierón que nunca puede saber si en sus amantes éste es verdadero o fruto del miedo, y además alega que nunca podrá casarse, salvo con una extranjera, ya que el matrimonio debe aportar dinero y prestigio mayores a los ya poseídos.
2- Trata la posesión de bienes o riquezas, y de la facilidad del tirano para realizar el bien a sus amigos y el mal a sus enemigos. Pero Hierón soslaya de momento la cuestión, centrándose en otros bienes que disfruta más el ciudadano particular: paz, viajes, seguridad, e incluso la guerra, que suponen problemas para el tirano.
3- Versa sobre la amistad y el amor de amigos y familiares, de los que poco puede gozar quien es víctima frecuente de conspiraciones.
4- Se plantea la falta de confianza y seguridad en los súbditos del tirano, patente en el constante miedo a ser envenenado. Hierón responde también a la cuestión sobre los bienes planteada antes: los tiranos son en realidad pobres, pues no pueden cubrir sus necesidades (aventajar a otros tiranos, poseer ciudades, puertos y territorios, pagar a sus ejércitos, etc).
5- Sobre el triste destino del tirano que, como cualquiera, admira a los hombres sabios, valientes y justos, pero se ve obligado, por recelo, a servirse de personas injustas, corrompidas y serviles.
6- Hierón añora los placeres que disfrutaba como ciudadano: amistad y conversación con los amigos, banquetes, embriaguez, sueño. El temor destruye su felicidad.
7- Simónides entra en el terreno de los honores, que por sí solos justificarían la tiranía. Pero Hierón alega lo mismo que con los halagos: las muestras de respeto motivadas por el miedo no son verdaderos honores. Simónides entonces le pregunta qué le lleva a mantenerse como tirano, a lo que Hierón responde que ni siquiera eso le está permitido, pues no podrá agraviar todos los males.
8- El poeta propone crear un proyecto ideal de gobierno que no esté reñido con el amor y el respeto de sus súbditos. Comienza considerando que los actos del gobernante y de los súbditos (regalos, cuidado de enfermos, tolerancia de la vejez) son agradecidos mucho más al primero. Pero el tirano le recuerda las cargas que el tirano debe imponer, como impuestos, vigilancia, castigos, mercenarios, que le salen caras al ciudadano.
9- Simónides considera que hay ocupaciones gratas (como alabar y otorgar premios) y ocupaciones enojosas (como castigar y censurar). El gobernante debería encargarse de las primeras y mandar las segundas a otros. Así mismo, se considera la creación de premios para todas las actividades, de tal forma que los gastos sean cubiertos por la mayor cantidad de ingresos.
10- El poeta establece que los mercenarios se convertirán en protectores de toda la ciudad y de sus bienes, en lugar de únicamente del tirano. De ese modo los súbditos se convencerán de su utilidad y participarán en su mantenimiento.
11- En el último epígrafe se exhorta al fomento de los gastos públicos, de notorias ventajas para el país y para el gobernante
Nuestro aparato crítico contiene los siguientes datos:
1- Todas las variantes de los tres conocidos manuscritos A (Vaticanus graecus 1335), M (Marcianus 511) y F (Laurentianus LXXX 13), principales representantes de las tres familias que tradicionalmente se distinguen en los códices jenofonteos. El primero de ellos, cuya autoridad es muy grande, fue objeto más tarde de una revisión: llamamos, pues, A1 aquello que fue escrito en el texto propiamente dicho por el escriba original, mientras que A2 indica tanto las lecciones correspondientes a la citada revisión
tardía como aquellas otras que proceden de enmiendas hechas en las líneas mismas, entre ellas o al margen por el autor de A1. Lo mismo decimos de M2, F1, F2, C1 y C2.
2- Las lecciones del manuscrito B (Vaticanus graecus 1950), copiado de A cuando aún no había sido éste corregido, que pueden dar testimonio de las lecciones de A1 cuando, por heber raspado o escrito encima el autor de A2, resultan ilegibles en aquel códice.
3- Algunas lecciones útiles de C (Mutinensis 145), manuscrito que ha sido objeto de controversia. Parece que procede de la misma fuente que A, pero contiene una gran cantidad de variantes que pudieran no tener otro valor sino el de ingeniosas conjeturas de un copista inteligente.
4- Lecciones esporádicas de algunos manuscritos de menor importancia que calificamos como deteriores.
5- Todas las variantes de Estobeo, que recoge en su Florilegio, con las lagunas indicadas en nuestro aparato, el texto de I 1-30, II 2-4, 7, 11, III 5-6, VI 4-6 y IX 1-10. Este testimonio, por la gran cantidad e importancia de las divergencias, plantea una serie de problemas en que ahora no podemos entrar.
6- Id. de Ateneo (1 17-23 y IV 2).
7- Una variante basada en Suidas.
8- Otra lectura interesante procedente de la edición renacentista de Giunta.
9- Un número mínimo de conjeturas de autores modernos, solamente en los siguientes casos: cuando la conjetura haya sido aceptada por nosotros o cuando se trate de un pasaje difícil en que la enumeración de varias hipótesis pueda orientar más al lector.