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Ed. Museo Nacional de Arte Decorativo, año 1988. Tamaño 28 x 23 cm. Incluye 22 reproducciones a color y blanco y negro sobre papel ilustración. Estado: Excelente. Cantidad de páginas: 36
Bisnieto de un diplomático francés radicado en Uruguay, hijo de un renombrado ilustrador, nació Guillermo Roux en Buenos Aires el 17 de setiembre de 1929; en 1947 ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes; en 1963 expuso sus primeras obras en la Galería Plástica, de esta Capital.
En 1956 viaja a Europa y se radica en Italia; en el taller de Umberto Nonni estudia la técnica del fresco y la acuarela. Regresa a la Argentina en 1960 y se retira a San Salvador de Jujuy; allí, en las soledades del norte argentino, cobra conciencia de su capacidad creadora.
En 1966 se traslada a Nueva York donde, deslumbrado, descubre el Expresionismo norteamericano. Al cabo de un año vuelve a Buenos Aires, y se inicia entonces una nueva etapa de su vida, la de la madurez.
Presentamos aquí un conjunto de cincuenta óleos, dibujos, temples, acuarelas, técnicas mixtas, fruto de treinta años de trabajo y muy representativas de las fases más significativas de su carrera.
Sólo dos de los muchos cuadros que ejecutó en Italia integran este conjunto; pero de un gran valor no sólo artístico sino documental, elocuentes manifestaciones, ambos, de la admiración que a Roux inspiraron entonces los maestros de Trecento y del Quattrocento.
Como ellos, pintó sobre tabla; como los del Quattrocento esbozó con temple de huevo y terminó con veladuras de pintura al óleo, pero sin dejarse avasallar, sin menoscabo de su personalidad; sensible, por cierto, es en ese Paño amarillo (N° 2, 1958), en esa figura vestida con un jubón negro y con calzas rojas (N° 1, 1957), la influencia de un Benozzo Gozzoli, la de un Giovanni Bellini; pero no fueron obstáculo, tales influencias, para que ya en esa temprana producción se pusiera de manifiesto su temperamento, se afirmara su originalidad; en esa cabeza, en particular, cuya negra cabellera se confunde con el jubón, en ese rostro que se oculta detrás de una mano.
De su adhesión al Expresionismo americano se exhiben aquí diversas demostraciones; y se podrá comprobar así que un expresionismo muy peculiar fue el de Guillermo Roux; que prescindió del color, que creó figuras extrañas, inconsistentes, al parecer; así, verbigracia, ese Desnudo (N° 3, 1966), que se desintegra, que se deshace en manchas blancas y negras; y tan tenso, sin embargo, tan palpitante, tan trágico.
Como surrealista se considera por lo general su producción de los últimos años. Un surrealismo muy peculiar, también, el de Guillermo Roux; porque muy reales, cabe advertirlo, son a menudo las figuras que en ella nos presenta; muy concretas, muy corpóreas, tangibles, diríase; pero truncas: una cabeza, un busto, unos brazos, unas piernas, unas manos; y a menudo ensambladas con objetos inanimados, con muebles, con ropajes, con cortinas, con instrumentos musicales; tales —me hizo notar el maestro Roux, en uno de los encuentros, tan esclarecedores para mí, que he tenido últimamente con él— como las que se nos aparecen en la memoria; y tales —me permito agregar yo— como las que vemos en los sueños.
Desde hace un tiempo se dedica Guillermo Roux a pintar hojas, casi todas al temple sobre papel; hojas que, a primera vista, muy reales parecen también; así, por ejemplo, las de Gomero y ásaro que se destacan sobre un fondo rojo (Nº 48, 1987); pero que, si se las examina con atención, cambian de aspecto, se metamorfosean, se vuelven artificiales, de metal, tal vez.
Muy real, asimimso, el Tallo de una flor de gomero, que aún no se ha abierto (Nº 43, 1986), mórbido, turgente, hinchado de savia. Pero he aquí que, luego de fijarnos un rato en esa supuesta flor, nos preguntamos, ¿no será otra cosa?, ¿una horquilla?, ¿un instrumento de labranza?, ¿una pluma, de las que se utilizaban antaño para escribir? Mucho de lo onírico tiene también, sin duda, esa ambigüedad.
Esta publicación busca adentrarse en el mundo de Guillermo Roux; un mundo no exento de melancolía, en algún momento blanco y negro, donde nos acometen visiones de pesadilla pero donde, de pronto, brilla el sol, se encienden vivos colores, los que nos reconfortan, nos entonan; y los que, después de un tiempo, se aplacan, se desmenuzan en una riquísima gama de delicados matices…
Federico Aldao