Ed. El Ateneo, año 2001. Tapa dura. Tamaño 23 x 21 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 64
La presente edición brinda 50 reproducciones a color, en papel ilustración, a página completa de la obra de Carlos Gorriarena, un estudio crítico y cronología.
Carlos Gorriarena nació en Buenos Aires el 20 de diciembre de 1925. En 1948 abandono sus estudios en la Escuela
Nacional de Bellas Artes para incorporarse al alumnado de Demetrio Urrichua. A los 17 años de edad ingresó a la
Escuela Nacional de Bellas Artes y tuvo suerte de tener dos grandes maestros, Lucio Fontana – el que luego partiría
para Italia – en escultura, y Antonio Berni en dibujo. A los pocos años abandonó la escuela y prosiguió sus estudios
con el pintor Demetrio Urrichua – un ejemplo de vida -, el «anarquista» enrolado en un importante grupo de
pintores sociales.
Hizo su primera exposición en 1959 y fue cofundador y participante del Grupo del Plata (1960-64). En 1962 es
invitado por la Michael Keroly Memorial, que dirigía Bertrand Russell, a Vance (Francia). Durante los años 1971-72
reside en Madrid. Gorriarena obtuvo el Gran Premio de Honor del Salón Nacional 1986, la máxima distinción a las
artes visuales, por su obra Pin, Pan, Punk.
Gorriarena es un destacado exponente de los que se denomina Arte Político, cuyo iniciador en la Argentina fue Antonio Berni, en la década del 30. Por Arte Político no se entiende una forma de propaganda realizada en favor de un partido, una ideología o un gobierno, sino un cuestionamiento ético de la realidad social, que constituye por sí sola un fenómeno político.
En la obra de Gorriarena puede discernirse cinco etapas. Entre 1959 y 1963 hace una pintura de tipo naturalista.
Pero en una segunda fase (1964-66), bajo el impacto que en él ha producido la Neofiguración, desquicia en sus
telas las apariencias humanas para alegar la situación social.
Dos hechos capitales ocurren en la Argentina de 1961: la muestra Otra Figuración, de la que saldrá el grupo
formado por Ernesto Deira, Rómulo Maccio, Luis Felipe Noe y Jorge de la Vega, y la presentación de la serie de
Juanito Laguna, obra de Antonio Berni. Ambas exposiciones suceden al relámpago informalista, breve y luminoso
(1958-60), en el que habían colaborado algunos de los neofigurativos. Berni, al revez de estos últimos, era un
pintor consagrado en 1961: Sus grandes oleos de 1934-57, con una estupenda figuración neoexpresionista, son
rotundos testimonios de la Argentina pobre y relegada.
En la tercera época (1967-70), el caos comienza a ordenarse y las apariencias a recomponerse, en sus series
Las Banderas y Las Bocas y Las Comidas. El cuarto ciclo es el del Arte Político en pleno y se extiende entre 1971 y
1982. Presenta entonces sus series rostro descubierto, relatos basados sobre fotos periodísticas, y Homenaje a los
reporteros gráficos de «Time», en que llevaba el análisis de lo que denominaba «La incoherencia del mundo» a
ciertas grandes figuras internacionales. Pero en sus telas y dibujos de 1979-82, Gorriarena dio cuenta de la lúgubre
Argentina de la represión ilegal y el vaciamiento económico, con imágenes desgarradoras, lacerantes, indignadas.
«Desde mi retorno a las figuraciones el 70-72 hasta el 83, el objeto elegido, las situaciones, puede decir que son
políticas. El «que» es político. Luego eso se va modificando», ha señalado. Después, hacia 1983, pasa a la sátira
social. «Creo que apartir del 83 se produce un cambio. El sujeto elegido comienza a ser más cotidiano, son simples
seres humanos, fundamentalmente diría que es la clase media», observa Gorriarena.
En la ultima década acude a menudo a la ironía y el sarcasmo respecto de los hábitos regimentados, de las ceremonias, las modas sociales, los medios electrónicos, el turismo, las leyendas históricas. Son alegorías de un universo tribal, consumista, insensible, de cuya existencia nos alerta con bruscos e inesperados toques de alerta sobre la creciente cosificación humana. Por ello remarca que el show lo tiene todo: «Este vómito agridulce nos salpica (…) Hace ya mucho tiempo que en el mundo la extensión ha suplantado a la profundidad.»
Si, como se ha dicho, todo artista verdadero es hijo de su tiempo, Gorriarena lo es en plenitud. En los largos años
que han mediado desde su primera exposición, dio testimonio en su obra de una Argentina azotada por las
convulciones institucionales y las turbulencias sociales.