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Ed. Monte Avila, año 1971. Tamaño 21,5 x 15,5 cm. Traducción de Gabriel Rodríguez. Incluye 24 fotografías en blanco y negro sobre papel ilustración. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 174
Por Dominique Delouche
La primera vez que vi a Fellini fue en Venecia, durante 1955. Se presentaba «La Strada» al festival. No conocía nada de él. Asistí a la proyección con una emoción acrecentada por el escándalo de un público indiferente, incluso encrespado. La sala se vaciaba progresivamente mientras aumentaban los silbidos. Desde la primera imagen me convencí de estar ante una obra maestra, arrebatada por un lenguaje esotérico que aquella noche, pensaba, se dirigía precisamente a mí.
A la salida, debí salir a buscar a Fellini para agradecerle ese regalo. Reconocí a Gelsomina, una Gelsomina envuelta en muselina, pero siempre en llanto, regresando a su hotel como a un refugio y, cuatro pasos adelante de ella, a un hombrón taciturno y acorralado. Era él. No se mostró particularmente amable. Más tarde comprendí que se debía a la emoción. Después de algunos años contó que estaba tan aturdido por mi aparición consoladora que al dar unos pasos chocó contra un reverbero; pero yo creo que lo soñó.
¿Por qué Fellini me aceptó como asistente durante cinco años? Me lo pregunté muchas veces. Me parece que cometí el error de comprender demasiado tarde que esta amistad que nos vinculó, amistad fecunda, inspiradora, jubilosa, pura, le pesaba desde hacía tiempo, que yo ya no entraba en su paisaje (se trataba de «La Dolce Vita»).
Cuando uno permanece en el universo felliniano, se convierte en objeto, un plano escenográfico o, mejor, un personaje. Todo lo que lo rodea le sirve como materia creadora. Devora, asimila, roba con un apetito que no reconoce más equivalente que la suntuosidad imaginadora de sus films. Fellini es un autor. Duerme con sus films…
En la época de «Il Bidone», lo llamaban «Il Faro». Es cierto que tiene el don de proyectar la luz, la vida, un poco como el doctor Milagro, de Hoffmann, sobre todo lo que su mirada toma como elemento del paisaje, del filme que lleva en sí.
Fellini tiene siempre presente bajo sus ojos ese paisaje (como si no estuviese seguro de conservarlo entero en su memoria) bajo la forma de un gran panel de madera que cuelga en su estudio ante sus ojos y en el que, día tras día, durante la preparación de un film, pega las fotos, en desorden, de todos los rostros que desfilaron ante él y con los que piensa componer uno de los elementos de su fresco.
Muchas veces se trata de una galería de monstruos, de un universo dantesco en el que de vez en cuando se pierde un rostro celestial que parece pedir socorro. El film ya está allí, con su pintoresquismo, su metafísica. Lo único que falta no es otra cosa que una cuestión de proporciones, de puntos y comas.
Y Fellini lo sabe, porque se tiene la impresión de que los esfuerzos de su realización (si puede hablarse de esfuerzos en un ambiente tan libre, tan orgánico), su única preocupación es la de ser fiel a esta síntesis que hizo «a priori» de su film, sutil como perfume.
Y cuando se lo ve absorto, inquieto mientras trabaja o empieza una secuencia, se debe al hecho de que Fellini busca ese tono del film. El problema que se plantea no es el de un travelling o el de un diálogo falso. Trata de recuperar su inspiración. Pienso que Fellini es uno de esos raros directores que tienen una concepción sagrada de la inspiración; ella tiene algo de absoluto, de esencial y de mística.
Sus films no se engendran acumulativamente, como crea el artesano, sino que crecen alrededor de ese núcleo. Esa alfa, la chispa primera. Por medio de un proceso fulgurante y explosivo.
Fellini necesita ser protegido cuando dirige. Su protección es su corte. Maquinistas, técnicos, visitantes, actores, actrices, todos los actores de un verdadero ballet de corte del cual «el coreógrafo» es el «faro», el rey-sol. Cada uno se adelanta a su turno, recibe una sonrisa, una confesión, se aleja enriquecido, feliz.
¿Y que´piensa Fellini de su mundo? Ama, sí, pero como un psiquiatra ama a sus locos, con benevolencia, entretenimiento y compasión. Cuando regresa a su casa por la noche lleva celosamente consigo la imagen de su escenario y, en sueños, hace de él un harén o un matrimonio…
INDICE
I- Federico Fellini, por Gilbert Salachas
Prefacio
¡E arrivato Fellini!
El hombre
La vida de artista
Filmografía provisoria
El poeta
La comedia humana
Ambigüedad de la sátira
En nombre del Espíritu Santo
El arte y el estilo
Otto e mezzo y la continuación
II- SELECCION DE TEXTOS
EL CINE SEGUN FEDERICO FELLINI. TEXTOS Y ENTREVISTAS
¿Qué significa hacer un film?
Cineasta: hombre de espectáculo
Influencias
La distribución del trabajo
Giulietta, musa
Los actores
El músico
Sobre los productores
Mi film preferido
La moral
La crítica
Ser cristiano
El juego de la verdad
Una entrevista reconstruida
¿Qué es 8 y 1/2?
Palabras sobre 8 y 1/2
A propósito de «Giulietta de los espíritus»
Sobre «Satiricón»
Sartre tiene razón
III- LA OBRA DE FEDERICO FELLINI. SINTESIS DE ARTICULOS Y GUIONES
El Milagro
La Strada
Il Bidone
Le notti di Cabiria
La Dolce Vita
Otto e Mezzo
Las Mujeres Libres de Magliano
IV- PANORAMA CRITICO
Genevieve Agel
Dominique Aubier
André Bazin
Armand J. Cauliez
Marcel martin
Renzo Renzi
Angelo Solmi
Jean Louis Tellenay
Jean Collet
Jean André Fieschi
Jean A. Gilli
Gilles Jacob
Claude jean Philippe
Jean Rochereau
Georges Sadoul
Claude Veillot
Especilegio
V- TESTIMONIOS
VI- FILMOGRAFIA
VII- BIBLIOGRAFIA