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Ed. Retina, año 2013. Tamaño 19,5 x 13 cm. Incluye 70 reproducciones a color sobre papel ilustración. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 120

Por Télam

Gaby Messina (Martínez, 1971) es una de las fotógrafas más reconocidas del país, se formó con maestros como Fernando González Casanueva, Alberto Goldstein, Juan Travnik, Marcos López y Humberto Rivas.

Sus trabajos recorrieron el mundo y ahora vuelve con la obra más personal de su carrera: la que la reconecta con su padre, en tanto revela una espiritualidad católica quebrada.

Su camino religioso comenzó cuando era muy niña, sin embargo su rebeldía aparecía cada tanto. En quinto grado la echaron por responder en una prueba que la vida oculta de Jesús había sido el matrimonio. Esa fue solo una muestra, su cuestionamiento a la fe doctrinaria vendría muchos años después.

«Tuve una educación católica importante, iba a colegio de monjas, cantaba en los coros, era muy activa. Cuando mi padre murió, no pude entrar más a una iglesia. Tenía veinte años y me rebelé, realmente me enojé», cuenta sobre el crimen de su padre Alberto Messina en 1992, del que nunca se supo el motivo ni quiénes lo asesinaron en su casa de Martínez.

La muestra de fotos, varias con reminiscencias a El Bosco, y pequeñas esculturas que exhibe por primera vez; el libro homónimo editado por Retina, el sello de Gustavo Santaolalla y cinco videos cortos son el resultado de un reencuentro con ese padre a través de sus propias diapositivas y de su ruptura con el catolicismo.

Por un lado, trabajé con fondos de las fotos que sacaba y, por otro, ironicé los pasajes bíblicos más destacados», dice sobre las imágenes también nucleadas en una impecable edición con textos de Rodrigo Alonso y Graciela Taquini, que Messina definió como el de una «biblia-pocket».

«Este trabajo empezó con su muerte, la única manera de conectarme con él era mirando las fotos que sacaba en viajes por el país en una casa rodante, me dí cuenta de que tenía un material interesante, escaneé las diapositivas en alta resolución, las coloreamos y tenía unos fondos increíbles para trabajar», cuenta a Télam.

Las imágenes expuestas, poco complacientes y de gran tamaño , son catorce. Están «Sangre en el Nono, Córdoba», que muestra decenas de cuerpos semidesnudos tirados alrededor de un río rojo y Dios (de barbas blancas) escupiendo sangre desde el cielo; o «Adán y Eva en el Chocón, Río Negro», donde ella desnuda lo sostiene a él con un brazo mientras que con su otra mano tiene agarrado un costillar.

«Por mi culpa, por mi gran culpa, Villa La Angostura, Neuquén» retrata en un lenticular 3D cuatro escenas de la auto aflicción de una joven mujer, el deseo sexual reprimido, los orígenes del crimen con la imagen de Caín con el corazón de Abel en el cerro Tronador son algunas de las postales donde Messina vehiculiza creencias.

«Respeto a la gente con fe, en diferentes religiones, porque es difícil vivir y cada uno hace lo que puede. Yo estoy contando mi propia historia, a mi padre lo matan violentamente y encuentro en la Biblia guerras y competencias, Caín que termina matando a Abel porque está celoso, o Eva, que come del fruto prohibido y le dicen que parirá sus hijos con dolor y será esclava del marido, o Jesucristo, que es un cadáver clavado en la cruz».

«Entonces» -sigue Messina- «esto debe ser un mensaje de amor que se puede decir de otras maneras. es un reencuentro con mi padre. dicen que es importante atravesar ese dolor, para mí lo que pasó fue una película, pero después de veinte años pude afrontarlo y agradezco el arte que me da esa vía; no fue desde la justicia, ni la divinidad. Es transmitirlo y trato que sea un mensaje de amor».

Para ella, «la Biblia fue escrita hace mucho tiempo atrás, éramos muy sangrientos, pero las guerras siguen y también muchas son por las religiones. Creo que las religiones no existirían ni tendrían tanto éxito si los seres humanos no supiéramos que vamos a morir, porque es tremendo saber que se acaba. Fueron muchos años rogándole a Dios, cantándole, agradeciéndolo, alabándolo; y esa vez, siendo un adolescente y dejando pronto de serlo, sentía la traición pero también la libertad de mi propio pensamiento».