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Ed. Perfil, año 1998. Tamaño 22,5 x 14,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 118
Estudios morales, o sea, El diario de mi vida, de Lucio V. Mansilla, fue publicado en Buenos Aires en 1888. Casi una década más tarde, en 1896, se reeditó en Francia. Esa publicación, atribuida en un escueto colofón al imprentero G. Richard, fue corregida y completada por Mansilla. La edición francesa que, excepto el Prefacio, los epígrafes y la dedicatoria, escritos en francés, fue realizada en castellano, es la que aquí se reproduce. Hasta hoy no se registran reediciones de Estudios morales, y es ésta, probablemente, la primera.
Este diario, en todo o en parte, fue publicado por Mansilla en diferentes épocas -como él las llama- de su vida. La edición francesa corresponde, tal como lo indica el autor, a una cuarta época que abarca las anteriores. En la impresión de 1888 el autor advierte que el título de la obra le fue dado por Mariano de Vedia en una carta que se incluye en el Prólogo de la página XXXVII.
En esta edición se han respetado, dentro de lo aconsejable, las características de la versión original de 1896. La puesta al día del castellano es la indispensable en función del estado actual del uso de la lengua. Se ha utilizado un sistema para diferenciar las notas al pie de la edición francesa (indicadas con números arábigos), las de la presente edición (números romanos), y las del propio Mansilla (asteriscos).
Hay autores cuya obra puede subsumirse en un solo libro. En el caso de Mansilla el libro podría ser Una excursión a los indios ranqueles. Hasta tal punto que su versión resumida apareció en aquella biblioteca de la infancia llamada Robin Hood.
Claro que sería injusto, además de incorrecto, reducir su obra a un libro, ya que por ejemplo las Causeries tuvieron un reconocimiento por parte de la crítica similar al que el gran público le otorgó a Una excursión…
En las Causeries predomina el estilo de clase que implica la apelación al lector mediante la complicidad con una retórica que oscila entre la confidencia íntima y el distanciamiento en la observación de la mirada de un dandy.
También se podría agregar a la enumeración «Los siete platos de arroz con leche», un episodio de las Causeries que logró su propia autonomía por ser lectura escolar y por la extraña curiosidad, casi del orden de la fascinación, que siempre ha despertado cualquier historia que tuviera como personaje central a Rosas.
En una zona más lateralizada encontramos los Retratos, donde la descripción fisiognómica y psicológica son las figuras que nos entregan de manera genial los rasgos exagerados de los próceres.
Hoy se vuelve a publicar Estudios morales, o sea, El diario de mi vida. Desde Teofrasto se ha considerado en el género cierto tono moralista, puesto que es donde funcionan figuras morales como la sentencia o la máxima, razonamientos lógicamente cerrados que en su contradicción frástica y en su contraste encierran una enseñanza, aunque a veces se permitan un final más enigmático.
Género congelado, alcanza su esplendor en la elegancia y la ironía fina de La Rochefoucauld y con La Bruyére se vuelve relato que toma un imprevisto movimiento, ya que la intriga cortesana le otorga a los enredos amorosos y políticos en la corte un inesperado suspenso.
Mansilla se instala en el género con comodidad. Tiene la posibilidad de ubicarse bien en ese universal que implica todo aforismo. El lector atento puede advertir la particularidad ya sea por la referencia a un lugar geográfico o por la mención anecdótica de algún personaje histórico conocido. Justamente, a diferencia de los textos mencionados anteriormente como las Memorias, es en las Causeries donde la referencia local está más presente.
Si bien los tópicos son los propios del género -el amor, las mujeres o la muerte-, se agrega la política, donde el acontecimiento de la época se condensa en aforismo. Se podría decir que esta universalidad se vuelve singular por el humor, la burla y a veces hasta la finta y el floreo criollo que surge del estilo de Mansilla.
El género de diario y el aforismo se tienden sobre un hilo delgado que un autor puede fácilmente atravesar, si predomina la impronta del Yo. Lo que es decir que el aforismo aparece como el equilibrio -salvo Lichtenberg- de esa conjunción entre lo universal y el yo personal.
El Yo puede tenderle trampas al género y que, entonces, la infatuación y la megalomanía sean las dominantes. Mansilla no ignoraba esos riesgos al punto tal que en uno de sus aforismos dice: «Hay plagios inconscientes»; a su vez medía y administraba el estilo sobre su propia frase: «Todo escritor tiene una palabra favorita que lo traiciona».
Los aforismos están cargados de estas marcas y eso los vuelve aún más inclasificables. Ya que en Mansilla predomina una mezcla contradictoria entre una afirmación de su yo («Luis Lambert soy yo») y el personaje de Balzac del que, en realidad, sólo toma un arte de la memoria, ya que su frívolo misticismo difiere en mucho del héroe balzaciano que es un personaje donde el Yo se abisma por el encuentro con la obra de Swedenborg.
Para alguien tan atento a los antepasados como Mansilla -que en su caso son casi del orden de la mitología en el sentido de que habían fundado la Patria-, la asociación entre lugar y recuerdo va delineando una genealogía territorial donde se puede reconocer la flor y nata de la oligarquía porteña. Es difícil creer por completo en el aire tedioso y distraído del dandy en alguien que en las Memorias describe minuciosamente Buenos Aires haciendo coincidir la topografía con la toponimia parental.
De sus Estudios morales estamos en condiciones de afirmar en principio que cumple la condición necesaria que exige el principio kafkiano: sólo aquel que lleva un Diario no está en una posición falsa ante el Diario de otro. Mansilla transforma la condición en un hecho consumado cuando nos cuenta la anécdota de cómo interesado en que un amigo suyo le leyera su propio Diario aceptó el trato que éste le proponía y que consistía en que le trajera el suyo. Así Mansilla y su amigo organizaron una velada en la que al mismo tiempo cada uno leyó el texto del otro.
Si por el aforismo una verdad general se nos vuelve particularmente íntima, no hay dudas de que Mansilla practicaba el género de la miniatura.
Sin embargo, este libro contiene además Fragmentos de un ensayo, donde se establece un pasaje de lo íntimo a lo público cuando trata de pensar los alcances sociales y estéticos de la conexión entre literatura y política en la democracia republicana.
Esta conexión nos revela su aspecto contradictorio, pero también la manera en que la ecuación conciliatoria busca darle una respuesta a la contradicción. Para producir esta operación necesita de la doctrina política de la democracia republicana: «Toca pues, a la democracia moderna reconciliar al ciudadano con el soldado, y cimentar la justicia, la justicia militar, sobre la única base civilizada y cristiana. Es decir, la equidad».
Es la equidad la que va a relacionar con la armonía y el principio de equilibrio que funcionan como tópicos del positivismo junto a la visión luminosa de la historia, luminosidad que encontramos en más de un aforismo. En el Diario, Mansilla se hace esta pregunta: «¿Acaso no somos una contradicción?», y él mismo como lector de su propio Diario nos devuelve esta respuesta: «Leo en mi Diario, frontera norte de Buenos Aires, noviembre de 1863: Los elementos constitutivos de la literatura serán siempre mucho más épicos y dramáticos, mucho más vivos y animados, bajo el despotismo, la tiranía, el imperio o la monarquía, que en la democracia republicana».
Pero si al comienzo formulábamos la posibilidad de que quizás un libro arrastró el resto de su obra, ahora se hace necesario agregar el personaje. Hijo del héroe de La vuelta de Obligado, sobrino de Rosas, a lo que habría que sumar su vida en fronteras, Mansilla es uno de los protagonistas más fascinantes de la vida nacional, tal como se puede leer en la exhaustiva biografía de E. Popolizio.
Frecuentó su dandysmo por los salones parisinos donde conoció a ese otro dandy que inspiró a Proust y que se llamaba Robert de Montesquiou-Fezensac, a quien dedica su Diario. Y de ese Mansilla nada mejor que la descripción que nos ofrece Verlaine: «Anoche comí con un general de la República Argentina…Mansilla. Ha vivido en la pampa. Ha escrito un libro indiano que me va a mandar. Habla muy bien el francés y es un elegante, nada falta en él: sombrero inclinado, guante lila, monóculo, boutonnière fleurie, levita larga color té con leche…». A todas estas circunstancias exóticas tuvo que sobrevivir su obra para no ser devorada por el personaje.
INDICE
Nota
Introducción, por Luis Gusmán
Prefacio, por Maurice Barrès
Advertencia
Prólogo: Dos cartas
ESTUDIOS MORALES
Apéndice