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Ed. Edhasa, año 2008. Tapa dura. Tamaño 20,5 x 13,5 cm. Traducción de Lucía Graves. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 498

Por Robert Graves

Pero cuéntame, ¿qué les ocurrió a los cretenses? -dijo la ninfa de las Naranjas

Fueron vencidos por Teseo el Griego, a quien ayudó a conseguir la victoria un tal Dédalo, famoso artesano e inventor -respondió Anceo

¿Qué fue lo que inventó? -preguntó la ninfa

-Entre otras cosas =contestó Anceo-, construyó toros de metal que bramían artificialmente cuando se encendía un fuego bajo sus vientres; también estatuas de madera de la diosa que parecían de carne y hueso pues las extremidades articuladas podían moverse en cualquier dirección, como si fuese un milagro, y, además, los ojos podían abrirse o cerrarse tirando de un cordón oculto.

-¿Aun vive este Dédalo? -preguntó la ninfa- Me gustaría conocerlo

-Por desgracia ya no -contestó Anceo-. Todos estos acontecimientos ocurrieron mucho antes de mis tiempos

Ella insistió:

-Pero ¿verdad que me podrás decir cómo estaban hechas las articulaciones de las estatuas para que las extremidades pudieran moverse en cualquier dirección?

-Sin duda debían girar en un hueco esférico -dijo él, doblando su puño derecho y girándolo en el hueco formado por los dedos de la mano izquierda para que comprendiera en seguida lo que quería decir-. Pues Dédalo inventó la articulación esférica. En todo caso, gracias a un invento de Dédalo quedó destruida la flota de los cretenses, y por esto ya no son ellos quienes visitan vuestra isla, sino únicamente los griegos y algún que otro pelasgo, tracio o frigio.

-La madre de mi madre me contó -dijo la ninfa- que, aunque los cretenses adoraban a la diosa con casi tanta reverencia como nosotros, su religión difería de la nuestra en muchos aspectos. Por ejemplo, la gran sacerdotisa no elegía a un campeón solar solo para un año. El hombre que ella elegía reinaba algunas veces durante nueve años o más, negándose a dimitir de su cargo porque alegaba que la experiencia trae consigo la sagacidad. Lo llamaban el sacerdote de Minos, o el rey Toro, pues la hermandad del Toro se había convertido en la hermandad suprema de aquella isla.

Los hombres-ciervo, los hombres-caballo y los hombres-carnero jamás se atrevieron a luchar por obtener el trono de la guerra, y la gran sacerdotisa solamente se dejaba acompañar por hombres-toro. Aquí mi madre y yo distribuimos nuestros favores por un igual entre todas las hermandades. No es prudente dejar que una sola hermandad obtenga la supremacía, ni dejar que un rey reine más de dos o tres años a lo sumo; los hombres se dejan llevar fácilmente por la insolencia si no se les mantiene en el lugar que les corresponde, y entonces se creen ser casi iguales a las mujeres. Con la insolencia se destruyen a sí mismos y para colmo hacen enojar a las mujeres. Sin duda alguna esto fue lo que debió de ocurrir en Creta.

Mientras aun conversaban, hizo una señal secreta a los hombres-cabra para que se llevaran a Anceo fuera de su vista y después le dieran caza hasta matarlo con sus hondas. Pues decidió que a un hombre que podía contar historias tan perturbadoras e indecentes no se le podía permitir seguir con vida en la isla, ni siquiera un momento más, ahora que ya le había contado lo que quería saber sobre la forma de articular las estatuas de madera. Temía el daño que podía ocasionar si inquietaba la mente de los hombres. Además era un viejo encorvado, calvo y feo, un exiliado, y un hombre-delfín que no le traería buena suerte a la huerta.

Los hombres-cabra se postraron en reverencia ante la ninfa de las Naranjas y luego, incorporándose, obedecieron sus órdenes con alegría. La persecución no fue larga.

INDICE
Invocación
Prólogo: Anceo en la huerta de las naranjas
I- La tostadura de la cebada
II- La pérdida del vellocino
III- El origen de los olímpicos
IV- Jasón reclama su reino
V- La diosa blanca aprueba el viaje
VI- Zeus aprueba el viaje
VII- La construcción del Argo
VIII- La llegada de Hércules
IX- La elección de los argonautas
X- La botadura del Argo
XI- El Argo zarpa
XII- Las hogueras de Castanea
XIII- A Lemnos, pasando por Atos
XIV- La isla de las mujeres
XV- Adiós a Lemnos
XVI- Orfeo canta a la Creación
XVII- Los grandes misterios de Samotracia
XVIII- A través del Helesponto
XIX- Las bodas del rey Cícico
XX- El funeral del rey Cícico
XXI- Hilas se pierde
XXII- Pólux boxea con el rey Amico
XXIII- Orfeo habla de Dédalo
XXIV- El rey Fineo y las harpías
XXV- La travesía del Bósforo
XXVI- Una visita a los mariandinos
XXVII- Los minias de Sinope
XXVIII- Los gordos mosinos y otros pueblos
XXIX- El Argo llega a Cólquide
XXX- Remontando el río Fasis
XXXI- El rey Eetes recibe a los argonautas
XXXII- Jasón habla con Medea
XXXIII- El rescate del vellocino
XXXIV- La huida de Ea
XXXV- Cólquide queda atrás
XXXVI- La persecución
XXXVII- El Argo cae en la trampa
XXXVIII- El parlamento
XXXIX- Los coloquideos resultan burlados
XL- El Argo despide a Jasón
XLI- Reunión en Eea
XLII- Nuevamente dan alcance al Argo
XLIII- Los coloquideos resultan de nuevo burlados
XLIV- Hacia Sicilia y el Sur
XLV- Los argonautas pierden toda esperanza
XLVI- El salvamento de los argonautas
XLVII- El Argo vuelve a casa
XLVIII- La muerte de Pelias
XLIX- se restituye el vellocino a Zeus
L-El destino de los argonautas
Apéndice histórico
Arbol genealógico