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Ed. Random House, año 2016. Tamaño 19 x 11 cm. Traducción de Javier Calvo. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 112
«La belleza humana de la que hablamos aquí es de un tipo muy concreto; se puede llamar belleza cinética. Su poder y su atractivo son universales. No tiene nada que ver ni con el sexo ni con las normas culturales. Con lo que tiene que ver en realidad es con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener ese cuerpo»
David Foster Wallace se quitó la vida el 12 de septiembre de 2008. Desde entonces, su leyenda como escritor ha ido creciendo igual que lo hicieron durante los días siguientes a su muerte las muestras de pesar de los internautas. Es algo inevitable que vayan apareciendo recopilaciones de relatos y ensayos, entrevistas y opiniones a lo largo del tiempo. Ese es el caso de El tenis como experiencia religiosa, un librito de poco más de cien páginas que recoge dos relatos, separados por diez años, escritos por Wallace sobre el tenis.
Wallace fue tenista. Su pasión ya se había visto reflejada anteriormente en sus letras (no hay más que mirar en La broma infinita para tener una conciencia clara de lo que el escritor pensaba y sentía por el tenis). De hecho lo practicó con bastante éxito hasta que la cercanía de lo profesional, la importancia de su juego, provocaron que perdiera ese interés al convertirlo en algo demasiado importante. Wallace, cuya imagen lo aleja de la concepción clásica del atleta norteamericano, entra en el mundo del tenis para demostrarnos en Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos que, si bien los animales hermosos están en la pista, el verdadero zoológico, el merchandising y las luces de oropel se encuentran en las gradas.
Es capaz de dibujar con la misma naturalidad la belleza del juego que el contraste ruidoso mezclado con las marcas deportivas que se exhibe entre el público, esa suerte de extravagancia que se pavonea en muchos de estos eventos incluso al día de hoy.
Federer en cuerpo y en lo otro, en cambio, es un duelo. Un enfrentamiento revestido de toda la admiración de quien no quiere perderse nada. Descubrimos aquí a un Wallace apasionado, presa de ese enamoramiento no romántico que sólo se tiene ante quien se admira profundamente, que bebe con los ojos cada movimiento, cada gesto, cada detalle…Ese torrente de emoción contagiosa que se desata ante los movimientos de quien no duda en describir como el mejor tenista, increíble, imposible, único. Federer. Federer como punto de mira, como centro de atención; Agassi a cámara lenta, Nadal dando saltos cual boxeador entrando en calor, tiempo parado, emoción lenta…y Federer sobresaliente. Eso es lo que nos regala Wallace en su segundo título, el retrato de una pasión declarada sin necesidad de poner la rodilla en el suelo y sacar un anillo.
Y entre uno y otro, del US Open a Federer, el lector se contagia dejándose llevar por un deporte que tal vez hasta ese momento le había pasado inadvertido. O tal vez no, tal vez simplemente disfruta de la posibilidad de ver este deporte a través de otros ojos, de otra vida.