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Ed. Planeta, año 2006. Tamaño 23 x 15 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 284
Santiago Roncagliolo es un escritor nacido en Lima, Perú, el 29 de marzo de 1975. Ha escrito teatro, cuentos infantiles y novelas. En el 2000 decidió ir a España a buscar el éxito: «El año 2001, estaba en España muriéndome de hambre y sin situación legal clara, pretendiendo ser un escritor, cuando me ofrecieron escribir una novela de viaje. Yo era un desconocido y necesitaba publicar con urgencia, así que propuse el Amazonas. La editorial aceptó, pero no era tan fácil. No tenía dinero para irme ni papeles de residencia para regresar a España. Perdería mi única oportunidad de publicar un libro. Una noche, mientras lloraba de impotencia, decidí que lo escribiría de todos modos. Entré a bibliotecas y rebusqué en librerías: conseguí 46 libros sobre el tema. Con ellos, construí un Amazonas de palabras, tejido con las historias de exploradores y novelistas, que es donde habita El Príncipe de los Caimanes. Desde entonces, he conocido gente que ha estado en la zona y que ha leído mi libro: se han mostrado de acuerdo con lo que dice. Pero yo me siento muy culpable con todos ellos. El principal mérito de esta novela ha sido demostrar que soy un buen mentiroso. Eso me ha hecho sentir orgulloso como escritor y pésimo como ser humano. Quizá ambas cosas no puedan ir juntas».
“El príncipe de los Caimanes” es una aventura de viajes que entreteje un paralelo entre dos tiempos: el recorrido de Santiago, desde Extremadura hacia el interior del Amazonas, para terminar relacionado con las masacres de la explotación del caucho en la Casa Arana, y el de Miguel, que, a la inversa de la encrucijada de su bisabuelo, va desde Iquitos en búsqueda de Miami, en relación con el tráfico de la cocaína. Ambos caminos van en búsqueda de un lugar en el mundo, donde puedan encontrar un futuro. En el Amazonas, en la época colonial, se daban las relaciones entre españoles, holandeses y americanos, y, hoy día, se establece entre la ley (los policías) y el tráfico de drogas y armas.
El inicio de la obra se construye como una relación de espejos, debido a que es aquí donde termina el viaje de Santiago y comienza el de Miguel, un joven que empieza a sentir que está madurando en el momento en que pierde a su madre; él se encuentra, alrededor de los noventas y el dos mil, en un mundo donde su color de piel determina su diferencia, al igual que en la situación colonial, pues debido a que es blanco recibe un trato que, a pesar de su condición social, es mejor que el de los indígenas. El otro hilo conductor que entreteje dichas miradas sobre los territorios es la riqueza, en la ciudad de Manaos, otro de los puntos donde se conectan ambos viajes: en la época del bisabuelo dichas riquezas eran los territorios para la explotación del caucho y otros recursos como el oro, mientras que para la época moderna “los gestos que dicen dinero son universales, (y) las palabras que dicen Hotel son iguales en los dos idiomas”.
En este lado del espejo, el moderno, se evidencia cómo en las relaciones sociales predominan todavía los modelos coloniales. Dichas imposiciones, derivadas del capitalismo que obliga a comercializar todo lo que sirva de recurso industrial o turístico, terminan por exponer a las juventudes americanas (sean étnicas o mestizas) a mirar hacia el otro, sea el Europeo o el Estadounidense, para dirigir su futuro. Dicha perspectiva se relaciona con la mirada colonial en la medida que las nuevas generaciones desprecian sus tradiciones y, ante la imagen de bienestar que promueve el consumo del progreso, un personaje indígena de la novela cuestione, en reacción al orden de la ciudad, ¿Qué tenemos nosotros acá?
Al ver del otro lado del espejo, el de la época de las colonias caucheras que vive su bisabuelo, se invierte dicha mirada de extrañamiento. En el momento en que Sebastián se interna en los caminos del río se da cuenta de que el intelecto es incapaz de ordenar el espacio y, desde un comienzo, se enfrenta a cierta experiencia de extrañeza en que, aun estando en la posición de líder, su conocimiento no logra alcanzar la ubicación del instinto de los nativos del Amazonas. Una plasmación metafórica de esa diferencia que percibe Sebastián es cuando se da cuenta de que, en la selva, “decir verde ahí era decir todo y, por eso mismo, no decir nada; era decir universo, era decir infinito” que de alguna forma el color verde, a su mirada homogéneo, alberga infinidad de matices; esta reflexión se convierte en otredad cuando queda solo:
«(…) la monotonía del color que le recuerda que él es lo único diferente del entorno, lo único en miles de kilómetros a la redonda que no fue puesto ahí desde el origen de los tiempos»
La paradoja en esta relación se evidencia con mayor fuerza cuando, en la colonia cauchera, se propaga la enfermedad, que proviene del americano Winston. En la mirada del español “el beriberi, había poblado la zona de monstruos con labios hinchados y las narices gangrenadas, con la carne deshaciéndose a pedazos por su rostro”, es un reflejo de las consecuencias de su presencia y sus propias acciones violentas. Dicho paralelismo de espejos, en que el asco invade la percepción del colonizador, determina las relaciones de violencia que ejerce sobre el otro, en cierto afán de negar los efectos alternos que ejerce sobre el territorio.
En este proceso de otredad Miguel, al recordar a su bisabuelo, “piensa que deben haber sido buenos esos tiempos de dinero, de no limpiar carros por monedas de diez céntimos ni aprender a decir uan dólar plis a los turistas”. Este fragmento empieza a caracterizar a las nuevas juventudes, cuya ignorancia es resultado del pasado colonial, que viven inmersos en cierta exotización del afuera, que los hace pensar que la única vida digna y valiosa es la de los extranjeros, al extremo de que “a veces se pega a los turistas (…) para aprender palabras nuevas que ellos dicen y que él repite aunque no termine de entender su significado, para apropiarse un poquito de lo ajeno (…) para sentirse que viene de un mundo mejor, al menos, de otro”, haciendo que sientan sus territorios como un infierno del que tienen que escapar. La paradoja de los símbolos se enrosca en dichos imaginarios, que hoy día promueve el turismo:
“Hace siglos, los cronistas decían que ahí estaba el Paraíso. Quizá por eso los hoteles se han instalado ahí, para que los turistas vean lo que ya no está desde sus fachadas que ya no son como eran. O Quizá no. Miguel nunca ha entendido qué vienen a ver los turistas”
Lo fascinante de la novela es que invita a reflexionar la mirada que tenemos del mundo. Sobretodo hoy día, en que la posibilidad oficial para conocerlo es el turismo. En este libro se evidencia las fracturas del estilo de vida que promueve el capitalismo, en la medida en que todavía prevalecen los mismos sistemas de dominio, pero que han venido transformándose en el juego de espejos entre la colonia y la modernidad.