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Ed. Tusquets, año 2003. Tamaño 21,5 x 14,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 110
Este libro recoge al único superviviente de un volumen de relatos que Javier Cercas publicó en 1987. No extraña que esta historia resistiera la crítica del propio autor, hecha ya desde la madurez.
Un escritor (Álvaro) sigue una desmedida ambición por escribir la «novela definitiva», que revolucione la historia de la literatura. Se obliga a una disciplina de acero y se pertrecha con sólidos fundamentos teóricos. Cuando necesita perfilar los personajes y el móvil en la historia de un crimen, vuelve los ojos hacia sus vecinos: un joven matrimonio con algún apuro económico, un jubilado solitario y mezquino, y una portera aburrida de su marido.
A medida que avanza la redacción de la novela, el escritor va construyendo a su alrededor una densa maraña de relaciones entre la realidad y la ficción, que no tardará en escapar a su dominio.
O tal vez no escape tanto como parece a primera vista. Porque El móvil es una novela que narra un crimen pero, más exactamente, es una novela sobre una novela que narra un crimen. Está estructurada, por tanto, en distintos niveles de realidad. Álvaro escribe una novela sobre un escritor -cuyo nombre ignoramos- que escribe una novela. Así pues, tenemos tres niveles y tres novelas: el libro que tiene el lector entre sus manos (El móvil), el libro que escribe Álvaro y el libro que escribe el personaje sin nombre inventado por Álvaro. Este escritor anónimo (el tercero) concibe la historia de un crimen y elige entre sus vecinos los modelos para sus personajes.
Sí, no es una errata: el argumento de las tres novelas es, con decreciente complejidad, el mismo. Se cumple, en principio, una convención clásica, que ya funciona por ejemplo en Hamlet: siempre que se introduce una obra literaria dentro del argumento de otra obra literaria, debe atribuirse a la primera un menor grado de realidad. El espectador debe suspender su incredulidad ante Hamlet, y creer que el hombre sobre el escenario es en verdad un príncipe danés, pero debe ser bien consciente de que la pieza a la que asiste Hamlet en el acto III está representada por actores (es decir, por actores que hacen de actores). Así se reafirma, por contraste, la fe del espectador (o del lector) en la realidad de la obra a la que asiste (o que está leyendo).
Digo que en principio se cumple esta convención, porque el argumento de El móvil es más complejo que el de la novela que escribe Álvaro, y éste lo es más que el de la novela que escribe su personaje anónimo. También los autores gozan de niveles decrecientes de realidad. A Javier Cercas le supone el lector la misma realidad que a sí mismo, a Álvaro le atribuye la de un personaje de ficción, mientras que el personaje creado por este último ni siquiera tiene ya nombre. El problema viene cuando el lector empieza a comprender que estos diversos niveles quizá no están tan desconectados como parece y que tiene buenas razones para suponer que el libro que escribe Álvaro no es otro que El móvil. Las sólidas jerarquías literarias y metafísicas que lo habían guiado hasta entonces parecen desmoronarse. El vértigo está asegurado.