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Ed. 7 1/2, año 1980. Tamaño 19,5 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas 172
La presente edición del Libro de Henoch —la primera y única existente en castellano— ha sido hecha a partir de la traducción del texto etíope realizada en 1906 por Francois Martin, profesor de lenguas semíticas del Instituto Católico de París, que es, a su vez, la más reciente de todas las existentes ya que desde entonces no ha sido reeditado.
El citado profesor utilizó la versión etíope, que es la más completa (26 manuscritos), aunque ha tenido en cuenta la versión griega así como todas las referencias al Libro de Henoch contenidas en la Biblia y todos los fragmentos, citas, opiniones, etc., latinas que se han conservado.
Nos hemos atenido estrictamente a esta excelente y completísima edición, aligerándola, sin embargo, de todo el aparato crítico contenido en notas a pie de página y referentes a códices utilizados, así como a cuestiones gramaticales, etc., que no resultan indispensables para la perfecta comprensión del texto.
Señalamos con letra cursiva y entre corchetes las aclaraciones, añadidos, etc., efectuados por los diversos copistas o traductores a lo largo del tiempo. Las interpolaciones van indicadas entre paréntesis e igualmente en letra cursiva. Las restituciones van entre paréntesis.
Por Julio Peradejordi
Citado en muchas obras de estas especialidades, el Libro de Henoch es uno de esos textos de los que todo el mundo habla, pero que prácticamente nadie ha leído, no habiendo sido publicado nunca en castellano. El hecho de tratarse de un libro apócrifo, cuya propagación parece haber estado muy controlada durante varios siglos, no ha hecho sino acrecentar la curiosidad y, por qué no, el interés verdadero de un público cada día más numeroso.
El original de este libro, probablemente escrito en hebreo, se ha perdido, conservándose sin embargo copias griegas, etíopes y latinas. En el siglo XVIII, a raíz de un viaje a Abisinia, Bruce recuperó varios ejemplares en etíope del Libro de Henoch, cuya traducción, realizada por el Arzobispo Lawrence, aparecería en 1821 (The Book of Enoch, Oxford, 1821). La versión etíope contenía varios pasajes omitidos en el texto griego, lo que hizo pensar que era más antigua. Entre estas c traducciones existen variantes notables. Prescindiendo de los simples errores de los copistas, estas diferencias parecen venir de que, al estar sin vocalizar los antiguos textos hebreos, una traducción suponía muy a menudo una interpretación. La traducción de Lawrence no estaba completa y hubo que esperar hasta la aparición del Diccionario de los Apócrifos de Migne, publicado en 1856, para tener una versión íntegra del Libro de Henoch.
Con el Libro de Henoch nos encontramos más con una recopilación de siete libros que con un libro. Este se compone de siete partes, que parecen proceder de diferentes períodos, composiciones e incluso autores, si hemos de creer a Lawrence, confirmado más tarde por Murray (Henoch Restitutus, 1836).
Este libro fue muy conocido entre los primeros cristianos. Tertuliano (siglo III) lo cita a menudo y lo considera canónico (De cultu feminarum, I, 3). Prisciliano (siglo IV), apoyándose en San Judas (v. 14) y en la autoridad de San Pablo (Hebreos, XI, 5) lo considera un libro profético. Sin embargo, Orígenes (siglo II) duda de su autenticidad (Contra Celso, V, 52) y San Agustín, incluso reconociendo la canonicidad de San Judas, lo rechaza. En el siglo IX, Georges de la Syncelle lo cita ampliamente y después de él no aparece prácticamente ningún rastro del Libro de Henoch en la literatura eclesiástica. En el siglo XV se vuelve a hablar de él en Europa, sobre todo entre los kabbalistas cristianos. Pico della Mirándola, Juan Reuchlin y, más tarde, Guillermo Postel, el traductor del Zohar, lo citan. Postel, en su obra De originibus (1553) escribe que el Libro de Henoch es un libro canónico entre los etíopes, estando incluido en el canon del Antiguo Testamento de la Iglesia Abisinia. Es muy probable que Postel se hiciera con una copia de él.
El Libro de Henoch refleja opiniones y creencias bastante variadas de las sectas judías y ortodoxas de los dos primeros siglos antes de nuestra era. Su influencia en los círculos kabbalísticos y gnósticos es notable. Más tarde se vuelve a citar a Henoch entre los alquimistas, algunos de los cuales lo consideraban como a Hermes.
Libro profético, cosmogónico y escatológico al mismo tiempo, nos presenta un universo iluminado por el Sol, la Luna y las Estrellas que recorren el mundo en carros movidos por los vientos (XVIII,4-LXXII,5-,LXXV,8), ascendiendo y poniéndose en doce puertas abiertas en los confines de la tierra, que corresponden a los doce signos zodiacales, aunque éstos no son nombrados en el texto. De este modo, el gran luminar (el Sol) y el pequeño luminar (la Luna) rigen la sucesión del día y de la noche, el curso de las estaciones y el de los años (LXXIV, 12-17). Al utilizarse en él el calendario lunar, se ha lanzado la hipótesis de que su autor (o sus autores) era judío.
El mundo ha sido hecho por Dios para el hombre (V, l) y el hombre para él, teniendo que alabar y bendecir a su creador durante la Eternidad (XXXVI,4).
El hombre, hecho de espíritu y de carne (XIV, 3) es inmortal, pero a raíz de la caída está condenado a perecer (LXIX, 11). Esta doctrina aparece también entre los alquimistas europeos medievales que, sin duda, tuvieron acceso al Libro de Henoch. Uno de ellos, Alejandro Sethon, más conocido por el Cosmopolita, escribe en una de sus obras:
«Después que, por su pecado de desobediencia, el Hombre hubo transgredido los mandamientos de Dios, fue expulsado del Paraíso terrestre y Dios lo envió a este mundo corruptible y elementado que había creado solamente para las bestias y en el que, no pudiendo vivir sin alimento, estuvo obligado a alimentarse de Elementos elementados corruptibles que infectaron a los Elementos puros con los que había sido creado; asi cayó poco a poco en la corrupción…Esta inmortalidad del Hombre ha sido la cosa principal que los Filósofos han buscado en esta Piedra»
El responsable, el inspirador del pecado es aquí Azazel (X, 8), que enseñó malas artes a los hombres desvelándoles «secretos eternos que se realizan en los cielos» (XI, 6). Sin embargo, en otro pasaje, la caída de la humanidad es achacada a Adán y Eva. El ángel Rafael, mostrándole a Henoch el árbol de la Sabiduría del Paraíso, le explica que, por haber comido su fruto, Adán y Eva tuvieron conocimiento de la ciencia, sus ojos se abrieron, supieron que estaban desnudos y fueron expulsados del Paraíso (XXXII, 6).
Este pecado, este destierro dividió a los hombres en dos: los justos y los pecadores. Entre unos y otros reina un conflicto continuo y la historia del mundo no es sino la historia de este conflicto (XCI-CV). Pero llegará un día, el día del Juicio, en el que los pecadores serán juzgados. El castigo que les es destinado, ya que (XLV, 2) “no subirán al cielo y no alcanzarán la tierra”, es el de no poder estar con los justos y los santos, no siendo capaces de contemplar “la luz del Señor de los espíritus que ha aparecido en la faz de los santos, los justos y los elegidos» (XXXVIII, 4).
Contrariamente, los elegidos se levantarán de la tierra revistiendo vestidos de gloria: «Y tales serán vuestros vestidos, vestidos de gloria de parte del Señor de los Espíritus y vuestros vestidos no envejecerán» (LXII, 15-16). Así vivirán en medio de los ángeles, al lado del Mesías, el Hijo del Hombre.
Después de la muerte y antes de su condenación definitiva, las almas de los pecadores van a una morada situada en Occidente, en las entrañas de una alta montaña (XXVI). Se trata del Seol. En él hay cuatro cavidades donde van a parar las almas de los muertos, operándose una selección según la magnitud de sus pecados, que permanecerán allí hasta el día del Juicio (XXII, 4). Las almas de los justos no irán al Seol, sino al Jardín de vida (LXI, 12), donde gozarán de la felicidad eterna. Henoch mismo es transportado allí (LXX, 2,4), donde encuentra a los primeros padres y a los santos que desde la eternidad moran en este lugar.
El día de la Resurrección, las almas que están en el Seol, excepto las de la cuarta cavidad, resucitarán para ser juzgadas (XXII). No se trata de un simple cambio de morada, de un pasaje del alma del Seol a una morada definitiva, ya sea para su felicidad o su tormento eternos; será también la resurrección de los cuerpos, que se realizará para que los hombres sean juzgados por Dios o por el Mesías y reciban la recompensa o el castigo debido a sus obras.
Los pecadores, condenados, descenderán a un infierno donde les espera el tormento eterno. Se trata de un lugar subterráneo, un abismo de fuego (X, 13), un brasero (X, 6) que les quemará hasta los huesos, cuya entrada está en el valle de Hinnon (XXVII, 2).
Satán, a la cabeza de los ángeles del castigo, ejecutará la sentencia de la condenación (LIII, 3) y los tormentos serán incesantes y eternos (V, 5). Los condenados no tendrán paz y sus nombres serán borrados del libro de la vida (CVIII, 3)
La tierra, que será la herencia de los justos, quedará libre de pecado, impureza y corrupción (X, 16) y el Señor mismo descenderc montaña para visitar esta tierra bendita (XXV,3). Dará a le árbol de vida que exhala un olor que supera a cualquier oti cuyas hojas, flores y madera no se secaran nunca (XXIV,4) está situado al Norte, cerca de Jerusalén, la morada del (XXV,5). Su fruto comunicará la vida a los elegidos y su bi netrará en sus huesos (V,5 y XXV,6).
He aquí resumidas las ideas principales que aparecen a lo largo de los 108 capítulos de este libro. Pueden encontrarse sorprendentes paralelismos de ellas en la Biblia, el Korán, los textos kabbalistas, así como en algunos antiguos tratados gnósticos y herméticos. El fondo de las doctrinas que Henoch nos expone es el mismo que nos ofrecen todos los libros revelados. Se trata siempre del mismo misterio: la resurrección que sigue a la muerte. Todas las iniciaciones de los antiguos Misterios los simbolizan, el mito de Osiris y la vida de Cristo nos lo vuelven a recordar. Tal era la creencia de los antiguos Sabios que el hombre moderno, demasiado preocupado por las apariencias y desdeñando la Revelación, ha olvidado. Esta primera traducción castellana del Libro de Henoch contribuirá quizás a recordarla a algún lector de habla española.
INDICE
Prefacio
Presentación
Introducción
Parte I- Caída de los ángeles y asunción de Henoch
Parte II- Libro de las Parábolas
Parte III- Libro del cambio de las luminarias del cielo
Parte IV- Libro de los sueños
Parte V- Libro de la exhortación y de la maldición
Apéndice: Fragmento Noachico