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DVD Original usado
Estado: Muy bueno
Origen: Estados Unidos
Blanco y negro
Formato: Widescreen
Idioma: Inglés
Subtitulos: Castellano
Duración: 123′
Incluye el documental «El hombre elefante revelado»
Director: David Lynch
Actores: Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller, Freddie Jones, Michael Elphick, Hannah Gordon, Helen Ryan
El hombre elefante’ fue un encargo que Mel Brooks hizo a David Lynch por mediación de su socio Stuart Cornfeld, impactado tras la visión de ‘Cabeza borradora’. Es de justicia señalar en este punto que el primero en descubrir el talento del director de Montana fue Stanley Kubrick, que consiguió asistir a un pase de la singular ópera prima en su reducido circuito de exhibición y quedó fascinado. Llegó a decir que era la mejor película que había visto.
A pesar de ser una encomienda, la temática que aborda ‘El hombre elefante’ es tan cercana a las fantasías que pueblan el imaginario de Lynch que casi puede considerarse un proyecto personal. En la elaboración del guión participaron, además de él, Eric Bergren y Christopher De Vore, y se piensa que hubo incluso aportaciones apócrifas de Brooks.
‘El hombre elefante’ es una película muy triste, y lo que ahonda la aflicción que produce su contemplación es que John Merrick, el ser deforme que causaba la repulsión e inflamaba el morbo de cuantos lo veían, existió de verdad. Hace poco se ha descubierto que su nombre real era Joseph Carey Merrick, y aunque inicialmente se pensó que la extraña enfermedad que alteró de forma tan horrible su anatomía era la neurofibromatosis, las teorías más recientes apuntan a que pudo padecer un mal llamado síndrome de Proteus. Por supuesto, el guión aúna anécdotas verídicas con otras ficticias. Algunos de los otros personajes que aparecen también existieron, como el doctor Frederick Treves. También es cierto que Merrick gozó de una gran popularidad en su tiempo. Era poco menos que una leyenda, pero ¿quién quiere para sí una fama adquirida de esa manera?
Otro episodio extraído de la realidad es que recibió la visita de la princesa de Gales, y que se le asignó una vivienda en el London Hospital. Ahora bien, la mayor parte de los sucesos truculentos que le sobrevienen en el filme forman parte del terreno de la ficción. Para empezar, parece ser que la idea de exhibirse como una atracción de feria partió de él, ya que, dadas sus condiciones físicas, estaba incapacitado para desempañar cualquier trabajo. Así las cosas, no fue sometido a tantas sevicias y vejaciones como se ven en la película, aunque bastante sufrió con tener esa apariencia.
John Hurt aceptó el reto de encarnar al hombre elefante –así se le conoció en vida–, y cuajó una interpretación soberbia: por un lado, la manera de andar entre coja y gibosa a imitación de un ser contrahecho, y, por otro, la peculiar pronunciación nasal y gangosa, ya que Merrick estaba aquejado de una bronquitis crónica.
También sobresale Anthony Hopkins, en el papel del doctor Frederick Treves. Es el primero que trata a Merrick con dignidad, como a un ser humano, si bien desde la distancia que separa al doctor del paciente. Al principio su piedad se adultera con un inconsciente deseo de asombrar a la comunidad científica con su descubrimiento, para así conseguir reputación y prestigio. Aunque los medios que utiliza no son comparables a los del inicuo Bytes –un excelente Freddie Jones, bien caracterizado con su barba hirsuta y su pelo híspido de aladares entrecanos–, su “dueño”, lo cierto es que comparte su fin, que no es otro que servirse de él para obtener beneficios. Esta perversa teleología lo sume en profundas cavilaciones y lo lleva a plantearse si el beodo y cruel Bytes no estaba en lo cierto cuando lo acusó de ser como él. Desde el instante en que reflexiona sobre la naturaleza de su relación con Merrick, su lado humano y altruista prevalece sobre el interés puramente médico.
En verdad, la consciencia de la propia monstruosidad es lo más horrible que alguien puede llegar a sentir y, de esta manera, el malévolo y avaro vigilante nocturno (Michael Elphnick), espoleado por su ruindad, disfruta en compañía de su improvisado circo poniéndole un espejo a Merrick para que observe su rostro deforme y grite espantado. El desgraciado hombre elefante pasa de una representación a otra: empieza en una feria ambulante, luego es exhibido como una curiosidad científica y más tarde vuelve a ser mostrado como una atracción de barraca en el mismo hospital.
Sin embargo, no todos los personajes con los que se cruza el hombre elefante son malvados. También tiene la oportunidad de conocer a la Srta. Kendall –una Anne Bancroft que derrocha empatía–, eminente actriz de la escena londinense que pronto reconoce la nobleza de alma que hay oculta tras esa apariencia tumefacta. Ella es la artífice de que cumpla varios de sus sueños: primero, recibir el beso de una mujer –pues Merrick es un romántico y Kendall, que lo sabe, le regala y recita con él unos pasajes de ‘Romeo y Julieta’–, y segundo, ser presentado oficialmente en sociedad al asistir como invitado de honor a su última representación teatral –esta vez él es un espectador más, no el centro de todas las miradas.
Bien pensado, la dicotomía que se le presenta al hombre elefante es dramática: se debatía entre ser expuesto a la mirada inquisitiva y disuasoria de unos seres más inhumanos que él, si es que se atrevía a mostrarse tal como era, o bien resignarse a la soledad como único modo de preservar la intimidad y evitar la humillación y el ridículo. Queda claro que necesita relacionarse, conocer gente, y así es como el doctor Treves decide dejar pasar visitas a su estancia en el hospital.
Merrick muere, pues estaba gravemente enfermo a causa de las palizas que había recibido, pero cumple dos de sus sueños: acabar la maqueta de la catedral –el plano detalle que muestra el crucifijo de la torre anticipa su deceso– y poder dormir estirado (decúbito supino) como una persona normal.