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Ed. Tusquets, año 2015. Tamaño 19,5 x 13 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 472
Calificada como “novela” por sus editores, esta obra póstuma de Reinaldo Arenas (nacido en Holguín durante 1943 y muerto por suicidio en Nueva York, en 1990) constituye uno de las muestras más complejas y turbadoras de la narrativa cubana del exilio. Merece ser calificada, con propiedad, como uno de los más brillantes ejemplos de la prosa “carnavalesca” en castellano de nuestro tiempo. Pero El color del verano resulta o pretende mucho más. Constituye una venganza literaria y política, un sarcasmo contra quienes figuran en el actual mundo literario o político cubano (la acción del primer capítulo, que se desarrolla mediante una fórmula teatral, se sitúa en 1999), una provocación homosexual (la herencia de un Sade a lo caribeño resulta evidente), elaborada con elementos autobiográficos, parodias, relatos, ejercicios de estilo. Carece de una trama coherente y suple el realismo con la más desbordante de las fantasías.
Heredera del surrealismo, nos sumerge en un ámbito de crueldades y de miserias, aunque llegue tamizada por la imaginación poética del autor, que abandona cualquier regla lógica, en un carnaval colorista de sexualidad desbordada. A los conocedores de la actual literatura cubana no ha de resultarles difícil descubrir los nombres de los autores que se mencionan. Más compleja resultará desentrañar los apelativos con que se refiere a otros. El autor aparece por su propio nombre, entre otros capítulos, en “Viaje a Holguín”, emotivo pasaje en el que relata la visita a su madre, sin caer en un fácil sentimentalismo. Sabremos entonces que “la Tétrica Mofeta” es su propio apelativo, así como “Fifo”, el dictador, feo, viejo, atrabiliario y cruel no es otro que Fidel Castro.
Reinaldo Arenas se sirve de múltiples procedimientos para diversificar el mecanismo narrativo: la narración que finaliza en fórmulas delirantes, las provocaciones de orden homosexual (el escenario puede ser un urinario o un tren), los pensamientos de raíz nihilista (aunque los califique de pascalianos), escenas de su auténtica vida errante por La Habana cuando dormía en los parques públicos, o en la casa de alguna vieja loca rodeada de gatos, el casi poema lírico, la reiteración de fórmulas (como las variantes de la descripción de la Isla), los disparates surrealistas, ya que ésta acaba desprendiéndose y navegando a su aire. De esta realidad en la que los tres vértices del relato son la literatura, la política y el sexo, se salvan unos pocos personajes, como Virgilio Piñera, de quien se describe su fingido asesinato por los esbirros de la policía secreta. Un diccionario de personalidades reales cierra el volumen (aunque tan sólo los ya fallecidos) y el más extenso resulta el dedicado al poeta, también homosexual, que nació en Cárdenas en 1912 y murió en La Habana en 1979, un año antes de que Arenas abandonara Cuba.
Ya en su autobiografía Antes que anochezca reconocía la deuda contraída con quien consideró siempre su maestro. Uno de los capítulos principales consiste en una lectura de poemas de Piñera en el domicilio de Olga Andreu (su nombre real). El poeta, tras leer cada uno de los poemas, los quema, ante los ojos de La Arrufada (Antón Arrufat), el Estornino (?), La Tétrica Mofeta (el propio Arenas), Mahoma la astuta (?), Paula Armanda alias Luisa Fernanda (Pablo Armando Fernández), entre un amplio repertorio de alusiones. Sin embargo, no debe entenderse el pasaje como parte de una novela “de clave” a la antigua usanza, sino como otra fórmula paródica. En otros pasajes aparecerán los clásicos cubanos: Gertrudis Gómez de Avellaneda y hasta José Martí.
La alusión al cuadro de El Bosco, que sólo consiguió contemplar en reproduciones, ya que Fifo le impidió siempre visitar el museo, viene a sugerirnos el material reunido en este volumen. El placer del lenguaje se muestra en el uso cacofónico, en el abuso de determinados sonidos, como en “Che, chi, cho, chu, cha…”: “ Mayombe, yombe, mayombé. ¡Zá! La salá. Aché y chachachá. Es mucha esa Miche, picha en pecho, leche en buche, chopo en chocha”. El alarde no es gratuito y contrapunteará el libro siguiendo el orden alfabético. Tampoco lo serán las alusiones a Cuba y a su reciente historia. Uno de sus pensamientos, tan marcados por el pesimismo, podría resumir su concepción de la misión de los intelectuales: “Los verdaderos intelectuales son demasiado inteligentes para creer, demasiado inteligentes para dudar, y lo suficientemente sabios para negar. Por eso la gran inteligencia no va al poder sino a la cárcel”.
Nadie escapará, tampoco los que se encuentran ya a salvo en Miami, de sus ironías crueles. Su libro no está pensado para quienes se escandalizan. Vanguardista en el fondo y en la forma, heterodoxo en moral y costumbres e, incluso, en religión, negativo respecto a cualquier orden establecido y provocador, puede entenderse como una obra maestra y, como sucede tan a menudo, un signo de lúcida locura. Desde la perspectiva del estilo constituye una obra excepcional, desagradable y, a la vez, sensible; poética y desgarrada: la voz de un hombre consciente ya de que el sida estaba acabando con su vida.