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Ed. Parsifal, año 1994. Tamaño 21,5 x 16 cm. Introducción de John Middleton Murry. Traducción de Ester de Andreis y Alberto Clavería. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 200

Diarios, Katherine Mansfield 001Por Virginia Woolf

Lo que nos interesa en el Diario no es la calidad de su escritura ni el grado de su fama, sino el espectáculo de una mente —una mente tremendamente sensible— que recibe, una tras otra, las azarosas impresiones de ocho años de su vida. Su diario fue una compañía mística. «Acércate, tú, invisible, desconocido, hablemos los dos juntos», dice al iniciar un nuevo volumen. En el diario, Katherine Mansfield fue anotando hechos —el tiempo, un compromiso—; pergeñó escenas; analizó su propio carácter; describió una paloma, un sueño o una conversación; no podía haber nada más fragmentario, más privado. Tenemos la impresión de estar contemplando una mente que se halla a solas consigo misma; una mente que piensa tan poco en un público que de vez en cuando recurre a una especie de taquigrafía particular, o tal como acostumbra hacer el pensamiento en su soledad, se divide en dos y habla consigo mismo. Katherine Mansfield habla de Katherine Mansfield. Pero en cuanto todos esos retazos empiezan a acumularse nos encontramos dándoles una dirección, o, más probablemente, recibiéndola de la propia Katherine Mansfield. ¿Desde qué ángulo está contemplando la vida mientras permanece ahí, sentada, tremendamente sensible, registrando una tras otra todas esas variadas impresiones?

Katherine Mansfield es escritora, una escritora nata. Todo cuanto experimenta, oye o ve no es fragmentario y disperso, sino que pertenece unitariamente a la escritura. A veces encontramos un apunte destinado directamente a ser una narración. «Cuando escriba sobre el violín debo recordar ese modo de subir levemente y de hundirse lastimeramente; el modo como busca», anota. O bien, «Lumbago. Es algo muy extraño. Tan inesperado, tan doloroso; debo recordarlo cuando escriba sobre un viejo. El gesto de levantarse, la pausa, la expresión enfurecida, y, cómo, por la noche, en la cama, uno tiene la impresión de quedar aherrojado»… Otras veces es el instante fugaz el que, de repente, cobra significación, y se apresura a esbozarlo, como si quisiera preservarlo. «Llueve, pero el aire es suave, cálido, humoso. Grandes goterones caen salpicando las lánguidas hojas, las flores del tabaco se doblan. De pronto se oyen unos crujidos en la hiedra.» «Wingly viene del jardín vecino; salta la cerca. Y delicadamente, levantando las patitas, irguiendo las orejas, temeroso de que la gran ola le alcance, sale chapoteando del lago de hierba verde.» La monjita de Nazareth «mostrando sus pálidas encías y sus grandes dientes descoloridos» pidiendo caridad. El perro flacucho, tan esquelético que su cuerpo parece «una caja sostenida por patas de palo», corre calle abajo.

En cierto sentido, Katherine Mansfield siente que el perro es la calle. Y en todos estos fragmentos creemos hallarnos en medio de narraciones inacabadas; aquí vislumbramos un principio, allá un fin. Sólo necesitan un lazo de palabras para que queden listas. Pero el diario también es tan privado y tan instintivo que permite que de la persona que escribe brote otra personalidad que permanece algo alejada, contemplándola mientras escribe. La persona que escribía era una persona rara; a veces no había nada que la pudiese hacer escribir. «Hay tanto que hacer y hago tan poco. Aquí la vida casi sería perfecta si siempre que pretendo trabajar lo hiciese de verdad. Fíjate en los cuentos y cuentos que sólo esperan un toque…Mañana. Pero fíjate en esta mañana, por ejemplo. No tengo ganas de escribir nada. Hace un día gris, plomizo, triste. Los cuentos parecen algo irreal, algo que no vale la pena escribir. No quiero escribir; quiero vivir. ¿Y qué quieres decir con eso? No resulta fácil ex¬plicarlo. ¡Ves, ya volvemos a estar en lo mismo!».

Efectivamente, ¿qué quiere decir con eso? Nadie ha sentido con mayor seriedad que ella la importancia de escribir. En todas las páginas del diario, a pesar de ser instintivas, rápidas, su actitud hacia su obra es admirable, sana, cáustica y austera. No hay chismorreos literarios; ni vanidad; ni celos. Aunque durante los últimos años de su vida debió tener conciencia de su éxito, no hay la menor alusión al respecto. Sus propios comentarios a su obra siempre son penetrantes y despreciativos. Sus narraciones necesitaban riqueza y profundidad; y sólo estaba «rozando la superficie, nada más». Pero escribir, la simple expresión adecuada y sensible de las cosas, no basta. La escritura se basa en algo inexpresado; y ese algo debe ser sólido y entero.

Bajo la presión desesperada de su acuciante enfermedad, Katherine Mansfield emprendió una búsqueda curiosa y ardua, de la cual sólo tenemos algunos destellos, y éstos difíciles de interpretar, en pos de la cristalina nitidez que se precisa para escribir auténticamente. «De un ser desunido no puede surgir nada de valor», escribió. Hay que tener un yo sano. Tras cinco años de lucha abandonó la búsqueda de la salud física sin desesperación, pensando que su enfermedad era espiritual y que no encontraría remedio en ningún tratamiento físico, sino en alguna «fraternidad espiritual», como la de Fontainebleau, dirigida por George I. Gurdjieff, en donde pasó los últimos meses de su vida.

Pero antes de abandonar escribió un resumen de su posición, el resumen que pone punto final al diario. Escribió que quería tener salud; pero ¿qué quería decir con esa palabra? «Por salud», escribió, «entiendo el poder llevar una vida plena, adulta, vivaz, el poder respirar en estrecho contacto con lo que amo: la tierra y sus encantos, el mar, el sol…Y también quiero trabajar. ¿En qué? Quiero vivir de un modo que pueda trabajar con las manos, el sentimiento y la cabeza. Quiero un jardín, una casita, la hierba, animales, libros, cuadros, música. Y que de todo eso, como expresión de todo ello, surja mi escritura. (Aunque tal vez esté escribiendo sobre cocheros, eso no importa.)»

El diario concluye con las palabras «Todo va bien.» Y, puesto que Katherine Mansfield murió al cabo de tres meses, resulta tentador pensar que esas palabras venían a ser una conclusión lograda, a causa de su enfermedad y de la intensidad de su propia naturaleza, a una edad en que la mayoría de nosotros revoloteamos fácilmente entre esas apariencias e impresiones, esas diversiones y sensaciones, que nadie ha armado tanto como ella.