Ed. Bruguera, año 1981. Prólogo de George Steiner. Traducción de Manuel Serrat Crespo. Usado excelente, 254 págs. Precio y stock a confirmar.
Prosper Mérimée (1803-70) autor, historiador y arqueólogo francés que tras acudir al Liceo Imperial Napoleón, estudia Derecho, licenciándose en 1823, y profundiza en el conocimiento de diversos idiomas, entre ellos el español. Debutó a comienzos de los años 20 como literato, con la publicación de la obra teatral Cromwell (1822).
Merimée es un novelista y dramaturgo de estilo romántico, además de historiador, destaca especialmente por sus relatos cortos. En 1845 triunfó con su obra Carmen (1845), que inspiró múltiples películas y la ópera homónima de Georges Bizet. Además de su faceta literaria, Merimée ocupó diversos puestos políticos durante la República y el Imperio de Napoleón III.
Fue uno de los primeros traductores de numerosos libros de lengua rusa al francés. A Mérimée le gustaba el misticismo, la historia y lo oculto. Estuvo influenciado por las historias de ficción popularizadas por Sir Walter Scott y por la crueldad y dramas psicológicos de Alejandro Pushkin. A menudo las historias que narra están llenas de misterio y tienen lugar fuera de Francia. España y Rusia son sus fuentes de inspiración frecuentes.
Viajó en numerosas ocasiones a España, de la que dejó testimonio escrito en artículos de costumbres y cartas y donde hizo amigos y tuvo amantes. En 1830 se entrevistó en España con la condesa Eugenia de Montijo con la que entabló una gran amistad.
A continuación una breve síntesis del prólogo de George Steiner:
«Cigarrera, gitana, ladrona, tramposa, seductora, víctima, Carmen tiene un lugar asegurado en la mitología moderna. Cantada en todos los teatros de ópera del mundo, bailada en incontables ballets, filmada, adaptada a las tradiciones o a lo contemporáneo como la gitana sevillana o Carmen Jones, esta mujer se ha introducido en el lenguaje. Con una rosa en la boca, las castañuelas sonando por encima de su cabeza y el puñal en la cintura, esta muchacha morena se ha deslizado por las fronteras con la misma facilidad con que burlaba las centinelas de Granada y Málaga. Francia y España se disputan su propiedad; fue moda en las letras y la escena alemanas; es demonio familiar de millones de lectores rusos que la consideran oriunda del Cáucaso; hasta hay una versión china del relato.
No es fácil decir a primera vista por qué Carmen ha tenido que llamear tan intensamente. La mujer fatal, la tentadora que arruina con sus ojos negros, era un cliché de la ficción romántica. Descendiente de las mujeres vampiro de las baladas góticas, allá por 1840 se había convertido en un artilugio comercial de baratillo y pathos. Nada nuevo había en el auténtico color local y las circunstancias exóticas de la historia. Sir Walter Scott, Víctor Hugo y Delacroix han empachado al público con figuras extranjeras y argumentos deslumbradores.
Alrededor de 1845, año en que fue publicada Carmen, las tintas violentas, los climas ardientes, los gitanos y los bandidos españoles eran lugares comunes. Y sin embargo puede decirse que no: que el hechizo de Carmen es más profundo. Carmen es adicta a la libertad. Preferiría morir antes que ceder un ápice de su independencia. «Carmen será siempre libre»; esta imperiosa exigencia de libertad resuena por todo el relato una y otra vez, como una llama agitada inútilmente por el viento. Y sin embargo, al mismo tiempo, reconoce las ligaduras del amor. Tal servidumbre no puede durar demasiado en ella.
Por eso, exigiéndose lo mínimo posible, Carmen va de un hombre a otro con irónica soltura. Pero sabe que el amor puede resultar en otros un veneno duradero. Intuye que José acabará por matarla. Y, ciertamente, sabe que el hombre tiene derecho a proceder así: «tienes derecho a matar tu romi». Cuando él da el golpe, ella lo acepta como si fuera una ráfaga de viento. Esta lucidez para con la muerte es lo que da al relato su inmensa fuerza. Aunque ella ha leído la inminencia de la destrucción en sus cartas de adivinación, aunque ve el crimen en las estrellas y los posos de café, Carmen no hace nada por evitar el cuchillo de José. La libertad es más fuerte que el amor y que el miedo.
Y ella camina hacia la muerte con majestad sombría aunque también solazada. Se niega a mentir para salvar la vida: «No quiero tomarme ese trabajo». La falsedad es una suerte de esclavitud. «Muerte, ¿dónde está tu aguijón?» Este es el sentido del cuento, y pulsa una de las más grandes y ocultas cuerdas de la subversión humana. No hay desafío más severo para el narrador que la descripción de la acción física violenta. Mérimée no había tomado parte en las guerras napoleónicas, pero la experiencia del peligro personal intenso se encontraba presente en su herencia inmediata. Es lo que da a sus relatos su perspectiva particular. Mérimée es el poeta del «nervio». Un relato es algo que se dice, que se habla; algo que vive en el oído.
Pero nosotros hemos perdido el arte de escuchar; hemos dejado de deleitarnos con las digresiones y las pausas de la voz espontánea. Vueltos holgazanes por la profusión de los brillantes e instantáneos cachivaches, hemos pasado de auditores a espectadores. Hoy, los únicos que escuchan son los niños, y de ahí que pertenezcan a sus dominios tantos clásicos de la narración, de Esopo a Dickens. Enfrentado a esta turbulencia y baratura emocional, el arte de la emoción se ha replegado en torno de sí. Sigue apelando a nuestra atención, pero mediante la dificultad técnica.
De este modo se ha procedido a un enorme enriquecimiento del lenguaje y del recurso formal, pero pagando un precio. Sigo pensando que un novelista «natural» es un hombre capaz de contar una historia espontánea y mantener la atención de los pasajeros de un vagón de tercera en un caluroso día de verano. Por cierto, es una prueba a la que no quisiera someter a muchos de nuestros maestros actuales. Sin embargo, Mérimée saldría triunfante».
El presente libro incluye los siguientes textos:
1- Carmen.
2- La perla de Toledo.
3- Cartas de España: Las corridas de toros.
4- Una ejecución.
5- Los ladrones.
6- Las brujas españolas.
7- Lokis.
8- La venus de Ille.