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Ed. JP Libros, Barcelona, año 2010. Tamaño 23 x 15 cm. Estado: Excelente. Cantidad de páginas: 330
Centroeuropa, primer cuarto del siglo xx. Un mundo agitado y en crisis vive momentos cruciales como la primera guerra mundial,
la Revolución rusa o la República de Weimar mientras se gesta uno de los períodos más fascinantes de la creación artística: el
nacimiento de las vanguardias, los ismos y el diseño industrial. En este ambiente vitalista vive Alma Mahler (1879-1964), musa de pintores y arquitectos, compositora y esposa de Gustav Mahler, Walter Gropius y Franz Werfel, tres genios de la música, la arquitectura y la poesía, respectivamente. Las relaciones tormentosas con sus maridos y sus amantes nos aproximan a una mujer polémica y contradictoria, pero inmensamente humana.
Alma Mahler siempre tuvo de sí misma un muy alto concepto. Su vida, rodeada de arte y de artistas, le parecía digna de ser admirada
y recordada. Aunque sus dotes como compositora fueran más bien limitadas —pese a las afirmaciones en letra impresa de que compuso
una ópera y cien canciones— y su capacidad literaria —brillante, ingeniosa, fértil— no contara con la constancia, la dedicación y
el esfuerzo que requiere toda creación artística, ella supo desde muy joven cómo quería pasar a la posteridad: sería la musa de los
grandes maestros, la gran salonniére del siglo xx a cuya casa acudían los principales cerebros del momento, la persona más
íntimamente ligada al proceso de las mentes creadoras y la mujer culturalmente más influyente de la pasada centuria. Era este un
planteamiento que sus propios libros debían suscribir.
Los primeros esfuerzos por dar a conocer su nombre como protagonista, y no como simple espectadora de una época o como una comparsa o compañera del genio, surgieron en 1939 en Sanary-sur-Mer, un pequeño pueblo del sur de Francia donde ella y su tercer marido,
el escritor Franz Werfel, se habían refugiado huyendo de la Alemania nazi. Allí, con ayuda de Werfel, Alma recopilaría y ordenaría
sus Gustav Mahler: Erinnemngen una Briefe (Gustav Mahler recuerdos y cartas), una transcripción sesgada, censurada y parcial de sus
diarios durante los años vividos junto al gran compositor y director de orquesta, una publicación que dio lugar a un clamor y a una
polémica tan grandes con alguna de las personas implicadas —por ejemplo, Richard Strauss, que anotaría en 1946, en el ejemplar
hallado en la biblioteca de Willi Schuch, «Esta mujer es una embustera»— que aún hoy los estudiosos de la música de Mahler deben,
de manera invariable, toparse con lo que se ha dado en llamar «el problema de Alma». Frases como «Mahler dejaba a menudo líneas
enteras en blanco porque confiaba en mí ciegamente» han provocado que musicólogos de toda índole busquen con meticulosidad y en
vano las frases escritas por Alma en la Quinta sinfonía: imposible hallarlas, porque Alma, sí, copió la partitura, pero en el
manuscrito no hay notación, grafía o línea que no pertenezca a Mahler; incluso la famosa acotación de Alma en los Recuerdos de
Gustav Mahler, según la cual el artista habría rehecho la partitura ante la frase de ella «Solo has escrito para la percusión»,
se contradice con la realidad de que en el original el compositor no alteró una sola frase.
A partir de la muerte de Werfel en 1945 y del traslado de Alma a Nueva York, ésta, ciudadana americana desde 1946, comenzó a dar
vueltas a la idea de escribir una autobiografía en la que narrar su vida junto a sus célebres maridos y amantes, teniendo como
base sus propios diarios y contando con la ayuda de prestigiosos «negros». Al principio trabajó con el periodista vienés Paul
Frischauer, pero la relación quedó en agua de borrajas cuando él osó criticar algunas de las afirmaciones antisemitas más tajantes
del texto, aún más singulares si se constata que dos de los maridos de Alma fueron judíos. En la década de los cincuenta Alma
volvió a intentarlo, esta vez con el escritor y traductor Ernst Basch Ashton, quien tampoco pudo dejar de censurar los escritos
por sus virulentos ataques a personas todavía vivas. Donald Mitchell y Henry-Louis de La Grange también echaron un tímido vistazo
a esos diarios, simpre bajo su ojo inquisidor.
Alma no quería que nadie conociera los entresijos de su relación con el arquitecto Walter Gropius, su segundo marido. Pensaba que
una vez confiscada (y parcialmente destruida) su correspondencia con Oskar Kokoschka, con Gropius y con los demás, ya nada podría
modificar su versión. De hecho, para su hija Anna Mahler (a la que Elias Canetti dedica su libro El juego de ojos) fue una sorpresa
enterarse, ya anciana y casi veinte años después de la muerte de su madre, de que la relación de Alma con el arquitecto había
nacido pocos meses antes del fallecimiento de su padre, en 1910. Alma se avergonzaba del adulterio y durante toda su vida quiso
evitar cualquier publicidad del asunto. Creía que estaba a salvo para la posteridad.
Pero muchos de los hombres que habían pasado por su vida no estuvieron de acuerdo con su visión de los hechos. Gropius, Kokoschka, Mann, Kandinsky y los demás tenían mucho que decir al respecto, y sus propios escritos no tardaron en salir a luz. El propio Gropius se encargó no solo de guardar las cartas de Alma, sino los borradores de las suyas. Además, a finales del siglo pasado, el extraordinario musicólogo inglés Antony Beaumont transcribió literalmente, tradujo y publicó parte de los diarios de Alma y algunas de las cartas de Mahler todavía inéditas.
Cuando en 1958 And the Bridge is Love (Y el puente es el amor), la versión inglesa del Mein Leben (Mi vida) de Alma Mahler, vio la
luz en Estados Unidos, las reacciones no se hicieron esperar. Walter Gropius, residente en Massachusetts, donde daba clases en la
Universidad de Harvard desde 1939, no pudo contenerse y el 17 de agosto de 1958 escribió a Alma a su casa del 120 East 73 rd Street
de Nueva York: «La historia de amor que atribuyes a mi nombre no es la nuestra. Deberías haberte abstenido de revelar el contenido
de nuestras experiencias con Mutzi, pues esa exposición literaria ha perjudicado la redacción de mis propias memorias. El resto es
silencio».
Este libro pretende dar voz a ese silencio. No es una biografía sobre Alma Mahler, ya que termina en 1920, cuando a Alma le quedan
todavía cuarenta y cuatro años de vida. Relata una historia cronológicamente lineal, que comienza en 1897, el año de la llegada de Gustav Mahler a Viena, y termina en 1920, el año en que Walter Gropius funda la Bauhaus. Pretende colocar los recuerdos de Alma en
su contexto histórico real y dar a conocer las relaciones de Alma con las artes plásticas y decorativas de su época. Este texto
contesta algunas preguntas. ¿Qué ocurrió en realidad? ¿Por qué pasaron cinco años desde que los amantes se conocieron hasta que
decidieron casarse? ¿Por qué fracasó el matrimonio tras sólo cuatro años? Y lo que resulta todavía más intrigante: ¿influyó Alma de
alguna manera en la fundación y creación de la Bauhaus, la escuela de diseño más importante de la historia?
Alma jamás renunció al nombre Mahler. Casada con Gropius, siguió siendo Alma Mahler —no hay constancia de que al arquitecto le
entusiasmara tal fidelidad patronímica—; casada con Werfel, fue Alma Werfel-Mahler —el autor de «La canción de Bernadette» pareció
sobrellevar el tema con más resignación—, y viuda de este último firmó como Alma Mahler-Werfel. Una anécdota de los años cuarenta
ilustra admirablemente tal «mahleridad». En una recepción a la que asiste con Werfel se entera de la presencia en la sala de Igor
Stravinsky y se encamina resuelta a su encuentro con estas palabras: «¡Hola, soy Alma Mahler!».
En el fondo tal sucesión logística en forma de combinatoria de apellidos es irrelevante; la propia protagonista se lo resumió de
manera lapidaria a Walter Gropius: «Solo hubo un Gustav Mahler y solo hay una Alma». Tenía razón en ambos epifonemas. Para todos
aquellos que estén interesados en saber qué ocurrió después, la bibliografía es ingente. El resto es historia.
José Luis Pérez de Arteaga