Ed. Adriana Hidalgo, año 2012. Tamaño 19 x 13 cm. Con 12 ilustraciones a color de Antonio Seguí. Estado: Nuevo. 154 págs.
 La pausa impuesta por las fiestas de un fin de año propicia en el poeta la relectura de Allá lejos y hace tiempo. Esta nueva visita al mundo de Guillermo Enrique Hudson parte de la transcripción, de la laboriosa tarea de extraer la cita e interrumpir el contexto, pero se transfigura luego en invención, la del propio Arnaldo Calveyra.
La pausa impuesta por las fiestas de un fin de año propicia en el poeta la relectura de Allá lejos y hace tiempo. Esta nueva visita al mundo de Guillermo Enrique Hudson parte de la transcripción, de la laboriosa tarea de extraer la cita e interrumpir el contexto, pero se transfigura luego en invención, la del propio Arnaldo Calveyra. 
El de Hudson es de esos libros que, aun en prosa, tienden a la «levedad del canto, donde cada sustantivo convocado por el autor corresponde a un objeto y sólo a ese objeto en tierras de la poesía». Calveyra enhebra su prosa (esa prosa que mantiene desde siempre un equilibrio vacilante con la poesía) con la del releído. De una prosa a la otra hay cambio de voces, pero el tejido es fuerte y tenue como el horizonte del campo: todo Allá en lo verde Hudson (el autor como matiz de color) está hecho de estas continuidades secretas, nunca evidentes, y a la vez de imperceptibles hiatos.
Allá en lo verde Hudson podría leerse como una antología comentada, aunque es en realidad un diálogo imposible y sin embargo realizado. Como siempre con Calveyra, nos mantenemos en vilo. Es un libro siempre en formación: «delta del libro en formación, este libro».
Pablo Gianera
«1989, finales de año. Buena cosa releer Allá lejos y hace tiempo en estas tardes de pausa impuesta por las fiestas de fin de año; días que parecieran poco a poco irse inmovilizando —inmovilizado el año y como convirtiéndose al recuerdo-, este paso de horas atentísimas (irán hasta el cambio de dos cifras en el guarismo del año), inmóvil año como todo aquello a lo que en momentos así otorgamos prerrogativa de pasaje.
Hudson releído en medio de este recogimiento, a esta luz de tardes últimas, tardes parecidas a nochecitas en este final de 1989, entre el año que se des¬vanece y otro que todavía no llega, llovidas pareciera de no sé qué provincias, galerías o barruntos de otro siglo y aun cuando el denuedo de la gran ciudad no cese y que de ese siglo (¿acaso el XIX?), no quede nada de viviente como no sean los perros y algunas personas, hombres y mujeres que se pasean por las veredas; Hudson, pues, releído a esta luz de no sé qué año y poblaciones. Pausa obligada a la vez que con algo de impuesto. En todo caso, obligada o no ha de ser lo mismo para quien como yo, que vive de prestado en este lugar sin tener que verse en la obligación de hacer o recibir visitas para despedir el año, ni tener que ajustarse al protocolo de cortesías de fin de año, ni que sacrificar a la sociedad de consumo, ni tener que pensar en los preparativos del réveillon, ni en los diferentes tipos de carne con que agasajar a sus huéspedes, pausa, decía, que ha de engendrar esta idea lo más seguro que ilusoria que uno puede hacerse de tardes de otro tiempo.
En todo caso, Allá lejos y hace tiempo releído en este recogimiento conventual, suerte de no man’s land que se empina entre un año que termina y otro que no llega, estas horas y los silencios atentísimos que su lectura impone, me llevan a imaginar tardes diferentes a ésta, que se llueven en el sentido de la página, apareciendo de no sé qué rincones, balbuceantes las entreveo a través de los vidrios de la ventana, balzacianas a más no poder, me van mostrando las huellas del bullir intenso de una ciudad situada, como París, a unos cincuenta grados de latitud al norte del planeta…»
Arnaldo Calveyra