Ed. Sudamericana, año 1999. Tamaño 24 x 16 cm. Traducción de Francisco Castaño. Usado excelente, 466 págs. Precio y stock a confirmar.

“En Cuba, la religión de Estado hizo del héroe su piedra angular. Los escolares recitaban cada mañana: «Todos los pioneros seremos como el Che». Y los militantes: «Sus enseñanzas fortalecen nuestro trabajo». Se convirtió en «el hombre sin manchas, el modelo del nuevo hombre». Liturgias populares que en nada merman la autenticidad de un afecto popular y espontáneo.

Es todo un continente quien ha transfundido en el eremita armado sus nostalgias y deseos. El pueblo le ama. ¿Amaba él al pueblo? Sí, y a la humanidad -más en idea que en carne y hueso y en masa más que en unidad. Toda leyenda es una suma de contrasentidos, ésta no es una excepción. ¿El «apóstol de la resistencia a la burocracia»? El ministro de Industria preconizaba una planificación ultracentralizada, con control administrativo de la producción y de la gestión.

Desde que suprimió los «estímulos materiales» -cuanto mejor se trabaja más se cobra- en beneficio de los «estímulos morales» -cuanto más se trabaja más se honra uno-, el sistema desembocó en una desvitalización de los órganos de base en beneficio de un aparato de dirección tan hipertrofiado como ineficaz. En esas condiciones, ¿una economía administrada no es sinónimo de una todopoderosa burocracia?

Queriendo industrializar al galope una economía agraria, creando un estancamiento en las materias primas y las capacidades de autofinanciación, las pequeñas unidades industriales fueron destrozadas, y la caña de azúcar desorganizada. Pérdida en los dos tableros. ¿El Che «libertario, indulgente, abierto», contra un Fidel cruel y dogmático?

Allí donde Fidel, en 1959, enviaba al paredón a cinco esbirros del antiguo régimen, el Che no habría retrocedido ante diez. La pena de muerte no era un caso de conciencia para esos dos jefes de guerra -no hay guerra a muerte y menos aún de guerrilla sin doce balas en el pellejo para los traidores y desertores, en cualquier tiempo y país. La pena capital les era natural, por lo que Diderot habría llamado un «idiotismo» de oficio.

Pero hay una diferencia entre deshonrar a un adversario o a un rival antes de enviarlo al paredón, y la salva sin frases ni calumnias. El Che se contentaba con la segunda. Pero fue él y no Fidel quien inventó en 1960, en la península de Guanajay, el primer «campo de trabajo correctivo» (nosotros diríamos de trabajos forzados) -no sin ir él mismo, para ponerse a prueba. Pureza de los ángeles exterminadores: el Che no habría tolerado jamás en su entorno a homosexuales, desviados o «corrompidos», a diferencia de Fidel.

Su formación política, más antigua y sólida que la de su jefe mayor, recuerda más a Netchaiev («duro consigo mismo, el revolucionario debe serlo con los demás») que a Tolstoi. «No tengo ni mujer ni casa ni hijo ni padre ni madre ni hermano ni hermana. Mis amigos son mis amigos cuando piensan políticamente como yo», escribió en una carta. Y el joven franciscano que quería curar a los leprosos de Perú, si un día evocó al revolucionario ideal movido por un profundo sentimiento de amor, acabó por hacer de su testamento un largo grito de odio fúnebre: «el odio eficaz -dijo- que hace del hombre una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar». Los islamistas dicen eso con muchas más florituras”.

Indice:

I- Los Comandantes:
1. Trascenio.
2. Alistamiento.
3. La monarquía y el cruzado.
4. Desenganche.

II- Los gobernantes:
1. La investidura.
2. Un señor.
3. Consejos a las jóvenes generaciones.
4. De la fidelidad.
5. Servicio inútil.
6. Ite missa est.

III- Pequeño léxico militante.