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Ed. Letras Mexicanas, año 1998. Tamaño 21 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 170
Juan Almela, que es el verdadero nombre de Deniz, nació en Madrid en el año de 1934, en plena República Española, hijo de uno de los fundadores del socialismo español. En el 36, su padre -por cierto homónimo suyo-, representante del gobierno español frente a una oficina internacional con sede en Ginebra, decide mudar a su familia a esa ciudad al sobrevenir la guerra civil; los hechos
posteriores, que son muy conocidos, le impiden volver a España, y es así como decide trasladarse a México, a donde llegan en 1942.
A partir de un primer trabajo que su padre, autor él mismo de varios libros de géneros variados, le consiguió en una editorial, y exceptuando un brevísimo paso por la universidad, y otro, más significativo, por un instituto de investigación científica, Deniz ha pasado la mayor parte de su vida en el mundo de las editoriales, como lector de prueba y traductor. Precisamente el origen para nada literario de este poeta ha sido causa de variados equívocos, que han influido en la apreciación de su obra, y de paso en la idea que se tiene de él mismo. Pero no todo en esa «idea pública» es erróneo: Deniz es, en efecto, el traductor de varios idiomas
cuyos versos «difíciles» son producto de una erudición no solo referida a la lengua, sino a materias específicas y diversas, ninguna de las cuales suele formar parte del mundo cotidiano de los literatos.
Entre las curiosidades escritas sobre su persona sobresale un artículo publicado a raíz de la aparición en 1970 de Adrede, su primer libro. En él, un escritor colombiano avecinado en México decía -palabras mas, palabras menos- que acercarse personalmente a Deniz no era demasiado recomendable, ya que se corría el riesgo de ser herido por un hombre con características propias más bien de ciertos animales peligrosos. ¿Se estaría burlando de nosotros? Al lado de esta joya existen, faltaba más, algunos acercamientos
criticos a su trabajo -no por escasos menos valiosos-, de quienes ya desde el principio reconocieron en Deniz a un autor original, a contracorriente de la tradición mexicana, nutrido de experiencias ajenas a la literatura, que proponía una obra radical y hasta excéntrica, pero notable y por supuesto seria.
No fue, sin embargo, sino hasta fines de los años ochenta cuando ocurrió el verdadero descubrimiento público de Deniz. Hasta entonces su literatura era, tal coma escribió alguien, la posesión de unos cuantos iniciados. Una serie de críticos jóvenes, casi todos recién llegados a la literatura, empezó a señalar con entusiasmo su poesía como una de las más novedosas, interesantes y alentadoras de los últimos años. El entusiasmo era comprensible: de la poética de Deniz resultaban altamente seductoras la música verbal y la antisolemnidad, el humor y la ironía, la imaginación y la riqueza (en un caos solo aparente) de conocimientos de todo
género -que mezcla referencias científicas y voces de otras lenguas, va del dato histórico al geográfico, de la música a la biología, y que es capaz, por solo poner un par de ejemplos significativos, de describir las profesiones de moda
(publirrelacionistas, comunicólogos, etcétera) anteponiéndoles prefijos usados para los virus, o dibujar físicamente en la página una serie de fórmulas químicas que imitan a cuerpos haciendo el amor.
¿Qué propició que ocurriera ese boom crítico favorecedor de la obra de Deniz? En buena medida, la revisión -provista de un sentido generacional- de la obra de los poetas nacidos, como él, en los años treinta, arrojó resultados no muy alentadores a los ojos de aquellos criticos quienes, en pocas palabras, sintieron que esas obras no llegaban del todo ilesas a su relectura, y que algunos lustros después de haber sido publicadas habían perdido parte de su fuerza original. Deniz, en cambio, se ofrecía novedoso, fresco, lleno de recursos frente a sus anquilosados contemporáneos, y su poesía irreprochable y sólida frente a la de quienes se habían limitado a desarrollar propuestas que a la larga resultaban poco arriesgadas, que quizás se habían conformado con soluciones estéticas prematuras, con los años escasamente definitivas, e incluso entregado -no sin que su obra diera muestra de ello-, a discursos extraliterarios (el «compromiso politico», la militancia ecológica, etcétera).
Solo quienes asistieron desde lejos a la discusión publica sobre la poesía de Deniz no comprendieron que su enorme interés por la sonoridad de las palabras era solo un aspecto de su literatura. Claro que hacer énfasis en ello resulta comprensible al hablar de un autor de lenguaje exacerbado y en crisis -alejado de la poesía lírica como la entendemos comúnmente-, que manifiesta un gusto por determinadas cacofonías y por atmósferas de un prosaísmo franco, lo que implica un interés por la lengua que en la mayoría de sus compañeros de generación, todos ellos más señalados, estudiados y leídos, había pasado a segundo término. De ello se dieron cuenta los más jóvenes, quienes se entusiasmaron de inmediato con un poeta que al tiempo que hacía uso de una forma curiosa, a veces insólita, de las palabras -usándolas menos para acariciar que para hender-, manifestaba un rechazo no solo discursivo al entendimiento de la literatura tradicional.
Pero eso no es todo. Deniz encarnaba algo más allá de las cualidades específicas de una obra literaria: una postura pública. Y no me refiero a los escándalos que originaron sus ataques, por cierto sin respuesta, a Jose Emilio Pacheco, en los cuales, además de acusar a ese conocido escritor de fariseísmo, ensayaba un feroz desplumamiento de su obra poética. Lo que Deniz hacía con el lenguaje -con sus sonidos y sus ritmos, las frecuentes violaciones a la sintaxis, la respetable cantidad de palabras inventadas por él mismo-, ¿no era el síntoma más visible de su postura transgresora frente a la realidad? El realce de su presencia en el medio literario mexicano incomodaba, sencillamente porque suponía el éxito de una forma de la subversión. ¿Cómo podía resultar exitosa una literatura como la de Deniz, que además de ser tenida en general como «oscura», «inexpugnable», hasta «frenética», se manifestaba abiertamente en contra de los otros y el mundo, las instituciones y las verdades absolutas?
De su interés por subvertir, de su pasión por la crítica de un mundo imperfecto, de su necesidad transgresora daban razón también sus temas, esenciales tanto como las características propias de su lenguaje. Ya hablé de las fórmulas químicas reproducidas en el instante de su síntesis amorosa, y podría pasar la tarde enumerando las subversiones manifiestas en su literatura. Solo en el ámbito de la cultura mexicana, ¿cuáles eran las mejores? ¿La visión de una Sor Juana empapada y voluptuosa, un momento antes de
ser recorrida con la lengua? ¿La de Julio Torri subiendo por la escalera de caracol detrás de una criada? ¿La de un bárbaro y solemne Vasconcelos, al sol de un patio pretérito?
Otras imágenes: un famoso científico mexicano es apedreado por unos campesinos; en la presencia de Freud, el autor lame los dedos del pie con el cual un personaje femenino ha rebajado la yema de un huevo frito; un prócer de la patria es enterrado vivo; un poeta se desgarra, y luego es degollado, porque han entubado un río; un Santa Claus, profeta de la esperanza y las guerrillas, es arrinconado en una terraza y obligado a caer pisos abajo.
De cualquier manera, las subversiones más significativas -porque suceden en él mismo, y van de la impiedad a la ternura con una franqueza que pasma- son las de su mundo íntimo. Pero Deniz es incapaz de sustraerse al mundo en el que vive, por lo que su obra está escrita de cara a él, y por eso resulta un poeta permanentemente en armas, áspero, contestatario. (En la crudeza de la exposición pública de su interioridad, no en otro sitio, está la causa de su seudónimo.) En Picos pardos -una de las mejores obras de la poesía mexicana de nuestro tiempo-, por eJemplo, sucede una exorbitante sublevación pública, con tintes cósmicos, que no es sino el marco dentro del cual nace un profundo enamoramiento privado. O en la primera sección de Grosso modo -la célebre «Fosfenos»-, se describe una tierna penetración anal (el poema se llama «Allanamiento de violeta») mientras la alfombra mágica en la que los personajes viajan se interna, «por el sur», en territorio soviético.
En Adrede y Gatuperio asistimos a una radicalidad literaria especialmente enfática, que corresponde con la que su
autor mantiene frente a la vida con la exactitud de quien sabe que la función pública más eficaz a la que puede aspirar un poeta está mucho menos en su presencia en una manifestación política o en el reparto de propaganda al final de una conferencia, que eh el desempeño comprometido de su oficio mismo.
Desde el título del primero de ellos, Adrede, encontramos una suerte de grito de batalla. Dedicado a Octavio Paz, su primer impulsor y entusiasta, el libro apareció en 1970 en la colecci6n Las Dos Orillas de Joaquin Mortiz. El libro altera secciones de textos sueltos con cinco poemas extensos. Quizás resulte suficientemente transparente la sección «Vacación y desquite», en la cual un hombre sujeto a sus obligaciones maritales, desea desde lejos a otra mujer. Pasado cierto tiempo, ese hombre vuelve al mismo escenario, solo, a desquitar lo que la vacación no pudo darle. En Adrede están además algunos de los mejores poemas de Deniz, como el incomparable «Hueledenoche», o «Estrellamar», y desde luego los cinco poemas extensos en los que nace, propiamente dicho -y luego se desarrolla- el «estilo Deniz». Me parece que porciones moderadas de paciencia e imaginación
son suficientes para dejarse ganar por esos textos musicales, heterogéneos y magníficos.
Vale la pena advertir que Adrede se enriquece en esta edición con unos cuantos sonetos que no se publicaron en su momento, y que funcionan como un eslabón entre la primera sección del libro, que no deja de ser -aunque con sus curiosidades y sus hallazgos- más o menos convencional, y el poema «Estrofa». De ellos, me permito recomendar los tres últimos, cachondos y sarcásticos, especialmente previsores del clima que se impondrá en parte de su trabajo futuro.
La palabra que da título al segundo libro, «gatuperio», significa «mezcla incoherente de ingredientes», y es un neologismo del siglo XVII. Gatuperio apareci6 en 1978, nada menos que en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. A pesar de ser el libro más radical de Deniz, su estructura es clara y hasta precisa. «Natércia» se llama la segunda sección; tomada del anagrama de Caterina inventado por Camoens, la palabra sirve a Deniz para nombrar a la muchacha que protagoniza el muy legible romance que motiva la serie. En ella está «Duramen», ese extraordinario poema de minucioso erotismo, lleno de alusiones científicas y biológicas, que yo sepa único en nuestra poesía. También forman parte de ella dos poemas especialmente afortunados: una suerte de declaración de principios almelianos. «Posible» -uno de los textos más divulgados y conocidos de Deniz-, y el conmovedor «Primera lluvia», en el que los amantes oyen llover por vez primera juntos al lado de una ventana. La última sección del libro, «Fricativas», va de alguna manera a tono con la última de Adrede, «Asperos»; ambas, con aspereza fregativa, echan a andar un tipo de texto hipercrítico que hace burla de las «grandezas» y los «valores» humanos, y que no dejará de aparecer aquí y allá a lo largo de la literatura deniciana.
En Gatuperio está la colección de poemas más delirantes de Deniz; en francés, la base «20 000 leguas de viaje submarino» se pronuncia de idéntica manera que «20 000 lugares bajo las madres»; con personajes y escenografía tomados de la novela de Julio Verne, Deniz arma una serie de situaciones extrañas y conversaciones caprichosas, en las que da vida a sus temas preferidos y rienda suelta a una fantasía en la cima de su sofisticación literaria. A lo mejor esa serie de poemas representa un buen símbolo de toda la obra de este poeta: en el fondo del mar -o en ese irónico lugar «debajo de las madres»= Deniz conversa con Deniz mismo, en
una lengua al mismo tiempo delicada y excéntrica, cuyos secretos solo él conoce a plenitud.
Acaso sea Gatuperio el libro que con más nitidez nos revele la complejidad de este poeta. De formas, lo mismo que Adrede, como me consta -y si es que tiene algún valor mi testimonio amistoso-, no es sino la lógica primera extensión de la propia personalidad de este antiguo lector de pruebas de imprenta en la que están presentes el coleccionista de maravillas intelectuales y el traductor de echo lenguas y de más de cien libros publicados durante las últimas cuatro décadas (traductor -entre otras- de la obra de Dumézil), el narrador de un solo volumen y el poeta de más de diez títulos -cuyo seudónimo significa «mar» en turco-, el extraordinario conocedor de música y el gran amigo, accesible siempre, grato y cálido, hosco para los otros, conversador elocuente, detallado y pulcro, racional a ultranza, de una erudición jamás ociosa y una entereza que no cede un
ápice, discreto y sedentario, desengañado y pesimista, más cerca del oso que de la serpiente o el águila, alto y grueso, de barba de candado blanca, miope, de boca angulosa y cejas expresivas, con un hueso salido en la muñeca izquierda (niño caído de una azotea de la colonia San Rafael), exalumno del Instituto Luis Vives, adolescente escuálido en una bata de laboratorio, exfumador, expianista aficionado, sinólogo por temporadas, inventor de los neologismos «cementino», «bienvivido» o «psicorrata», becario del Sistema Nacional de Creadores, antologador y prologuista de la poesía de Alfonso Reyes, columnista de la revista Viceversa, propietario del diccionario Tolhausen, atesorador de gramáticas lejanas e imposibles, divulgador de la hierba gatera y las geodas, ateo, simpatizante del gnosticismo, creador de Rúnika, comedor épico que nunca tiene hambre, bebedor de una sola borrachera, padre de Laura y Elsa, amo devoto de la gata Krushka, protagonista de un desprendimiento de retina, pescador de versos de memoria en una cama a ciegas, habitante de la colonia Ciudad de los Deportes, visitante religioso de Chapultepec, lector de titulares en un quiosco en Insurgentes, peatón que porta un libro, un paquete de whiskas y una botella de vodka, escritor de fórmulas químicas en el mantel desechable de un restaurante, cliente de la nevería Chiandoni, poseedor del alebrije Silvano, enamorado de los animales, sean pingüinos, tigres o pangolines, cautivo de Ravel y admirador de Prokofiev y Bartók, visitante de
Londres, Indonesia y el Tíbet, lugares donde nunca ha estado, experto en la obra de Miret, enemigo del marxismo y el sicoanalisis, lector del alemán y el ruso, fiel de Saint-John Perse y Eliot, que odia la música vocal (aunque no tanto) y escucha a Pérez Prado y a Beethoven, que nunca ha conducido un automóvil y tiene por amigos a un sicoanalista cinéfilo, un poeta de Guadalajara y otro de Tlalpan, a un especialista navarro en la literatura del exilio y un par de incondicionales con los cuales come en viernes.
Tenemos la fortuna de ver Adrede y Gatuperio en una sola edición, lo cual hace al fin accesibles dos obras que hace mucho tiempo no lo eran. Son los libros más arriesgados de Deniz, aquellos en los que se muestra menos concesivo frente a sus posibles lectores y a la realidad en su conjunto. Pero representan, por encima de todo, la génesis de su poética, lo cual significa el primer impulso de un vendaval de aire fresco en la tradición literaria de este país -muy dada a las atmósferas recogidas y a los ámbitos académicos, en detrimento de la aventura y el riesgo literarios, y que conserva la limpieza formal y la prudencia artística como valores supremos. Aun si nada hubiéramos dicho de sus cualidades intrínsecas, este hecho, más el universo de gozos y revelaciones que puede añadirles nuestra propia lectura, les concede el derecho de ser llamados necesarios y hasta esenciales.
Más allá de pensar que la apreciación generalizada de la literatura de Deniz verá tiempos mejores, creo que esta edición ofrece a un público numeroso (en buena medida joven, necesitado de respuestas artísticas perdurables a las preguntas de siempre}, la espléndida ocasión de conocer, a espalda de los equívocos y los prejuicios, una de las poéticas más brillantes de la segunda mitad del siglo XX de México.
INDICE
Presentación
Nota
ADREDE, 1970
POEMAS (1956, 1958, 1962)
I- Húmedo
II- No conoces
III- Ver morir
IV- Sueña
V>- El nudo
VI- (Anual)
De mayo
De ruina
POSTERGADOS
Discurre el autor
Emu
Recorre
Díptico
1
2 (Ibis.)
Díptico
1
2
Casi anónimos (1963)
Vedi
Trattato
Proyecto
ESTROFA (1963, 1966)
VACACION Y DESQUITE (1966)
Tarde
Falenas
Dudas
Hueledenoche
Siesta
Duermevela
Augurio
Sentimental
Impenitencia
Exordio
Intersección
Nevería
ANTISTROFA (1967)
OCASIONES (1967)
Nocturnal
Centenario
Visión
Resfrío
Belle époque
Arcoíris
Evasión
Meditar
Dones de Asia
Escalada
ÉPODO (1968)
ÁSPEROS (1967-1968)
Eléata
Reflexiones
Transmigración
Evangelio
Anécdotas
Aldea
Agasajo
Rana
Viuda
Merlín
Defunción
ITINERARIO (1960, 1964, 1968)
CATORCE (1968)
Mapa
Musa
Aires
Estrellamar
Piel de tigre
Imán
Lámpara maravillosa
Madrigal primero
Madrigal segundo
Madrigal tercero
Madrigal cuarto
Madrigal quinto
Madrigal sexto
Madrigal séptimo
JANO (1969)
GATUPERIO, 1978
SOCIOLOGIAS (1969, 1972)
Vehículo
Percance
Crisis
Don Juan en la tasca
Estaban
De la justicia
Nueva Eloísa
NATÉRCIA (1969, 1972)
Posible
Primera lluvia
Tolerancia
Nostoi
Duramen
Nueva York revisited
Menotti, concierto para piano, segundo movimiento
Promiscuos
Inquisición
Bañomaría
Colofao
20 000 LUGARES BAJO LAS MADRES (1973-1974)
Progimnasma
El origen de la tragedia
L’embarquement pour Ponape
Inquilinos, 1
Ferial
Infancias, 1
Cosmas
Confidencias
Due nuove scienze
Venia
Revelación
Barbarismos
Delito
Datos
Tiromancia
Conseil (Inquilinos, 2)
Acto
Infancias, 2
¡Patarino, hijo de patarino! (S. S. Bonifacio VIII)
Didascalia
Sesión
Inquilinos, 3
Semana mayor
Catástrofe
FRICATIVAS (1972-1976)
Acertijo
Avivanza
Nutación
Héroes
Complejo
Arca
Ars magna
Tres motetes muy adultos
1
2
3
Fui yo
Samsara
Impedimento estético
Ignorancia