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Ed. Plus Ultra, año 1973. Tamaño 20,5 x 13 cm. Estado: Usado
excelente. Cantidad de páginas: 306
Este libro se explica por la actual situación de la Argentina. He vacilado en lanzarlo a la calle y, finalmente, cedido por el para mí honroso deseo que en su publicación denotasen estudiantes universitarios y públicos diversos del interior del país. Quizá, por tales motivos, convenga hacer brevemente su historia, a fin de justificar su existencia en librerías.
El bosquejo del trabajo fue una conferencia leída en 1961 con el mismo nombre: ¿Qué es el ser nacional?, bajo los auspicios
del Movimiento de Estudiantes Reformistas de la Universidad Nacional del Nordeste, en la ciudad de Resistencia. Un público heterogéneo y atento, con presencia de obreros, estudiantes y diversos grupos ideológicos, fue el primer indicio de que el tema interesaba. Desde ese año, la conferencia fue tomando dimensión, siempre sobre la idea central originaria, y me convenció de la riqueza del tema. Unos meses después fue leída, ante un público muy vasto —y dividida en dos disertaciones— en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Tucumán.
Aunque totalmente alejado de la enseñanza universitaria, dadas las condiciones políticas imperantes en el país, mi estada en la ciudad de Tucumán me puso nuevamente en contacto con los estudiantes, con los cuales mantuve un intenso intercambio de ideas, exigido por ellos mismos, y que me sirvió para precisar conceptos sobre el estado de la opinión estudiantil con relación al problema nacional. Fue una experencia fecunda pero que, además, me persuadió, a pesar del cortés y respetuoso público que asistió a las pláticas, y del auspicioso acogimiento, casi diría entusiasta, con que fueron recibidas, que sus ideas centrales no habían sido íntegramente comprendidas, y no por falta de interés o capacidad de los estudiantes, sino por las deficientes orientaciones que en el orden histórico y filosófico guían la enseñanza superior en la Argentina. De estas cosas se habla también en este libro.
Sin embargo, la más grata sorpresa del autor fue la reacción de una provincia profundamente argentina —Santiago del Estero— ante la conferencia. Un auditorio inusual para una ciudad pequeña, en el que estuvieron representadas las más diversas tendencias, cosa difícil de lograr en provincias chicas —peronistas, radicales, racionalistas, gente de izquierda— recibió mis palabras con tal fervor nacional a pesar de mis ideas en tantos sentidos consideradas extremas, que no puedo menos de recordar a la distancia con gratitud la adhesión de ese público provinciano. Y una vez más confirmé mi certeza de que el país verdadero está en las provincias más humildes. En 1962 fue leída, también ante un público poco común en reuniones de este tipo, y muy diversificado ideológicamente, en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Litoral, en la
ciudad de Santa Fe, invitado por una agrupación de estudiantes peronistas pertenecientes a la Confederación General Universitaria. El efusivo interés que la misma despertó, el breve debate final, altamente conceptuoso para mi persona, las conversaciones posteriores con los estudiantes y el requerimiento expresado por su publicación me convencieron, al fin, de la posible utilidad de la conferencia ampliada en libro. Así nació este trabajo, que no me contenta.
II
Me deja descontento, en efecto, pues ya terminado tiene múltiples defectos. El primero de todos, porque no es más que una
introducción al problema. Tuve la intención de olvidar un poco a mi país y hacer un libro iberoamericano. Las causas de este fracaso son varias y de naturaleza distinta, entre ellas, algunas preocupaciones personales que me privaron de la necesaria tranquilidad intelectual, la vastedad del temario y, por último, la falta de una bibliografía exhaustiva, me llevaron paradójicamente a suprimir casi la mitad de los originales, pues no estaba seguro de la seriedad de algunas tesis y del valor de la documentación édita utilizada. Así, lo que en los comienzos era un proyecto ambicioso, quedó en un libro común, casi diría un largo ensayo. Y hasta desaliñado. La conclusión a que he llegado es que el tema de la América Hispánica desborda a un solo escritor, y debe ser, dadas las actuales condiciones del continente, tarea de equipos universitarios coordinados de los diversos países iberoamericanos. Y esto sólo se logrará cuando las universidades estén al servicio de sus países y no del coloniaje, como pasa hasta ahora, al menos en la Argentina. Al primer traspié de la idea inicial, se agregó un hecho que espero sea comprendido. La dramática situación actual de la Argentina fue más fuerte que mi voluntad, e insensiblemente, el tema nacional fue dominando a todos los demás, que si bien no se diluyeron totalmente, pasaron a segundo término. Si tales temas accesorios vinculados a la América Ibérica, a pesar de su exigüidad, sirviesen de aliciente preliminar a otros
estudiosos, vería compensado el escaso valor y limitaciones de este libro.
Una de las cosas que tal vez llame la atención es el título del trabajo. Sin embargo, el hecho de que aparezca como una
interrogación, indica que rechazamos el concepto «ser nacional» como inapropiado. En el primer capítulo se esclarece la cuestión y se determina estrictamente en qué medida puede ser utilizado por pura economía del pensamiento y nada más. De allí que, fuera de ese primer capítulo, la expresión «ser nacional» se usa pocas veces en los siguientes, y siempre como un término puesto entre paréntesis mentales.
No he podido dejar de lado la polémica. Y sé las críticas que libros del tono de éste promueven en ciertos grupos intelectuales pulidos y «ecuánimes», que se colocan el gorro plateado de las ideas sin acento y de la bondad nazarena frente a los adversarios. Esto es una hipocresía. Nada más fácil para un escritor con oficio literario que manejar cualquier estilo.
Yo también lo he hecho en épocas serenas. Mucho más difícil es un estilo honrado. Hasta mi venerado maestro Rodolfo Mondolfo, aunque por causas comprensibles en un europeo, y con la elevación de su ilustre ancianidad, dudó de la dureza de los juicios formulados en mi libro «La Formación de la Conciencia Nacional». Al respecto debo decir lo siguiente: lo que se llama ponderación de juicio, consideración a la opiniones del prójimo, espíritu crítico equilibrado, en los tiempos tempestuosos de una nación, son con frecuencia evasivas de parte de los intelectuales nativos para no afrontar responsabilidades, la forma cómoda y nirvánica de no comprometerse y evitar los odios contumaces que provocan escritos cuyo único compromiso es la fidelidad al país. Conozco en mi propia persona las dificultades de esta lucha. Pero si alguna dignidad tiene la inteligencia nacional, debe afirmarse en el amor a la patria y en la fortaleza para soportar silencios, calumnias y hasta cárcel. Todo esto es chico porque la patria es grande. He elegido un destino y no me apartaré de él. La influencia que mis libros han
ejercido no me halaga. Carezco de vanidades. Pero no soy un hombre humilde. Esta influencia no es mía, sino creada por el propios país. Y la aparente rispidez de mis juicios no está dirigida a individuos, sino a lo que ellos y sus grupos, con frecuencia poderosos y organizados, representan. Es el único mérito que me asigno y con ello refuto a los que han desvirtuado mis ideas, incluso mis orígenes ideológicos, al no poder atacar mi vida. Son, por otra parte, contingencias de la lucha.
Pero si estas cosas inevitables se comprenden en los enemigos políticos, carecen de justificación en aquellos que, en una
curiosa transposición, al renegar de su pasado mental, son influidos directamente en sus trabajos, en sus ideas, por los escritores de la línea nacional, y luego de repetir mal lo que oíros han dicho bien, los atacan y deforman cayendo así en el peor de los fraudes morales. Las ideas sólo sirven para difundirse. Y si no de nada valen. No se traía, pues, de una prioridad. Nadie es original. Todos le deben algo a alguien. Pero seamos probos. Las influencias hay que confesarlas, las ideas ajenas no hay que deformarlas, sino mejorarlas, o por lo menos, asimilarlas con veracidad.
Vuelvo, pues, en este trabajo, que espero sea el último de este tipo, al tono polémico, a ciertas violencias verbales. Pero como se ha dicho, la tan mentada objetividad del pensamiento no es tal, sino una cuestión de estilo literario. Mejor, de carencia de estilo literario. Quizá, en los momentos críticos de un país, los únicos libros objetivos son aquellos escritos con la sangre caliente y la mente fría que los hace neutros a toda pasión innoble. Eso son mis libros. Y en mi ánimo no cabe la ofensa sino un indeclinable amor a la verdad.
III
Debo pedir disculpas a los lectores que han leído mis libros anteriores, Imperialismo y cultura y La formación de la conciencia nacional, pues están agotados y no pienso, por ahora, reeditarlos. Los considero de circunstancias, hijos de la discusión que sacude al país, empequeñecidos por la mención de personas vivas, y en lo esencial, carentes de permanencia.
Han cumplido una misión. Y aunque no los estimo como expresiones intelectuales severas, el hecho de que pese al mortal silencio de la crítica colonial, hayan corrido y gravitado, me demuestra que no han sido inútiles. Esta digresión viene, pues aquí —y era inevitable dada la índole del trabajo— se reiteran algunos conceptos desarrollados en esos libros anteriores. Sin embargo, en todos los casos, se ha tratado de mostrar nuevos aspectos y, en suma, ahondar en los mismos.
Para los que no conocen esos libros, esto quizá sea ventajoso, pues se evitarán leerlos. Me refiero especialmente a los problemas de la «intelligentzia», de las clases medias colonizadas, y de la alienación cultural, teoría hegeliana-marxista, esta última de la que se oye hablar con tanta frecuencia como pedantería, pero que nunca se ha aplicado correctamente a una realidad colonial. En tal sentido, creo haber sido el primero que lo ha hecho en mi libro Imperialismo y cultura, con la originalidad de que los titulados «marxistas» no entendieron nada. Lo cual prueba que el tal «marxismo» en la Argentina no era más que una de las formas de esa alienación cultural del coloniaje. Así, un fecundo método de investigación que influye en todas las esferas del conocimiento desde las ciencias de la naturaleza a las históricas —en la biología, las matemáticas, la etnología y la antropología social, en la física, en la filosofía, en la lógica, en la psicología, en la teoría del conocimiento, en la sociología y la historia, y, de más decirlo, en la economía política—, ha caído en la Argentina en un
descrédito indigno de su valor científico. Espero que este libro contribuya en algo a aclarar las cosas, sobre todo en la gente joven, que se interesa no sólo por la metodología, sino por su correcta aplicación a la cuestión nacional.
IV
Al suprimir, como ya se ha establecido, una gran cantidad de material, me he visto obligado a reducir las pruebas ofrecidas
a un mínimo. Es así como he dejado de lado infinidad de testimonios. He utilizado —y hasta abusado— para explicar el cambio de la conciencia histórica de la América Hispánica frente al imperialismo, a dos poetas de nuestras tierras, una, porque son representativos —aunque no únicos—, y otra, por hondamente americanos al margen de casilleros políticos. Me refiero a Rubén Darío y Nicolás Guillen. Las citas a ellos referidas, en todos los casos, tienen valor de documentos históricos al lado de su calidad poética. Y en tal sentido histórico son manejados. También quiero recordar al escritor boliviano Carlos Montenegro, fallecido en nuestro país, de cuyos libros poco conocidos he tomado algunas informaciones, y al sociólogo brasileño Alvaro Vieira Pinto, autor de la obra Consciéncia e realidade nacional (Ministerio Da Educáo e Cultura), que tuvo la gentileza de hacerme llegar, y que vino tarde a mis manos, aunque alcancé a aplicar fugazmente algunas de sus ideas a la
realidad argentina. Cumplo así con un deber de honestidad intelectual.
También aprovecho aquí para refutar una crítica que se me ha formulado: la ausencia en mis libros de notas al pie de página
con la nómina de autores y obras consultados. Si no lo he hecho, no es porque ignore la técnica, que justamente he enseñado a varias promociones de estudiantes universitarios, sino porque —y sépanlo estos caballeros que confunden la crítica con la cacería de pulgas— mis libros no son de investigación sino de lucha. Las verificaciones de este tipo, cuando los autores y bibliografía son conocidos y no responden, por tanto, a obras extranjeras, piezas bibliográficas raras o a la labor de archivo, son mera petulancia que, además, sólo sirven para aflojarle la nuca al lector inocente. Por otra parte, cambio mil llamadas a pie de página por una idea.
Y hablando de ideas. A las ideas de izquierda no hay que tenerles miedo. Lo esencial es que sirvan a la causa de la liberación nacional. Muchos motivos explican esta prevención de la denominada línea nacional hacia el pensamiento de izquierda. Y el mayor es, sin duda, el papel que las izquierdas han jugado en la Argentina al servicio de intereses extranjeros. A esta critica de las izquierdas, creo haber contribuido algo en mis libros, con la peculiaridad de que la misma ha partido de una consideración nacional del problema sin ceder un ápice en mis convicciones ideológicas. De ahí la
eficacia de tal crítica. Tengo, pues, derecho a hablar. Pero del fracaso de las izquierdas en la Argentina con relación al
pasado, no.puede deducirse en modo alguno que esas izquierdas no se nacionalicen. Al revés —y aunque esto encone a los ultramontanos— es en gran parte gracias a la crítica de la «izquierda nacional» surgida con la caída de Perón, que en el orden ideológico esas izquierdas ayer metecas mentales, asisten hoy a un fecundo viraje hacia el país. Y lo que interesa es el país. No los prejuicios ideológicos de las sectas. Es sobre todo la juventud de izquierda la que asiste a esa nacionalización ideológica, y negar este hecho, o verlo con temor, no es más que una manera del reaccionarismo político. Y por último, libros del orden de éste sólo pueden surgir como efecto de la lucha patriótica por la liberación histórica que
ha dejado como herencia el peronismo, ese gigantesco movimiento nacional de masas al cual pertenezco.
J. J. H. A.
Buenos Aires, marzo de 1963