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Ed. Alfaguara, año 2001. Tapa dura. Tamaño 22 x 13,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 474
La piel del cielo es la historia de un hombre que busca en las posibilidades de la ciencia la explicación del mundo. El protagonista tiene un afán de saber insaciable, el cual está planteado desde la primera frase del libro, desde el momento en que el protagonista, Lorenzo -en su etapa infantil- , cuestiona: “Mamá, ¿allá atrás se acaba el mundo?” Esa curiosidad del pequeño es la primera anotación de la novela donde se hace referencia a la curiosidad científica, esa curiosidad por la comprobación del mundo, y de los hechos y fenómenos que ocurren en él.
A Lorenzo de Tena, nacido en la década de los veinte, hijo de madre soltera y de un señorito, su brillantez le permite trabar a mistad con los hijos de la clase más acomodada. Inteligente desde su niñez, Lorenzo De Tena sobresale de entre sus compañeros de clase, pero su origen y su carácter inconformista, rebelde y cuestionador de la vida y de las normas que la sociedad le impone, le apartan del destino que se abre ante él como dirigente del país.
Es la tierra, con la sugerencia de su olor y de su aventura, la que le da el contrapunto a la obsesión de mirar más allá de las estrellas. Involucrado en asuntos de política, De Tena se relaciona con importantes líderes de izquierda; en sus roces políticos conoce a Luis Enrique Erro, dedicado hombre de ciencia y política que lo involucra en los conocimientos de astronomía. Con esto Lorenzo descubre su verdadera pasión: el cielo y las estrellas, que lo identifican con su vida, ahí están, igual que él, pero sólo para que poca gente los descubran; él mismo tiene mucho que descubrir en el cielo. Como astrónomo se le revela el origen conjetural y el saber inexhausto, así como una mirada crítica de la apariencia y urgida de certezas.
Su amigo Revueltas le dirá al saber que Lorenzo se ha convertido en astrónomo: “¡Ah, hermano, creo que has encontrado aquello sin lo cual no podrás vivir!”, cuestión que confirma por sí mismo: “A partir del momento en que empezó a observar, se dio cuenta de que el cosmos lo convertiría en otro hombre. Claro, viviría entre los demás, caminaría con ellos, los escucharía, comería, sonreiría, pero él tendría un mundo propio mucho más real que el de la vida diaria. Aguantaba la cotidianidad por la sola esperanza de volver al telescopio. La vida de las estrellas le resultaba más auténtica que la de los hombres, a quienes escuchaba con extrañeza y sin curiosidad. A ellos no podía observarlos en su microscopio como a sus placas para predecir su conducta burda en comparación con la de los objetos del cielo”.
Lo anterior suena hermoso, pero también traduce distanciamiento, mal humor, cierta paradójica incapacidad de apreciar la dimensión más cercana, la de su entorno, en beneficio de un talento excepcional para observar las estrellas, para interpretar los datos, aun para valerse de medios limitados.
Desafortunadamente pocos ven lo mismo en el cielo y a De Tena le cuesta trabajo entender cómo no todos pueden ver la vida como él. Lorenzo posee gran talento en materia astronómica, a pesar de ello, la novela recorre su frustrante carrera como observador del cielo; debe sobrepasar toda clase de barreras (sociales, política y burocráticas) para realizar su vocación.
A lo largo del camino que sigue este personaje, la voz reflexiva de la autora va mostrando la inevitable confrontación en dos verdades; una científica, medible y comprobable, y otra intuitiva, que se vive y se siente, pero que no se puede demostrar. En un pasaje, por ejemplo, el narrador dice: “En sus caminatas, Lorenzo había descubierto el poder de las montañas sobre los habitantes; eran dios y diosa a los que les levantan altares, copal y pulque (…) para que no corrieran los rías de lava, llevándose casas y sembradíos”. Y en otro párrafo agrega: “Los fenómenos naturales eran parte de su vida, como el maíz, el frijol, el crecimiento de sus hijos. Los volcanes eran esposos, caminaban de la mano, nacían de las aguas, se sentaban a tardear, se peleaban, reconciliaban y dormían abrazados. Su presencia definía la vida de los habitantes del pueblo”. Estas certezas de los campesinos, tan ingenuas a los ojos de la ciencia, servían, sin embargo, para aliviar temporalmente la angustia que sentía Lorenzo ante la inmensidad de ese misteriosos universo en expansión, que trataba tenazmente de comprender.
Elena Poniatowska nació en París y vive en México desde 1942. Periodista y escritora comprometida, a menudo ha puesto su pluma al servicio de las causas más justas.
Entre sus novelas destacan Lilus Kikus (1954), Hasta no verte, Jesús mío (1969), Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La flor de lis (1988) y Tinísima (1992); y entre sus cuentos, los reunidos en De noche vienes (1979). También ha publicado entrevistas, ensayos y crónicas tan importantes como La noche de Tlatelolco (1971) y Fuerte es el silencio (1980).