Ed. Andrés Bello, año 1996. Tamaño 23 x 15 cm. Traducción de Oscar Luis Molina. Usado excelente, 380 págs. Precio y stock a confirmar.
Francois Mitterrand escribió su libro hasta el fin, dominando dolor y enfermedad en su postrer combate. Me trajo su manuscrito pocos días antes de su último viaje a Egipto. Al legarnos hoy este texto póstumo, Francois Mitterrand quiso inscribir su obra política en su obra literaria. Este escrito da testimonio, además, del feliz encuentro, marcado por el sello del esfuerzo y la voluntad, entre literatura y acción, las dos pasiones de su vida. Francois Mitterrand redactó estas «Memorias interrumpidas» a partir de conversaciones con Georges-Marc Benamou.
“Las tropas aliadas estaban liberando uno por uno los campos de concentración. De Gaulle quería que un francés estuviera presente junto al general norteamericano Lewis, a quien su país había encargado la apertura y control de los campos. Me eligió a mí. El 29 de abril de 1945, el mismo día, tomé posesión, con los norteamericanos, de los dos campos de Landsberg y Dachau.
Lo he relatado y escrito: lo que vimos era peor que todo, inconcebible, alucinante. Fue un día de auténtica locura. En Landsberg no quedaba un solo sobreviviente. Había miles de cuerpos quemados con lanzallamas. Abrimos trincheras donde encontramos, alineados de a tres, miles de cadáveres. De ocho a diez mil. Ya los rostros empezaban a confundirse con la tierra.
En Dachau había muerte por todas partes: ahorcados, gaseados, hornos crematorios, fusilados. Una epidemia de tifus se sumaba a los tormentos de los sobrevivientes. Asistí a la ejecución de soldados alemanes arrestados cuando llegaron los norteamericanos. Con cada descarga, los deportados lanzaban las gorras al aire y aullaban de alegría. Vi que abatían a jóvenes soldados alemanes y los tiraban en agujeros. Me acerqué. Aún respiraban, gemían, y a la misma hora, en algún lugar de Alemania, alguien que los amaba debía estar rezando y esperando. Este dolor, sin duda, no era nada frente al sufrimiento de los deportados. No pude dejar de pensar en ello, sin embargo. En Dachau encontré, por un azar providencial, a Robert Antelme, que había sido arrestado el 1 de junio de 1944 con otros camaradas de nuestro movimiento y deportado en seguida.
Estaba tan mal que ya lo habían abandonado en el patio de los muertos. Cogíamos los cuerpos por las piernas. Me vio pasar y murmuró mi nombre. Pierre Bugeaud, que estaba conmigo, lo escuchó, se inclinó hacia mí y me dijo: «Creo que te llaman». No pude conseguir, debido a la epidemia de tifus, que el general Lewis autorizara que esa misma tarde me lo llevara en avión.
Apenas en París, en la noche, hice imprimir documentos semejantes al que me habían dado para entrar al campo. Ya éramos bastante diestros en este tipo de operativos. Tres de mis camaradas, Dionys Mascólo, Jacques Benet y Georges Beauchamp saltaron a un vehículo y llegaron a Dachau a marchas forzadas. Encontraron a Antelme en el lugar indicado. Aún vivía. Lo vistieron de soldado y se lo llevaron como si se tratara de un ebrio. Franquearon la guardia sin dificultades. Creyeron que se les moría en Estrasburgo. Lo reanimaron en el hospital. Era un títere quebrado cuando cruzaron la puerta del número 5 de la rué Saint-Benoít, donde lo esperábamos Marguerite y yo.
Los médicos estimaron que no había posibilidades de salvarlo. Pero se restableció y le debemos, publicado algunos años después, uno de los libros más hermosos sobre la deportación: L’espéce humaine».
Indice: Primera Parte. Nota del editor. Encuentros con el siglo (Conversaciones con Georges-Marc Benamou): I.- Tiempos de stalag, tiempos de evasiones. II.- De Vichy a la Resistencia. III.- Morland. IV.- Primer encuentro con De Gaulle. V.- La Liberación. VI.- Ministro en la Cuarta República. VII.- El tiempo de oposición. Segunda Parte. De Alemania y de Francia: I.- Francia y la unificación de Alemania. II.- Mayo de1981: reacciones en el extranjero. III.- Complementos.