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Ed. DeBolsillo, año 2010. Tamaño 19 x 12,5 cm. Traducción de Eduardo Hojman. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 322

Por Derek Attridge

¿Qué tiene de atractivo leer una recopilación de reseñas de libros e introducciones literarias a cargo de un escritor conocido sobre todo por su ficción? Las novelas de J. M. Coetzee han sido aclamadas en todo el mundo; dos han recibido el premio Booker, y
fue su ficción lo que le hizo ganar el Nobel de Literatura en 2003. En algunos de sus libros se mezclan la ficción y la no ficción, y en varias ocasiones ha utilizado un personaje de ficción -en especial, una escritora australiana llamada Elizabeth Costello- para referirse a cuestiones importantes de la actualidad. Sin embargo, en Mecanismos internos Coetzee habla con su propia
voz, continuando con una prolífica carrera como reseñador y crítico que ya ha visto la publicación de tres compilaciones de
ensayos.

Hay dos incentivos obvios para pasar de la ficción a la prosa crítica: la esperanza de que estas composiciones más directas arrojen luz sobre las novelas, que son a menudo oblicuas, y la convicción de que un escritor que, en sus obras de la imaginación puede llegar al punto central de tantos asuntos preocupantes y urgentes, seguramente tiene mucho que ofrecer cuando escribe, por así decirlo, con la mano izquierda. En especial, siempre es interesante ver cómo se relaciona con sus pares un autor que está en la primera fila de su profesión, al comentar sus obras no como un crítico, desde el exterior, sino como alguien que trabaja con las mismas materias primas. Hay sobradas evidencias de la probabilidad de que la segunda expectativa se cumpla. La escritura no ficcional y semificcional de Coetzee, tomada como un todo, representa una contribución sustancial y significativa a la vigente discusión sobre el lugar de la literatura en la vida de individuos y culturas. Las entrevistas y ensayos publicados en Doubling the Point, los estudios sobre la literatura sudafricana y sobre la censura en White Writing y Giving Offense y las «lecciones» de Elizabeth Costello exploran, entre muchos otros tópicos, la continuidad entre lo estético y lo erótico, las responsabilidades del autor y el potencial ético de la ficción. El hecho de que las novelas y las memorias de Coetzee sean escenario de cuestiones similares es testimonio de la integridad y persistencia de su comprensión de la vocación artística.

En 2001, Coetzee publicó Costas extrañas, una recopilación de ensayos escritos entre 1986 y 1999, la mayoría de los cuales
aparecieron por primera vez en el New York Review of Books. Coetzee sigue escribiendo habitualmente para ese medio, y el
presente volumen también está compuesto, en gran medida, de reseñas realizadas de acuerdo con las normas, tanto generosas como exigentes, de ese suplemento literario, a las que se añade una selección de otros ensayos, escritos en su mayor parte como
introducciones a reediciones de obras literarias. A pesar de que los capítulos de este libro se presentan bajo el disfraz de artículos ocasionales, son una continuación, de otra manera, de la investigación de Coetzee sobre el lugar y el propósito de la literatura, así como, lo que debe acentuarse, sobre sus placeres y sus desafíos. Mientras que al lector de las reseñas en la forma en que se publicaron originalmente se le invitaba a considerarlas, más que nada, como elementos aislados, al lector de este volumen se le alienta a que las vea coma artículos relacionados entre sí.

La mayoría de los capítulos siguientes ofrecen un retrato del artista en el contexto del libro o los libros específicos que se analizan, y en su conjunto ilustran con mucha nitidez la variedad e imprevisibilidad de las vidas de escritores en el siglo XX. (Hay un escritor decimonónico, Walt Whitman, un poeta muy de su época y, al mismo tiempo, ajeno a ella). Los primeros siete -Italo
Svevo, Robert Walser, Robert Musil, Walter Benjamin, Bruno Schulz, Joseph Roth y Sandor Marai- conforman un grupo muy interrelacionado; todos sus miembros nacieron en Europa a finales del siglo XIX y experimentaron, durante su juventud o su mediana edad, los trastornos de la Primera Guerra Mundial; muchos de ellos sobrevivieron, o llegaron a ver también la Segunda Guerra Mundial. A pesar de sus diferentes orígenes nacionales y étnicos (italiano, suizo, austríaco, alemán, polaco, húngaro y galitziano), los distintos idiomas en que escribían, y las trayectorias separadas de sus vidas, hay conexiones discernibles entre ellos. Todos sentían la necesidad de explorar a través de la ficción la desaparición del mundo en el que habían nacido; todos registraron las ondas expansivas del nuevo mundo que estaba surgiendo. Su origen burgués no los protegió de las tribulaciones del exilio, del desposeimiento y a veces de la violencia personal. Cuatro eran judíos, dos de los cuales murieron como resultado de la persecución nazi. (Entre los siete, la excepción a este modelo es uno de los judíos, Italo Svevo, que permaneció6 en Trieste hasta su muerte. El recorrido diferente de su vida puede explicarse, en parte, por el hecho de que murió en 1928; como nos dice Coetzee, la viuda de Svevo tuvo que vivir escondida durante los años de la guerra, y el nieto de ambos, que la escondió, fue fusilado por los nazis en 1945). Lo que surge de este conjunto de ensayos es una Europa marcada por una transición dolorosa, y una serie de obras literarias cuya originalidad puede verse como una reacción necesaria del artista a cambios tan abarcadores. Hay una figura obvia que está ausente (aunque se la menciona en relación con varios de estos escritores): Franz Kafka, cuya obra parece sintetizar de forma concentrada muchas de las pasiones y las dificultades más extensamente exploradas por estos siete autores.

En un segundo grupo de escritores, pasamos de la crisis europea de mediados de siglo al período subsiguiente. En estos estudios sobre Paul Celan, Gunter Grass, W. G. Sebald y Hugo Claus es más difícil discernir un patrón, puesto que las historias tanto
nacionales como individuales divergen de una manera más marcada, aunque el oscuro pasado reciente de Europa sigue siendo un punto de referencia constante.

En la segunda mitad de este volumen, Coetzee se ocupa en mayor medida de obras escritas en inglés. (Como relata en Infancia: escenas de una vida de provincias, se educó con el inglés como su primera lengua, aunque sus padres hablaban afrikáans; también se siente cómodo con el holandés y el alemán, como sugieren sus comentarios sobre obras en esos idiomas). Se detiene en las intensidades morales de Graham Greene, las intensidades existenciales de Samuel Beckett, y las intensidades homoeróticas de Walt Whitman. Y el estudio de Whitman introduce otro grupo, esta vez de escritores norteamericanos, con un conjunto de barreras y oportunidades creativas totalmente diferente al de los europeos. La biografía de Faulkner, así como los biógrafos de Faulkner, son el tema de otro capítulo, y el relato sobre los años desperdiciados escribiendo mediocres guiones para Hollywood presenta una dificultad muy distinta a lo que implica escribir en un contexto de naciones enfrentadas. En las primeras novelas de Saul Bellow, en la película Vidas rebeldes de Arthur Miller y John Huston, y en la fantasía histórica La conjura contra América de Philip Roth nos encontramos con tres versiones de la América del siglo XX, con todas sus imperfecciones. El compromiso de Coetzee tanto con el arte como con la ética se percibe claramente cuando, al final del capítulo sobre Los inadaptados, aparece un revelador comentario sobre la diferencia entre la imagen fotográfica y la representación literaria: los caballos salvajes arreados en la película estaban realmente traumatizados.

El propio Coetzee no suele ser considerado un autor europeo ni americano, puesto que ha pasado la mayor parte de su vida de escritor en Sudáfrica y la mitad de sus novelas transcurren en ese país. En la actualidad vive en Australia, y su novela más reciente, Hombre lento, tiene lugar en su ciudad de adopción, Adelaide. Los últimos tres escritores reseñados en esta recopilación comparten este contexto no metropolitano, y también un reconocimiento global bajo la forma del Premio Nobel de Literatura: Nadine Gordimer, Gabriel García Márquez y V. S. Naipaul. Coetzee se concentra en novelas particulares, más que en la
vida de los autores: leemos estos ensayos no como una apreciación retrospectiva, sino como una relación con contemporáneos. Y también espera que su propia ficción sea juzgada con los mismos exigentes criterios que él aplica aquí a otros.

Uno no lo supondría si sólo hubiera leído sus novelas, pero Coetzee es un crítico ideal. Da la impresión de haber leído todo
lo relevante a su tema, en muchas ocasiones títulos poco conocidos dentro de la obra de un autor; escribe con familiaridad y
facilidad sabre el contexto histórico, cultural y político, sea el Imperio austrohúngaro o el Sur americano; resume pacientemente las tramas de modo que los lectores ocupados puedan enterarse de «lo que pasa» con el menor esfuerzo posible. No tenemos la sensación de que estamos ante un novelista pluriempleado; hay pocas florituras literarias, y ninguna señal de esa voz interna, bastante malhumorada, que caracteriza gran parte de la ficción reciente de Coetzee. (Por otra parte, si percibimos una profunda compasión por el esfuerzo de un escritor para ser fiel a su vocación, por difícil que sea). No vacila en hacer juicios, pero es un lector generoso, abierto a una amplia variedad de estilos y temáticas.

¿Y qué podemos decir sobre la segunda razón para leer estos ensayos, la probabilidad de que arrojen luz sobre la ficción de
Coetzee? ¿Es probable que el lector de este libro vuelva a las novelas y encuentre alguna diferencia en ellas? Un efecto podría ser
la percepción de lo inadecuado que es etiquetarlo como un escritor «sudafricano» (o, ahora, «australiano»): Coetzee crea a partir de un diálogo generoso con escritores pertenecientes a numerosas tradiciones. En particular, su evidente fascinación por los novelistas europeos de la primera mitad del siglo XX sugiere que, aunque jamás ha vivido en la Europa continental, Coetzee es, si se le mira desde un ángulo determinado, un escritor profundamente europeo. Igual de evidente es su absorción en las cuestiones más minuciosas del idioma: sus ensayos sobre escritores que no usan el idioma inglés están cargados de análisis detallados sobre el arte de la traducción. Y, para tomar un ejemplo de una conexión más específica, a los lectores de Infancia les fascinarán los comentarios sobre la creación de un alter ego autobiográfico por parte de Roth en La conjura contra América.

Sin embargo, muchos lectores que busquen pistas sobre la prédica del propio Coetzee sentirán la tentación de dirigirse al
único capítulo que se refiere a un escritor sudafricano, en el que encontrarán un análisis de la novela El encuentro de Gordimer, publicada en 2001. La pregunta que Coetzee le formula a Gordimer sólo puede ser leída como una pregunta que él se ha formulado a sí mismo: «¿Qué función histórica le corresponde a una escritora como ella, nacida en los últimos años de una comunidad colonial?». Gordimer escribió una famosa crítica de Vida y época de Michael K de Coetzee en la que le reprochaba a su colega no atender a las necesidades éticas y políticas de la Sudáfrica de aquella época. Coetzee, que también había mostrado cierta
severidad en sus primeras críticas sobre la obra de Gordimer, reconoce generosamente que la búsqueda de justicia es un principio constante y superador en ella; y, al comentar que El encuentro, que califica de «libro asombroso»), introduce una nueva nota espiritual en su obra, da la impresión de que estuviera dándole la bienvenida a una esfera en la que él habita, no siempre cómodamente, desde hace algún tiempo. Puesto que, si hay resplandores de trascendencia en las novelas de Coetzee, no son sólo insinuaciones de una justicia posible sino de una justicia animada, y también examinada por una exigencia más oscura, que la palabra «espiritual» apenas alcanza a vislumbrar, una exigencia ya presagiada, desde Dostoievski en adelante, por sus formidables predecesores europeos.

INDICE
Introducción, por Derek Attridge
1- Italo Svevo
2- Robert Walser
3- Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless
4- Water Benjamin, Libro de los Pasajes
5- Bruno Schulz
6- Joseph Roth, los cuentos
7- Sándor Márai
8- Paul Celan y sus traductores
9- Günter Grass y el Wilhelm Gustloff
10- W. G. Sebald, Del natural
11- Hugo Claus, poeta
12- Graham Greene, Brighton Rock
13- Samuel Beckett, la ficción breve
14- Walt Whitman
15- William Faulkner y sus biógrafos
16- Saul Bellow, las primeras novelas
17- Arthur Miller, Los inadaptados
18- Philip Roth, La conjura contra América
19- Nadine Gordimer
20- Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes
21- V S. Naipaul, Media vida
Notas y referencias
Aclaraciones