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Ed. Vergara, año 1992. Tamaño 23 x 15,5 cm. Incluye 100 fotografías en blanco y negro sobre papel ilustración. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 1228
Winston Churchill cambió de idea prácticamente de la noche a la mañana. Hasta el verano de 1911, el joven Churchill, Secretario de Interior, era uno de los líderes de los «economistas», el grupo de miembros del gabinete que criticaba el creciente gasto militar que fomentaban algunos para mantener la delantera en la carrera naval anglo-germana. Esa competencia había pasado a ser el elemento más insidioso del progresivo antagonismo entre las dos naciones. Pero Churchill razonaba enfáticamente que la guerra con Alemania no era inevitable, que las intencioneS de Alemania no eran necesariamente agresivas. Mejor sería gastar el dinero, insistía, en programas de asistencia social interna que no dedicarlo a la construcción de más barcos de guerra.
Luego, el 11 de julio de 1911, el káiser Guillermo envió un barco de guerra, el Panther, al puerto de Agadir, en la costa atlántica de Marruecos. Su intención era comprobar la influencia francesa en Africa y consolidar una posición para Alemania. Aunque el Panther no era más que una cañonera y Agadir era una ciudad portuaria de importancia secundaria, la llegada del barco alemán provocó una grave crisis internacional. El fortalecimiento de la Armada alemana ya estaba causando inquietud entre sus vecinos europeos; ahora parecía que Alemania, en su afán de hacerse de un «lugar de privilegio», desafiaba abiertamente las posiciones mundiales de Francia y Gran Bretaña. Durante largas semanas el tempt a la guerra atenaceó a Europa. Sin embargo, a finales de julio la tensión había disminuido, pues, como declaró Churchill, «el matón ha vuelto la espalda». Pero la crisis había transformado la forma de ver las cosas de Churchill. En contra de su anterior evaluación de las intenciones alemanas, ahora estaba convencido de que Alemania buscaba la hegemonía y que ejercería su poder militar para conseguirla. Llegó entonces a la conclusión de que la guerra era virtualmente inevitable, cuestión de tiempo, solamente.
Nombrado Primer Lord del Almirantazgo inmediatamente después de lo de Agadir, Churchill se comprometió a hacer todo cuanto pudiera para preparar militarmente a Gran Bretaña para el ineludible día del enfrentamiento. Su cometido era asegurar que la Armada Real, el símbolo y la propia personificación del poder imperial de Gran Bretaña, estuviera dispuesta a aceptar el reto alemán en alta mar. Uno de los más importantes y contenciosos dilemas a que se enfrentaba era, aparentemente, de naturaleza técnica, pero en realidad tendría unas consecuencias descomunales para el siglo veinte. El asunto era si habría que adaptar la Armada Real para el uso de derivados del petróleo como fuente de energía propulsora, en lugar del carbón, que había sido la fuente tradicional de energía. Muchos pensaron que tal conversión sería pura necedad, porque significaría que la Armada no podría abastecerse del accesible y fiable carbón galés y tendría que depender del lejano e inseguro suministro de petróleo de Persia, nombre por el que se conocía entonces a Irán. «Comprometer irrevocablemente a la Armada al uso del petróleo era en verdad ‘levantarse en armas contra un mar de dificultades'», dijo Churchill. Pero las ventajas estratégicas -mayor velocidad y uso más eficaz de las dotaciones- eran tan evidentes para él que no vaciló. Decidió que Gran Bretaña tendría que basar su «supremacía naval en el petróleo» y, consecuentemente, se comprometió, con toda su energía y entusiasmo, al logro de ese objetivo.
No había elección -en palabras de Churchill «el dominio en sí era el premio de la aventura».
Con eso, Churchill, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, había captado una verdad fundamental y aplicable no solamente a la
conflagración que siguió, sino a muchas décadas del futuro. Porque el petróleo ha representado ei dominio a lo largo del siglo veinte. Y esa búsqueda del dominio es el tema central de esta obra.
A principios de la década de 1990, casi ochenta años después de que Churchill asumiera el compromiso con el petróleo, después de dos guerras mundiales y un prolongada Guerra Fría y en la que se suponía que iba a ser el principio de una nueva y más pacífica era, el petróleo pasa a ser -una vez más- el foco del conflicto mundial. El 2 de agosto de 1990, y de nuevo otro de los dictadores del siglo, Saddam Hussein, de Iraq, invadió Kuwait, un pequeño Estado fronterizo con el suyo. Su objetivo no era solamente conquistar un Estado soberano, sino también apoderarse de sus riquezas. El premio era enorme. Si tenía éxito, Iraq pasaría a ser el país líder entre los productores de petróleo y domionaría tanto el mundo árabe como el Golfo Pérsico, donde se cnoncentra la mayoría de las reservas del petróleo del mundo. Su nueva fortaleza y riqueza junto con el control del petróleo obligarían al resto del mundo a prestar atención a las ambiciones de saddam Hussein. En resumen, el dominio en sí era, una vez más, el premio.
Pero el envite era tan evidentemente grande que la invasión de Kuwait no fue aceptada por el resto del mundo como un hecho consumado, al contrario de lo que Saddam Hussein había supuesto. No se recibió con la misma pasividad que la militarización de Renania por parte de Hitler y el asalto de Etiopía por parte de Mussolini. Muy al contrario, las Naciones Unidas decretaron un embargo contra Iraq y muchas naciones de los mundos occidental y árabe desplegaron espectacularmente sus fuerzas militares para defender la vecina Arabia Saudita contra Iraq y para ofrecer resistencia a las ambiciones de Saddam Hussein. No había precedentes ni para la cooperación entre Estados Unidos y la Unión Soviética. ni para el rápido y masivo despliegue de fuerzas en la región. Durante unos cuantos años antes se había puesto de moda decir que el petróleo ya no seguía siendo «importante». A decir verdad, en la primavera de 1990, unos pocos meses antes de la invasión iraquí de Kuwait, los militares de más alta graduación del Mando Central Norteamericano, que sería el eje de la movilización estadounidense, recibieron una serie de charlas en las que se apuntaba que el petróleo había perdido su trascendencia estratégica. Pero la invasión de Kuwait hizo desaparecer tamaña ilusión:. Al final del siglo veinte, el petróleo seguía siendo determinante no solo para la seguridad y prosperidad de la civilización, sino para su propia naturaleza.
Aunque la moderna historia del petróleo empieza en la última mitad del siglo diecinueve, es el siglo veinte el que se ha visto completamente transformado por el advenimiento del petróleo. En particular, son tres los grandes temas que subyacen en la historia del petróleo.
El primero es el auge y desarrollo del capitalismo y de la empresa moderna. El petróleo es el negocio más grande y difundido de todo el mundo, el mayor de los grandes sectores industriales que surgieron en las últimas décadas del siglo diecinueve. Standard Oil, que ya dominaba totalmente el sector norteamericano del petróleo a finales de aquel siglo, se encontraba entre las primeras y mayores empresas multinacionales. La expansión del negocio en el siglo veinte -que abarcó prácticamente de todo, desde prospectores aventureros hasta enormes burocracias corporativas y empresas de propiedad estatal, pasando por promotores embaucadores y emprendedores dominantes- encarna la evolución experimentada durante el siglo veinte por las empresas, la estrategia corporatiVa, el cambio tecnológico, el desarrollo del mercado y, a buen seguro, las economías tanto nacional como internacional. A lo largo de la historia del petróleo se han hecho operaciones y se han tomado decisiones transcendentales -entre hombres, compañías y naciones- a veces de forma muy calculada y a veces casi por accidente. No hay negocio alguno que tan acusada y extremadamente defina el significado de riesgo y recompensa, y el profundo impacto de la suerte y el destino.
A medida que contemplamos cada vez más próximo el siglo veintiuno, queda claro que el dominio se basará tanto en un «chip» informático como en un barril de petróleo. Sin embargo, el sector del petróleo sigue teniendo un impacto enorme. De las veinte compañías que encabezan la mítica lista de 500 de la revista Fortune, siete son compañías petroleras. Hasta que se encuentre alguna otra fuente alternativa de energía, el petróleo seguirá teniendo unos efectos notabilísimos en la economía mundial; las grandes oscilaciones en los precios pueden activar el crecimiento económico o, por el contrario, disparar la inflación y desencadenar todo tipo de recesiones. En la actualidad el petróleo es la única mercancía cuyos aconteceres y controversias se encuentran habitualmente no solo en las páginas económicas sino en las primeras páginas. Y, al igual que en tiempos pasados, es completamente descomunal generador de riquezas, para personas, compañías y naciones al completo. En palabras de un magnate: «El petróleo es casi como dinero».
El segundo tema es el del petróleo como mercancía íntimamente entrelazada con las estrategias nacionales y la política y el poder a escala mundial. Los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial establecieron la importancia del petróleo como elemento de poder nacional cuando el motor de combustión interna desplazó al caballo y a la locomotora impulsada por el vapor generado mediante la combustión de carbón. El petróleo fue determinante para el curso y resultado de la Segunda Guerra Mundial, tanto en el Extremo Oriente como en Europa. Los japoneses atacaron Pearl Harbor para proteger su flanco al tiempo que se apoderaban de los recursos petrolíferos, de las Indias Orientales. Entre los objetivos estratégicos más importantes para Hitler en la invasión de la Unión Soviética se encontraba la captura de los campos petrolíferos del Cáucaso. Pero el predominio petrolero de Estados Unidos resultó decisivo y al final de la guerra los depósitos de carburantes de Japón y de Alemania estaban vacíos. En los años de 1a Guerra Fría, la batalla en pos del control del petróleo entre las compañías internacionales y los países en vías de desarrollo fue uno de los principales capítulos del drama épico de la descolonización y emergente nacionalismo. La crisis de Suez de 1956, que en verdad marcó el final del camino para las antiguas potencias coloniales europeas, estuvo tan determinada por el petróleo como por cualquier otra causa. «El poder del petróleo» se agigantó en la década de 1970 y catapultó a Estados que hasta entonces habían estado marginados en la política internacional a posiciones de gran riqueza e influencia y creó una profunda crisis de confianza en las naciones industrializadas que habían basado en el petróleo su crecimiento económico. Y el petróleo estaba en loo más profundo de la primera crisis de la «Posguerra Fría» de la década de 1990: la invasión de Kuwait por Iraq.
No obstante el petróleo también h demostrado que suele ser el oro de los necios. El Sha de Persia vio cumplido su más ferviente deseo: la riqueza del petróleo. Y la riqueza del petróleo lo destruyó. El petróleo levantó la economía de México, solo para luego minar sus cimientos. La Unión Soviética -el segundo exportador del mundo por volumen- despilfarró sus enormes ingresos por petróleo durante las décadas de 1970 y 1980 en unos enormes gastos militares y en una serie de inútiles y en algunos casos desatrosas aventuras internacionales. Y Estados Unidos, que en tiempos fue el mayor productor y todavía es el mayor consumidor, debe importar la mitad de su suministro, lo que debilita su posición estratégica general y añade una gran partida a un déficit comercial que ya resulta enormemente gravoso.
Con el final de la Guerra Fría, un nuevo mundo de orden está cobrando forma. La competencia económica, las luchas regionales y las rivalidades étnicas pueden ocupar el puesto de las ideologías como centro de los conflictos internacionales -y nacionales- ayudadas e instigadas por la proliferación de moderno armamento. Pero cualquiera que sea la evolución de este nuevo orden internacional, el petróleo seguirá siendo la mercancía estratégica por excelencia, crítica para las estrategias nacionales y la política internacional
Un tercer tema en la historia del petróleo resalta la forma en que la nuestra ha llegado a ser una «Sociedad del Hidrocarburo». En sus primeras décadas, el negocio del petróleo facilitó a un mundo en vías de industrialización un producto bautizado con el nombre compuesto de «keroseno» y conocido como la «nueva luz», que apartó la noche y amplió la jornada de trabajo. Al final del siglo XIX, John D. Rockefeller se había hecho el hombre más rico de Estados Unidos, en su mayor parte con la venta de keroseno. Entonces la gasolina era un subproducto inútil casi, que a veces se llegaba a vender a dos centavos el galón y, cuando no se podía vender, se vertía a hurtadillas en los ríos por las noches. Pero precisamente cuando el invento de la lámpara incandescente parecía señalar la obsolescencia del sector petrolífero, se abriói una nueva era con el desarrollo del motor de combustóon interna, activado por gasolina. El sector petrolífero tenía un nuevo mercado, producto del nacimiento de una nueva civilización.
En el siglo veinte, el petróleo, acompañado por el gas natural, arrojó de su trono al Rey Carbón como fuente de energía para el mundo industrial. El petróleo también pasó a ser la base del gran movimiento de suburbanización de la posguerra, que tranformó tanto el paisaje contemporáneo como nuestra moderna forma de vida. Actualmente, dependemos en tal medida del petróleo, y el petróleo está tan inculcado en nuestras actividades cotidianas, que escasamente nos hemos parado a comprender su penetrante significado. Es el petróleo lo que hace posible el sitio donde vivimos, la forma en que vamos y venimos de casa al trabajo, la forma en que viajamos -incluso el sitio donde cortejamos a nuestros amores. Es la savia vital de las comunidades suburbanas. El petróleo (y el gas natural) son los componentes esenciales del fertilizante del que depende la agricultura mundial; el petróleo posibilita el transporte de alimentos a las megaciudades del mundo, a todas luces incapaces de producir los alimentos que consumen. EI petróleo proporciona también los plásticos y productos químicos que constituyen el esqueleto de la civilización contemporánea, civilización que se postraría si los pozos de petróleo del mundo se secaran repentinamente.
Durante la mayor parte de este siglo la creciente dependencia del petróleo se celebraba casi universalmente como un buen símbolo del progreso humano. Pero las cosas ya no siguen igual. Con el auge de los movimientos medioambientales, los supuestos básicos de la sociedad industrial se están poniendo en tela de juicio y el sector petrolero en todas sus dimensiones encabeza la lista de los que se van a examinar, criticar y combatir. Los esfuerzos están creciendo en todaa las partes del mundo para restringir la combustión de todos los combustibles fósiles -petróleo, carbón y gas natural- debido a la niebla artificial y contaminación del aire que producen, acompañadas además de la lluvia ácida y de la destrucción de la capa de ozono, sin olvidarnos del espectro del cambio climático. El petróleo, que es Una característica tan determinante del mundo, tal como lo conocemos, es acusado ahora de provocar la degradación medioambiental; y el sector petrolero, orgulloso de su capacidad técnica y de su contribución a la conformación del mundo moderno, se encuentra a la defensiva, acusado de ser una amenaza para las generaciones actuales y futuras.
No obstante, el Hombre del Hidrocarburo muestra poca inclinación a renunciar a sus coches, su vivienda en las zonas residenciales de la periferia de las grandes aglomeraciones urbanas y a lo que considera no sólo comodidades sino partes esenciales de su forma de vida. Los pueblos de los países en vía de desarrollo no dan señales de que deseen privarse de las «ventajas» de una economía impulsada por el petróleo, sean cuales fueren las cuestiones medioambientales. Y cualquier idea de rebajar el consumo mUndial de petróleo se verá influida por el extraordinario crecimiento demográfico que se avecina. En la década de 1990 se espera que la población mundial aumente en mil millones -un veinte por ciento más de personas a final de la década que al principio de ella-, la mayoría de las cuales exigirán su «derecho» a consumir. Los programas medioambientales del mundo industrial se medirán comparativamente con la magnitud de ese crecimiento. Mientras tanto, se ha montado el escenario para uno de los grandes e inevitables choques de la década de i990 entre, por una parte, el poderoso y creciente movimiento en pro de una mayor protección medioambiental y, de la otra, un compromiso con el crecimiento económico y las ventajas de la Sociedad del Hidrocarburo, y los recelos respecto de la seguridad energética.
Estos son, así pues, los tres temas que animan la historia que se expone en estas páginas. Su ámbito es mundial. La narración es una crónica de acontecimientos épicos que han afectado a la vida de todos nosotros. Se ocupa tanto de las poderosas e impersonales fuerzas de la economía y la tecnología como de las estrategias e ingenio de los empresarios y políticos. Pueblan sus páginas los magnates y promotores del sector: Rockefeller, naturalmente, pero también Henri Deterding, Calouste Gulbenkian, J. Paul Getty, Armnand Hammer, T. Boone Pickens y muchos otros. No menos importancia para la narración tienen personas como Churchill, Hitler, Stalin, Ibn saud, Mohammed Mossadegh, Eisenhower, Anthony Eden, Kissinger, George Bush y Saddam Hussein.
El siglo veinte bien se merece el apelativo de «el siglo del petróleo». Sin embargo, a pesar de toda su complejidad y conflictividad, muy frecuentemente se ha producido una «unicidad» en la historia del petróleo, una sensación de contemporaneidad incluso en acontecimientos que sucedieron hace mucho tiempo y, simultáneamente profundos ecos del pasado en acontecimientos recientes. Y al mismo tiempo, esta es la historia de personas singulares, de poderosas fuerzas económicas, de cambio tecnológico, de luchas políticas, de conflictos internacionales y, ciertamente, de cambios épicos. Es deseo y esperanza del autor que esta exploración de las consecuencias económicas, sociales, políticas y estratégicas de la dependencia del petróleo a que se ve sometido nuestro mundo iluminará el pasado, nos permitirá comprender mejor el presente y ayudará a prever el futuro.
INDICE
Prólogo
PRIMERA PARTE, LOS FUNDADORES
1- Obsesionados por el petróleo: El principio
2- «Nuestro plan»: John D. Rockefeller y la integración del petróleo norteamericano
3- Comercio competitivo
4- El nuevo siglo
5- La caída del dragón
6- Las guerras del petróleo: El ascenso de Royal Dutch, la caída de la Rusia imperial
7- «Un lecho de rosas» en Persia
8- El paso decisivo
SEGUNDA PARTE, LA CONTIENDA MUNDIAL
9- la sangre de la victoria: Primera Guerra Mundial
10- Abriendo la puerta en Oriente Medio: La Turkish Petroleum Company
11- De la escasez al excedente: La era de la gasolina
12- La lucha por una nueva producción
13- La superabundancia
14- «Amigos» y enemigos
15- Las concesiones árabes: El mundo que Frank Holmes creó
TERCERA PARTE, GUERRA Y ESTRATEGIA
16- El camino de la Guerra de Japón
17- La fórmula alemana para la guerra
18- El talón de Aquiles de Japón
19- La Guerra de los Aliados
CUARTA PARTE, LA ERA DEL HIDROCARBURO
20- El nuevo centro de gravedad
21- El orden petrolero de la posguerra
22- Cincuenta-cincuenta: El nuevo trato del petróleo
23- El «Viejo Mossy» y la lucha por Irán
24- La crisis de Suez
25- Los elefantes´
26- La OPEP y el «premio gordo» del petróleo
27- El hombre del hidrocarburo
QUINTA PARTE, LA BATALLA POR EL DOMINIO DEL MUNDO
28- Los año de cambio: países contra compañías
29- El arma del petróleo
30- «Pujando por nuestra vida»
31- El imperio de la OPEP
32- El ajuste
33- La segunda conmoción: el gran pánico
34- «Nos están avasallando»
35- ¿Simplemente otra mercancía más?
36- El peor de los agobios: ¿Cuánto puede bajar?
Epílogo
Cronología
Notas
Bibliografía