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Ed. Obelisco, año 1981. Tamaño 21 x 14 cm. Traducción de Gloria Peradejordi. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 104
La cultura occidental está particularmente endeudada con la egipcia. Tanto los griegos como los hebreos, verdaderos forjadores de nuestra civilización, fueron los herederos directos del ancestral saber de los egipcios, de su religión y de su mitología. Los grandes temas mitológicos egipcios vuelven a encontrarse en el judaísmo, el cristianismo y las religiones mistéricas grecorromanas. El esoterismo de occidente, por no hablar del de oriente, presenta, pues, un débito esencial hacia la simbología del Antiguo Egipto, hacia su concepción del mundo, hacia su panteón. La cultura del Antiguo Egipto se nos aparece, pues, como un verdadero tesoro sepultado en las arenas de un inexcusable olvido; un tesoro del que han salido gran parte de las riquezas del pensamiento occidental. Sin embargo, la esencia de esta cultura, la gema más valiosa de este tesoro, se encuentra en su idioma jeroglífico tan poco estudiado, sin dada uno de los más antiguos que se conocen.
Según la mitología, el idioma jeroglífico de los egipcios fue revelado a sus Sacerdotes por el dios Toth (el Hermes de los griegos o el Mercurio de los romanos). Se trata, pues, de un lenguaje revelado, de tipo sagrado y hermético, reservado a una élite espiritual: los Sacerdotes. Esta es una de las causas más evidentes de la dificultad experimentada por los estudiosos que han intentado descifrarlo.
Hasta el feliz hallazgo de Champollion, la comprensión de la escritura jeroglífica nos estaba prácticamente vedada, pero gracias a la célebre Piedra de Roseta, pudieron establecerse los rudimentos no solo de la gramática egipcia, sino también de un léxico elemental que, con el trabajo de los eruditos, desembocaría en verdaderos diccionarios.
Sin embargo, por lo general, el planteamiento que han seguido la mayoría de los autores adolece de un grave defecto, sobre todo al aplicarse a un tema tan arduo y añejo como es el lenguaje de los egipcios. Los diccionarios, aun los mejores, nos ofrecen una visión más o menos correcta de este lenguaje que, esencialmente, era simbólico, pero que no pasa de ser una visión muerta, esterilizada por la fría erudición, al hallarse completamente separada de todo un contexto de tipo sagrado.
Los trabajos de la mayoría de los eruditos presentan una deficiencia análoga: son obras de profanos, que nada tienen que ver con la esencia de aquello sobre lo cual escriben. EN el mejor de los casos, les interesa la arquitectura, la historia, o sea, el aspecto exterior de la cuestión. En otras ocasiones, cuando no pueden negar su carácter sagrado, se manifiestan francamente hostiles al tema.
Entre los textos egipcios que más han acaparado la atención de los egiptólogos, ocupa un lugar preeminente el erróneamente llamado Libro de los Muertos. S. Mayassis, que ha profundizado especialmente en el carácter iniciático de este libro, prefiere llamarlo El Libro de la Salida a la Luz del Día, apoyándose en varios capítulos del mismo texto. Para él, como para el gran egiptólogo francés Maspero, El Libro de la Salida a la Luz del Día era para los antiguos egipcios como un pasaporte o un salvoconducto, ya que su propósito no era únicamente el guiar al alma en su viaje al país de ultratumba, sino también el darle la llave de los problemas esenciales relativos a los dos mundos, al de los hombres y al de los dioses.
En El Libro de la Salida a la Luz del Día se encuentran casi todos los grandes temas mitológicos egipcios y gracias a él podemos penetrar en el sentido profundo de la mayoría de términos jeroglíficos. Toda la cultura egipcia, basada sobre lo sagrado, parece estar orientada hacia una dirección muy definida: la regeneración del hombre.
Como muy bien deduce Frédéric du Portal en Los símbolos de los egipcios, la cosmología egipcia no era sino un símbolo de la regeneración del hombre, de su restauración. La creación del mundo, del cosmos (orden, en griego) no era sino la creación del hombre regenerado, su ordenación. Esta creación pasa, según podemos deducir de la simbología egipcia, por dos procesos. El primero de ellos es un proceso de purificación o de disolución de la materia impura que recubre a la partícula de luz prisionera en cada hombre, a su Osiris, proceso simbolizado por el bautismo del agua. El segundo, es un proceso de exaltación, de fecundación, de complementación o coagulación de este Osiris purificado, simbolizado por el bautismo del fuego. Du Portal escribe en Los símbolos de los egipcios: «Lo he dicho a menudo y lo repetiré, la iniciación figuraba la cosmogonía; la regeneración o creación espiritual del hombre era presentada como una imagen de la creación del mundo».
El trabajo de Frédéric du Portal, que, como suele ocurrir con toda labor de tipo científico, nos aporta resultados provisionales y susceptibles de ser ampliados, nos ofrece, sin embargo, la posibilidad de acceder al simbolismo egipcio en el cual, seamos conscientes de ello o no, se basa gran parte del esoterismo occidental.
INDICE
I- Principios de la simbólica
II- Aplicación a los símbolos de Egipto
III- Aplicación a los símbolos de los colores
IV- Aplicación a los símbolos de la Biblia