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Ed. Doedytores, año 2008. Tamaño 20 x 14 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 352
El propio autor, Héctor Oesterheld, participa en la historia para escuchar el relato de un hombre que se presenta en su casa sin previo aviso: Juan Salvo, el «Eternauta».
El relato de Juan Salvo empieza en una fría noche de invierno en su casa en Vicente López, en la que se encuentra junto a su esposa Elena, su hija Martita y sus amigos Favalli, Lucas y Polsky. Mientras los cuatro hombres juegan al truco, escuchan en la radio una extraña noticia respecto de una explosión en el océano Pacífico, justo antes de que se corte la luz. Junto con este fenómeno, los habitantes de la casa notan un inusual silencio en la calle, y al mirar por la ventana descubren que la ciudad está cubierta por una especie de nieve luminiscente que cae en copos redondeados desde el cielo; también distinguen varios cadáveres de transeúntes y vehículos chocados.
Tras observar a los vecinos de enfrente abrir la ventana y verlos morir al instante del contacto con la «nieve», los cuatro amigos deducen que la extraña nevada es el motivo del silencio. Salvo, entonces, corre desesperado al cuarto de su hija temiendo que hubiese una ventana abierta, pero encuentra que debido al intenso frío la casa había sido cerrada herméticamente. Sin embargo, Polsky, preocupado por su esposa e hijos, abandona la casa desoyendo las advertencias de sus amigos y fallece tras dar unos cuantos pasos en la calle. Favalli, profesor de Física de gran erudición e ingenio, encuentra la solución para no morir de inanición: crear un traje aislante que proteja al cuerpo de cualquier contacto con los copos mortíferos. Gracias al traje protector, Juan Salvo puede salir a la calle a buscar en las tiendas cercanas los suministros necesarios para subsistir. En la ferretería del barrio se agrega un nuevo personaje al grupo: Pablo, un chico de doce años, quien se había salvado del efecto de la nevada gracias a haber sido encerrado en el sótano por el dueño del local.
Los protagonistas descubren que hay otros supervivientes de la nevada, aunque la gravísima situación ha desencadenado un estado de anarquía y violencia social. Un sobreviviente anónimo asesina a Lucas para robarle el traje, y este hecho decide a los protagonistas a escapar de la ciudad lo antes posible.
Sin embargo, no llegan a hacerlo. Pronto descubren las primeras señales que indican que la nevada sería producto de una invasión extraterrestre: al salir a buscar un camión para trasladarse ven caer en la distancia unas bolas de fuego que descienden lentamente, como si aterrizaran.
Varios soldados supervivientes comienzan a reclutar a toda la gente que encuentran para hacer frente a la invasión. Juan Salvo, Favalli y Pablo se unen al ejército, mientras que Elena y Martita permanecen en la casa. Al grupo de los hombres se agregan dos personajes más: Mosca, un historiador que toma nota de todos los sucesos para que la historia de la invasión quede registrada para la posteridad (las intervenciones de este personaje son generalmente de carácter humorístico); y Franco, un obrero tornero de gran valentía.
La primera batalla tiene lugar en la avenida General Paz, en donde los supervivientes combaten con extraterrestres similares a escarabajos gigantes, apodados «cascarudos». Se les captura un arma lanzarrayos de gran poder, capaz de destruir tanques o aviones de un solo disparo. Al examinar los cadáveres de los «cascarudos», Favalli encuentra que tienen unos aparatos metálicos clavados en la nuca y deduce que se trata de «teledirectores» con los cuales otros seres están dirigiendo sus acciones. Con esto, el grupo reconoce que los «cascarudos» no son los verdaderos invasores, sino apenas la fuerza de choque de una inteligencia aún desconocida. Durante estos combates, la nevada mortal parece cesar y recomenzar intermitentemente.
A continuación, el ejército captura la cancha de River para utilizarla como base de operaciones. Aquí tienen lugar varios combates, uno de ellos ocurrido entre la misma resistencia, ya que caen bajo los efectos de un arma enemiga que genera alucinaciones y se ven entre sí como un grupo de «cascarudos». Producto de las alucinaciones, algunos de los soldados —entre ellos Juan Salvo— tratan también de rescatar a sus seres queridos de un peligro imaginario, hasta que el mismo Juan identifica y destruye al artefacto productor de alucinaciones. Sobre este momento de la historia la nevada se detiene, permitiendo que los supervivientes humanos puedan prescindir de los trajes aislantes.
Por la noche, Juan y Franco abandonan el estadio para intentar averiguar más sobre los verdaderos invasores. Así llegan hasta un puesto situado en las Barrancas de Belgrano, donde encuentran a un extraterrestre de aspecto humanoide caracterizado por poseer manos con muchísimos dedos. El «Mano», como ellos lo denominan, es quien controla a distancia a los «cascarudos», y también a los «hombres-robot», prisioneros humanos a quienes se ha insertado un teledirector. Sin embargo, incluso este extraterrestre es a su vez controlado: proviene de una civilización pacífica y amante de la belleza, y es obligado a combatir mediante una «glándula del terror» injertada en él por sus amos, que lo envenena en cuanto siente miedo. Juan Salvo y Franco desencadenan involuntariamente este proceso al atacar al «Mano», y este, moribundo, les cuenta sobre sus amos, a quienes llama simplemente los «Ellos»: seres impiadosos y de una ambición sin límites, que esclavizan a otras especies para usarlas como soldados en su plan de conquista del Universo.
Tras el regreso al estadio, la actividad de los invasores parece cesar, lo cual es interpretado por los comandantes como una señal de que el enemigo se rinde y se retira. Todo el ejército abandona el estadio y marcha hacia el centro de la ciudad por la calle Pampa y la avenida Cabildo, en un recorrido forzado al estar todas las intersecciones bloqueadas por escombros de edificios derribados. Al llegar a la Plaza Italia un edificio cae tras ellos, atrapando a Favalli. Un nuevo ataque de alucinaciones que produce la ilusión de un incendio les corta la retirada, dejando libre únicamente la calle Las Heras. Mientras los otros soldados escapan del fuego por Las Heras, Juan se percata de la naturaleza ilusoria de las llamas y se queda atrás junto con Franco para rescatar a Favalli. Poco después los soldados regresan sobre sus pasos, diezmados por un ataque con lanzarrayos. El mermado grupo es atacado luego por «gurbos», enormes bestias extraterrestres de aspecto macizo, y por un lanzarrayos cuyo operador no alcanza a divisarse. Solo Juan, Favalli y Franco logran escapar de este ataque, bajando a la estación de subte Plaza Italia, y quedan libres al derrotar intelectualmente al «Mano» que dirigía la operación.
Al salir se dirigen al centro de la ciudad para averiguar todo lo posible sobre los invasores, esperando poder comunicar esa información a otros países que estuviesen sufriendo la misma amenaza. El autor sitúa el cuartel general de la invasión en la Plaza del Congreso, el cual resiste los ataques aéreos provenientes de otros países gracias a la tecnología extraterrestre, primero derribando los aviones enemigos y luego activando un campo de fuerza protector en forma de cúpula. El grupo logra desactivar la cúpula protectora y detener de un golpe todas las actividades de los invasores, aunque los «Ellos» escapan —implícitamente— a bordo de una nave luminosa en forma de esfera, que Favalli relaciona con las bolas de fuego que se habían visto aterrizar al comienzo de la invasión.
El grupo reencuentra luego a Pablo y Mosca, quienes se habían salvado de un ataque con lanzarrayos escudándose detrás de unos «gurbos» muertos. Mientras todos regresan a la casa de Juan, alejándose de la ciudad, ven la estela de un misil intercontinental dirigido a la exbase de los «Ellos», y segundos después Buenos Aires es destruida por una bomba atómica.
Los hombres retoman el camino con la interferencia de algunos «gurbos», que son eliminados por un benefactor desconocido. Al llegar a la casa se reencuentran con Elena y Martita, y descubren que quien los había salvado de los «gurbos» momentos atrás es un «Mano» que, fuera de la casa, intenta hacer contacto con intenciones amistosas. Pero entonces recomienza la nevada mortal y lo aniquila.
La historia no continúa de forma análoga a su inicio. Los personajes escuchan una transmisión de radio de un «Comité Unido de Emergencia del Hemisferio Norte» que asegura haber logrado controlar la nevada mortal y evitar su caída en determinados sitios, áreas libres de nevada situadas en diversos puntos de los países afectados, a donde convocan a la población. Según esta transmisión, la zona protegida más cercana a Buenos Aires se encontraría en Pergamino. El grupo se dirige en camión hacia ese punto, pero la transmisión radial resulta ser una elaborada trampa de los invasores, destinada a atraer a todos los supervivientes a sitios específicos. Al llegar a la supuesta zona segura, Favalli, Franco, Mosca y Pablo son capturados y convertidos en «hombres-robot». Juan, Elena y Martita divisan una nave extraterrestre sin vigilancia e ingresan a ella, pero son detectados. Al tratar de operar la nave para escapar del lugar, Juan acciona por error un dispositivo que lo envía a una dimensión paralela llamada Continum 4.
En este punto se cierra la estructura circular de la historia. Juan Salvo, al quedar separado de su esposa y de su hija, había comenzado a buscarlas a través de los infinitos Continum, y fue así como había aparecido en la casa del guionista, a quien le contó su historia presentándose como «el Eternauta, el viajero de la eternidad».
Cuando Juan finaliza su relato, él y el guionista se percatan de un detalle: la historia relatada habría tenido lugar en 1963, pero en ese momento era 1959 (el año real de la publicación de la historieta). Esto implicaría que Elena y Martita aún estaban en su hogar, un chalet cercano. Juan sale corriendo de la casa del guionista para reencontrarse con su familia, fusionándose consigo mismo años más joven. Al llegar a la casa y reunirse con Elena y Martita olvida por completo todo lo ocurrido, pero al guionista se le confirma la veracidad de la historia al ver llegar a Favalli, Lucas y Polsky para jugar al truco igual que todas las noches, tal como Juan había relatado. En la última página, el autor se propone a sí mismo publicar lo que Juan Salvo le había contado, en la esperanza de prevenir la invasión de 1963, terminando sus reflexiones con la pregunta «¿Será posible?».