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Ed. Peña Lillo, año 1973. Tamaño 20 x 12 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 140
Por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde
Manuel Dorrego es un personaje todavía enigmático para nuestra historiografía. Tanto la liberal, como la revisionista, han pasado por la superficie de su existencia política. Los liberales, interesadamente, han exaltado la vida militar del Dorrego de la Independencia, o han llorado lágrimas de cocodrilo, ante las cartas escritas en Navarro.
Los revisionistas, por su parte, sin analizar en profundidad los hechos, se han detenido momentáneamente, en la caída de Dorrego, con el objeto de atacar a Rivadavia y a Lavalle, e insistir, sin mayor claridad, en la promoción británica de aquélla. En última instancia, para esta corriente, Dorrego ha sido sólo una «transición» patriótica, hacia el gobierno nacional de Juan Manuel de Rosas.
Lo cierto es que este «descuido» historio gráfico no es casual. Especialmente si se tiene en cuenta que la figura de Dorrego resulta clave en nuestro proceso histórico-político.
Manuel Críspulo Bernabé Dorrego, nacido en Buenos Aires, el 11 de junio de 1787, descendiente de portugueses, precursor de la independencia de Chile en 1810, valiente protagonista de las batallas de Nazareno, Suipacha, Tucumán y Salta, de quien se lamentara su ausencia en el desastre de Ayohúma, era indudablemente un personaje complejo.
Su carácter airoso, que le valiera el calificativo de «loco», por parte de muchos de sus conocidos, le costaría ser separado por San Martín del ejército. Sabidas son también sus burlas a Belgrano, durante el paso de éste por Santiago del Estero, lugar adonde fuera confinado Dorrego en 1814. Al año siguiente, el joven oficial es batido por Artigas en la Banda Oriental. Constituyen estos hechos experiencias de importancia en su vida.
En tal manera lo son, que comienzan a transformar su pensamiento político. Pero es sólo el principio. En 1816, Pueyrredón lo destierra. En el decreto en que así lo ordena, sugestivamente, el Director Supremo anota: «(…) llegando al extremo de amenazar con audacia la misma autoridad de los pueblos, de que se pasaría a la montonera (…)».
Luego de una aventurada travesía, en la que cae prisionero de los ingleses, Dorrego llega por fin a Baltimore, EE.UU., punto indicado para su destierro. Es ya el año 1817. Vivencia allí el federalismo norteamericano, y contribuye, a pesar de su precaria situación económica, a las empresas políticas de Simón Bolívar.
La caída del Directorio le permite volver a su patria. Es designado Gobernador de Buenos Aires, y se ve enfrentado con las montoneras del litoral. Triunfa en Pavón, pero sufre una derrota contundente en el Gamonal, luego de la cual es depuesto. Corre el año 1821 cuando Dorrego es confinado en la Provincia de Cuyo.
A esta altura de su vida, Dorrego ha comenzado a sintetizar sus distintas experiencias políticas. Unifica su conocimiento de las provincias, con el del federalismo norteamericano; la oposición a los intentos monárquicos de signo anglofrancés, con la necesidad de apoyarse en los caudillos de las provincias, para poder realizar una política nacional.
Dorrego lucha, entonces, preparado ya con todo ese «andamiaje» político, contra los rivadavianos, los futuros «unitarios», los «vendepatrias», como los califica audazmente. Surge así, con él, el «partido conspirador», como llamará, a su vez, don Bernardino a la agrupación de partidarios del caudillo bonaerense.
Hacia 1824, en plena penetración británica continental, manifestada a través de empréstitos, bancos, control del crédito público, sociedades por acciones, empresas mineras, concesiones latifundistas de tierras en enfiteusis, supervisión política y diplomática, inundación de manufacturas, Dorrego es acusado de «complotar contra las autoridades de la Provincia», lo que lo obligará a otorgar poder, para «querellar por columnas, a los autores de tal versión» (A. T., Registro de Escribanos, Nº 3, 1824, fs. 48 vta., ahora en A.G.N.).
Sin embargo, Dorrego está complotando. Más tarde, a través de la prensa («El Argentino» y «El Tribuno») y de su condición de diputado por Santiago del Estero, se irá conociendo la profundidad de su pensamiento político popular, su invocación reiterada a la acción, su clamor, por ejemplo, por el sufragio popular, para disgusto de la «aristocracia del dinero».
Durante el gobierno de Las Heras, Dorrego parte hacia el norte. Es aquí donde comienza el ensayo que el lector va a leer. Es aquí, también, donde comenzará el drama, que culminará, una tarde de diciembre de 1828, en los campos de Navarro, con el asesinato de Manuel Dorrego.
Manuel Dorrego comprendió que no existía posibilidad de llevar a cabo una política nacional, si no se contaba con el apoyo y beneplácito expreso de las provincias. En este sentido, su viaje al norte, unido a su experiencia del federalismo norteamericano, le dieron una visión realista del problema.
Dorrego comprendió, asimismo, que, inicialmente, le era imprescindible contar con el apoyo de la clase ganadera bonaerense. Sus primeras medidas económicas, tendientes a lograr ese aval, fueron configurando una mayor posibilitación de aquel plan.
Sin embargo, la situación heredada de los gobiernos unitarios, y la coyuntura internacional, se volverían rápidamente en su contra. El emisionismo, la fiscalización privada de las finanzas estatales que efectuaba el Banco Nacional, la deuda Baring, la situación de la tierra pública, que través de la enfiteusis garantizaba el empréstito, la destrucción del mercado interno, las malas recaudaciones fiscales originadas en la reforma aduanera de 1821, tornaron prácticamente imposible el gobierno del caudillo.
La guerra contra el Brasil, por otra parte, obligaba a una continua maniobra con los diplomáticos británicos, decididos, a toda costa, a establecer una Banda Oriental «independiente».
La clase ganadera, salvo contadas excepciones, como por ejemplo Juan Manuel de Rosas, se tornó «pacifista», por que, por un lado, esta mayoría de ganaderos, integraba asimismo la capa de la burguesía comercial ligada por la exportación e importación a Gran Bretaña. Los tremendos acopios forzados, a raíz del bloqueo brasileño al puerto, resultaban una molestísima realidad comercial, que no estaban dispuestos a afrontar. Por otra parte, la imagen de una Banda Oriental, como zona de nadie, «Gran Estancia», a la cual podían extenderse las exportaciones ganaderas, sin mayor costos, sin controles aduaneros etc. resultaba especialmente atractiva para los estancieros.
Este interés «pacifista» de la clase ganadera, chocó con la decidida oposición de Dorrego, en el sentido de continuar la guerra hasta el fin. Manuel Dorrego pensaba que la integridad territorial argentina no podía verse afectada, en aras de un Imperio monárquico y esclavista.
Al quedar sin el apoyo de la clase ganadera, y ligada ésta a los proyectos británicos, unión simbolizada por la relación «Trapani-Ponsonby», Dorrego quedó sin una base de poder suficiente. Presionado por los ganaderos, protegidos éstos, a su vez, por la diplomacia británica, y por la otra parte los unitarios que paso a paso habían ido acomodándose y controlando el Banco, Dorrego iba quedando cada vez más sin su base de poder inicial.
El ejército, por su parte, integrado en su mayoría por oficiales que habían pertenecido a las filas napoleónicas, como Trole, Rauch, Crámer, pesaba seriamente sobre el pensamiento de Lavalle, «espada sin cabeza», a quien tocaría ser el brazo ejecutor de la contrarrevolución decembrina.
Los unitarios no vacilarían, entonces, en unirse a Francia, para tratar de recuperar el poder perdido. Sometido Dorrego a la doble presión de la clase ganadera y la diplomacia británica —la cual conocía perfectamente los preparativos del golpe afrancesado, y estaba dispuesta a dejar al caudillo librado a su suerte— y de los unitarios, resueltos a todo, Dorrego, como último recurso, buscó apoyo en el único sector de poder que le quedaba. Descartadas las clases populares de Buenos Aires, que sólo podían ser movilizadas por la clase ganadera, restaban solamente las provincias y sus caudillos. Y así lo comprendió el Gobernador.
La Convención de Santa Fe, además de ser una honesta tentativa de organización, coherente con todo el pensamiento político de Dorrego, era también el esfuerzo tendiente a crear una base de poder provinciana, que substituyera al prestado por los ganaderos portuarios.
Sin embargo, la actitud asumida por Bustos en Córdoba, su ambición por arribar a la presidencia, la lejanía territorial de las provincias, el rechazo que habían formulado de la paz con el Brasil —ya que el bloqueo surtía efectos proteccionistas con respecto a las industrias y artesanados del interior— debilitaron las posibilidades de un apoyo real provinciano.
Dorrego quedó, entonces, librado a su trágico des¬tino. De allí el fusilamiento, su asesinato.
Pero el proyecto político, aunque fracasado, y en cierta medida utópico, marcó una tendencia. Una tendencia que no sería precisamente la de los «lomos negros», o federales semi-liberales, como cree algún autor sin mayor conocimiento del tema; por el contrario, quien recogería totalmente la experiencia de Dorrego, superaría sus errores y reafirmaría los aciertos llevándolos adelante, sería justamente Juan Manuel de Rosas.
La muerte de Dorrego desataría la lucha. Pero advertida Francia, de que Inglaterra era totalmente consciente de su plan, y reconociendo la superioridad inglesa, dejó de apoyar —momentáneamente— a los unitarios. La caída de los Borbones y su reemplazo por los Orleans, contribuyó a ello. No tardarían en reaparecer los planes monárquicos franceses en el Río de la Plata.
En el ascenso de Rosas al poder, como en el de Dorrego, existió apoyo británico. La conyuntura internacional obligaba a ello. Pero los hechos no tardarían en revelar consecuencias no previstas para el Foreign Office. Acontecimientos nacionales habrían de tener por escenario al estuario codiciado por las potencias europeas.
La política proteccionista de Juan Manuel de Rosas tendría su antecedente necesario en la que tentara Manuel Dorrego. Pero así como Navarro había sido el exitoso lugar concéntrico de los destructivos esfuerzos de la diplomacia anglo-francesa, la Vuelta de Obligado sería el centro simbólico de las voluntades patrióticas que rechazaban la penetración extranjera.
La sombre de Manuel Dorrego se pasearía orgullosa por Obligado, para grandeza de nuestra historia.
Los autores han creído conveniente, dado el carácter de ensayo de la obra, no recargarla con citas de libros, aunque por otra parte, creen haber utilizado la bibliografía más seria.
Han recurrido a la cita de textos, cuando su importancia así lo exigía. Pero han preferido, en mayor grado, la invocación de documentación inédita o poco conocida, para dar una interpretación inédita o poco conocida, para dar una interpretación que creen más original y veraz, que la tradicional.
Es, pues, en este sentido que en el Apéndice Documental, se reproducen, íntegramente, los documentos de mayor importancia utilizados.
Piensan los autores que ésta no es una obra definitiva. Por eso mismo se la denomina «ensayo». Pero al mismo tiempo, no dejan de señalar que no ha sido arbitrariamente elaborada. Que si bien se da una interpretación política, lo es dentro de los límites políticos de la realidad histórica.
INDICE
Introducción
Capítulo I
El viaje de Dorrego al norte
La misión política
Los ingleses y las minas
El fracaso minero
De la caída de Rivadavia al ascenso de Dorrego
Capítulo II: EL PODER
El ascenso al poder
Política económica de Dorrego
La crisis financiera
Dorrego y Baring Brothers
El complot británico
Capítulo III: LA PAZ
La paz de los saladeristas
La coyuntura internacional
Dorrego decide no hacer la paz
La cuestión de la independencia
Capítulo IV: LA CONJURA
El proyecto monárquico
La sentencia
La Convención de Santa Fe y la Paz
Capítulo V: EL ASESINATO
Los servidores de Francia
Dorrego y los conjurados
Dorrego designa a Rosas
El golpe unitario
Hacia el fin
El juicio de la historia
APENDICE DOCUMENTAL
Documentos 1-31