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Ed. Paidós, año 1993. Tamaño 23,5 x 17 cm. Traducción de Juan Godo Costa. Incluye más de 2000 entradas y 600 ilustraciones. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 574
El que en una conversación menciona de paso el tema de la «simbología» generalmente se enfrenta a dos actitudes básicas diferentes. Por un lado, se sostiene la opinión de que el simbolismo es algo completamente fósil y anticuado del que «hoy en día» ya no podría razonablemente ocuparse ninguna persona; pero existe también el otro extremo: se afirma que el simbolismo constituye la clave para comprender el mundo espiritual.
El hombre necesita símbolos para entrar en el terreno de lo concreto, de lo palpable, que de otro modo no podría entenderse. Y cuando decimos «palpable» usamos ya también un concepto simbólico, derivado de la mano que quiere tocar para poder apreciar más cabalmente una cosa. Por consiguiente, es fácil demostrar que lo simbólico entra a formar parte del lenguaje cotidiano, de los modismos. Pero también se encuentra en la abundancia de imágenes de la propaganda industrial, en las consignas y señales de la política, en lo alegórico del mundo religioso, en los iconos y cifras de las culturas extrañas y prehistóricas, en usos jurídicos y objetos de arte, en poemas y figuras históricas, en todas partes en que un «portador de significado» transmite algo que va más allá de su mera forma de expresión trivial.
El anillo de boda, la cruz, la bandera nacional, las luces de los semáforos, la rosa roja, la negra vestidura de luto, las velas en la mesa del banquete —un sinfín de cosas—, gestos, imágenes mentales y modismos unen pensamientos con portadores de sentido. Es indiscutible que la creciente abstracción y racionalización del mundo de las ideas parece haber secado el río en otro tiempo casi inconmensurable de las imágenes. Es cierto que tampoco el lenguaje de las computadoras puede prescindir de los símbolos; sin embargo, el carácter gráfico de anteriores sistemas de pensamiento y de estructuras intuitivas cede el paso evidentemente a un mero orden construido que ya no se expresa de una manera directa, sino que debe aprenderse. Aquí hay que intentar abrir un acceso a las imágenes simbólicas de la humanidad tan llenas de significado histórico y cultural.
Probablemente no hace falta explicar de un modo especial que esto sólo puede alcanzarse aproximadamente en el marco preexistente. Aunque el autor, mediante conferencias, libros y artículos, ha tratado desde hace años los temas correspondientes, el material básico le parece casi ilimitado. Casi todo puede explicarse como símbolo y requeriría un tratamiento especial. Aquí es imprescindible limitarse a lo importante (a lo que aparece como importante), por lo cual la selección necesariamente habrá de parecer subjetiva. Esto se percibe de un modo especial allí donde se mencionan figuras simbólicas (figuras históricas o legendarias). Sherlock Holmes, Tarzán y E.T. son también figuras simbólicas, pero aquí sólo deberíamos hablar primordialmente de aquellas que han dejado su impronta más profunda en la vida cultural.
Es un hecho conocido que cada persona posee su propia mitología y eleva al nivel de lo simbólico a determinadas personas (reales y míticas); por ello, en este sector debería el lector contar con que no ha de encontrar algo muy especial.
Por lo demás, sin embargo, deberían ofrecerse las informaciones deseadas, y ciertamente a base de un material fundamental que trascendiera los planteamientos «eurocéntricos». Aquí se tendrá en cuenta, en la medida de lo posible, el rico tesoro de símbolos de culturas extrañas, y por cierto en primera línea, con el fin de demostrar la difusión de mundos de imágenes de la humanidad en general. Podemos hablar una y otra vez de los fundamentos psíquicos de los diversos mundos de imágenes, pero también cabe discutir temas de toda una serie de zonas científicas marginales, que no siempre se han puesto en relación con el campo conceptual de la investigación simbológica. El lector, en la palabra y la imagen, debería sentirse estimulado a ejercitar su propia investigación, a completar lo que se le ha ofrecido y a buscar los temas correspondientes que sin duda son importantes y valiosos para comprender más profundamente la vida cultural.
El que ya se ha ocupado intensamente de la investigación simbológica, se ha encontrado desde hace años con un gran número de obras básicas y monografías que, sin embargo, tratan primordialmente temas fundamentales. Hasta ahora no parece haberse ofrecido todavía una obra de visión de conjunto que trate el amplio abanico del simbolismo en Europa, Asia, África y el Nuevo Mundo, desde los tiempos más remotos hasta la actualidad, y ofrezca en palabra e imagen una visión de esta fascinante temática permitiendo que hablen las fuentes antiguas mismas y presentando más que un simple bosquejo. El autor se ha esforzado en exponer la problemática de la historia de las ideas del tema de una manera que el lector no tenga ante sí una mera colección de enrevesados procesos mentales y asociaciones de ideas difícilmente realizables, sino que empiece también a formularse preguntas acerca de los propósitos de artistas y pensadores de otras épocas con su modo de proceder tanto intuitivo como especulativo.
El que contemple las múltiples manifestaciones del antiguo pensamiento simbólico desde el punto de vista puramente racional de las ciencias físicas, se preguntará una y otra vez, divertido o extrañado, cómo llegaron a producirse aquellas ideas que resultan en parte tan extrañas. Nuestra razón calculadora, como también nuestra mentalidad científica, ha procedido desde hace mucho tiempo de una manera diferente de la de los autores del «Physiologus» cristiano primitivo, del «Bestiarium» medieval y de los libros barrocos de alegorías. En ellos no se pregunta acerca de la definición racional y la documentación, sino acerca de un sentido más profundo y humano del mundo que Dios configuró para sus criaturas.
Donde existen fuentes escritas, como es el caso en todas las civilizaciones superiores, podemos acercar los textos a un mundo de imágenes que a veces producen un efecto extraño. En otros casos, el estudioso de los símbolos depende de indicios y de conclusiones analógicas que, por lo menos, deben suponer cierta medida de verosimilitud.
Los resultados de la moderna psicología profunda, que en el sentido de C. Jung supone la existencia de un fondo general de motivos formales acuñadores de imagen (arquetipos), sirven por un lado como medio auxiliar en la «lectura» de los pensamientos simbólicos, pero por otro lado pueden también sacar partido del multiforme material básico de la historia de la cultura. El múltiple acervo de símbolos reunido por la arqueología, la prehistoria, la etnografía, la heráldica, folclore, la ciencia de las religiones y la mitología, puede servir para ensanchar considerablemente nuestro saber acerca de lo que hay de común y de diverso en los estilos de pensamiento.
Todo conocedor de la materia sabe que sobre muchos de los temas tocados en las diferentes voces guía podrían escribirse monografías enteras (y que también existen ya monografías sobre algunos de ellos). Sin embargo, dentro del marco existente, no podía ofrecerse más que una base para trabajos sobre este tema, elaborados en parte sobre un material básico poco conocido. El libro tampoco va dirigido preferentemente al investigador de simbología que procede de manera puramente científica, sino primordialmente a un sector más amplio de personas que quiere saber más acerca de los caminos de las experiencias gráficas y los significados metafóricos. El hecho de que no puedan tratarse bien por separado categorías diferenciables en teoría, como símbolo, alegoría, metáfora, atributo, emblema y signo, reside en la naturaleza del material de investigación con sus múltiples matices. Tampoco puede evitarse tratar incluso de unos conceptos a los que de ordinario sólo podemos referirnos bajo el aspecto de lo religioso-teológico. Sin embargo, «cielo» es, por ejemplo, también una imagen que se basa en el arquetípico sistema dual «arriba/abajo», por lo cual no es solamente un concepto teológico, y podemos tratarlo aquí en su dimensión de símbolo.
Es importante el punto de vista de que muchos de los símbolos tradicionales no pueden explicarse con declaraciones unívocas, sino que poseen un valor declarativo de doble sentido —no siempre y en todas partes es el dragón el malvado enemigo o el corazón la sede del amor—; incluso auténticos símbolos, en diversos grados del saber, ofrecen «informaciones» diferentes, pero siempre relevantes. En ocasiones se da también la posibilidad de investigar las causas por las que un determinado símbolo conduce a una determinada interpretación, y precisamente de esta manera debe referirse al ser humano que siempre interpreta egocéntrica y antropomórficamente: o mejor «teomórficamente», es decir, de la manera en que el ser humano se enfrenta al plan cósmico, entendido por él como divino. Se ve rodeado de señales que le dan la posibilidad de integrarse comprensivamente en ese gran plan salvífico. El que, partiendo del punto de vista actual, mira desdeñosamente el gozo en las imágenes experimentado por individuos de épocas anteriores, y solamente registra distintivos de una lógica y de un conocimiento de la naturaleza deficientes, es incapaz de ver la finalidad del pensamiento simbólico.
Que un conjunto de temas como los de la investigación de los símbolos pueda ser causa de polémicas discusiones lo revela un extracto de un libro antifrancmasónico (Friedrich Wichtl: Francmasonería internacional), en cuya 12a edición —1936— R. Schneider se despacha a gusto diciendo hasta qué punto el trabajo simbólico consciente obstaculiza el pensamiento. El que se entiende de esta manera
con el mundo quiere decir que no está en condiciones de «dejar natural y libre espacio a la riqueza de las ideas, continuamente ve interrumpido el pensamiento por la costumbre convertida en segunda naturaleza y por los símbolos francmasónicos. Compárese sobre esto, en el libro de la neuróloga Dra. M. Ludendorff, Demencia inducida por doctrinas ocultistas, el capítulo titulado «Embrutecimiento artificial causado por el simbolismo». La citada autora fue la segunda esposa del general Erich Ludendorff (1865-1937).
Entre tanto, una «razón instrumental» absolutamente no idiotizada nos ha deparado productos inhumanos de toda especie y —según Adolf Holl (1982)— también las «bombas atómicas, y ya empezamos a estar escamados. Una vez más hojeamos libro de los sueños de la humanidad, buscamos cifras cuyo significado hemos olvidado, buscamos orientaciones para huir del campo de maniobras de la sociedad de producción en el que se ajetrean nuestros cuerpos. En ello, nuestro problema es que los mundos vitales en los que prospera la religión se han vuelto anacrónicos para nosotros y con ellos también los ritos de los jinetes nómadas, los caballerescos señores de la guerra, labradores, artesanos de pequeñas ciudades tal como viven todavía en el Tercer Mundo y que perviven curiosamente en las ceremonias de nuestras propias iglesias cristianas».
Un «libro de sueños» sacado de las cifras e imágenes alegóricas aprendidas en parte intuitivamente en épocas primitivas, en parte ideadas, es lo que se le ofrece también aquí al lector de nuestro tiempo. Sin grandes debates teóricos, debemos reproducir, en relación con el concepto de los símbolos, algunas frases de Manfred Lurker que con bastante claridad expresan de qué se trata: «La importancia del símbolo no reside en él mismo, sino que lo trasciende. Según Goethe, hay verdadero simbolismo dondequiera que lo particular represente a lo general, no como sueño o sombra, sino como revelación viva y momentánea de lo inescrutable».
Para el hombre religioso el símbolo es un fenómeno concreto en el que la idea de lo divino y absoluto se vuelve de tal manera inmanente que alcanza una expresión más clara por medio de las palabras…Desde el punto de vista de la historia de la salvación, el símbolo es algo que expresa la unión inquebrantable entre el Creador y su Creación…Si de la plenitud de la imagen divina primigenia se manifiestan las imágenes individuales, entonces éstas son en sentido propio sym-bolon, punto de encuentro de tiempo y eternidad…«El símbolo es encubrimiento y revelación al no tiempo» (1987). Todo esto se refiere ciertamente, de forma predominante, al simbolismo religioso corriente entre nosotros; además de ello, deben tratarse imágenes y signos que se basan en juegos de pensamiento y abstracciones sin que por ello lleguen a altas esferas de la espiritualidad. Por lo demás, al ocuparnos de culturas extrañas, resulta difícil distinguir entre experiencia concluyente, mitología y especulación de erudición sacerdotal. La difícil situación de las fuentes impide muchas veces penetrar tan profundamente como se requeriría en mundos espirituales antiguos y exóticos.
En relación con la polémica antisimbolista mencionada, finalmente no se puede negar que algunos símbolos marcan en realidad un determinado camino para las personas implicadas en ellos y pueden tener también efectos negativos para la vida. No solamente en el imperio azteca condujeron a una abominable destrucción de seres humanos símbolos rituales tales como «sangre de sacrificio, corazón, sol», sino también, en una época más próxima a nosotros, otros símbolos, como «bandera, caudillo, sangre y suelo». Sin embargo, no puede negarse ciertamente que un sinfín de antiguas ideas simbólicas figuran entre los bienes más preciados de la humanidad y han llevado a las grandes creaciones de la historia de la civilización: a pirámides, catedrales, templos, sinfonías, poemas, esculturas, cuadros, acciones sacras, fiestas, danzas, y más. Hemos de convenir que unos símbolos anclados en los estratos profundos de la personalidad tienen el poder de desarrollar una vida propia y mediante una especie de efecto de acoplamiento por reacción influir en quienes lo crearon. La responsabilidad del ser humano que es consciente de este hecho consiste en que tiene la posibilidad de seleccionar de entre el acervo de símbolos de la historia aquello que es puro y valioso.
«Los «seductores secretos» de la actual propaganda económica», escribe Gerhart Wehr (1972), «que saben apoderarse de la fuerza de la imagen, enredan aún más en la falta de libertad al hombre en cuanto elemento de la masa, en gran medida inconsciente y «dirigido desde fuera», valiéndose de la manipulación de los símbolos.y creando ilusiones». De la misma manera que ocurre con la mayoría de las imágenes simbólicas que aparecen en este libro, también el trato con los símbolos es ambivalente en general; puede abrir el acceso a tesoros espirituales de épocas pretéritas y despertarlos a la vida; pero también en el trato sin escrúpulo de este mundo de las cifras pueden éstas apresar al hombre, encadenarlo y volverlo menor de edad y degradarlo a la condición de un mero robot que funciona.
A continuación damos también algunas indicaciones prácticas. Como no es posible presentar para cada detalle un índice de las fuentes consultadas (que ocuparía más espacio que el texto mismo), al final del volumen ofrecemos una bibliografía clasificada por temas con datos sobre las fuentes más importantes. También aquí sólo podemos mencionar monografías en casos excepcionales, pero se trata de obras con detallada indicación de las fuentes. Como quiera que no todos los conceptos forman una voz guía en el diccionario, se recomienda también consultar el índice de voces guía o entradas en las últimas páginas, donde, por ejemplo, es posible saber que hay que buscar «sombrero» dentro del vocablo «tocados».
En el texto se hace resaltar en letra cursiva las referencias a otras voces guía. Un trabajo como el presente no habría podido realizarse si en los últimos decenios no se hubiesen publicado reimpresiones de antiguas obras estándar con valioso material básico.
Graz, verano de 1988
Prof. Dr. Hans Biedermann