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Ed. Planeta, año 2003. Tamaño 23 x 16 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 624
«…teníamos información del cuartel a través de un soldado que estaba cumpliendo ahí el servicio militar. Como parte de la planificación, entre Navidad y fin de año, Roby y yo habíamos ido una noche al cuartel -incluso entramos unos metros- para confirmar algunos datos y ver el terreno de la futura acción, que estaría a cargo mío. La decisión política era de la dirección, que estaría a cargo mío. La decisión política era de la dirección, así como la decisión de quién encabezaba cada acción era del estado mayor y/o el buró político. En ese caso se decidió que la dirigiera yo.
Azul estaba a trescientos kilómetros de Buenos Aires, pensábamos obtener una cantidad considerable de armamento y eso, lógicamente, requería un despliegue importante de compañeros y también de aparato lógístico. En fin, era una acción bastante compleja.
Hicimos una concentración previa, acá en Buenos Aires, y de ahí, en distintos vehículos, arrancamos. El plan consistía en, primero, ocupar una casa de un profesional de la zona que estaba en las cercanías del cuartel, lo que efectivamente se hizo a las 8 de la noche del 19 de enero del ’74. Más o menos a las 10, el resto de los compañeros entramos a la casa, nos pusimos los uniformes y nos pertrechamos con todo lo que íbamos a llevar para la acción. Dividimos los grupos y salimos rumbo al cuartel.
Los que incursionábamos en el cuartel éramos alrededor de cien. Fuimos hasta ahí a pie e ingresamos cumpliendo el plan elaborado, que consistía en reducir las garitas de custodia y avanzar hacia distintos objetivos. Era complicado, porque el cuartel albergaba al Regimiento Húsares de Pueyrredón, de caballería blindada, y al Grupo de Artillería Blindada Nº 1 y, en total, había allí alrededor de dos mil efectivos; tenían los tanques AM15, unos tanques franceses que eran modernos en esa época, y era un cuartel muy grande: unas cuarenta hectáreas, cinco cuadras por ocho cuadras.
Pero lo novedoso era que, a partir de los ataques al 141 de Córdoba -en la época de Lanusse- y al de Sanidad, lógicamente el Ejército había armado un plan de defensa de unidades militares que pretendía ser más eficaz que lo que existía hasta ese momento. Y una parte de ese plan de defensa consistía en la utilización de todas las fuerzas internas del cuartel, a las que destinaban la cobertura de lugares secundarios; eso incluía hasta la banda de música. Era algo nuevo, el conjunto de las fuerzas del cuartel, independientemente de que estuvieran en la cocina o en la banda de música, ante la eventualidad de un ataque tenían distintas misiones interiores, para poder concentrar ellos las fuerzas de combate en los puntos principales. Ese era un aspecto. Y el otro aspecto era una coordinación del cuartel con la policía del lugar, que ante cualquier ataque a la unidad militar tenía la misión de rodear la unidad militar para evitar la retirada de los incursores. Nosotros habíamos tenido acceso a los detalles de ese plan a través de inteligencia previa.
Una vez dentro del cuartel, un grupo de compañeros a cargo de Jorge Molina debía ocupar el lugar en el que estaban los jefes del batallón -el coronel Gay y el teniente coronel Ibarzábal-; al llegar ahí mantuvieron un enfrentamiento, y en el tiroteo murió el jefe del batallón, Gay, que precisamente no había ofrecido resistencia. El que sí había disparado había sido el segundo jefe, Ibarzábal, que después del cruce de fuego se rindió, fue tomado prisionero y trasladado a un lugar de detención del ERP.
Dentro del cuartel, yo estaba cerca de unos depósitos. Nosotros, vía walkie-talkie, nos comunicábamos con todos los grupos. A mi lado estaba justamente el conscripto que nos había facilitado la acción del Batallón 141 de Córdoba y que ya había salido del servicio militar, pero que conocía bien los manejos internos; también estaba ahí el soldado que nos dio los datos de Azul.
Comenzaron a sucederse situaciones impensadas. Ya había pasado más de una hora desde que habíamos entrado al cuartel, y se había logrado controlar controlar las compañías y las salas donde se encontraba el armamento que pensábamos incautar, que sería cargado en tres camiones. En ese grupo estaba Hugo Irurzún (Santiago) que -prácticamente solo- con un fusil FAL y granadas Energa había logrado retener a los militares en el interior de dos de los edificios. De pronto se generó una resistencia, y los militares lograron inutilizar dos de nuestros tres camiones, lo que hizo que nuestros compañeros tuvieran que retirarse al no tener forma de cumplir su misión, que era la de transportar el armamento.
Por otra parte, un grupo de tres compañeros quedó aislado en la herrería del cuartel al no recibir -por alguna falla técnica- la comunicación de retirada. Y en ese lugar se encontraron con la señora del jefe del batallón, con la esposa de Gay. ¡Estaba ahí! Desconocemos por qué razón, suponemos que ante el infierno que era ese cuartel había intentado ir para algún lado y había terminado por caer en ese sitio. Justo con nuestros tres compañeros. En un momento determinado, llegó hasta ahí una tanqueta del cuartel y los compañeros les gritaban que no dispararan, que ahí había una mujer, que era la mujer de un militar…Y la tanqueta tiró igual. Tiró igual y mató a la mujer de Gay y a dos de nuestros compañeros, mientras que el tercero, Santiago Carrara, quedó herido y fue apresado. Actualmente vive en Alemania.
Carrara testificó todo esto y su testimonio está en la causa judicial. La propaganda pública oficial siempre acusó a nuestros compañeros de mata a la señora de Gay. Pero sobre este luctuoso suceso no insistieron en la causa judicial, ni siquiera pudieron aportar testigos. Además la pericia balística sería contundente.
Si bien se había ocupado gran parte del cuartel, y se había capturado al segundo jefe de la unidad, la inutilización de los dos camiones obligó a la retirada, ya que el objetivo principal, el de llevarnos las armas, no se podía cumplir. La acción no había logrado su propósito, había fracasado, además del jefe del batallón y de su esposa, habían muerto dos compañeros nuestros, y un tercero había resultado herido y detenido, al igual otros tres.
Después, fuera del cuartel se produjo el secuestro y desaparición de dos compañeros: Héctor Antelo y Reynaldo Roldán. El Ejército, como siempre, negó su responsabilidad, pero se lograron testimonios de personas que habían presenciado su detención por parte del Ejército y declararon que estaban con vida. Y los hechos posteriores son un espejo de la época: la mayoría de los abogados que participaron de esa denuncia fueron asesinados o desaparecidos en los meses siguientes y su persecución llegó hasta el ’76. Desaparecieron Antonio Chua, un abogado de La Plata; Alberto Carazzo; Daniel Antokolec, de San Nicolás, a quien yo conocía de niño; Silvio Frondizi fue asesinado; la última que desapareció fue Manuela Santucho -una semana antes de la muerte de Roby-; todos ellos conformaban la defensa que, entre otros hechos, había logrado la evidencia de que Antelo y Roldán, los dos desaparecidos, habían sido capturados por el Ejército.
Unos días después de lo de Azul y de la desaparición de los dos compañeros, se hizo una conferencia de prensa clandestina para hablar sobre los acontecimientos, a la que fuimos el Gringo Menna, el flaco Juan Manuel Carrizo y yo. Recuerdo que entre los periodistas estaban el de France Presse y el del Buenos Aires Herald.
Lógicamente, además del impacto humano y del hecho militar en sí, también hubo un impacto político. Y ese fue el argumento que utilizó el gobierno para pedirle la renuncia a Oscar Bidegain, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. En ese momento, Julio Troxler -que era uno de los sobrevivientes de los fusilamientos de José León Suárez- era subjefe de la Policía de la provincia de Buenos Aires.
Directamente Perón habló después de lo de Azul y acusó a Bidegain de haber favorecido la acción. Ante esa acusación, Bidegain le pidió una entrevista a Perón para aclarar su situación, porque lógicamente, él no tenía responsabilidad alguna. Simplemente utilizaron el hecho para cumplir -como después fue evidente- un objetivo predeterminado. Cuando Perón le negó la entrevista, Bidegain presentó la renuncia y quedó como gobernador Calabró, un integrante de la Unión Obrera Metalúrgica que ya dirigía Lorenzo Miguel.
Lógicamente, el desplazamiento forzado de Bidegain y la irrupción en la escena de Calabró tuvieron una gran repercusión y nosotros recibimos muchas críticas, porque aparecía como que éramos los causantes de provocar esa situación. En realidad, les dimos una excusa para hacerlo y supieron utulizarla, lo cual no quiere decir que no hubieran actuado de la misma manera si no hubiese existido Azul».