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Ed. Emecé, año 1965. Tamaño 25,5 x 18,5 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 322
Al pedirme que escribiera estas líneas iniciales, la autora ha tenido la gentileza de asociar mi nombre a una obra que revela su arraigado amor por nuestra historia. Porque eso significa su deseo de dar nueva vida —a través de viejos papeles— a hombres y episodios del pasado que integran positivamente la formación nacional. Todos ellos, grandes o pequeños, contribuyeron en tiempos ya lejanos a crear los sentimientos v las ideas, las tradiciones y las modalidades que han forjado el carácter argentino, y sin los cuales carecerían de base el amor por la tierra natal, por la comunidad que vive en ella y por el espíritu que nos infunde.
Coleccionista de viejos papeles -algunos de familia, otros adquiridos- la autora se ha empeñado en completar sus datos con pacientes investigaciones. Lo demuestra la búsqueda tenaz que ha realizado en los archivos de Europa y de América, para ubicar a esos personajes y para ampliar sus noticias acerca de sucesos poco menos que desconocidos. Ha aprovechado sus viajes para acrecentar su erudición. El lector podrá advertir, a lo largo de estas páginas, su preocupación por rastrear esos datos y su sostenido interés por los temas estudiados. La actividad social, las obligaciones de familia, las obras de beneficencia y los demás quehaceres de una existencia pletórica no le han impedido cumplir también -y con marcada preferencia- esos otros deberes de un patriotismo auténtico que provienen de sus propios antecedentes y se extiende a muchos otros aspectos de la vida nacional. Porque si su interés inicial estuvo centrado en sacar del olvido o exaltar la figura de antepasados y parientes, esa inclinación por lo histórico ha trascendido también a otros personajes y episodios cuyo estudio revela la amplitud de su vocación.
Este libro despertará el interés de todos los que se dedican a conocer nuestro pasado, ya por simple curiosidad, ya con un afán de erudición. Unos y otros encontrarán en él datos reveladores, documentos novedosos, antecedentes ignorados. Y todo ello reunido con amor y con paciencia, para formar verdaderos cuadros históricos en los cuales se confunden las reflexiones atinadas, la galanura del estilo y el relato que completa la obra de otros investigadores, para brindar una visión más exacta de un pasado brumoso que surge renovado.
En las páginas que siguen aparecen personajes de singular actuación, como Francisco de Videla y Aguiar, encumbrado vecino de Mendoza a quien en 1781 se acusa de haber adoptado actitudes poco respetuosas para el monarca; o Manuel de Olavarrieta, tres veces complicado en conspiraciones contra Gaspar Rodríguez de Francia en el Paraguay y contra Pueyrredón en Buenos Aires; o el francés Varaigne, amanuense de Rivadavia, cuya conducta suscitaba los enconados informes del cónsul Mandeville; o la condesa de Pierreclau, también francesa, que llegó contratada para enseñar en Buenos Aires en época de Rivadavia; o Manuel Obligado, cuyo accidentado casamiento se relata; o Esteban Villanueva, por último, aquel cabildante amigo de Alzaga, que era tal vez el hombre más rico de Buenos Aires a principios del siglo XIX. Esas vidas y esos episodios adquieren realidad a través de una crónica a veces sobria, a veces novelada y con matices literarios, pero siempre fundada en la documentación correspondiente que luego se transcribe. No es menos interesante el sentido capítulo dedicado a San Martín, que incluye cartas dirigidas a los Molina, amigos que había dejado en Mendoza y a quienes refería sus desilusiones y sus anhelos. Y tampoco es posible dejar de mencionar la importante correspondencia de Pastor Obligado, del año 1861, durante el cual quedó definitivamente afianzada la unidad de la República.
Todo ello da a este libro un valor que resulta innecesario destacar. Las obras históricas y los documentos originales son la fuente que nutre las tradiciones nacionales. De ellas necesita nuestra patria. Todo lo que deseamos construir en ella, perfeccionándola, debe asentarse sobre los sólidos cimientos que nos brinda el pasado, porque es indispensable partir de él para edificar el porvenir. Lo demás es arena movediza, cuerpo sin substancia, idea desvinculada de la realidad. Por eso las grandes naciones no pierden el sentido de la continuidad histórica y al renovarse, al modernizar su existencia, parten de lo que ya existe para mantener sin bruscas transiciones su estilo de vida. La grandeza y el desarrollo de un país no se logran destruyendo la obra del tiempo, sino adaptándola a las nuevas necesidades, porque esa permanencia es la que forja la personalidad de una nación. Revelar ese pasado, exhibir lo que se ha hecho y exaltar sus grandes figuras es, por consiguiente, contribuir al conocimiento y difusión de esas tradiciones. El libro que va a leerse tiene ese mérito indiscutible y altísimo.