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Ed. Taschen, año 2007. Tapa dura con sobrecubierta. Tamaño 31 x 25 cm. Incluya 150 reproducciones a color y 35 en blanco y negro, todas sobre papel ilustración. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 216
La infancia y la adolescencia de Magritte (Bélgica, 1898-1967) estuvieron marcadas por la inestabilidad de constantes mudanzas, un opresivo ambiente familiar y el trágico suicidio de su madre, cuando él tenía 14 años. Fue su padre quien lo motivó a cultivar la pasión por el dibujo y la pintura que ya mostraba desde temprana edad. Siendo alumno en la Academia de Bellaado: s Artes de Bruselas, surge en él una inquietud innovadora que caracterizó su producción en el futuro.
Magritte empezó a ganarse la vida dibujando carteles y anuncios publicitarios, así como ilustraciones para portadas de partituras. A lo largo de su vida, cuando las pinturas no se vendían bien, retomaba esta actividad. Durante la década de 1920 inició la definición de un estilo propio. Por un lado, el futurismo le produjo un gran impacto y, por otro, el músico Édouard Léopold Mesens le contagió su interés por el Dadá, especialmente por Eric Satie y Tristan Tzara, cuyos métodos anárquicos consistían en ridiculizar lo absurdo del mundo moderno. En 1922, junto con Victor Sevranckx, primer pintor abstracto belga, Magritte escribió un manifiesto sobre arquitectura y escultura: “Arte puro: en defensa de la estética”, el que nunca fue publicado, pero que lo perfilaba como artista de vanguardia.
Es determinante, también, la revelación que le provocó la obra de Giorgio de Chirico, Canción de amor (1914), ya que lo condujo al abandono del entusiasmo inicial por el futurismo, el cubismo, el purismo y la abstracción, para volcarse definitivamente hacia el surrealismo. Se convenció de que el papel del pintor es revelar lo que el mundo es, o en su defecto, el misterio de aquello que contiene. Esta nueva postura encontró eco en la obra de Max Ernst y André Derain, así como en los experimentos de Pablo Picasso y la actividad “anti-arte” de Marcel Duchamp.
Aunque a Magritte se le considera parte del grupo surrealista francés encabezado por André Breton en París, el verdadero círculo intelectual que frecuentó fue el conformado hacia 1926 por Mesens, el crítico y marchante Camille Goemans y los escritores Marcel Lecomte, Paul Nougé, Louis Scutenaire y su esposa Irène Hamoir.
Las ideologías afines entre los llamados surrealistas belgas, fueron expresadas en numerosas publicaciones producidas a lo largo de su activismo.
El ideario pictórico de Magritte, sintetizado en Les mots et les images (Las palabras y las imágenes, publicado en 1929 en París), lo diferencia del resto de los surrealistas, al acusar su interés por pintar motivos en directa relación con el mundo visible y no con el imaginario de los sueños y el automatismo. La célebre pintura La traición de las imágenes (Esto no es una pipa), creada ese mismo año, es la culminación plástica de las teorías allí expuestas.
Los surrealistas encontraron en la fotografía un valioso medio de experimentación y expresión plástica. Artistas como Man Ray, desarrollaron innovadores procedimientos técnicos que alteraban y descontextualizaban lo fotografiado, creando representaciones enigmáticas que cuestionaban el carácter literal de la imagen fotográfica.
Si bien Magritte pensaba que la fotografía no era capaz de producir misterio, no resistió la tentación de experimentar con ella, produciendo una serie de imágenes en las que involucró a sus amigos. Personajes de espalda, retratos grupales, disfraces, sombras y fotografías dentro de las fotografías configuran escenas poéticas y complejas a cuyo sentido no podemos acceder por completo. Éstas ponen en evidencia una reflexión sobre los límites del significado y el potencial simbólico del medio.
Este conjunto documental se puede dividir en tres grupos. Parte fundamental de su acervo está configurado como un álbum familiar en el que el artista aparece inmerso en actividades cotidianas o recreativas, acompañado de su esposa y otros seres cercanos. Además de permitirnos deducir su estilo de vida, éstas nos muestran su particular costumbre de vestir con elegancia, incluso mientras pintaba, a diferencia del estilo bohemio de sus colegas. Por otro lado, en la serie en la que se retrata posando frente a sus obras, Magritte busca evidenciar su oficio a partir de composiciones cuidadosamente planeadas. La presencia de ciertos elementos teatrales y simbólicos refieren, directamente, al contenido intelectual y filosófico de su pintura.
En otro grupo, Magritte aparece en los distintos escenarios frecuentados por su círculo intelectual más inmediato: Paul Nougé, Paul Colinet, Marcel Lecomte, Louis Scutenaire e Iréne Hamoir, escritores que conformaban el grupo surrealista belga, el que se constituyó con una fuerte conciencia e identidad locales, desarrollando diversas publicaciones y promoviéndose unos a otros.
Las indagaciones de Magritte se extendieron también al cine. A partir de 1932, comenzó a experimentar con la técnica cinematográfica junto a Nougé. Asimismo, su figura fue motivo de inspiración para varios cineastas. En 1942, Robert Concriamont realizó la filmación Rencontre de René Magritte; y en 1959, el Ministro de Educación belga encargó al etnólogo Luc de Heusch el filme La leçon de choses, en el que el artista, rodeado una vez más por sus colegas, habla de manera relajada sobre su obra y su teoría de la representación y la pintura. En esta sala se incluyen fotografías fijas de la cinta.
En 1927 Magritte se mudó a Le Perreux-sur-Marne, cerca de París, junto con su esposa Georgette, con quien se casó en 1922. Durante ese periodo dio inicio una etapa de gran productividad que incluyó la publicación de su ideario pictórico: Les mots et les images.
En París, el grupo surrealista, organizado por André Breton, se encontraba en plena actividad. Después de una estancia de tres años Magritte y su esposa regresaron a Bélgica, debido a las dificultades económicas y al primero de varios rompimientos con Breton, ocasionado por un incidente en el que el francés criticó la cruz que Georgette usaba en el cuello.
De regreso a Bruselas enfrentó las repercusiones de la depresión económica y la consecuente caída del mercado del arte. Para poder recuperar su posición de pintor, participó en exposiciones colectivas e individuales, como la organizada por su amigo Mesens en la Sala Giso en 1931. El carácter peculiar del evento de inauguración sirvió para celebrar el retorno de Magritte, además de reafirmar la identidad de grupo de los surrealistas belgas.
A partir de 1936 Magritte empezó a lograr el reconocimiento internacional, gracias a la promoción del surrealismo que por esos años llevaban a cabo figuras como Julien Levy y Alfred Barr en Estados Unidos. Además, la estancia en Londres en 1937, invitado por el poeta y coleccionista, Edward James, le permitió darse a conocer en aquel centro artístico. Sin embargo, no fue sino hasta la década de los cuarenta que, a través del galerista Alexandre Iolas, su oficio se volvió redituable. Para ese momento sus temas estaban claramente definidos. Los motivos más repetidos: el sombrero, la manzana, la pipa, el paraguas y las nubes, se convirtieron en el sello personal que hoy está indisociablemente ligado a su nombre.
Como resultado del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Magritte,al igual que muchos de sus colegas, formó parte del éxodo masivo a Francia. Después de unos cuantos meses tuvo que regresar a Bruselas, debido a que Georgette había permanecido allí, convaleciente de apendicitis.
En los años de guerra Magritte percibió la precariedad ante el futuro y emprendió una nueva manera de pintar como intento por escapar al ambiente opresivo de la ocupación nazi. Entre 1943 y 1947, sus temas cobraron un sentido festivo al emplear colores radiantes y pinceladas gruesas, a la manera impresionista. Esta faceta, conocida como “periodo Renoir” o “surrealismo a pleno sol”, de acuerdo con el título del manifiesto con el que defendió su postura, no fue bien recibida por la crítica.
Lejos de reconciliarse con sus detractores, en 1948 realizó 17 pinturas de grotescas caricaturizaciones de la humanidad. Esta faceta, también fugaz, conocida como “periodo vache”, resultó totalmente ajena a su forma característica de pintar figuras serenas, dibujadas con minuciosidad.
La obra de Magritte ocupa una posición central en el arte del siglo XX. Dirigidas a cuestionar la capacidad de comunicación de los objetos y los personajes, sus imágenes son siempre eficaces, haciendo eco de la capacidad publicista del pintor. También lo son porque parecen resumirse enteramente en lo que permiten ver: una noche en pleno día, cabezas de yeso cuya memoria sangra, modelos revelados por la luz de una vela. Sin embargo, exigen del espectador mucho más que una mirada superficial.
La fascinación que despiertan sus obras deriva de la capacidad de sorprender y transformar la realidad. Cual perfecto surrealista, Magritte socavó la utopía de la modernidad, antes de la ola posmoderna que llegó después de 1945.
Después del fracaso del “surrealismo a pleno sol” y el “periodo vache”, Magritte volvió a lo que él mismo llamó su “vieja forma de pintura”. Con una nueva energía, retomó antiguas inquietudes sobre las relaciones entre los objetos, e incluso profundizó en cuestionamientos filosóficos, tales como la función del lenguaje o la imposibilidad de agotar el significado de una representación.
Las obras de este periodo resumen su método. Por medio de la alteración de las reglas de la gravedad, las yuxtaposiciones aparentemente aleatorias, las fusiones de dos objetos distintos y los cambios en la escala, creó piezas que despiertan la fascinación frente a lo familiar y dotan al mundo ordinario de un misterio poético. El resultado produce iconos enigmáticos que hacen evidentes las paradojas y ambigüedades inherentes a la percepción visual.
Al inspirarse en versiones de su repertorio anterior, Magritte alcanzó gran éxito, especialmente en el mercado estadounidense gracias a la intensa labor de promoción que su marchante, Alexandre Iolas, emprendió entre galeristas, museos, y coleccionistas que se mostraron muy entusiastas ante su trabajo.
La claridad estilística de Magritte en la década de los años veinte, perduró a lo largo de los últimos quince años de su carrera, durante los cuales gozó de fama internacional y éxito económico. El mercado del arte estadounidense, especialmente el neoyorquino, para el que hacía réplicas de sus pinturas más conocidas junto con algunas nuevas, contribuyó de manera significativa a dicho reconocimiento y bonanza. Asimismo, la revelación que su obra tuvo frente a los ojos de artistas como Robert Rauschenberg, Jasper Johns y Andy Warhol, contribuyó decisivamente al planteamiento del expresionismo abstracto, el arte pop e incluso el conceptualismo de Joseph Kosuth.
La cantidad nunca fue en detrimento de la calidad de las piezas. Le resultaba particularmente satisfactorio volver a pintar cuadros anteriores en gouache, con una mayor rapidez y capacidad de manipulación para ensayar nuevas configuraciones y combinaciones de elementos. De hecho, muchas de estas variantes, estaban mejor logradas que las originales, debido a que le permitían dar un nuevo giro a la interacción entre los objetos, por medio de cambios en las proporciones, las gamas de color, o los fondos.
La experiencia que Magritte había adquirido trabajando en el terreno de la publicidad, le permitió valorar la eficiencia de las variaciones de sus obras, con el propósito de hacerlas llegar a un mayor número de público.
El pintor mantuvo una forma de vida ordenada y discreta, a pesar de la actitud contestataria que absorbió del entorno comunista con el que se identificó, inicialmente, y la naturaleza provocativa del Dadá y el surrealismo. Sin excepción, mostró una rotunda formalidad en su apariencia, asunto que constituye parte de su paradoja. Según uno de sus más fieles amigos, Louis Scutenaire: “Cuando Magritte inició su carrera, cuando empezó a hacer cosas surrealistas, pintó con la misma intención que lo surrealistas. Quería que su obra cambiara el mundo, no buscaba conseguir riquezas, honores o estima para sí mismo”.
INDICE
1- ¿Cómo nace un pintor así?
2- Un surrealista sin dogma
3- Magritte como realista. Imaginación e inspiración
4- El paso de la realidad a la poesía y el misterio
5- La pintura como imagen
6- Diversión, ironía y donaire – La pintura de los períodos «Renoir» y «Vache»
7- De la publicidad al arte y del arte a los conceptos
8- Biografía
9- Bibliografía
Indice de exposiciones