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Ed. Argonauta, año 2007. Tamaño 20 x 14 cm. Estudio preliminar, traducción y notas de Aldo Pellegrini. Nuevo, 320 págs.
Lautréamont proclama con toda claridad el propósito que lo llevó a escribir su obra: «Mi poesía consistirá en atacar al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no hubiese debido engendrar esa carroña» (canto II, estrofa 4), lo que repite, para que no queden dudas, en la primera estrofa del canto VI. Con vistas a ese propósito, como él mismo dice, el poema consistiría en «apuntalar con un gran número de pruebas el argumento contenido en mi teorema» (canto VI, estrofa 1).
Los cantos de Maldoror no constituyen una lectura fácil para quienes parten del prejuicio de la literatura; jamás éstos se habrán encontrado ante algo tan desconcertante. No es el tipo de obra literaria que despliega ante el lector ciertas galas que éste, sin conmoverse demasiado, examina con ojos de gustador experto y mide con cánones que le sirven para no desorientarse. Los cantos comienzan por establecer la desorientación del lector, y si éste la supera y se entrega, entonces le ofrecen el espectáculo más maravilloso que pueda dar el lenguaje, fuera de las reglas establecidas y del llamado «buen gusto» (dos palabritas mezquinas destinadas a desconocer el genio). Tales consideraciones no significan que Los cantos carezcan de leyes. La obra de todo creador responde a una estructura, pero que le es propia y peculiar. Obedece a leyes autónomas que nada tienen que ver con las leyes convencionales de uso común pero que no son, sin embargo, arbitrarias; responden a una realidad más profunda y esencial, que corresponde a la verdadera naturaleza del hombre, como veremos más adelante.
Los cantos tienen un sentido, una intención que trasciende el puro quehacer literario; mejor dicho, tienen el sentido que corresponde a toda auténtica obra de arte, y que habitualmente se designa con el nombre de mensaje. La dilucidación de ese sentido, de ese mensaje, es la tarea que corresponde al escoliasta, y para iniciar esa dilucidación diremos que la poesía de Lautréamont nos revela su sentido por dos mecanismos: mediante vivencias poéticas plenas de significativa carga emocional, y por paralelas aclaraciones directas de propósitos, intenciones, significados, sutilmente incorporadas al texto con el valor de elementos poéticos, dando como resultado una curiosa mezcla de fantasía irreflexiva y lucidez que pocas veces se encuentra en la poesía.
No es la primera vez que el arrollador proceso de la creación sobrepasa a un artista que comenzó escribiendo según un plan o con un propósito definido. El escritor empieza por ser guía de su obra, pero de pronto se encuentra guiado por ella, y lo que en Lautréamont debía ser sólo un inmenso himno a la misantropía, deriva sorpresivamente hacia la revelación de las aspiraciones humanas más altas, o desciende a las experiencias de la angustia y el dolor, o nos envuelve con la penetrante ternura de la piedad. Pero nadie mejor que el mismo Lautréamont ha dicho todo esto: «La risa, el mal, el orgullo, la locura, aparecerán, alternando con la sensibilidad y el amor a la justicia, y servirán de ejemplo a la estupefacción humana» (canto IV, estrofa 2).
Aldo Pellegrini
INDICE
El Conde Lautréamont y su obra, por Aldo Pellegrini
I- Los Cantos de Maldoror
Advertencia
Canto Primero
Canto Segundo
Canto Tercero
Canto Cuarto
Canto Quinto
Canto Sexto
II- Poesías
1
2
III- Cartas
Bibliografía