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Ed. Tusquets, año 2006. Tamaño 20 x 13 cm. Selección y traducción de Silvina Ocampo. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 416
Emily Elisabeth Dickinson nació en Amhert, Massachusetts, Estados Unidos, y trajo a Nueva Inglaterra sus plantas y sus duendes, siendo ella misma una planta y un duende preciosos huyendo siempre de la plena luz, entre los bosques. Sus antepasados arribaron a los Estados Unidos con la primera ola migratoria puritana que profesó la religión protestante. Su genealogía es representante de la Cámara en el Congreso de Washington, fundantes de la línea ferroviaria Massachusetts Central-Railroad, y su padre fue uno de los fundadores del Amherst-College. Por allí circulaba alguien que resultó ser amigo de Ralph Emerson, quien influyó en la fase filosófica de Emily. La madre, Emily Norcross, se dedicó a criar a los hijos, entre ellos a Emily. El mayor, Williams, y sobre todo la menor, Lavinia, que cuidó y compiló dentro de sus posibilidades la obra de la poeta, era su “querida Vinnie”.
Nace nuestra protagonista antes de la Guerra de Secesión, que significó serios choques entre clases sociales; la familia Dickinson pertenecía a la alta sociedad. Por ejemplo, toda la población de Amherst carecía de las más básicas comodidades: ni agua caliente, ni baños instalados en las casas ni lugares de cultura. Los Dickinson disponían de servicio doméstico, concretamente, una sirvienta irlandesa. La severidad puritana frenaba cualquier expresión artística, además de los juegos de naipes y las celebraciones pascuales y navideñas; se aceptaba que las señoras tomaran el té en reuniones del atardecer, y que los niños cantaran en el coro de la iglesia. Lavinia, la “querida Vinnie”, juega un papel sobresaliente en la vida de su hermana y las escasas confidencias que se conocen provienen de ella. Emily estudió literatura, religión, matemática, ecología y biología en la Academia de Amherst. Leyó la Eneida de Virgilio en su idioma. Le escribe una carta a su amiga Jane Humphrey, a los once años: “Hoy es miércoles, y ha habido clase de oratoria. Un joven leyó una composición cuyo tema era ‘Pensar dos veces antes de hablar’. Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido y le dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir”. A los catorce años, escribe a otra compañera: “Terminaremos nuestra educación alguna vez, ¿no es verdad? Entonces tú podrás ser Platón y yo Sócrates, siempre y cuando no seas más sabia que yo. “La estudiante, desde su adolescencia, se dedicó a la botánica: la trama naturalista de su poesía fluye de los canteros y de los edenes, cuya vegetación ella conocía y ubicaba acorde con sus especies. En el término de un curso, aprobó historia inglesa y gramática, química, fisiología, astronomía y retórica. En ciencia botánica la declararon sobresaliente sin rendir examen. Después regresó a su casa y no volvió a estudiar.
En cuanto a la vida íntima de la joven científica y escritora, se conserva una carta donde alude a dos hombres y nunca nadie supo de la profundidad de sus relaciones. La carta, tímida pero definitoria, desacredita cualquier entrega.
“Cuando era pequeña tuve un amigo que me enseñó lo que era la inmortalidad, pero se aproximó demasiado a ella y nunca regresó. Poco después murió mi maestro, y durante largos años mi única compañía fue el diccionario. Luego encontré a otro, pero no quería que yo fuera su alumna y se fue de la región.” Algunos comentarios dejan entrever que experimentó pasión por un pastor que estaba casado, según el vecindario, felizmente. El pastor falleció el 1º de abril de 1882. Al cumplirse un año del fallecimiento, Emily escribió: “Toda otra sorpresa a la larga se vuelve monótona, pero la muerte del hombre amado llena todos los momentos y el ahora. El amor para mí no tiene más que una fecha: 1º de abril, ayer, hoy y siempre”.
Recién comprendo qué es la poesía pura. Frente a una librería de la ciudad de La Plata, algo me indujo a comprar el delgado tomito que aclaraba la vidriera. El tomito me obligaba a que lo leyera y cumplí el mandamiento: leí unos versos y lo cerré ubicándolo en mi escritorio junto a Keats. Al principio sentí desbarrancarme entre las rejas de los sombríos dólmenes sustantivos. Sentí ser Simbad el marino descendiendo al valle de unas formas quietas, inmóviles, que a mi solo contacto cobraban vida y atacaban. De una aparente calma de infancia surgían enormidades de una soledad nunca derrotada que convertía el paisaje en un Sésamo ciérrate, sin apertura. Un poema titulado “El ciervo herido salta mucho más”, acaso sirva de autobiografía. Dice la poeta: “Un Ciervo herido-salta mucho más-Me dijo un Cazador-Pero es tan sólo un Extasis de muerte-Tras eso la Maleza queda en calma”.
Dickinson dejó a su muerte 1.775 poemas, de los que sólo publicó siete en vida. Silvina Ocampo irrumpió en ese frágil universo al emprender la traducción de 596 poemas que nos transmiten su estilo, incólume desde sus primeros versos, y nos llegan tan diáfanos como en el instante de su creación.
Aurora Venturini