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Ed. Montesinos, año 1992. Tamaño 20 x 13 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 66
Rulfo supo hablar muy bien de Rulfo a través de su obra. Con la publicación de sólo dos libros de narrativa, se convirtió en uno de los escritores más representativos de la literatura latinoamericana contemporánea.
Octavio Paz, refiriéndose a su pueblo, dijo: «la extrañeza que provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano, ser insondable». Rulfo encarnaba esta leyenda, él mismo se reconocía como un ser oscuro, esquivo. «Por lo sombrío que soy creo que nací a la medianoche», confesó una vez. Y, ciertamente, su parquedad, su extrema economía verbal, la reserva con que trataba todo lo concerniente a su vida y a su actividad literaria han creado un mito de otro mito.
Cuando en raras ocasiones aceptaba ser entrevistado, cuando —al fin— se decidía a hablar, inventaba. «Mentimos por placer y fantasía —escribió Paz—, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos.» Quizá fuese el caso de Rulfo, en quien mentira y verdad se mezclaban, convivían naturalmente; conformaban una inquietante realidad y, a la vez, una ficción creíble. Los cuentos de El llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955) dan prueba de esto y también de algo que su autor se propuso como un postulado que urgía al escritor de América Latina: despojar la escritura de toda retórica.
Los temas de Rulfo —elaborados con retazos de recuerdos, evocaciones de ultratumba, con materiales oníricos y mitológicos, con creencias en donde se funden la tradición cristiana y la indígena— abordan el sufrimiento, el hambre, la lucha del hombre contra el medio estéril. Cada elemento parece remitirnos a la soledad de pueblos sumergidos y de seres insertos en una sociedad devastadora de la que no pueden salir, porque ya están muertos, como en Pedro Páramo, o esperan con resignación la muerte definitiva, de acuerdo con lo que nos transmite el narrador innominado del cuento «Luvina». Tal vez la única posibilidad que tienen sus personajes es la muerte, pero vista en cuanto acceso factible, como respiradero por el cual trascender. De ahí que sea a través de la memoria, de la sublimación del pasado, por donde entra la vida o la ilusión de una vida relevante. Muchos críticos han coincidido en decir que la obra de Rulfo es la versión moderna y existencial del Purgatorio dantesco.
Los lectores del escritor jalisciense advertirán que el material que presentamos bien puede ser estimado como un cuento de Rulfo, cuyo personaje central es, paradójicamente, el propio Rulfo, que completa con datos y confesiones de su vida y de su pueblo lo que ya nos contó en sus libros.
Esta Autobiografía Armada surgió por devoción y, a la vez, por azar. A principios de los 70, cuando todavía se conocía poco sobre Rulfo y su obra, y aún no se había publicado la mayor parte de los libros y trabajos críticos que hoy circulan, me encargaron realizar una compilación testimonial acerca de este autor, en su propia voz. De inmediato, la primera persona se impuso y el protagonista Rulfo dio continente a cada párrafo. La imbricación de las distintas partes que componen el texto resultó ser una biografía apócrifa que, involuntariamente, cerró el círculo de todo lo escrito por Rulfo. La primera versión de la Autobiografía se publicó en la revista Latinoamericana, Buenos Aires, núm. 1, diciembre de 1972. Luego, aumentada y revisada, salió en forma de libro en Ediciones Corregidor, Argentina, 1973. Ahora, casi 20 años después, al releer estas páginas observo que mantienen su vigencia, dado que, lamentablemente, Rulfo no editó nada más y, en sus declaraciones posteriores, continuó siendo tan parco y reservado como desde el comienzo.
En el prólogo de la primera edición de la Autobiografía, señalaba que la lectura de las notas y reportajes que sirvieron de documentos para la estructuración del texto, me facilitó un nuevo recorrido y una valoración más profunda de El llano en llamas y Pedro Páramo. Si las páginas siguientes tienen algún asidero —y cierta intención personal—, es, precisamente, el de introducir al lector en la experiencia de una aprehensión más íntegra de la obra del escritor mexicano. Vaya, pues, como homenaje póstumo y admirativo. Todo lo demás es biografía y pertenece a Juan Rulfo.
«Yo viví en un pueblo que se llamaba San Gabriel. Por lo sombrío que soy, creo que nací a la medianoche. Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque sienta preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo. Mi padre se llamó Juan Nepomuceno, mi abuelo paterno era Carlos Vizcaíno, lo de Rulfo lo tengo por Juan del Rulfo, un aventurero «caribe», o sea de los que estuvieron al servicio de José María Calleja, alias «El Caribe», que tuvo una hija llamada María Rulfo Navarro que se casó con mi abuelo paterno: José María Jiménez. Este Juan del Rulfo llegó a México a fines del siglo VXIII, y parte de su vida la dedicó a combatir a Giordano Guzmán en los rumbos de Tamazula de Guzmán Zapotlán el Grande, hoy ciudad Guzmán. Más tarde, junto con el general Brizuela, combatió a los franceses…»