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Ed. Beatriz Viterbo, año 2003. Primera Edición. Tamaño 19 x 12 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 128

El Tilo, de César Aira 001Por Soledad Quereilhac

Hilvanando recuerdo tras recuerdo, el narrador recupera ciertos sucesos de su infancia en Coronel Pringles durante la década del 50 y ensaya un redescubrimiento de ese mundo incorporando algunas sospechas de la adultez, como por ejemplo, que la Historia sigue cursos de disolución.

La novela abre con la descripción de El Tilo Monstruo, «un extraño capricho de la Naturaleza» que había crecido desmesuradamente en la plaza de Pringles. De esa «aberración grandiosa» obtenía el padre del narrador la infusión que tranquilizaba sus nervios. Y de ese árbol había surgido, también, la leyenda del Niño Peronista, un niño que se refugió en su copa perseguido por una banda de fanáticos furiosos, curiosamente miembros de la Resistencia peronista, que terminaron hachando el tronco hasta destruirlo.

Ese tilo que asiló al Niño Peronista y que sedaba al padre (peronista a su vez) es un símbolo de la infancia del narrador y, a la vez, un símbolo de la Historia, con sus componentes de leyenda, tragedia y deformación. El símbolo, «como virus fatídico, lo había infectado», y el color irreal de esa fábula, donde peronistas y antiperonistas intercambiaban roles alejados del blanco y negro, tiñó para siempre la mirada del narrador, impidiéndole «hacer pie en la realidad».

«Todo es alegoría», se lee en El tilo repetidas veces. Sin embargo, el acierto del relato es presentar esas alegorías «reales» con un sentido difuso, portadoras de una fuerza visual evidente pero ambiguas en los sentidos que albergan, contradiciendo así los usos comunes de lo alegórico.

No hay en El tilo voluntad de documentar la Historia, ni de redundar en definiciones políticas. Sí, en cambio, existe la mirada retrospectiva hacia una infancia de clase baja, que revisa las formas en que el peronismo moduló identidades y visiones de mundo. Y también, las formas en que la Revolución Libertadora cortó ese proceso y forzó a los sujetos a redefinir (o callar) su lugar de pertenencia.

En la novela, el curso de la Historia se ensambla con los recuerdos personales, y de ese cruce se sirve el narrador para «recuperar aquel viejo yo» que habitó en el pasado.

La estructura narrativa de El tilo es básicamente digresiva. Un recuerdo lleva a otro, una reflexión a una anécdota, el hecho más trivial a breves revisiones socio-históricas. La despreocupación por el estilo -un culto en Aira- genera una narración entregada a los vaivenes antojadizos de la memoria y de la invención, con un lenguaje espontáneo y exento de correcciones.

No obstante, existen ciertos hilos de Ariadna que guían este recorrido aparentemente sin rumbo. Entre ellos, la reiterada aparición en el relato de una frase enigmática, pronunciada por el padre del narrador: «la vida al revés». Esa frase, jamás comprendida por el hijo, opera como otra de las claves oscuras para pensar la historia argentina. «La vida al revés», con su rústica síntesis, parece ser el corolario, la pregunta o el epitafio que encierran los recuerdos del narrador sobre ese barrio obrero de Coronel Pringles, antes y después de la Revolución Libertadora.

Con El tilo, Aira acierta en conjugar, bajo tensión, el proceso de aprendizaje de un niño (que se inicia en el desafío de mirar, conocer e imaginar el mundo) con una experiencia histórica «proteica como el plasma», capaz de aportar múltiples sentidos posibles a la frase paterna «la vida al revés». Detrás de un tono casual y de las ramificaciones de la memoria emotiva, Aira esconde reflexiones e imágenes sobre la Historia que, como todo en literatura, construyen un sentido huidizo, inestable, y no por eso menos verdadero.