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Ed. Fin de Siglo, año 2008. Tamaño 22 x 16,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 214
Llegué a esta historia por casualidad. La revista Gatopardo me había encargado desde México una semblanza de Mario Benedetti. No querían un artículo más, sino un reportaje defi¬nitivo, absoluto; mi editora pretendía que quien lo leyera com¬prendiera todo sobre la vida y la obra del más vendido de los escritores uruguayos.
En ese plan estaba. Benedetti tuvo la gentileza de recibir¬me un par de veces en su apartamento y me permitió acom¬pañarlo en uno de sus tradicionales almuerzos en el bar San Rafael. Yo le iba contando mis avances. Había estado con su hermano, había encontrado a ancianos que habían sido sus compañeros de escuela en el Colegio Alemán y también a uno de sus mejores amigos de la adolescencia. También había ha¬blado con Daniel Vidart, quien integró junto a él la primera dirección del Movimiento 26 de Marzo. Le conté que estaba buscando a Kimal Amir, otro de los cinco miembros de aque¬lla primigenia directiva. Cuando se lo nombré, Benedetti aban¬donó su buen talante, me miró muy serio y me dijo:
-Kimal Amir es un traidor
Lo primero que hice cuando salí del apartamento de Bene¬detti fue localizar a Kimal Amir. Me citó en el Sportman. No quería hablar sobre Benedetti, no deseaba echar más leña al fuego. Frustrado, le pregunté cuál había sido su traición y me contó en detalle una historia de la cual yo conocía solo los titulares: la de los «renunciantes», cuatro dirigentes tupama¬ros que abandonaron la organización en 1974, en Buenos Ai¬res, cuando el MLN ya había sido arrasado por los militares, la guerrilla ya estaba vencida y de su infraestructura en Uru¬guay no quedaba prácticamente nada. Él era uno de los cua¬tro «renunciantes». Por eso era un traidor, por eso lo habían condenado a muerte.
Eso no podía ser todo. Traidor había sido Héctor Amodio Pérez, que había delatado a sus compañeros, que se había vestido incluso el uniforme militar y había salido a la calle, junto con las patrullas, a cazar a otros tupamaros. Amir tenía que haber hecho algo mucho más grave que dejar el MLN cuando la guerra ya había terminado para que Benedetti lo llamara traidor.
Pregunté todo lo que se me ocurrió, pero no encontré más.
Los otros tres renunciantes eran Lucas Mansilla, Luis Alemañy y William Whitelaw, el muchacho asesinado por los militares junto con su compañera Rosario Barredo, Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz en aquellos días siniestros en la capital argentina.
Era curioso. Los militares que habían ayudado a que un traidor como Amodio pudiera comenzar una nueva y feliz vida en Europa, ¿a Whitelaw, que supuestamente era otro traidor, lo habían asesinado?
Decidí no plantearle mis dudas a Benedetti y terminar el reportaje que se me había encomendado.
El artículo se publicó y luego llegaron otros encargos. Escribí sobre el yanqui loco y la uruguaya que volaron un hotel en Bolivia y mataron a dos personas, sobre los orientales que se llaman Hitler, sobre la científica que tiene pruebas de que el boldo provoca un raro tipo de Parkinson, sobre el increíble Armando Regusci, que inventó un motor a aire comprimido ante la indiferencia de un país que celebra a Ancap, una compañía cuyo mayor éxito es importar petróleo.
Pero mientras escribía, volví a hablar con Amir y luego comencé a entrevistar a otros tupamaros como él, durante más de un año. Algunos eran renunciantes o seguidores de los re¬nunciantes. Otros no. El resultado está en estas páginas.
Este libro no tiene un color partidario. Entre la docena de tupamaros que aquí cuentan su historia hay peripecias políticas diversas y votantes de todos los partidos.
Kimal Amir dejó la guerrilla y se integró a la lista 99, fundada por Zelmar Michelini y orientada tras su asesinato por Hugo Batalla. Fue frenteamplista hasta que la 99 se separó de la coalición y Batalla fue candidato presidencial del Nuevo Espacio. Luego, cuando Batalla regresó al Partido Colorado, Amir también lo hizo. Hoy milita en Red Batllista, un grupo que reúne a gente proveniente de la 99 y la desaparecida Corriente Batllista Independiente: Carlos Cassina, Luis Mosca, Daniel Lamas, entre otros.
El cineasta Luis Nieto, otro de los que brinda su testimonio en este libro, dejó el MLN y también se sumó a la 99, dentro del Frente Amplio primero y en el Nuevo Espacio luego. Pero cuando la 99 volvió al Partido Colorado, a diferencia de Amir, la abandonó. Hoy no tiene una militancia política activa. Ad¬hiere, sin mayores compromisos, al Partido Independiente.
Efraín Martínez Platero, fundador del MLN, hoy integra el sector de Rafael Michelini, en el Frente Amplio, y estuvo en sus listas en la última elección.
Luis Alemañy, en cambio, milita en forma activa en el Par¬tido Nacional, en el sector que orienta Juan Andrés Ramírez.
Fernando González Guyer también es blanco, aunque su actividad partidaria es menos orgánica. Como Alemañy, dentro del Partido Nacional, apoya a Jorge Larrañaga. Aún se siente tupamaro, dice que eso no se pierde nunca. Hay un elemento clave de su pensamiento que se mantiene incambiado desde aquella época: el de creer que solo la unidad latinoamericana podrá permitir un verdadero desarrollo de nuestros países. Ser blanco no le impide ver que el único político uruguayo de peso que hoy defiende el Mercosur, que para él es tan importante, es José Mujica.
George Whitelaw apoyó al senador Francisco Gallinal en la elección de 2004. Su nombre figuró en uno de los últimos lugares de la lista a la Cámara de Representantes.
Aníbal de Lucía, en cambio, vota al Frente Amplio y lo seguirá votando, sin mucho entusiasmo. Cree que no hay diferencias muy grandes entre este gobierno y los anteriores, salvo una cierta mayor «prolijidad». Claramente, se siente mu¬cho más a la izquierda que el presidente Tabaré Vázquez. Pero no quiere saber nada con el 26 de Marzo o la Corriente de Izquierda. Está solo.
Juan José Cabezas no tiene militancia política.
Enrique Rodríguez Larreta desde hace muchos años vive en Brasil. Es un académico de prestigio y ya no cree que la política deba ser el centro de todo.
Este libro no es un libro sobre las atrocidades y los crímenes cometidos por la dictadura militar, o cívico-militar, ni por las fuerzas paramilitares o parapoliciales de derecha que actuaron cuando Uruguay aceleraba hacia el abismo a fines de los años sesenta y principios de los setenta.
Los horrores de los militares, sus crímenes, asesinatos, la tortura infame, aparecen sí, claro, porque son parte inseparable de esta historia. Pero no son el centro de este libro, que lo que pretende es que se conozcan otras facetas de aquellos años sobre las cuales se ha escrito bastante menos.
Tampoco es una historia del MLN, ni pretende serlo. No es tampoco un relato alternativo frente a la historia oficial de la guerrilla que se ha pregonado en los últimos años con tanto método e insistencia. Tampoco quiere constituirse en una ver¬dad revelada, en un nuevo discurso único, tal como aquella se ha erigido de un tiempo a esta parte.
Este no es un libro de historia, sino un libro hecho desde el periodismo. Lo que hay aquí son testimonios de integrantes del MLN que cuentan sus vivencias, su historia dentro de la guerrilla y que hoy reflexionan sobre ella. Quienes hablan tu¬vieron responsabilidades dentro del MLN o fueron protagonistas de sucesos que impactaron al Uruguay. No son historias de oídas ni de tercera mano. Son las vivencias concretas de personas reales. Son piezas del rompecabezas que hasta hoy habían sido ignoradas. Es de esperar que, de ahora en adelante, los historiadores, académicos y periodistas las tomen en cuenta.
Para facilidad del lector, los testimonios han sido agrupa¬dos en seis temas, seis mitos, seis áreas donde se ha dado por cierta una determinada manera de contar los hechos; pero resulta que hay otros protagonistas de aquellos mismos sucesos que tienen una vivencia muy distinta.
El Uruguay de hoy seguramente es más desigual que el de los años sesenta. La pobreza es mayor y más violenta que cuando Sendic organizaba las marchas de los cañeros para que los montevideanos pudieran descubrir que también había mise¬ria en la Suiza de América.
Hoy para ver miseria basta con detenerse cinco minutos en cualquier esquina del país. En la misma cuadra donde está el apartamento de Mario Benedetti, donde nació este libro, en lo más céntrico de Montevideo, hay niños que duermen tirados en la vereda, sin siquiera un cartón sobre el cual acostarse, mugrientos, descalzos, condenados ya a la pasta base.
Los motivos para rebelarse no faltan. Por el contrario. Cual¬quiera, con un mínimo de sensibilidad, puede sentir que la sangre le hierve al ver lo que somos, lo que tenemos y hacia dónde vamos.
Para aquellos que todavía son capaces de indignarse, para los que todavía pueden sentir rabia, para nosotros es este libro.
El autor
Montevideo, noviembre de 2008