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Ed. Andrés Bello, año 2011. Tamaño 18.5 x 11.5 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 108

Altazor, de Vicente HuidobroVicente Huidobro (Santiago, 1893 – Cartagena, Chile, 1948) Poeta chileno fundador del Creacionismo, movimiento poético vanguardista. Fue además uno de los impulsores de la poesía de vanguardia en América Latina.

Vicente Huidobro nació en el seno de una familia de la elite oligárquica, vinculada a la gran propiedad agrícola, a la banca y a la política. Cursó la enseñanza primaria con institutrices privadas y la secundaria en el Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús. Aunque fue crítico con la enseñanza jesuítica, tomó de ella una postura elitista ante la vida.

Desde su juventud realizó frecuentes viajes por Europa, que le valieron un profundo enriquecimiento cultural y una depuración de sus gustos estéticos. Particularmente intenso desde la experiencia intelectual fue el largo período en que residió en París, ciudad a la que llegó en 1916, en plena guerra mundial; allí conoció a Picasso, Juan Gris, Max Jacob y Joan Miró, entre otras figuras de la cultura del momento. Escribió en revistas literarias junto a poetas como Apollinaire, Réverdy, Tzara, Breton y Aragon; es decir, lo más granado de la poesía francesa del momento.

El Creacionismo

Al periodo parisino corresponde la fundación del Creacionismo, en la que situaba al creador artístico a la altura de un demiurgo capaz de insuflar a su creación un aliento vital tan poderoso que se podría medir, incluso, con las creaciones de la propia Naturaleza. Así, para Huidobro el artista no debía limitarse a imitar la Naturaleza (de ahí el título de su el manifiesto creacionista: Non serviam, «no serviré»), sino que debía mantener con ella una especie de competición en la que podía mostrar el vitalismo de su propia obra. Es la famosa tesis que sintetizó en la fórmula: ¿Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!? / Hacedla florecer en el poema.

Lógicamente, esta concepción llevaba aparejada la necesidad de crear nuevas imágenes -tan coloristas como animadas e sorprendentes- e, incluso, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y generar también su propia sintaxis; de ahí que la yuxtaposición (de oraciones, vocablos o sonidos extrañamente puestos en contacto) se convirtiera en una de las características más acusadas del Creacionismo, al tiempo que las largas secuencias y enumeraciones de palabras y sintagmas contribuyeran decisivamente a dar al poema esa apariencia de objeto aleatorio, mera creación de un dios absorto en las posibilidades estéticas del material con que moldea su obra.

Con estos presupuestos estéticos, Vicente Huidobro se presentó en Madrid en 1918, donde fundó un destacado grupo de poetas creacionistas consagrados a la elaboración de textos que seguían fielmente los postulados del ya respetado maestro chileno. Por aquel entonces ya era un poeta fecundo, que arrastraba tras sí una interesante producción literaria: seis poemarios impresos en su país natal (Ecos del alma, La gruta del silencio, Canciones en la noche, Pasando y pasando, Las pagodas ocultas y Adán), uno aparecido en Buenos Aires (El espejo de agua) y otro publicado en París (Horizon Carré). A ellos se añadirían pronto cuatro nuevos poemarios (Poemas árticos, Ecuatorial, Tour Eiffel y Hallali).

Entre el 16 de mayo y el 2 de junio de 1922, Vicente Huidobro presentó una exposición de trece poemas en forma de caligramas en el Teatro Eduardo VII de París. En el catálogo de la exposición estaba su retrato dibujado por Pablo Picasso y una crítica elogiosa de sus poemas escrita por el español Gerardo Diego. Su aceptación en París fue un éxito personal y de Chile, favorecido por el hecho de que el poeta escribiera indistintamente en francés y en español.

Regresó por un largo período a Chile en 1925. Desde su llegada inició una intensa actividad literaria y política, con la fundación de la revista La Reforma y sus numerosas colaboraciones en Andamios, Panorama y Ariel. En el terreno político fundó un diario, Acción, desde el que defendía sus ideas contrarias al militarismo. Candidato a presidente, fracasó estrepitosamente en los comicios de 1925, lo que le causó no poca amargura.

Altazor

Alrededor de 1930 fue cuando dio los toques finales a sus dos obras cumbres, dos poemarios que, desde el momento mismo de su aparición estaban llamados a situarse en los puestos cimeros de la literatura universal. Por aquel entonces, Huidobro estaba en el apogeo de su fama, y gozaba del éxito obtenido por su novela fílmica Mío Cid Campeador (1929), en la que el propio poeta -que alardeaba de ser descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar- identificaba su relación amorosa con Ximena Amunátegui como una reencarnación moderna de la pareja formada por El Cid y Doña Jimena.

La peripecia que había dado lugar a esta unión no puede ser más rocambolesca: en 1925, coincidiendo con su regreso a Chile y su fracaso en el intento de tomar parte activa en la política de su país, el gran poeta había conocido a Ximena, una joven estudiante de quince años de edad, por la que abandonó a su mujer (con la que llevaba casado más de quince años) y a sus hijos. Ximena no sólo era menor de edad, sino hija de un poderoso prócer chileno, quien se opuso tajantemente a su unión con el poeta. Huidobro marchó entonces a París, cerró la casa de Montmartre donde había residido con su familia, y se trasladó a Nueva York, donde cosechó algún éxito como escritor de guiones cinematográficos.

Pero en 1928, cuando Ximena Amunátegui acababa de alcanzar la mayoría de edad, el poeta viajó a Chile, la raptó a la salida del Liceo y se marchó de nuevo a París, en donde la feliz pareja se instaló en el barrio de Montparnasse. Fueron aquellos unos años de plenitud amorosa y creativa para el poeta, quien, después del mencionado éxito de su versión del Cid, decidió retomar un largo y ambicioso proyecto en el que había empezado a trabajar diez años antes. Se trata de Altazor o el viaje en paracaídas, un poema mayor en siete cantos que narra la caída del hombre y el encuentro con la mujer, con la poesía. Junto con Temblor de cielo (acabado también por aquellas fechas), es la obra cumbre del Creacionismo y el mayor legado de Huidobro a la poesía.

Después de que las corrientes estéticas hayan virado por centenares de derrotas diferentes, el valor poético de Altazor y Temblor de cielo sigue siendo incalculable. Bien es cierto que una parte de la crítica sólo ve en Huidobro una especie de ingenioso prestidigitador que juega con las palabras como si de objetos malabares se tratasen, sin conseguir dar a sus composiciones sentido alguno; pero la mayoría de los estudiosos del fenómeno poético aún se deslumbra con las imágenes, la vivacidad, la invención y la heterodoxia inconformista y novedosa de este gran rebelde de las letras hispanas, quien supo mantener su vigor creacionista hasta en el epitafio que dejó escrito para su lápida: «Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar».

En 1933 Huidobro retornó de nuevo a su país. En esta ocasión volvió a desplegar una energía incansable fundando revistas tales como Pro, Vital, Primero de Mayo y Total. El año 1934 fue particularmente fecundo, pues publicó Cagliostro, a la que definió como novela-filme y que recibió un premio en un concurso de guiones celebrado en Hollywood, y La próxima historia que pasó en poco tiempo más, novela futuróloga en la que reflexionaba sobre la sociedad tecnocratizada que ya se estaba vislumbrando. En Papá o El diario de Alicia Mir introdujo referencias autobiográficas y En la luna, guiñol en cuatro actos y trece cuadros, una clara intencionalidad política.

Entre 1935 y 1938 Huidobro polemizó con Pablo Neruda y estuvo en España durante la Guerra Civil. Regresó a Chile en 1938, donde continuó su incansable labor creadora publicando ese mismo año la novela Sátiro o El poder de las palabras. Se trata de una novela de gran penetración psicológica. Junto con otros autores como Braulio Arenas y Fernando Alegría colaboró en Multitud; recopiló antiguos poemas dispersos de 1923 en Ver y palpar y El ciudadano del olvido, ambos libros dados a conocer en 1941 y considerados como obras fundamentales en su creación poética.

A finales de la Segunda Guerra Mundial regresó a Europa, para alistarse con el ejército francés con el que participó en las últimas batallas y obtuvo el grado de capitán. Entonces su figura comenzaba a ser una leyenda en Chile, donde en 1945 se publicó una Antología. Su experiencia bélica le dejó una herida que no llegó nunca a curar y que lo condujo a la muerte cuando estaba de vuelta en su país natal, falleciendo a orillas del mar en Cartagena el 2 de enero de 1948.

Su hija Manuela se preocupó de sacar a la luz las últimas creaciones de su padre en el mismo año de su muerte publicando Últimos poemas. Siguieron diversas ediciones y reediciones de sus obras; todavía en 1993 José A. de la Fuente editaba Vicente Huidobro: Textos inéditos y dispersos.