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Ed. Zeus, año 1968. Tamaño 17 x 14 cm. Traducción de Elena García. Estado: Usado ecelente. Cantidad de páginas: 434
Charles Dickens nació en Landport, Portsmouth, en 1812. Era hijo de un modesto empleado de la Tesorería de la Armada y el segundo de ocho hermanos. Los difíciles años de su niñez que le ofrecieron tema inagotable para su obra futura, apenas tuvieron otros alicientes que su pasión por los libros y el cariño de su hermana Fanny. Tras residir muchos años en Chatham, la familia se instaló en Londres durante 1823, donde el padre fue encarcelado por deudas en la prisión de Marshalsea —allí debía permanecer tres meses—, mientras que Charles, que contaba sólo doce años, tuvo que ponerse a trabajar en una fábrica de betún para calzado. Este episodio quedaría luego reflejado en una de las páginas más conmovedoras de la obra de Dickens. La familia pasaba sus domingos en la cárcel haciendo compañía a su padre ya que, como en el mismo Pickwick se nos cuenta, en ella se alquilaban habitaciones.
Este período de su vida dejó un profundo recuerdo en el futuro novelista y sus contactos cotidianos con los ambientes más pobres de Londres le permitieron ir acumulando observaciones que más tarde utilizaría en sus escritos. Empieza la época en que una sola máquina es capaz de realizar el trabajo de cien hombres, por lo que el trabajo de éstos se desprecia. Lo que para unos pocos —la explosión del maquinismo— es una fuente de riqueza, crea para los más miseria y cárcel. Y la familia de Dickens es una de tantas víctimas. Hay que insistir en esta etapa de la vida del autor ya que es esencial para el desarrollo de su obra.
Por aquel tiempo la madre de Dickens, mujer instruida, intenta abrir un colegio para señoritas, pero una providencial herencia vino a solventar en cierta medida el problema económico y permitió a Dickens seguir estudios regularmente durante dos años. En 1827 se puso a trabajar de nuevo, esta vez de pasante de un abogado; en sus ratos libres estudiaba taquigrafía y en 1831 ingresó en el Morning Herald, como taquígrafo de este diario destacado en el Parlamento. Dickens vivió así uno de los períodos más importantes del parlamento inglés. Esta época, continuada por todo el período Victoriano, sería la etapa más gloriosa de la historia de Inglaterra. La situación creada por el maquinismo en los ambientes obreros hubiese desembocado, como en el resto de Europa, en revoluciones sociales y políticas, evitadas en el Reino Unido por la visión de los dos antecesores inmediatos de la reina Victoria. El primero, Jorge IV, autorizó la formación de las organizaciones obreras —Trade Unions—, y el segundo, Guillermo IV, reorganizó la distribución de los votos de los electores ingleses en favor de la burguesía y frente a la aristocracia. Puede imaginarse la actividad parlamentaria de que fue testigo Dickens en el tiempo en que trabajó como taquígrafo del Morning Herald.
En 1833, introducido ya en los medios periodísticos, aparece su primera obra, Una cena en la alameda (A dinner at poplar walk). En 1836 contrajo matrimonio con Catherine Hogarth, hija del director del Morning Chronicle y el año siguiente comienza la publicación por entregas de Pickwick, que se convierte en un gran éxito editorial. Ahora Dickens se dedica únicamente a escribir y su nombre es uno de los más cotizados de su época. Viaja entonces a los Estados Unidos (1840) y a su vuelta, a pesar del recibimiento entusiasta de que fue objeto en aquel país, redacta unas Notas Americanas en las que refleja su decepción ante una sociedad que considera brutalmente materialista. Sale de nuevo de Londres, esta vez para Italia, y a su regreso funda el periódico Daily News. En 1858 se enamora de la actriz Ellen Teman y abandona a su esposa después de veintidós años de matrimonio, durante los cuales le ha dado diez hijos. Las grandes esperanzas, obra escrita en 1861, es la expresión del fracaso de esta nueva aventura sentimental.
Otra gira de conferencias por los Estados Unidos en 1868 le proporcionó fama y dinero, pero su salud quedó tan quebrantada que, a su regreso, los médicos lo consideraron ya deshauciado. Su muerte acaeció el 7 de junio de 1870. Fue «un suceso mundial. Un talento único se ha extinguido repentinamente; con él parece haberse oscurecido de pronto la alegría inocente de la nación», escribió Carlyle.
Una cena en la alameda (1833) es la primera obra de nuestro autor. En 1836 aparecieron en dos volúmenes los Esbozos por Boz, que habían ido publicando diversos diarios. Inmediatamente comienza la publicación de Pickwick, y al año siguiente, 1838, empieza otra de sus grandes novelas por entregas, Oliver Twist. Ésta y las dos obras siguientes, Nicholas Nickleby y El almacén de antigüedades, son las novelas de la niñez triste y desamparada, escritas en gran parte sobre sus recuerdos personales. Las Notas Americanas, de las que ‘ya hemos hablado, resumen sus impresiones del primer viaje a América. En 1841 aparece una novela histórica sobre las sublevaciones antipapistas en 1780. Martin Chuzzlewit (1843), que le proporcionó también la ocasión de hacer una dura crítica a los Estados Unidos, aunque sin regatear ataques a la hipocresía británica.
En 1843 también, apareció la primera de sus obras de tema navideño, Cuentos de Navidad, y al año siguiente, tras su viaje a Italia, publicó El Carrillón y el Grillo del Hogar. En 1846 aparecen sus Imágenes de Italia. Y en 1848 reemprendió la serie de sus novelas largas con Dombey e Hijo, y al año siguiente volvió al tema de la infancia desgraciada al que seguían empujándolo sus tenaces recuerdos de la niñez: David Copperfield, probablemente la más estimada de sus obras, vuelve a ser un libro casi totalmente autobiográfico. Le siguieron Casa desolada (1852), Tiempos difíciles (1854) y La pequeña Dorrit (1857). Como hemos indicado, Dickens se enamora por estas fechas de la actriz Ellen Teman, y sus desilusiones se transparentan en las dos novelas de estos años: Las grandes esperanzas y Nuestro común amigo. Su última novela acabada es Historia de dos ciudades, ambientada en el París y Londres de la Revolución. Y por fin, en 1869, empezó a trabajar en una novela de intriga, El misterio de Edwin Drood, que dejó inacabada.
En 1837, tras la publicación de Esbozos por Boz, que no tuvieron gran éxito pero que lo dieron a conocer, los editores Champman y Hall propusieron a Dickens la redacción de una novela humorística por entregas, basada en unos dibujos que trataban sobre un groteso club de cazadores inexpertos. Éste fue el origen de Los papeles póstumos del club Pickwick, publicados en folletines mensuales de 1833 a 1839. A medida que avanza su publicación se va liberando progresivamente del pie forzado que le habían impuesto los editores y acaba convirtiéndose en uno de los mayores éxitos de la literatura inglesa del siglo.
En realidad, no podemos considerar a Pickwick la novela más representativa de toda la obra de Dickens, aunque sí probablemente la que más nos acerque a los ambientes de la burguesía dominante en la Inglaterra de la época. Por otra parte, es mucho más conocido el aspecto triste del autor que este otro lado de su carácter hecho del humor más fino y entrañable.
Cuenta las andanzas de una grotesca asociación de seguidores de Samuel Pickwick, que recorren el país en busca de datos científicos con que enriquecer «la teoría de los renacuajos» formulada recientemente por el fundador de tan respetable club. Como puede suponerse eso no es más que el pretexto para llevar a los personajes de la novela de una situación a otra a cual más divertida, en las que siempre encontramos un profundo análisis de las costumbres del pueblo, pero realizado con tal alarde de imaginación creadora que pronto se olvida el pretexto inicial para seguir la existencia por sí misma de los personajes centrales. Sin embargo, de vez en cuando, en medio de este apretado fluir de personajes, se abre un resquicio por donde se entrevé la horrible soledad del hombre. A pesar del esfuerzo de Dickens por conseguir una distracción ligera, no puede sustraerse a la realidad a veces trágica de la existencia.
La obra culmina con la aparición de Sam Weller, criado y amigo de míster Pickwick, que se convierte pronto en el contrapunto jocoso de la afectada seriedad del protagonista. Ambos personajes, con el pequeño David Copperfield, son probablemente los últimos grandes mitos de la literatura inglesa, mitos tan representativos como don Quijote y Sancho. Es inevitable el recuerdo de la obra de Cervantes cuando se habla de Pickwick. Éste y Sam Weller han sido considerados como la versión inglesa, la réplica del humor inglés a don Quijote y Sancho. Hay, sin embargo, que hacer hincapié en que, mientras los personajes cervantinos representan la objetivación de una actitud frente a la vida, con alcance universal, Pickwick y su criado están en gran medida limitados por la época, e incluso por el ámbito social en el que discurren sus aventuras y del que son, eso sí, fidelísima expresión.